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martes, 26 de abril de 2022

Seamos capaces de ir poniendo nuestros granitos de sal en esos púlpitos de la vida para que un día nuestro mundo encuentre ese nuevo sabor que desde Cristo podemos ofrecer

 


Seamos capaces de ir poniendo nuestros granitos de sal en esos púlpitos de la vida para que un día nuestro mundo encuentre ese nuevo sabor que desde Cristo podemos ofrecer

1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16

De lo que llevamos en el corazón hablan nuestros labios, se suele decir; y no es solo que hablen nuestros labios sino que lo expresamos con el conjunto o la totalidad de nuestra vida. Es la congruencia de un hombre maduro que actúa como piensa, vive según sean sus principios, y no estará nunca lejano su actuar de la vida de lo que piensa y lleva en el corazón. Eso lo podemos llamar madurez, como lo podemos llamar congruencia. Algo importante en la vida, aunque también en ello manifestemos muchas veces nuestra debilidad.

Es lo que nos pide Jesús en el evangelio de diferentes maneras. En el texto que hemos escuchado hoy se nos habla de la sal y de la luz. La sal con que hemos de impregnar nuestro mundo para darle un nuevo sabor. Ya sabemos cómo la sal no solo preserva de la corrupción o de que nuestros alimentos se vuelvan malos, sino que viene a darle el sabor justo a nuestra comida, a nuestro alimento. Resalta el sabor para hacerlo más agradable y apetitoso.

Y Jesús nos dice que somos como la sal en medio de ese mundo que nos rodea. Y es que aquello que por la fe llevamos en el corazón, como decíamos antes lo reflejan nuestros labios, lo refleja nuestra vida, y es de lo que tenemos que contagiar al mundo, con lo que tenemos que darle el sabor de Cristo a nuestro mundo.

¿Qué pasará con nuestra sal? ¿Se habrá vuelto sosa? ¿O acaso será que somos nosotros los que no terminamos de dejarnos impregnar por ese sabor de Cristo? Es una interpelación muy fuerte.


Vivimos en un mundo que siempre hemos dicho que es cristiano, hay toda una cultura manifestada en tantas y tantas obras que son fruto de esa cultura cristiana que incluso de forma maravillosamente extraordinaria se expresa en el arte que hemos heredado de siglos, pero estamos viendo, sin embargo, que nuestra sociedad es cada vez menos cristiana, que a nuestra sociedad le importa cada vez menos la religión, el evangelio, Cristo o los cristianos. Es más, nos encontramos cada vez más en un mundo adverso a todo lo que suene a cristianismo, religión, iglesia, etc.…

¿Qué habrá sucedido? ¿Nos habremos dormido en viejos laureles pero no nos habremos preocupado en verdad de empaparnos de ese sentido cristiano y así Cristo está cada vez más lejos de nuestra sociedad y de nuestro mundo? ¿Habrá perdido sabor nuestra sal? ¿Ya no somos esa sal en medio del mundo que nos rodea? Es una realidad que tenemos que reconocer y que nos tiene que interpelar a los cristianos que tan poco influimos ya en nuestra sociedad. A mí realmente me preocupa aunque reconozco que no sé ni cómo expresarlo bien.


Precisamente estos textos del evangelio que nos han servido de pauta para nuestra reflexión, aunque mira por donde vamos ya, nos los ofrece la liturgia porque estamos hoy celebrando a un santo además español, San Isidoro de Sevilla, que en sí mismo fue toda una enciclopedia en su vida, en su saber y en sus escritos con una influencia muy grande en la España de su época. De él no se apartó nunca su sentido de Cristo y de cristiano y eso lo insufló en todo el saber de la época a través de sus escritos. Fue un santo Obispo de Sevilla, pero fue todo un sabio de su tiempo.

Es lo que necesitamos hoy. Que en verdad los cristianos nos hagamos muy presentes en el mundo de hoy y también en su cultura; en diálogo por supuesto con las corrientes de pensamiento distintas que se van generando con el paso de los tiempos y que también afloran en la cultura actual, pero sin dejar en la sombra nuestro pensamiento desde el sentido cristiano de la vida que tanto  ha contribuido a través de la historia a la construcción de nuestra sociedad y que puede y tiene que seguir contribuyendo hoy.

Eso es también ser sal de la tierra y luz del mundo, como hoy nos pide Jesús en el evangelio. No nos podemos ocultar los cristianos con nuestros miedos al mundo de hoy, encerrándonos en nuestros cenáculos y no siendo capaces de salir a las plazas de la vida y de la cultura de hoy para presentar también nuestro mensaje. En nuestras manos podemos tener poderosos altavoces desde donde pregonemos nuestro mensaje, los púlpitos de la vida moderna, que tenemos también que saber aprovechar.

Seamos capaces de ir poniendo nuestros granitos de sal para que un día nuestro mundo encuentre ese nuevo sabor que en Cristo podemos encontrar.

 

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