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lunes, 13 de octubre de 2025

No seamos ciegos para no reconocer el poder de Dios en los signos y milagros que Jesús realiza, o la sabiduría de su Palabra manifestada en sus enseñanzas y en sus parábolas

 


No seamos ciegos para no reconocer el poder de Dios en los signos y milagros que Jesús realiza, o la sabiduría de su Palabra manifestada en sus enseñanzas y en sus parábolas

Romanos 1, 1-7; Salmo 97; Lucas 11, 29-32

Cuando no tenemos confianza en la persona, todo serán dudas, todo se convertirá a la larga en un rechazo, nos pondremos en guardia ante lo que pueda hacer o lo que pueda decir la otra persona y todo se transformará en rechazo.  La confianza no es simplemente que podamos permitirnos cosas que van más allá del respeto, porque entonces nos sintamos en libertad para expresar incluso lo que pueda ser ofensivo para la otra persona. La confianza partirá de la credibilidad que le demos a lo que haga o lo que diga la otra persona, que nos llevaría a una aceptación incluso sin limitaciones ni censuras.

Por la falta de esa confianza o credibilidad pretenderemos que todo lo que nos puedan decir o presentar tiene que venir acompañado de unas pruebas claras y palpables. Siempre andaremos buscando esas pruebas, esas garantías, que parece que por otro lado no tenemos o no se nos ofrecen. Pero esa credibilidad no solo nace de la persona  que queremos aceptar, sino de las exigencias que nosotros pongamos por nuestra parte, esas garantías que nosotros pedimos, quizás por nuestros prejuicios o nuestras desconfianzas.

Al final parece que es el pez que se come la cola, no sabiendo a ciencia cierta por donde comenzar a tener o ganarnos esa confianza que exigimos. Pero ¿la daremos nosotros? ¿Mereceremos esa confianza? ¿Nos habremos ganado esa confianza? ¿Qué motivos realmente tenemos para pedir esas pruebas? ¿Será quizás ya como una costumbre en nosotros de estar pidiendo pruebas sin querer ver las que realmente tenemos ante nuestros ojos?

¿Será lo que estaba pasando con Jesús? Le están pidiendo signos sin querer descubrir todas las señales que Jesús está dejando a su paso para que en verdad creamos en El. Están por un lado estas palabras de Jesús que son como una queja ante lo retorcido de las peticiones de señales que le están haciendo continuamente. Les recuerdan quizás lo del episodio de Jonás que consideraban como un gran signo de la antigüedad. Frente a las palabras y enseñanzas de Jesús querrán quizás recordarle la proverbial sabiduría de Salomón ante la que se rindió la reina de Sabá que era reconocida por su gran sabiduría. En ese mundo de increencia que estaba surgiendo por doquier – como sigue quizás sucediendo también en nuestro tiempo – recuerdan como la gente de Nínive se convirtió a partir de la predicación de Jonás.

¿Jesús podría darles esa clase de señales? ¿O eran ciegos para no reconocer el poder de Dios en los signos y milagros que realizaba, o la sabiduría de su Palabra manifestada en sus enseñanzas y en sus parábolas? ¿Sería a ellos los que en fin de cuesta les costaba tanto convertirse ante el actuar de Jesus como aquellas le sucedía a las gentes de Nínive?

Y Jesús viene a decirles que allí hay alguien que es mucho más poderoso que Jonás o mucho más sabio que Salomón. Todo estaba dependiente de la ceguera de sus mentes y de la cerrazón de su corazón. Pero, ¿no nos estará sucediendo de forma parecida a nosotros hoy? No terminamos de saborear la sabiduría del evangelio y nos vamos corriendo tras cualquiera que nos traiga las cosas más exóticas. Muchos nos hablan hoy de esa meditación trascendental que descubren en personajes que se nos presentan de forma exótica y extraña, pero nos olvidamos de meditar, de interiorizar en el Evangelio y en toda la Palabra de Dios.

Invitamos a la gente a un silencio espiritual, a un retiro espiritual en el clima religioso de nuestras celebraciones y de nuestra liturgia y nos dicen que se aburren, que eso no sirve de nada, pero ¿no será que no quieren abrirse a lo trascendente, no será que tienen miedo de que Dios llegue a sus vidas y hable a su corazón? Dejamos a un lado toda nuestra espiritualidad cristiana fundamentada en el evangelio y con la experiencia de tantos grandes santos que han ido marcando los surcos de la historia, por irnos detrás de cualquier novedad que nos llega sin ningún fundamento verdaderamente espiritual.

¿Qué sucede en nuestros corazones para rechazar esa espiritualidad profunda que nos viene del Evangelio y donde de verdad podremos llenarnos del Espíritu de Dios? ¿No será una falta de confianza por nuestra parte la que nos está encerrando para no abrirnos al misterio de Dios?

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