Seamos
capaces de ir poniendo nuestros granitos de sal en esos púlpitos de la vida
para que un día nuestro mundo encuentre ese nuevo sabor que desde Cristo
podemos ofrecer
1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16
De lo que
llevamos en el corazón hablan nuestros labios, se suele decir; y no es solo que
hablen nuestros labios sino que lo expresamos con el conjunto o la totalidad de
nuestra vida. Es la congruencia de un hombre maduro que actúa como piensa, vive
según sean sus principios, y no estará nunca lejano su actuar de la vida de lo
que piensa y lleva en el corazón. Eso lo podemos llamar madurez, como lo
podemos llamar congruencia. Algo importante en la vida, aunque también en ello
manifestemos muchas veces nuestra debilidad.
Es lo que nos
pide Jesús en el evangelio de diferentes maneras. En el texto que hemos
escuchado hoy se nos habla de la sal y de la luz. La sal con que hemos de
impregnar nuestro mundo para darle un nuevo sabor. Ya sabemos cómo la sal no
solo preserva de la corrupción o de que nuestros alimentos se vuelvan malos,
sino que viene a darle el sabor justo a nuestra comida, a nuestro alimento.
Resalta el sabor para hacerlo más agradable y apetitoso.
Y Jesús nos
dice que somos como la sal en medio de ese mundo que nos rodea. Y es que aquello
que por la fe llevamos en el corazón, como decíamos antes lo reflejan nuestros
labios, lo refleja nuestra vida, y es de lo que tenemos que contagiar al mundo,
con lo que tenemos que darle el sabor de Cristo a nuestro mundo.
¿Qué pasará
con nuestra sal? ¿Se habrá vuelto sosa? ¿O acaso será que somos nosotros los
que no terminamos de dejarnos impregnar por ese sabor de Cristo? Es una interpelación
muy fuerte.
Vivimos en un mundo que siempre hemos dicho que es cristiano, hay toda una cultura manifestada en tantas y tantas obras que son fruto de esa cultura cristiana que incluso de forma maravillosamente extraordinaria se expresa en el arte que hemos heredado de siglos, pero estamos viendo, sin embargo, que nuestra sociedad es cada vez menos cristiana, que a nuestra sociedad le importa cada vez menos la religión, el evangelio, Cristo o los cristianos. Es más, nos encontramos cada vez más en un mundo adverso a todo lo que suene a cristianismo, religión, iglesia, etc.…
¿Qué habrá
sucedido? ¿Nos habremos dormido en viejos laureles pero no nos habremos
preocupado en verdad de empaparnos de ese sentido cristiano y así Cristo está
cada vez más lejos de nuestra sociedad y de nuestro mundo? ¿Habrá perdido sabor
nuestra sal? ¿Ya no somos esa sal en medio del mundo que nos rodea? Es una
realidad que tenemos que reconocer y que nos tiene que interpelar a los
cristianos que tan poco influimos ya en nuestra sociedad. A mí realmente me
preocupa aunque reconozco que no sé ni cómo expresarlo bien.
Precisamente estos textos del evangelio que nos han servido de pauta para nuestra reflexión, aunque mira por donde vamos ya, nos los ofrece la liturgia porque estamos hoy celebrando a un santo además español, San Isidoro de Sevilla, que en sí mismo fue toda una enciclopedia en su vida, en su saber y en sus escritos con una influencia muy grande en la España de su época. De él no se apartó nunca su sentido de Cristo y de cristiano y eso lo insufló en todo el saber de la época a través de sus escritos. Fue un santo Obispo de Sevilla, pero fue todo un sabio de su tiempo.
Es lo que
necesitamos hoy. Que en verdad los cristianos nos hagamos muy presentes en el
mundo de hoy y también en su cultura; en diálogo por supuesto con las
corrientes de pensamiento distintas que se van generando con el paso de los
tiempos y que también afloran en la cultura actual, pero sin dejar en la sombra
nuestro pensamiento desde el sentido cristiano de la vida que tanto ha contribuido a través de la historia a la construcción
de nuestra sociedad y que puede y tiene que seguir contribuyendo hoy.
Eso es
también ser sal de la tierra y luz del mundo, como hoy nos pide Jesús en el
evangelio. No nos podemos ocultar los cristianos con nuestros miedos al mundo
de hoy, encerrándonos en nuestros cenáculos y no siendo capaces de salir a las
plazas de la vida y de la cultura de hoy para presentar también nuestro
mensaje. En nuestras manos podemos tener poderosos altavoces desde donde
pregonemos nuestro mensaje, los púlpitos de la vida moderna, que tenemos
también que saber aprovechar.
Seamos
capaces de ir poniendo nuestros granitos de sal para que un día nuestro mundo
encuentre ese nuevo sabor que en Cristo podemos encontrar.
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