Un
mundo nuevo, sí, un mundo de fraternidad, un mundo que nos tiene que llevar al
entendimiento, a la concordia, a la paz, construido desde el amor
Hebreos 10,1-10; Sal 39; Marcos 3,31-35
Algunos nos
dicen hoy que todo está cambiando, que esta sociedad en unos años no hay quien
la conozca, que conceptos tradicionales que teníamos como intocables ahora
parece que ya no son tan fundamentales, porque hay que tener otro concepto de
la familia, de la vida y de cómo queremos que sea nuestra sociedad.
Puede ser que
sea cierto eso de que esta sociedad en unos años no hay quien la conozca, tal
como vemos que marchan las cosas, tal como vemos que es lo que quiere hacer de
nuestra sociedad, tal como vemos una pérdida de valores muy importantes y que
consideramos que siguen siendo fundamentales para nuestras relaciones mutuas y
que sean verdaderamente humanas. No es cuestión de tradicionalismos a
rajatabla, pero sí de conservar aquello que tiene verdaderamente validez para
lo mejor de la vida y hasta para la felicidad del hombre, de la persona.
Alguno hoy
encandilado con sus ideas que le dan una interpretación muy particular a todo
pudiera quizás decirnos tras escuchar el texto del evangelio que hoy se nos
ofrece, que Jesús tampoco cree en la familia, porque allí están su madre y sus
parientes – hermanos como se dice en el lenguaje semita para referirse a todo
pariente - y parece que Jesús nos les
hace caso. La valoración de la familia desde el mensaje del evangelio no hay
quien nos lo pueda poner en duda. El evangelio se entiende y se explica a
través del mismo evangelio, por eso siempre tenemos que mirar en todo su
conjunto para poder captar y entender bien lo que es el mensaje de la Palabra
de Dios.
Con ocasión
de esa presencia de su madre y de sus hermanos o parientes como queramos
llamarnos, Jesús está queriendo abrirnos horizontes de mayor universalidad, y
nos está hablando de esa familia universal que entre todos tenemos que
constituir, sin olvidar por supuesta a esa familia en la que hemos nacido y en
la que nos hemos criado recibiendo los mejores valores para nuestra vida. Pero
Jesús quiere que abramos los brazos de nuestro corazón para que en verdad nos
sintamos hermanos de todos, y que si hay algo que nos une es la Palabra de Dios
que Palabra de salvación para nosotros.
Por eso nos
habla Jesús hoy de que seremos en verdad su familia si siempre y en todo
sabemos buscar la voluntad de Dios. Eso es lo importante. No buscamos nuestra
voluntad, sino el querer de Dios, el plan de Dios para nosotros que siempre
será más sublime que todos los planes, por muy hermosos que sean, que nosotros
nos podamos hacer.
Y es ahí en
ese plan de Dios, en eso que es su voluntad para nosotros es donde tenemos que
entretejer nuestra vida, en donde tenemos desarrollar eso que Dios quiere para
nosotros. Busca Dios siempre la felicidad del hombre, que alcancemos la
plenitud. El ha venido a ofrecernos ese camino que es y será siempre camino que
nos lleva a nuestra mayor plenitud.
Por eso hoy
Jesús se pregunta ante aquella situación que ahora están viviendo. ‘¿Quiénes
son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su
alrededor, dice: estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de
Dios ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Cuando
buscando la voluntad de Dios comenzamos a amarnos de verdad los unos a los
otros porque sentimos esa comunión que tiene que haber entre todos porque somos
una misma familia, estaremos expresando el amor que le tenemos a Dios de quien
queremos hacer siempre su voluntad. Es un mundo nuevo, sí, un mundo de
fraternidad, un mundo que nos tiene que llevar al entendimiento, a la
concordia, a la paz; un mundo en que estaremos siempre buscando lo mejor de la
persona y lo mejor para la persona, porque valoramos a todos y cada uno y porque
para todos y cada uno trabajaremos para que vivan siempre en ese amor y en esa
paz.
Ojalá, sí, no
conozcamos a nuestro mundo porque lo transformemos a lo mejor desde los caminos
del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario