Pablo
sí escuchó la voz que le llamaba, que le gritaba en su interior, se dejó
conducir y encontraría a quien le abriría los ojos para un nuevo camino
Hechos de los Apóstoles 22, 3-16; Sal 116;
Marcos 16, 15-18
Todos
habremos pasado alguna vez en la vida por alguna experiencia, aunque no hayamos
sabido quizás leer su significado, que nos haya impactado profundamente y nos
haya dejado como sin palabras, sin saber qué expresar o qué decir. Un
accedente, un encuentro con alguien, algo que nos llamó poderosamente la
atención sin entender su significado, algún acto heroico o extraordinario de
alguien quizá realizado en la sencillez de un momento que para muchos pasara
desapercibido, cosas que se suceden, cosas que nos impactan, cosas que parece
que nos están pidiendo algo.
¿Serán
llamadas en nuestro interior a algo distinto?
¿Serán cosas que nos duelen por dentro y que casi queremos quitárnoslas
de encima? ¿Serán una invitación a pensar, a reflexionar sobre el sentido de la
vida y de las cosas, cosas que si les hacemos caso nos tendrían que hacer
entrar en otra órbita distinta? Tendríamos que estar más atentos a cuanto nos
sucede en la vida y tener una sensibilidad distinta, porque nos hemos
endurecido demasiado y ya parece que nada nos impresiona.
¿Por qué no
podemos pensar que en esos acontecimientos, muchas veces sin embargo llenos de
sencillez Dios nos está hablando? No cerremos los oídos y nos empeñemos en
seguir nuestro camino sin importarnos esa voz interior que nos está gritando
para que le prestemos atención, lo hacemos demasiadas veces, olvidamos y
olvidamos interesadamente, no queremos recordar cosas que nos han sucedido
porque nos obligarían a pensar, porque quizás nos duelan por dentro, porque
queremos crearnos un mundo de paz en nuestro interior totalmente ficticio.
Pablo sí
escuchó esa voz que le llamaba, que le gritaba en su interior. Cayó por el
suelo. Muchas veces decimos que cayó del caballo, del que precisamente no se
habla en el texto, pero es como una imagen de lo que sucedió en su interior. Solo
él escuchó la voz que le hablaba, aunque los demás vieran los signos de su caída
y de ese comenzar a tropezar con todo porque se había quedado ciego. Como nos
sucede cuando nos quedamos sin palabras ante lo que nos sucede. Hubo alguien
que le llevó de la mano, lo levantó y lo condujo a la ciudad para terminar el
camino, pero allí le esperaba alguien, Ananías, enviado de Dios para que
encontrara la luz que le cegaba ahora pero que le haría ver de una manera nueva
de ahora en adelante.
Hoy estamos
celebrando lo que llamamos la conversión de san Pablo, de aquel Saulo que iba
camino de Damasco – más tarde cambiaría de nombre - para perseguir a los que creían
en el nombre de Jesús, pero Jesús le había salido al encuentro, nuevas eran las
señales de algo nuevo que iba a comenzar para Pablo y para la Iglesia.
Hoy nosotros
escuchamos estos textos de la Palabra de Dios que nos hablan de la conversión
de san Pablo pero tenemos que saber hacer una lectura viéndolo, leyéndolo, en
nuestra vida. Hablábamos de experiencias que hayamos podido tener en nuestra
vida, de gran impacto quizás en su momento, pero que hemos metido en el baúl de
los recuerdos que nunca queremos abrir. Abrámoslo sin temor.
Habrá habido
en nuestra vida experiencias maravillosas que son signos de esa presencia de
Dios en nosotros, que nos pedía algo, que nos llamaba la atención, que quería
ponernos en camino para algo distinto. Reavivemos esas experiencias en
nosotros, recordemos sin temor y con mucha paz, porque cuando Dios ha venido a
nosotros no viene a asustarnos, a que entremos en etapas de temor y de miedo.
Recordemos el
evangelio en el que muchas veces escucharemos que cuando Dios se hace presente
en la vida de los hombres, en una aparición angélica o en un sueño, en un
llegar a nuestro lado igual que se acercó Jesús al paralítico de la piscina, o
hizo levantar en medio de todos al paralítico de la mano seca, lo hacía siempre
para hacerles encontrar la paz. ‘No temáis’ hemos oído repetir muchas
veces en el evangelio. ‘No temáis’ nos está diciendo también hoy Jesús
que quiere poner paz en nuestro corazón, pero que quizás quiere ponernos en
camino de algo nuevo, como hizo con
Pablo.
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