Tendremos
que aprender a poner en medio a tantos que antes hemos desplazado y dejado a un
lado en la vida
Colosenses, 1,24-2,3; Sal 61; Lucas 6,6-11
Cuántas veces nos sucede que hay
personas en nuestro entorno que nos pasan desapercibidas; estamos en una reunión,
hay muchas personas que aportan sus ideas, participan en el diálogo y discusión
de los temas que tratamos, pero quizás allá por algún rincón hay alguien
callado, que quizá no se atreve a hablar apabullado por la palabrería de los
que mucho hablan, y casi no nos enteramos de su presencia. Gentes quizá que se
autoexcluyen de la participación, gente que se siente poca cosa y cree que poco
tiene que aportar, gente que quizá anulamos y no tenemos en cuenta y de alguna
manera vamos dejando a un lado.
Pero hay otro aspecto también por el
que anulamos a las personas; las vemos quizás con alguna limitación o
deficiencia física o discapacidad de algún tipo y siempre nos encontraremos
razones para no tenerlos en cuenta; ¿lo hacemos conscientemente? Casi nos hemos
acostumbrado a tener a esas personas al margen porque nos podemos creer que son
una carga para nosotros, porque para que puedan hacer algo siempre tendríamos
que estarle prestando nuestra ayuda y eso, pensamos, nos restaría posibilidades
de todo lo que quisiéramos hacer. Es cierto que la sociedad de alguna manera se
ha despertado y personas así han comenzado a creer en sí mismas y reclaman su
participación más activa y viva en la sociedad, y también en la Iglesia.
Me ha dado pie para toda esta reflexión
que me voy haciendo algo que nos dice el evangelio y que también casi nos puede
pasar desapercibido. Cuando comentamos este pasaje del evangelio normalmente
nos fijamos en algo que puede ser, es cierto, mensaje principal, que es toda la
relacion con el día del sábado y de su descanso. Por ahí arranca el texto
cuando los fariseos y los escribas estaban al acecho de lo que iba a hacer
Jesús, puesto que era sábado cuando habían ido a la sinagoga.
El evangelista, sin embargo, nos dice
que Jesús fijándose en un hombre que estaba allí en cualquier rincón y tenía
una mano paralizada, lo llamó y lo puso en medio. Viene, algo así, Jesús a
convertirlo en protagonista del momento, cuando aquel hombre quizá lo que
quería era pasar desapercibido. Bien sabemos el concepto que se tenía entonces
de que una enfermedad o cualquier limitación que hubiera en la vida era un
castigo de Dios por algún pecado. Justo podría parecer que tratara de ocultarse
para no verse denunciado por su pecado. Recordamos aquella pregunta que se hacían
los discípulos cuando lo del ciego de las calles de Jerusalén, ‘¿Quién pecó,
éste o sus padres, para que naciera ciego?’
Pero Jesús quiso ponerlo allí en medio.
Es un desafío de Jesús frente a todos aquellos que estaban al acecho. Allí
estaba la pregunta de Jesús sobre qué es lo que se puede hacer el sábado. ¿Qué
es lo que habría de prevalecer, la misericordia y la compasión o el estricto
cumplimiento de la ley? ¿Importaba de verdad la persona o a la persona se le
tenía que dejar en su sufrimiento?
Jesús lo puso allí en medio para que
aprendamos a valorar a la persona, tenerla en cuenta, dejarle su protagonismo,
hacer relucir y destacar sus valores que estarán siempre por encima de sus
limitaciones. La curación que realizó Jesús va mucho más allá de que recobrara
el movimiento de su mano, porque lo que Jesús en verdad le estaba haciendo
recobrar era su dignidad.
Curar es arrancar a la persona de todo
modo de vida indigna, es arrancar a la persona de la marginación y el
desprecio, de ese hundimiento en el que vive cuando se cree que nada vale o que
nada puede aportar; curar es hacerle creer en sí misma, hacerle descubrir sus
posibilidades y sus valores, es comenzar a tenerla en cuenta y escucharle y
darle su lugar que le corresponde en la sociedad en la que vivimos. Curar no es
hacer nosotros las cosas en su lugar movidos por una compasión mal entendida –
con nuestras prisas y carreras siempre queremos acabar pronto y preferimos
hacerlo nosotros para terminar antes -, sino estimularle para que sea capaz de
poner su mano, de su poner su esfuerzo, de decir su palabra, de prestar su
aportación, porque eso le hace recobrar su dignidad.
Jesús lo puso allí en medio, ¿a cuántos
tendremos nosotros que comenzar a poner también en medio?
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