Somos
los hombres y mujeres de la esperanza, y es el optimismo con que siempre
miramos y vivimos la vida a pesar de las incertidumbres y las oscuridades
Apocalipsis 14,14-19; Sal 95;
Lucas 21,5-11
Aun siendo muy optimistas siempre sentimos en nuestro interior una
cierta inquietud por el futuro. ¿Qué será del mañana? ¿Qué cosas pueden
suceder? ¿Lo que voy emprendiendo en la vida tendrá futuro?
Por otra parte cuando en la vida social, en el momento en que se vive,
parece que las cosas no están tan claras, que hay turbulencias en la vida, por
reina cierta confusión, porque parece que lo que hay es una lucha sin cuartel
de unos contra otros, ya suceda en el ambiente cercano en que vivimos, ya lo
contemplemos en la vida social y política porque incluso aquellos que tendrían
que ser dirigentes sensatos lo que hacen es llenarnos de confusiones con sus
luchas y sus intereses tan partidistas, más inquietudes sentimos y mayor
intranquilidad se nos mete en el cuerpo, por decirlo así. ¿Será un poco lo que
vivimos en el panorama actual?
Por otra parte el hombre siempre ha sentido inquietud en su interior
por el final; ya sea su propio final cuando le llegue la hora de la muerte y
hay que haber llenado la vida de mucha trascendencia y espiritualidad para
superar ese como miedo; ya sea en el final de la historia, de la humanidad, o
del mundo en que vivimos. Sabemos que un final vendrá, porque todo esto no es
permanente, pero ¿cómo será ese final? Agoreros se repiten a lo largo de la
historia que nos anuncian inminente ese final o incluso tenemos la experiencia
de quienes nos han venido incluso poniendo fechas.
Pero ¿no nos ha de inquietar todo eso? ¿Podemos vivir algo así como a
lo loco a ver lo que sale? ¿O vamos a amargarnos por ese incierto final, que no
sabemos cuando será? Esto es algo que todos vivimos o sentimos, salvo que
cerremos los ojos, y además es cosa que se vive y se siente en todos los
tiempos.
Hoy nos invita Jesús en el evangelio a no llenarnos de temor, a no
vivir con angustia estos momentos, a poner esperanza en nuestro corazón. El
evangelista al trasmitirnos las palabras de Jesús, y quizá por el momento que
estaba viviendo al redactar el evangelio nos entremezcla diversas situaciones.
Parte de la pregunta que se hacen cuando contemplan la belleza del
templo de Jerusalén que aparece en primer plano desde una visión desde el Monte
de los Olivos y la hermosura de la ciudad que se desparrama en su derredor. Y Jesús
les anuncia que todo aquello un día será destruido, que no quedará piedra sobre
piedra. Quizá cuando se redacta el evangelio ya habían sucedido esos
acontecimientos de la destrucción de la ciudad santa. Pero aquello para los judíos
era como una hecatombe final, al ver destruido lo que más amaban como era su
ciudad y el templo con todo lo que significaba para un judío.
Es por lo que surgen esas palabras de Jesús que nos hablan del final
de los tiempos y de la angustia que se apoderará de toda la humanidad. Pero
para una y otra situación Jesús les dice que cuando oigan hablar de todas esas
cosas no tengan pánico. Les habla de tiempos de confusión. ‘Cuidado con que nadie os engañe. Porque
muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien El momento está
cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de
revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el
final no vendrá en seguida’.
Recojamos estas palabras de
Jesús que nos valen también para los momentos que vivimos donde tanto reina la confusión.
‘No tengáis pánico’, nos dice. Con serenidad tenemos que afrontar la
vida con todos sus problemas, porque siempre nosotros los que seguimos a Jesús
tenemos que ser instrumentos de paz. Y la paz tenemos que llevarla en nuestro
espíritu, en nuestro corazón, porque será la manera de cómo la contagiemos a
los demás.
Nos será difícil y nos
costará porque todo puede parecer lucha en nuestro alrededor, pero el Evangelio
siempre tiene que ser luz para todos los hombres y esa luz la tenemos que
llevar nosotros con nuestra vida, con nuestro buen hacer, con ese amor con que
vivimos, con esa preocupación que podamos sentir por nuestro mundo y por los
demás.
Nosotros somos los hombres
y mujeres de la esperanza, y de ella tenemos que contagiar a nuestro mundo y a
cuantos nos rodean. Es el optimismo con que siempre miramos la vida, vivimos la
vida a pesar de las incertidumbres y las oscuridades.
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