Nos
acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos
caminos que el Espíritu va abriendo ante nosotros con la novedad del evangelio
Jeremías 26, 1-9; Salmo 68; Mateo 13, 54-58
‘¿De donde saca todo eso?’, lo habremos dicho también. Nos sentimos
sorprendidos porque no pensábamos que aquella persona pudiera tener aquellos
razonamientos. Quizás incluso le dimos la mano, como se suele decir, en sus
comienzos animándolo a hacer cosas distintas, a emprender algo que parecían ser
sus sueños, a que intentara al menos hacer algo aunque le pareciera que le
salía mal, dándole confianza para que creyera en si mismo. Pero ahora nos
sentimos sorprendidos, sus apuntes de reflexiones tienen una profundidad que no
pensábamos que esa persona pudiera lograr.
Y claro por nuestra parte caben también
varias reacciones, porque incluso nos encontramos divididos en nosotros mismos;
y aunque le dimos el impulso, vemos que está llegando a donde no imaginábamos,
y hasta se nos pueden meter unos celos ahí dentro de nosotros, porque esa
persona logras cosas que no pensábamos que fuera capaz; ¿tendremos miedo que
nos haga sombra? Cosas así se nos pueden meter en la cabeza y hay el peligro
que nuestras reacciones no sean tan positivas; somos humanos.
Me hago esta reflexión partiendo de
cosas que realmente así nos pueden suceder en la vida y contemplando la reacción
de las gentes de Nazaret ante la presencia de Jesús en su sinagoga. Es cierto,
lo habían visto de niño y de joven entre ellos. ¿Destacaría en aquel Jesús, el
hijo del carpintero? No vamos a dejarnos llevar por las imaginaciones que nos
encontramos en los evangelios apócrifos que tan poco valor histórico y teológico
nos presentan, pero es cierto por otra parte que algo podrían haber descubierto
en aquel niño, en aquel joven sus convecinos de Nazaret. Sin embargo era
solamente el hijo de María, el joven carpintero de Nazaret.
Ahora les habrán llegado noticias de
las andanzas de Jesús, por Cafarnaún, por los alrededores de Tiberíades, por
los pueblos y aldeas de Galilea, que sabían que iba anunciando la llegada del
Reino nuevo de Dios y su predicación iba acompañada de signos y milagros. ¿Qué
esperan que haga en Nazaret? ¿Tendría
que hacer algo especial allí, pues en fin de cuentas era su pueblo y por allí
andaban sus parientes?
Admiración
sienten, porque se preguntan que de donde ha sacado todo eso, pero sus dudas
tienen por dentro que llena sus corazones de desconfianza. No terminaban de creérselo.
¿Qué era eso que Jesús anunciaba que por lo que podían intuir les tendría que
hacer salir de sus rutinas y de su modorra? Es que Jesús hablaba de cambio, de
conversión, mientras ellos estaban bien como estaban. Si aquel profeta no
producía la revolución que ellos esperaban para verse liberados del yugo
opresor de los romanos, nada les hacía que creyeran en El. Por eso marcan sus
distancias, recordando que ellos sabían bien quien era, porque era solo el
pobre hijo del pobre carpintero, que a nada de lo que eran sus aspiraciones había
llegado. Sus caminos parecían divergentes.
¿Andaremos también
por caminos de ese calibre donde en cierto modo mantenemos también nuestras
distancias de la Palabra que escuchamos en el evangelio? ¿No querremos nosotros
también permanecer en nuestras modorras, en nuestras rutinas, en nuestras
viejas costumbres que parece que con ellas tan bien nos iba?
Cuando nos
llega la Palabra que nos hace despertar porque la sentimos como un grito en el
alma, también tratamos de calmar nuestros ánimos, porque nos decimos que no es
para tanto, que tenemos que hacer nuestras interpretaciones, que tenemos que
conjugar la novedad que ahora escuchamos con lo que hemos hecho siempre. Nos
acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos
caminos que el Espíritu va abriendo delante de nosotros.
Nos cuesta
arrancarnos, despertarnos, salir de lo mismo que siempre hacemos; parece que se
acaban las iniciativas, que no terminamos de ver la novedad del evangelio, que
nos encontramos en la disyuntiva del camino que hemos de tomar.
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