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jueves, 29 de noviembre de 2018

Puede haber momentos tenebrosos en que nos parece que no vamos a encontrar salida, pero siempre hay una luz, una esperanza, podemos hacer y vivir un mundo nuevo


Puede haber momentos tenebrosos en que nos parece que no vamos a encontrar salida, pero siempre hay una luz, una esperanza, podemos hacer y vivir un mundo nuevo

Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9ª; Sal 99; Lucas 21,20-28

‘Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación’. Palabras de consuelo y esperanza, como todo lo que nos ofrece hoy la Palabra de Dios.
Y es que en la vida parece en ocasiones que vamos como derrotados. Vivimos pero porque simplemente nos dejamos llevar, las cosas van saliendo como una rutina porque quizá agobiados por muchas cosas parece que hemos perdido la ilusión. Hacemos cosas, decimos que vivimos, pero simplemente como ir poniendo piedras unas sobre otras algunas veces sin concierto, sin metas, dejándonos llevar. Pero nos hace falta despertar cada día con ilusión, con una ilusión nueva de cuanto podemos hacer, de lo que podemos mejor, de no querer dejarnos hundir, de no permitir que la rutina nos arrastre.
Es como si ya todo lo hubiéramos dado por perdido. Y cuando vamos en la vida derrotados tenemos como miedo hasta de expresarnos en lo más hondo que sentimos, de manifestarnos como somos, de que en el fondo tendríamos que estar en cada momento con deseos de crecer, pero al mismo tiempo de hacer crecer nuestro mundo, de que haya más humanidad, de que aprendamos a valorar las cosas buenas que nos vamos encontrando aunque nos parezcan insignificantes.
Y un cristiano nunca se puede sentir derrotado, aunque haya cometido muchos errores, aunque muchas veces las cosas no le hayan salido bien, aunque haya muchos problemas en si mismo o en su entorno. El cristiano siempre tiene que ser una persona de esperanza, poner ilusión en lo que hace porque sabe que está siempre poniendo su granito de arena para que el mundo sea mejor. Y es que el cristiano no se siente solo. Sabe de quien se fía, en quien pone toda su confianza.
Jesús hoy en el evangelio, en el texto que se nos ofrece en la liturgia de este día parece que nos hace una descripción un tanto derrotista. Nos habla de guerras, de venganzas, de destrucción de la ciudad santa de Jerusalén y su templo lo que era una gran calamidad para un judío, nos habla de cataclismos estelares con lo que parece el fin del mundo, pero sin embargo al final, tras esa descripción un tanto catastrofista, nos dice: ‘Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación’.
Al final una palabra que lo transforma todo, una palabra que nos llena de esperanza, una palabra que nos anuncia victoria y triunfo, como lo hace también hoy el libro del Apocalipsis, ‘se acerca vuestra liberación’. Algo nuevo va a comenzar. Aquello que había anunciado con las palabras del profeta en la sinagoga de Nazaret comienza a tener cumplimiento. Es el día del Señor, es el Año de Gracia, es el momento de la libertad, de una libertad nueva que solo en Cristo precisamente podemos encontrar.
Puede haber momentos malos en la vida, momentos tenebrosos en que nos parece que no vamos a encontrar salida, pero siempre hay una luz, siempre hay una esperanza, podemos hacer y vivir ese mundo nuevo. No podemos perder la esperanza, la ilusión, las ganas del crecimiento, los deseos de luchar, el empeño que hemos de poner en todo lo que hacemos, darle intensidad a la vida. Hay una esperanza en nosotros que nos impulsa. No nos quedaremos aturdidos ni con los brazos cruzados. El Espíritu del Señor está con nosotros. Siempre podemos recordar y escuchar: ‘Dichosos los invitados a las Bodas de Cordero’.

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