Nos pregunta Jesús si le amamos y algunas veces no sabemos
qué responder porque cuando nos quitan los ropajes externos parece que nos
quedamos sin nada
Hechos 25, 13b-21; Sal 102; Juan 21, 15-19
Cuando entretejemos la
vida con los hilos y el tejido del amor será algo que lleguemos a vivir casi
espontáneamente y prácticamente no es necesario hacer continuas declaraciones
de amor y de amistad, porque será algo que fluye por si mismo. No necesita el
amigo estar preguntando siempre al otro si es amigo y si siente aprecio por él
porque los gestos, la cercanía y la preocupación que sienten el uno por el otro
lo está diciendo todo. No sería necesario que continuamente un hijo le pregunte
a su padre o a su madre si lo quiere cuando tantos son los signos del amor de unos
padres por sus hijos continuamente a lo largo del día.
Sin embargo y sin
querer retractarme de lo dicho hasta ahora en el mantenimiento de ese amor o de
esa amistad habrá muchos momentos en que no son suficientes los signos que
realicemos sino que también hemos de expresarlo con palabras. ¿Me quieres?
Preguntará acaso la madre a su hijo en momentos en que se expresa ese cariño,
como el amigo expresará cuanto es el aprecio que siente por su amigo y lo
dichoso y feliz que se siente con su amistad. Necesitamos expresar también con
palabras nuestro amor y nuestra amistad que pueden sonar a un sello fuerte con
el que queremos confirmar lo que sabemos que llevamos por dentro.
¿Conocía Jesús el
corazón de Pedro? No solo en su visión divina y sobrenatural podríamos decir,
sino humanamente después de aquel camino de años que habían hecho juntos Pedro
no podía engañar a Jesús manifestando otra cosa que lo que llevaba en su
corazón. Muchas porfías de amor había hecho Pedro por Jesús al que quería
seguir hasta dar la vida por El, aunque muchas fueran también sus debilidades
como para quedarse dormido en Getsemaní o negar que conociera a Jesús como sucedería
en el patio del pontífice. Tres veces le había negado como ya se lo anunciara Jesús.
Ahora se había lanzado
al agua cuando Juan le susurrara que el que estaba en la orilla era el Maestro
y allí estaba a los pies de Jesús queriendo, por así decirlo, remediar sus
errores y debilidades anteriores. Y es cuando surge la pregunta de Jesús. ‘Pedro,
¿me amas? ¿Me amas más que estos?’ No había sido una sola vez la que
preguntara Jesús sino que se había repetido hasta tres veces el interrogatorio.
Ya Pedro no sabia que responder. ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te
amo’.
Pero no nos vamos a
quedar en Pedro. ¿Será la pregunta que nos haga Jesús a nosotros también?
Estamos finalizando la Pascua y esta pascua que este año ha tenido unas
especiales circunstancias. Ha sido básicamente todo el tema de la pandemia con
la crisis sanitaria y social que se ha provocado y que a todos nos ha afectado
de una forma o de otra.
Pero las
circunstancias especiales en que nos hemos visto obligados a vivir con este
confinamiento social ha podido tener y ha tenido también sus repercusiones en
la expresión religiosa de nuestra vida cristiana cuando nos hemos visto
privados de nuestras celebraciones litúrgicas, contentándonos acaso en seguir
por radio, televisión u otros medios de las redes sociales dichas
celebraciones. Y es cuando nos preguntamos cuál ha sido nuestra reacción y
nuestra respuesta, hasta donde ha llegado el nivel de nuestra fe tratando de
encontrar otros cauces, otros medios para no perder la intensidad de la
vivencia del misterio pascual.
Ha sido quizá como
vernos desnudos cuando se ha quitado todo lo externo y esto no ha obligado a ir
a lo que tiene que ser siempre el fondo, el meollo de nuestra vida cristiana.
Nos podemos vestir de bonitos ropajes externos y con eso pensamos que ya está
todo hecho en nuestra vida cristiana, pero cuando nos han quitado esos ropajes,
¿cómo nos hemos quedado? ¿Qué es lo que hemos vivido? ¿Ha sido igual de intensa
en nuestro interior la vivencia del misterio pascual que celebramos?
Sí, nos pregunta
Jesús, ‘¿me amas?’ El Señor lo sabe, le amamos, sí, pero nuestro amor no
siempre es tan intenso; le amamos, pero algunas veces nos quedamos en los
ropajes externos y cuando nos los quitan parece que nos quedamos sin nada; le
amamos, pero le pedimos que nos haga crecer en el amor. Para eso nos da su
Espíritu. Lo vamos a celebrar.
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