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lunes, 27 de noviembre de 2017

Ni nos valoremos nosotros ni valoremos a los demás por las apariencias sino sepamos descubrir donde está la verdadera belleza de nuestro corazón y nuestra riqueza interior

Ni nos valoremos nosotros ni valoremos a los demás por las apariencias sino sepamos descubrir donde está la verdadera belleza de nuestro corazón y nuestra riqueza interior

Daniel 1, 1-6. 8-20; Salmo: Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56; Lucas 21, 1-4

Hay quienes quieren valorarse a si mismos solamente por lo que aparentan; quieren aparecer como guapos, como poderosos, como gente importante, como quienes todo se lo saben, siempre considerándose por encima de los demás, pero luego tienen un interior vacío, no cuidan la belleza interior, y aquellos valores que son los que realmente pueden hacer grande a la persona están lejos de si mismos porque no hay sinceridad en sus vidas, porque poco les importan la verdad y la justicia, porque en sus corazones no saben sino amarse a si mismos sin tener en cuenta a los demás con los que tienen que convivir. Es tentación que todos podemos sufrir y con pena y tristeza hay que decir que son muchos los que viven en esa incongruencia de sus vidas.
Jesús quiere resaltarnos siempre en el evangelio cómo tenemos que vivir desde nuestro interior, porque solo de lo que tenemos atesorado en nuestro interior es la riqueza que aparecerá en verdad en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestras actitudes y comportamientos, en nuestro trato y relación con los demás.
Tendremos, sí, que reconocer nuestras debilidades y que nuestra vida no es perfecta, pero desde esa humildad es donde pueden brillas luego los verdaderos valores. La persona humilde y sencilla es transparente, se mostrará siempre tal como es y será capaz de ser comprensiva con los demás, para llegar a compartir su pobreza con los que están a su alrededor. Esa persona humilde y sencilla hará siempre agradable su presencia junto a nosotros, porque además estaremos aprendiendo mucho de ella, porque hay una riqueza que no veremos con nuestros ojos sino que se comunicará directamente a nuestro corazón.
Pero tenemos que tener nosotros ojos limpios para que no nos encandilen los brillos exteriores de apariencia, sino que lleguemos a descubrir su belleza interior. Nuestros ojos se pueden enturbiar en ocasiones como cuando tenemos llenos de suciedad los cristales de nuestras lentes que entonces con el brillo del sol se convertirán casi en una cortina que nos impide ver la realidad de lo bueno que está a nuestro lado. Cuantas veces decimos que no vemos claramente y es que no nos damos cuenta que los cristales de nuestras lentes están llenas de polvos y arañazos, así nos sucede que se nos puede enturbiar la visión de lo bueno que hay en los demás.
Cuando muchos ricos y poderosos hacían ostentación a la puerta del templo de lo que aparentaban generosas limosnas, pero que era la mezquindad de lo que les sobraba, Jesús nos hace fijarnos en la humilde mujer que calladamente, quizá con pena y vergüenza porque no podía ofrecer mas, sin embargo depositaba allí todo lo que en su pobreza tenía para su propia subsistencia. Jesús alaba la humildad, la generosidad, la disponibilidad y la confianza en la providencia de Dios de aquella mujer que todo lo da. Nos ayuda Jesús a descubrir allí donde parecía que nada había lo que era la verdadera riqueza del corazón de aquella mujer.
Cuanto tenemos que aprender. De qué manera tenemos que aprender donde está la verdadera riqueza de nuestra vida. Cómo siendo humildes y sencillos podremos llenar nuestro corazón de la mayor de las riquezas que es el amor y la generosidad para darnos por los demás.

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