La viuda que echó los dos reales en el cepillo del templo no va a salir en las fotografías de los famosos
Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Sal 23;
Lucas 21,1-4
¿Nos estaremos acostumbrando a que cuando se haga cualquier cosa nos
hagamos la foto de rigor para ponerla en las redes sociales y todo el mundo
sepa cuantas cosas hago yo? Ahora nos ha entrado el prurito de la comunicación
a través de las redes sociales y compartimos con los amigos lo que vemos, lo
que hacemos, lo que nos gusta o también en algunas ocasiones algunas críticas
ante las cosas que no nos gustan. Son nuevos medios de comunicación, de estar
en contacto con los otros al menos a través de las redes sociales aunque
también sabemos del peligro de que no tengamos la misma comunicación con los
que están a nuestro lado.
Vaya esto como un comentario que nos pueda hacer reflexionar y revisar
muchas de las cosas que hacemos y que algunas veces no sabemos ni por qué las
hacemos. Pero volviendo a lo de la foto también nos hemos acostumbrado a esas
fotos de rigor que se publican pero que se hacen desde el orgullo y quizás la
prepotencia de hacer ver lo buenos que somos cuando hacemos tantas cosas por la
sociedad. Cuando se acercan las elecciones ya estamos acostumbrados a ver esas
fotos, esos anuncios y todas esas patrañas en algunas ocasiones para cultivar
nuestro ego pero también para atraer la admiración de los demás por lo que
hacemos y de paso unos votos (!).
Claro que en esas fotos no salen los que hacen cosas pequeñas y
sencillas pero muy llenas de amor y de desprendimiento. Tantos que humildemente
hacen por los demás, tantos que desde su humildad y también desde su pobreza
sin embargo son capaces de compartir con generosidad calladamente y aunque
nadie lo sepa. Tantos que se desprenden de lo suyo, y no solo de cosas, sino de
si mismos para pensar en los otros y gastar su vida haciendo el bien, aunque
nadie lo note, aunque nadie lo valore, aunque nadie lo agradezca. Y aunque no
salen en la foto hay muchos corazones generosos así.
La viuda pobre del evangelio a las puertas del templo no hubiera
salido en ninguna foto. Mientras antes que ella otros entre grandes aspavientos
ponían sus monedad en el cepillo del templo para que todos se enterasen de lo
buenos y generosos que eran, ella calladamente no echó de lo que le sobraba
sino todo lo que tenía para sobrevivir.
Sabemos de ella porque aquel que ve los corazones y premia de verdad
nuestras buenas acciones estaba viendo lo que allí sucedía. De ahí la alabanza
de Jesús haciéndoles notar a los discípulos la grandeza de aquella humilde mujer.
Allí estaba la generosidad de aquel corazón, allí estaba la grandeza de espíritu
de aquella mujer. Sin aspavientos, sin hacerse notar, calladamente, pero una
generosidad muy grande en su corazón estaba manifestando también como ella ponía
su corazón en el Señor, en El confiaba y en sus manos se ponía.
Y nosotros que andamos rebuscando en nuestros bolsillos pensándonos
muy bien cuanto ‘podemos’ compartir. Y no son las monedas que llevemos
en nuestro bolsillo o las pocas o muchas cuentas que tengamos en el banco, es
la disponibilidad para el servicio, es el dar nuestro tiempo, es el poner
nuestra persona en actitud de servicio para hacer siempre y a quien lo necesite
sea quien sea todo lo bueno que podamos sin esperar gratitudes ni recompensas.
Porque aun andamos buscando a ver quien nos va a dar el ciento por uno de lo
generosos que nosotros hayamos sido.
Otras tienen que ser nuestras actitudes, otros son nuestros valores,
es la generosidad del corazón que ama de verdad. Cuantas cosas tendremos que
revisar en nuestras actitudes y posturas, en nuestra manera de hacer las cosas
para que no busquemos la foto.
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