Andamos
con demasiados miedos y desconfianzas en la vida pero hemos de saber dar más
señales de humanidad para poder hacer una humanidad mejor
Isaías 35, 4-7ª; Sal. 145; Santiago 2,
1-5; Marcos 7, 31-37
El mundo está necesitando de gestos
proféticos; no son grandes palabras, grandes discursos lo que necesitamos
porque a eso nos acostumbramos y al final no las oímos; gestos que nos
despierten, gestos que nos hagan ver otras posibilidades, que nos inquieten
pero que también en medio de las sombras nos hagan ver la luz. Un golpe dado
sobre la mesa de manera contundente nos hace prestar más atención quizás que
las palabras bonitas y persuasivas que nos puedan estar diciendo por los
altavoces. Algo tiene que llamarnos la atención y hacer que nos despertemos de esa
vida amorfa y anodina que estamos viviendo cada día. Aunque antes dije un
golpe, quizá un pequeño detalle, un gesto sencillo nos puede hacer mejor pensar
y despertar.
El mundo se nos vuelve convulso con
nuestras prisas y con nuestros agobios, nos suceden cosas que nos inquietan y
nos hacen perder el rumbo como toda esta situación que últimamente hemos ido
viviendo, pero es que tampoco el estilo de vivir que teníamos era mejor, porque
parecía que cada uno solo miraba por sí mismo y se desentendía de los demás,
quizás no estábamos preparados para lo que se nos vino encima y no sabemos cómo
salir adelante; vamos como ciegos y sordos por los caminos de la vida buscando
algo y no terminamos quizá de encontrarlo.
Hoy nos ha dicho el profeta: ‘Decid
a los inquietos: Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el
desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará’. Y hablaba
de unas señales, los ciegos que recobran la vista, los oídos de los sordos que
se abren, la lengua del mudo que comienza a cantar y los cojos que saltan como
los ciervos. ¿Cuáles son esas señales, esos signos hoy?
El Evangelio que escuchamos nos viene a
dar esa señal. Jesús caminaba por tierra de gentiles, venía de Fenicia, Tiro y
Sidón y va atravesando la Decápolis. Y es allí donde le presentan un sordomudo
para que lo cure. Y aquí vienen los signos y los gestos de Jesús.
En esta ocasión Jesús se ha detenido
junto a aquel hombre, incluso lo toma de la mano y lo lleva a un lugar más
apartado; no importa que no sea judío, están en tierra de gentiles, pero allí
hay un hombre que sufre porque no oye y apenas puede hablar. Y Jesús
sencillamente va a poner su mano sobre él tocando sus oídos y su lengua. Ya
hemos escuchado muchas veces como entre los judíos evitaban tocar todo aquello
que les pudiera volver impuros, pero Jesús no teme tocar los oídos y los labios
de este hombre incluso con su saliva. Y será su palabra ‘¡Effetá!’ (Ábrete)
lo que liberará a aquel hombre para que pueda oír, para que pueda hablar. Todo
el episodio tiene el valor de un gesto profético que nos anuncia un mundo
nuevo, un nuevo sentido de vivir.
Decíamos al principio que el mundo
necesita gestos y señales proféticas que nos despierten para algo nuevo y
distinto. Quienes nos dejamos iluminar por la luz del evangelio tenemos una
responsabilidad muy grande. Primero porque hemos de dejarnos sorprender por
esas señales que Dios va poniendo en nuestro camino; Jesús nos sale al paso de
muchas maneras en la vida, estemos donde estemos, sea la que sea la situación
que vivamos. Hemos de estar atentos a esas señales, porque podemos encontrar
muchas cosas hermosas y enriquecedoras en las personas que están a nuestro lado
o con las que nos cruzamos en los caminos de la vida; no siempre sabemos
descubrir lo bello y lo positivo que los demás pueden ofrecernos y hemos, pues,
de saber estar atentos.
Pero es que también nosotros podemos
ser signos para los demás, tenemos que ser signos para los demás. No
necesitamos quizá hacer grandes cosas sino sencillamente sabernos detener junto
al que está al borde del camino y tender nuestra mano, como vemos que hizo
Jesús en este texto del evangelio que estamos comentando.
¿Qué sabes del sufrimiento o de las
alegrías de las personas que están cerca de ti? Vivimos muchas veces unos al lado
de los otros, pero no nos enteramos; quizá nos extrañe una reacción determinada
en algún momento, pero no sabemos cual es la situación por la que está pasando.
Nos detenemos a hablar de cosas insulsas o siempre quejándonos de lo mal que
anda nuestro mundo, pero no prestamos atención al que está al lado de nosotros.
Ese detenerse de Jesús junto a aquel hombre e incluso llevárselo aparte para
estar con él puede ser un buen signo que nosotros tengamos que aprender a
realizar. Y así podíamos pensar en muchas más cosas.
Andamos con demasiados miedos y
desconfianzas en la vida; ahora con la disculpa de los contagios quizás nos
hemos encerrado más y hasta nos hemos vuelto más inhumanos. Pues hay que dar
señales de humanidad para que podamos hacer una humanidad mejor. ‘¡Effetá!’
nos está diciendo Jesús, para abrir nuestros oídos y nuestro corazón para
ayudar a que también los demás puedan escuchar esa palabra de Jesús. Y, no lo
olvidemos, nosotros tenemos que ser esas señales que el mundo está necesitando.
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