Cuando
llevamos malicia en el corazón y nos duele ver descubierta nuestra hipocresía
recordemos que solo los limpios de corazón verán a Dios
Hebreos 9,15.24-28; Sal 97; Marcos 3,22-30
Cuando vemos
a alguien que hace cosas fuera de lo normal, lo fácil es decir que está loco.
Pero si por otra parte observamos que hace cosas extravagantes para el común de
la gente, que incluso podemos descubrir malicia en las intenciones de lo que
hace porque, por ejemplo, quiere perjudicar o hacer daño a alguien, ya nuestras
consideraciones hacia esa persona son más fuertes y ya podemos comenzar a usar
calificativos que no solo lo descalifican sino que de alguna manera lo marcan
por esa maldad que puede llevar loco; decirle que está loco ya nos parece poco
y hastiados en algún momento podemos llegar a decirle que tiene el diablo
dentro.
Algo así le
estaba pasando a Jesús, hace unos días vimos que la familia trataba de
disuadirlo de la tarea que realizaba y hasta pretendían llevárselo a casa
porque decían que no andaba en sus cabales; hoy las calificaciones son más
fuertes, porque a aquellos que no les gustaba la manera de actuar de Jesús, y
viendo que la gente sencilla se iba con Jesús, lo que querían era
descalificarlo y por eso decían que Jesús actuaba con el poder de Satanás. Si
Jesús era algo así como alguien poseído por el demonio, habría que andar con
cuidado con El y era la manera de que la gente sencilla se apartara de Jesús.
Cuando
llevamos la malicia en el corazón, cuando nos duele que nos echen en cara
nuestra hipocresía, cuando somos nosotros los que podríamos vernos
desprestigiados porque podríamos incluso perder el poder las influencias que
podamos tener y con el podamos manipular a los demás, es cierto que
reaccionamos mal, como estaba sucediendo en aquel momento.
No les valen
los razonamientos de Jesús para hacerles ver la incongruencia de sus palabras y
de su actuación, porque un reino dividido no puede sostenerse a si mismo, y
como Satanás va a luchar contra sus propios intereses cuando Jesús lo que está
haciendo es ir liberando del poder de Satanás a quienes se ven atados por el mal.
Por eso Jesús terminará con una frase tremendamente dura, diciéndonos que hay
un pecado que no puede alcanzar el perdón, y es la blasfemia contra el Espíritu
Santo.
Si no
queremos reconocer nuestro mal, si no queremos acudir allí donde podremos
obtener el perdón de nuestro pecado, claro que no obtendremos el perdón. Es un
regalo del amor de Dios que nos ofrece su perdón, pero hemos de estar nosotros
en disposición de aceptar ese regalo, si ponemos nuestra fe en Dios y en la
fuerza de su Espíritu por el que recibimos el perdón de los pecados.
No es que
Dios se niegue a darnos el perdón, somos nosotros los que nos negamos a ir a
recibirlo porque incluso estamos negando la posibilidad de ese perdón. Claro
está en el evangelio que Dios es misericordioso hasta lo infinito y siempre
está dispuesto como el padre de la parábola a esperar al hijo pródigo a la
puerta de la casa o salir al que pareciendo bueno sin embargo no da cabida en
su corazón al hermano pecador.
Así tenemos
que abrirnos a la misericordia de Dios que siempre está con los brazos abiertos
para ofrecernos ese regalo de amor que es el perdón; así ponemos toda nuestra
fe en el Espíritu del Señor que inunda nuestra vida del amor de Dios para que
seamos capaces de gozarnos en el perdón que Dios nos ofrece; así ponemos
también la mejor pureza de intención en nuestro corazón para poder descubrir
esas maravillas del amor misericordioso de Dios; ya nos decía Jesús en las
bienaventuranzas que los limpios de corazón serán dichosos porque verán a
Dios.
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