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jueves, 14 de diciembre de 2017

Cuidado que llenemos nuestra navidad de muchas luces falsas que nada alumbran porque seguimos con las mismas oscuridades en el corazón

Cuidado que llenemos nuestra navidad de muchas luces falsas que nada alumbran porque seguimos con las mismas oscuridades en el corazón

Isaías 41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15

Hermosa presentación que nos hace el evangelio de hoy de Juan el Bautista en palabras de Jesús. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista’. Grande era su misión, profeta y más que profeta, como diría en otro momento; era el que venia, ya anunciado también por los profetas, para preparar el camino del Señor; el Precursor del Mesías, el que venía delante, pero que sabia que después de él vendría Alguien más grande, del que no sería digno de desatar la correa de sus sandalias; el que llegaría a dar testimonio porque lo vio y el Espíritu del Señor se lo había señalado en su corazón ‘ese es el Cordero de Dios, el que viene a quitar el pecado del mundo’; el que en su humildad no le importaba menguar, ocultarse, desaparecer, porque el que venía era el que había de crecer, porque sería el Hijo del Altísimo del que él solamente era su profeta, ‘el profeta del Altísimo’ que habría de señalarle.
‘No ha nacido de mujer uno más grande que Juan’. Una grandeza que daría paso a un nuevo Reino, a un nuevo mundo. El lo anunciaría y nos ayudará a prepararnos para recibirlo. Nos invitará a la conversión para creer en esa Buena Noticia que llega con Jesús. El es solamente la voz que anuncia la Palabra que ha de venir y que va a establecer ese Reino nuevo. Un Reino donde se van a descubrir las verdaderas grandezas.
Es por ese camino de la pequeñez, del saber hacernos pequeños y los últimos, ese camino de la humildad, del ser capaces de desaparecer para que brillen los demás por donde aprendemos a entrar en el Reino Nuevo de Dios. Por eso tenemos que aprender a despojarnos que será quitarnos los vestidos de las vanidades para reconocer la realidad de nuestra vida, aprender a vaciarnos de nosotros mismos para hacer desaparecer orgullos y autosuficiencias, a olvidarnos de nuestras apetencias y ambiciones para descubrir cuál es la verdadera riqueza.
Juan, vivirá una vida austera; vestido solo con piel de camello y alimentándose de los saltamontes del desierto y de la miel de la abejas; es la penitencia que nos purifica aprendiendo a decirnos ‘no’ a nuestros egoísmos y autocomplacencias; es la mortificación de buscar lo que verdaderamente es importante porque llenamos nuestra vida de demasiadas cosas vacías que no nos dan sentido. Por eso invita a sumergirse en el agua del Jordán; es un signo de la purificación, de cómo queremos lavarnos y purificarnos de todas esas cosas que nos perjudican y que nos impiden llenarnos de luz; es un signo del cambio que queremos dar a nuestra vida, porque no se trata de hacer acomodos para seguir siendo o viviendo de la misma manera.
Es el verdadero camino del adviento que tendríamos que ir haciendo para llegar a vivir una navidad de verdad. Hemos llenado nuestra navidad de muchas luces falsas que nada alumbran, porque quizás en nuestro corazón seguimos con las mismas oscuridades. De cuantas cosas nos preocupamos en estos días en nombre de la navidad pero que de alguna manera nos impiden vivir la verdadera navidad.
Pensemos con toda sinceridad cuales son las principales preocupaciones que tenemos en nuestros días y vemos como el consumismo nos domina, el hacer como todos hacen sin pensar si verdaderamente ese es el sentido que tendríamos que darle a la navidad. Muchas cosas son incluso buenas, pero a las que quizá tenemos el peligro de despojarlas de su verdadero sentido. Muchas cosas que hacemos y que son luces de un día, pero que al siguiente se quedan opacas.
Miremos y escuchemos a Juan el Bautista y nos daremos cuenta que muchas cosas tendríamos que revisar. Seguiremos con estos pensamientos y reflexión. 

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