Acudamos
al Evangelio que nos va iluminando por dentro para dar profundidad a la vida haciéndonos
crecer en una espiritualidad profunda que nos haga rebosar por dentro
Hechos de los apóstoles 5, 27-33; Sal 33;
Juan 3, 31-36
Hablamos de
lo que sabemos; o al menos, eso debería ser así. Muchas veces somos atrevidos y
queremos hablar de todo como si fuéramos expertos en todo. Es difícil, por
supuesto, tener esa sabiduría universal y que de todo pudiéramos hablar. Claro
que podemos tener nuestras opiniones, habernos ido formando nuestros criterios,
tenemos deseos de saber y buscamos cómo aprender más, no nos puede faltar ese
deseo y esa inquietud interior. Quien ha perdido ese deseo ha perdido algo
importante de su ser, se queda anquilosado, no avanza, se hace conservador de
lo que siempre ha sido así, como tantas veces decimos. Necesitamos una
sabiduría de la vida. Tenemos que ir forjándola.
Es la
búsqueda de ese sentido, de esos valores. Donde queremos también, por qué no,
aprender de los demás. Siempre podemos encontrar una sabiduría o una riqueza en
los que están a nuestro lado. Pero tiene que ser también ese cultivo de nuestra
interioridad, para no quedarnos en lo superficial y superfluo; podemos
parecernos a esas mariposas que van de flor en flor y con nada se quedan, pero
podemos ser esa abeja laboriosa que va captando el néctar de todas las flores
para elaborar la maravillosa miel en las no menos maravillosas celdas del panal
construido también con esa cera que va recogiendo también del néctar de las
flores. Qué maravilloso que supiéramos ir elaborando esa riqueza de nuestro espíritu
porque sepamos ir a lo hondo que da un sentido a nuestra vida.
Tenemos quien
nos enseña a darle esa profundidad a nuestra vida, quien es en verdad la
Sabiduría de Dios y nos concede a nosotros también ese don del Espíritu. Es de
lo que nos vamos empapando en el evangelio cuando nos dejamos impregnar por el Espíritu
de Jesús. Por eso tampoco podemos acercarnos a las páginas del evangelio de una
manera ligera y superficial. Cuántos nos dicen que eso no es más que repetir
una y otra vez lo mismo, pero es porque no han llegado a descubrir la hondura
del Evangelio. Siempre será para nosotros una nueva Buena Noticia, porque
siempre algo nuevo nos estará transmitiendo y de lo que tenemos que seguir
empapándonos.
Por supuesto
no busquemos en el evangelio lo que no nos va a ofrecer; no nos quedemos en la curiosidad
de unos datos históricos aun con el valor que puedan tener; no vayamos a buscar
respuestas de ciencia que tenemos que estudiar por otros caminos. Vamos a
buscar la Palabra de Dios, pero que no es quedarnos en espiritualismos
trasnochados quizás, sino sentir y descubrir ese sentido profundo de la vida
cuando descubrimos el verdadero sentido del Reino de Dios.
Será el
evangelio que nos va iluminando por dentro, que nos hace mirar la vida de una
forma distinta, que nos hace descubrir el valor de ese mundo que está en
nuestras manos, que nos hace tener una mirada distinta a los hombres y mujeres
que caminan a nuestro lado y que nunca ya podrán ser como unos desconocidos
para nosotros.
Es la luz que
va respondiéndonos a los interrogantes más profundos que nos podamos plantear;
es la luz que nos eleva y nos trasciende para por una parte descubrir que todo
no se queda en nosotros mismos sino que todo va a tener como una referencia en
los demás y para los demás, pero que nos eleva más allá para darle un sentido
de eternidad a nuestra vida; es lo que dará profundidad a nuestra vida, lo que
nos hará crecer en una espiritualidad profunda que nos llene y nos haga rebosar
por dentro, pero es lo que nos enseñará a actuar y vivir con madurez. Son esas
celdas maravillosas que vamos construyendo dentro de nosotros mismos para
hacernos contener esa rica miel de la sabiduría divina que Dios va depositando
en nuestro corazón.
Qué grandeza
más maravillosa encontramos para nuestra vida.
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