Ofertorio y ofrenda de Cristo en que se manifiesta la gloria
del Padre y de su Hijo Jesucristo al hacernos partícipes en el conocimiento de
Dios que es la vida eterna
Hechos 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
En nuestras relaciones
de la vida social hay unas costumbres que casi se han impuesto como normas –
hoy los llaman protocolos – que nos van marcando lo que es correcto o se debe
de hacer en determinadas circunstancias. Y aunque no nos queramos dejar llevar
por los protocolos sin embargo es en cierto modo normal que en un encuentro
familiar o de amigos, sobre todo cuando se hace por determinados motivos, ya
sea un aniversario o cumpleaños, la finalización de una etapa en un trabajo o
en un programa que estemos realizando, en un encuentro en que queremos honrar a
una persona simplemente porque sentimos agradecimiento hacia ella por lo que ha
hecho por nosotros o algo así, alguien tome la palabra para hacer lo que
llamamos habitualmente un brindis que no es otra cosa que una ofrenda de
gratitud y homenaje. Unas veces con mayor solemnidad, otras veces de manera
informal o más en plan compadre, no faltarán esas palabras amigas que pueden
ser incluso un resumen de lo realizado y que motiva dicho encuentro.
En un lenguaje más
litúrgico y en referencia a lo que son nuestras celebraciones cristianas es el
momento de la ofrenda, que no es solo ni principalmente el Ofertorio sino ese
momento central de una Eucaristía, momento verdadero de la ofrenda cuando en la
plegaria eucarística no solo hacemos memoria del misterio de Cristo sino
llegamos a la doxología final verdadera ofrenda porque todo honor y gloria
queremos dar por Jesucristo a Dios Padre todopoderoso.
Pues podríamos decir
que en la Eucaristía que es la misma vida de Cristo llegamos a ese momento. Va
a comenzar no solo la celebración sino la realización de la verdadera Pascua,
la Pascua nueva y eterna de la sangre de Cristo derramada, y Jesús, podíamos
decir, hace la oración de ofrenda al Padre. Estos capítulos del evangelio de
Juan que comenzamos a leer hoy del final de la cena Pascual antes de marchar a
Getsemaní suelen llamar la oración sacerdotal de Cristo.
Y efectivamente así
es. Son palabras de Cristo que son oración al Padre donde hace entrega de su
vida; nos está recordando en lo que hoy hemos escuchado todo lo que es el
meollo o el misterio de la vida de Cristo. Es el momento de la gloria, de la
gloria de Dios que se está manifestando en la entrega y en el sacrificio de
Cristo. ‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu
Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado
sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado’.
Y nos
manifiesta en qué está esa gloria de Dios, que significa esa vida eterna que
nos quiere dar, que no es otra cosa que participar para siempre de su misma
vida. ‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y
a tu enviado, Jesucristo’. Es lo que ha venido Cristo a realizar cuando nos
ha hablado a lo largo de todo el evangelio del Reino de Dios.
¿Qué es el
Reino de Dios sino ese conocimiento y reconocimiento de Dios? Cuando llegamos a
conocer a Dios ya para siempre El será para nosotros nuestro único Señor,
nuestro único Rey. Y Jesús nos está diciendo que eso es lo que El ha realizado
darnos a conocer ese misterio de Dios, hacernos partícipes de esa vida de Dios
que nos llena de eternidad.
Y ruega
Jesús en su oración por aquellos que han creído en El, que han comenzado a
hacerse participes de esa vida de Dios porque conocen a Dios. Ahora nos queda a
nosotros orar con la oración de Jesús, hacer la ofrenda con la ofrenda de
Jesús, buscar esa gloria de Dios como Jesús es glorificado haciéndonos nosotros
partícipes de esa misma gloria. Es nuestra oración pero es nuestro camino, es
la ofrenda de amor de nuestra vida y es lo que nos llena de esperanza de un día
poder gozar también de esa visión de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario