En
este camino de subida a Jerusalén de esta cuaresma miremos que no andemos
perdidos porque no sabemos escuchar con corazón abierto a Jesús
Jeremías 18, 18-20; Salmo 30; Mateo 20,
17-28
Nos cuesta escuchar lo que no nos
interesa, lo que nos parece que nos hace daño o no va según nuestras
conveniencias. Y es que a veces da la impresión que andamos como perdidos en la
vida; y no se trata de que nos hayamos ido a las montañas o al bosque y
perdimos el camino y ahora no sabemos donde estamos y cómo salir de ese
atolladero; no se trata de que nos hayamos metido en la gran ciudad que no conocíamos
y caminando entre calles y calles entretenidos en todo lo que va apareciendo a
nuestros, ahora no sabemos donde estamos y cómo podemos volver por nuestro
camino.
Es otra cosa; vamos haciendo un camino
en la vida porque nos entusiasmamos por algo que nos parecía que nos podía
interesar, encontramos a alguien con carisma y nos atrajo, pero cuando nos va
dando las verdaderos motivaciones nosotros andamos como soñando con otras cosas
y al final ni prestamos atención a aquello que se nos dice o que se nos
propone. Seguimos tras aquella persona, porque quizás nos atrae su simpatía, su
alegría, pero cuando nos habla de algunas exigencias, eso ni lo escuchamos.
¿Les estaría pasando a los discípulos así?
Estaban entusiasmados por Jesús, escuchaban sus enseñanzas y se quedaban
encantados con sus parábolas, los milagros que hacía despertaban un interés
pero les parecía que aquella era un camino que les llevaría a triunfos y a que
ellos pudieran alcanzar también esas glorias humanas que podían ver en otros.
Ahora marchaban a Jerusalén, y les parecía que aquello iba a ser un camino
victorioso. En Galilea la gente andaba entusiasmada por Jesús y las multitudes
le seguían por todas partes; su fama llegaría también a Jerusalén y allí no iba
a ser menos, pensaban ellos.
Por eso cuando ahora habla Jesús de su
sentido de la subida a Jerusalén donde el Hijo del Hombre iba a ser
entregado incluso en manos de los gentiles, no lo entendían. Ellos seguían
con sus mismos pensamientos. Estaban como obcecados.
Por eso se adelante la madre de
aquellos dos hermanos, los Zebedeos, y se postra ante Jesús porque quiere hacer
una petición para sus hijos. ‘¿Qué deseas? ¿Qué pides?’ le pregunta
Jesús. ¿Era un camino de triunfo y de gloria el que iban haciendo, al menos así
lo pensaban ellos? Pues participar de esa gloria; y por aquello de que eran
parientes de Jesús, que ocuparan los primeros puestos, uno a la derecha y otro
a la izquierda, de ese poder que vislumbraban para Jesús.
‘No sabéis lo que pedís’, es la primera respuesta de Jesús. Respuesta que se
convierte en pregunta. Había hablado Jesús poco menos que de un bautismo de
sangre, porque había hablado de entrega que llevaría al sufrimiento y a la muerte,
¿estarían ellos dispuestos a ese bautismo de sangre? ‘¿Podéis beber el cáliz
que yo he de beber?’ Y en el entusiasmo de sus sueños dicen que están
dispuestos.
Están dispuestos y, como les dice
Jesús, lo beberán. Pero en el Reino de Dios las cosas no son como nosotros a
nuestra manera humana soñamos o imaginamos. Hay algo distinto que tenemos que
hacer y que tendremos que llegar a vivir. No podemos andar a la manera de los
reinos de este mundo. Bien lo sabemos; cómo la gente aspira al poder y es aspirar
a riquezas y a dominio sobre los demás, es buscar honores y reconocimientos.
Así andamos, así lo estamos viendo todos los días, como la corrupción va
entrando en los corazones, el egoísmo y el orgullo es lo que impera, y surge
todo lo que surge que lo estamos viendo en las noticias de todos los días.
En el camino de Jesús otros son los
parámetros, otro es el estilo y la manera de hacer las cosas. Es el espíritu de
servicio el que tiene que imperar en el corazón; y eso nos tiene que hacer
humildes, ser capaces de hacernos los últimos para mejor servir a los demás,
dejar de pensar en nosotros mismos para buscar el bien y lo bueno que tenemos
que hacer. Y eso no es fácil, porque son muchas las cosas que de un lado y de
otro estarán tirando de nosotros, nos atraerán y nos tentarán. De muchos
orgullos y pedestales tenemos que bajarnos; otros caminos con los pies
descalzos tenemos que hacer.
Estamos subiendo a Jerusalén, porque
estamos haciendo el camino que nos lleva a la pascua en esta cuaresma.
¿Estaremos dispuestos a emprender el camino a la manera de Jesús? ¿Cuáles serán
en verdad nuestras aspiraciones? ¿Andaremos también a la manera de los hijos
del Zebedeo?
Mirad que no andemos también perdidos,
porque no sepamos escuchar con corazón abierto a Jesús.
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