Dios nos pide frutos a su historia de amor para con nosotros
Gén. 37, 3-4,12-13.17-28
Sal. 104
Mt. 21, 33-43.45.46
Si sembramos una semilla es porque queremos que nos dé fruto.
El agricultor echa la simiente en la tierra esperando obtener fruto en una abundante cosecha.
El padre o madre de familia trabaja y se preocupa en educar a su hijo para verlo crecer y madurar y el fruto lo tendrá en el hombre o mujer que ha criado y ha educado desarrollando mejor su propia personalidad.
El educador trabaja con los jóvenes o personas a su cargo forjando hombres y mujeres de futuro que contribuyan con su buen hacer en lograr en el mañana una sociedad mejor.
El que trabaja al frente de la sociedad en distintos cargos o responsabilidades públicas se sentirá satisfecho si logra sus objetivos y hace que todos sus conciudadanos tengan una vida mejor y haya una mayor justicia para la sociedad.
Así podemos ir pensando en todas y cada una de las facetas de la sociedad y de la vida humana, pero ¿olvidaremos acaso lo que Dios ha hecho por nosotros cuando nos ha creado y nos ha colocado en este mundo maravilloso que ha puesto además en nuestras manos y de tantas miles de maneras nos ha manifestado su amor?
La historia del hombre como la historia de la humanidad tiene en paralelo una historia de amor de Dios que llamamos historia de la salvación. Porque digamos en paralelo no es porque sea menor su importancia, cuanto que como creyentes que somos tendríamos que ver esa historia como la principal y fundamental de nuestra vida.
Sin embargo, tendríamos que preguntarnos, ¿lo tenemos en cuenta? ¿recordamos agradecidos ese actuar de Dios y su amor? ¿Damos los frutos que Dios nos pide?
La parábola escuchada es un reflejo fiel de esa historia de amor de Dios en nuestra vida y de los escasos frutos que damos, cuando no, de nuestra respuesta tantas veces negativa. ‘Había un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje’. Luego veremos como enviará a sus criados a recoger los frutos – podemos pensar en los profetas que venían de parte de Dios a estar con su pueblo – y finalmente envía a su hijo que también es rechazado. Claramente vemos la referencia a Jesús mismo, el Hijo de Dios, que morirá incluso por nuestros pecados.
Cuando escuchamos la parábola pensamos en la historia de Israel. Jesús retrata esa historia en la parábola, y precisamente la pronuncia teniendo muy en cuenta quienes eran sus primeros y principales oyentes. ‘Dijo Jesús a la multitud de los judíos y a los sumos sacerdotes esta parábola…’ Y precisamente ellos se dieron por aludidos y entendieron que Jesús hablaba por ellos. ‘Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba por ellos…’ Por eso, ‘aunque buscaban echarle mano, temieron a la gente que lo tenía por profeta’.
Pero dejaremos muy reducida la amplitud de la parábola si nos quedamos ahí, pensando en el pueblo judío de entonces, y no la aplicamos a nuestra vida concreta. Nos tiene que hacer reflexionar, revisar nuestra vida y nuestra respuesta de amor a todo lo que es el amor que Dios nos tiene. Tendríamos quizá que comenzar por hacer una lista de cosas concretas de nuestra historia personal donde vemos claramente ese amor que Dios nos tiene. Creo que si fuéramos más concientes de lo que es el amor de Dios en nuestra vida, nos sentiríamos más motivados a nuestra respuesta de amor, a dar esos frutos que el Señor nos pide.
Cuidado no nos sucede lo que nos dice Jesús al final de la parábola. ‘Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos’.
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