Una
nueva dinámica para nuestra vida, la del amor, con nuevas actitudes y nuevos
horizontes a los que no podemos poner barreras
Proverbios 21, 1-6. 10-13; Salmo 118; Lucas
8, 19-21
Nada que tenga que ver con el amor
podrá jamás encerrarnos en nosotros mismos. Dejaría de ser amor. El amor
siempre es expansivo, el amor abre horizontes, nunca puede ser un circulo
cerrado, nunca convierte a nadie en el centro de si mismo, amarse a si mismo
para excluir a los demás no tiene sentido, nunca puede ser excluyente. Es algo
de la esencia de la persona. En nombre del amor nunca podremos excluir a nadie.
Cuando vamos por la vida excluyendo a personas no hemos entendido la esencia de
nuestro ser y podríamos decir que nos estamos traicionando a nosotros mismos.
Sería lo que en verdad nos haría
felices y crearía una humanidad de felicidad, pero sabemos que nos cuesta. No
todos lo entienden ni lo viven y pueden parecer tan felices. Pero hay un vacío.
Sin embargo nos confundimos y nos dejamos contagiar por esos brotes de insolidaridad
y de un amor propio que no es verdadero amor y que nos llevan a la guerra. Nos
hemos inventado muchas maneras de hacernos la guerra cuando dejamos meter las
sombras del egoísmo y de la insolidaridad en nuestro corazón. Tenemos que estar
atentos y vigilantes para encontrar lo que de verdad va a llenar nuestra vida.
Es lo que ha venido a enseñarnos Jesús.
Estando con El nuestros horizontes tienen que ampliarse porque nos pone en un
camino nuevo que nos lleva a la plenitud de nuestro ser. No quiere Jesús que en
nombre de ningún amor entremos en esas dinámicas de exclusivismos y de
exclusiones.
Hoy en el relato del evangelio se nos
habla de una visita de María y sus parientes a Jesús en medio de su
predicación. ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’, le
dicen. Siempre en una primera impresión nos ha sorprendido la respuesta de
Jesús. Se pregunta ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Nos podría
parecer sorprendente esa pregunta que se hace Jesús y la respuesta que les da. ‘Mi
madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen’, viene a decirles Jesús.
Nos podría parecer que Jesús niega la
importancia de aquella visita y de la presencia de María y su familia junto a
El, pero no es así. Jesús nos está abriendo horizontes, por así decirlo. Amamos
a los padres, amamos a la familia, amamos a aquellos por quienes nos sentimos
queridos y amados, pero nuestro amor nunca se puede quedar ahí. El sentido de
vida que Jesús nos está dando es que tenemos que ampliar esos horizontes del
amor y nuestro amor tiene que ser más universal; no es un amor exclusivo, sino
siempre un amor abierto. Porque quienes le escuchan, quienes escuchan la
Palabra de Dios están entrando en otra órbita de la vida porque nos sentimos
obligados a amar, y amar a todos sin exclusión.
Por eso como hemos venido reflexionando
se acaban los exclusivismos. Como nos dirá en otro momento no solo saludamos a
los que nos saludan, no solo amamos a los que nos aman, entramos en otra
dinámica con un amor que tiene que ser siempre universal. Nos salimos de
nosotros mismos pero no hacemos círculos que nos encierren sino que siempre
tienen que estar las puertas abiertas, al horizonte de esos campos de la vida
en que entramos ya no podremos poner barreras.
Qué lástima que no lo terminemos de
entender; pero no solo hemos de saberlo en la cabeza – como tantas veces
decimos, ‘eso lo sé yo’ – sino que tenemos que comenzarlo a sentir desde
lo más hondo de nuestro corazón. Es una nueva humanidad que nace desde el amor
cuando así nos sentimos amados de Dios. Porque ‘el amor consiste’, como
nos dirá san Juan en sus cartas, ‘no en que nosotros hayamos amado a Dios
sino en que Dios nos amó primero’. Es una nueva dinámica para nuestra vida
que tenemos que traducirla en muchas nuevas actitudes para cuantos nos rodean.
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