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domingo, 12 de octubre de 2025

Pilar de apoyo y fortaleza, pilar que señala camino y nos da seguridad en nuestras sendas es María la que escucho y plantó en su corazón la Palabra del Señor

 


Pilar de apoyo y fortaleza, pilar que señala camino y nos da seguridad en nuestras sendas es María la que escucho y plantó en su corazón la Palabra del Señor

1Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2; Salmo 26; Hechos 1, 12-14; Lucas 11, 27-28

En la complejidad de lo que es la vida, después que hayamos pasado por muchas experiencias, unas oscuras en muchas ocasiones, pero otras también llenas de luminosidad, cuando tenemos que seguir enfrentándonos al camino de la vida nos entran miedos y nos llenamos de dudas, nos sentimos inseguros, necesitamos tener claros los pasos que tenemos que ir dando y aunque haya quien nos haya dado pautas, sin embargo, nos detenemos a pensar, a reflexionar, a replantearnos las cosas, a sentir esa seguridad que necesitamos para avanzar. Buscamos unos apoyos, unos pilares que mantengan firme el edificio que pretendemos construir con la vida.

Esto son cosas que nos suceden en las responsabilidades que hemos asumido en la vida, en los trabajos que tenemos que realizar, pero también allá en lo más hondo de nosotros mismos y en nuestra propia identidad; es algo que también en el camino de la fe nos sucede y nos planteamos, buscando esa luz que nos viene de Dios por la fuerza de su Espíritu para continuar con nuestro compromiso cristiano.

Hoy el texto de la Palabra de Dios en los Hechos de los Apóstoles nos hablaba de lo que hizo el grupo de los discípulos después de aquella ultima manifestación de Jesús en que antes de subir al cielo los envió por el mundo para anunciar el evangelio. Pero ya también Jesús les dijo que se quedaran en Jerusalén hasta que recibieran la fuerza del Espíritu. Hemos de reconocer que se encontraban en una situación anímica como la que hemos venido describiendo en esta reflexión.

Allá se fueron al Cenáculo de nuevo, aquel lugar de tantas experiencias no solo en la cena pascual sino también como refugio en los momentos de la pasión de Jesús, pero también escenario, por así decirlo, de su experiencia pascual. Allí los había encontrado Jesús después de su pasión y su resurrección. Ahora allí estaban de nuevo en oración, en reflexión – algunas decisiones tuvieron que tomar como elegir al sustituto de Judas en el grupo de los Doce -, en silencio de búsqueda, en tensión de su espíritu para la misión que Jesús les había encomendado. Y nos dice que estaban no solo el grupo de los apóstoles más cercanos a Jesús sino algunas mujeres y con ellas María, la madre de Jesús.

¿Era el apoyo que necesitaban? ¿Era la búsqueda de esa fortaleza interior y ese coraje para lanzarse por el mundo para el anuncio del Evangelio? ¿Era la apertura de su mente y de su corazón para abrir los horizontes de su vida que tenía que ir más allá de aquellos rincones de su Galilea o de su tierra de Palestina, la tierra prometida que habían recibido sus padres? Y María está ocupando un lugar importante en ese grupo, por algo de manera especial la recuerda el autor de los Hechos de los Apóstoles.

Se nos ofrece este texto en la liturgia de este día en que celebramos a la Virgen en esa advocación tan querida para nosotros del Pilar. Es todo un signo y una señal en nuestra vida, en el camino de nuestra vida cristiana, en nuestro camino también de apóstoles y evangelizadores que hemos de ser en medio de nuestro mundo. Somos también los enviados del Señor que necesitamos de ese coraje, de esa fuerza interior, de esa fuerza del Espíritu como estaban allí esperando los Apóstoles en el Cenáculo y que se manifestaría en Pentecostés. Pero es una imagen y un signo muy hermoso que contemos con esa presencia de María.

¡Qué hermosa esa Advocación del Pilar! Un pilar de apoyo y fortaleza, como un edificio que hemos de edificar con sólidos cimientos pero con la fortaleza de unas columnas que den armazón al edificio. Un pilar como era los que se ponían en las antiguas calzadas romanas que atravesaban el imperio y que iba señalando rutas, que iba marcando distancias, que daba seguridad a los caminantes de seguir la ruta cierta y segura.

En la tradición de nuestra Iglesia en España tenemos desde siempre ese Pilar que quedó como signo y señal de esa presencia de María junto al apóstol que hizo el primer anuncio del Evangelio en nuestras tierras. Pero ese Pilar ha continuado presente en toda la historia de la Iglesia española a través de los tiempos para hacernos sentir esa presencia de María junto a nosotros en nuestros caminos, en nuestra vida, como lo estuvo presente, según hemos escuchado hoy en los Hechos de los Apóstoles, allí en el Cenáculo junto a los discípulos y apóstoles sobre los que había de constituirse la Iglesia. Así María ha estado siempre junto a nosotros, como Madre, como compañera de camino, como signo de luz de fortaleza para nuestras vidas.

Como nos ha dicho el evangelio en ella contemplamos la imagen de la que ha plantado la Palabra de Dios en su vida y que merecería todas las alabanzas. ‘Dichosos más bien los escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’. Aquella mujer que fue llamada bienaventurada porque en su carne se hizo carne el Hijo de Dios y con su pecho lo alimentó como Madre, lo es dichosa también por ella siempre quiso que en ella se cumpliera la Palabra del Señor. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’.

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