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jueves, 12 de marzo de 2009

No nos trates como merecen nuestros pecados


Daniel, 9, 4-10
Sal. 78
Lc. 6, 36-38


La oración que escuchamos al profeta Daniel, en la primera lectura de hoy, es la oración y súplica del hombre que se siente pecador. ‘’Llegue a tu presencia el gemido del cautivo: con tu mano poderosa salva a los condenados a muerte…’ como decíamos en el salmo.
Pero además de ser esa súplica personal del hombre pecador, es también la oración del pueblo pecador que así lo reconoce ante Dios y pide repetidamente perdón, porque se ha rebelado contra el Señor ha escogido caminos lejos de los caminos del Señor. ‘Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y tus normas’.
Reconoce que no ha querido escuchar los mensajeros divinos que les querían hacer recapacitar para volver al buen camino. ‘No hemos querido escuchar a tus siervos, los profetas que en tu nombre hablaban… a todo el pueblo… nos hemos rebelado contra Dios y no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, para seguir sus leyes…’
Por eso el pueblo siente el oprobio en su vida por haber alejado del Señor cometiendo iniquidad. ‘A nosotros la vergüenza en el rostro… a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti’.
Pero el pueblo pecador, que al mismo tiempo es pueblo creyente, no deja de reconocer la bondad y la misericordia de Dios. ‘Al Señor nuestro Dios la piedad y el perdón’. Como pedíamos en el salmo ‘no recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres, que tu compasión nos alcance siempre’. Como tantas veces hemos repetido y reconocido ‘el Señor es compasivo y misericordioso’.
Jesús nos dirá que seamos compasivos, que no juzguemos nunca a los demás ni condenemos, sino que siempre seamos capaces de perdonar. ¿Por qué? Porque ‘vuestro Padre es compasivo’, y si queremos obtener misericordia y perdón, así nosotros hemos de comportarnos con los demás.
Estamos diciendo que esto tiene que ser un reconocimiento personal, una actitud personal en nuestra vida, pero es también el reconocimiento que, como pueblo de Dios, pueblo pecador y pueblo creyente, hemos de realizar.
Así lo expresa la Iglesia. Así nos lo enseña a realizar la liturgia en nuestras celebraciones. Nos reconocemos personalmente pecadores, pero como pueblo pecador solidariamente los unos con los otros acudimos al Señor invocando su misericordia y su perdón.
‘Yo confieso…’ decimos al reconocer nuestros pecados cuando comenzamos la celebración, pero también decimos una y otra vez a través de la celebración, ‘ten piedad de nosotros…’, ya sea en ese mismo acto penitencial como en el himno del gloria, y cuando invocamos al ‘Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’ repetidas veces en la celebración.
‘Yo no soy digno…’ decimos reconociéndonos pecadores antes de recibir la comunión, pero cuando le pedimos la paz y la unidad, le decimos que no mire nuestros pecados, porque somos un pueblo pecador sino que se fije en la fe su Iglesia. Así podríamos fijarnos en otros distintos momentos de la celebración de la Eucaristía.
‘No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados’, somos pecadores, somos un pueblo pecador.

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