Jesús
se sentó a hablar con la mujer cananea, ¿estaríamos dispuestos a hacer lo mismo
con tantos con los que nos cruzamos y evitamos tantas veces?
Jeremías 31, 1-7; Jer 31, 10-13; Mateo 15,
21-28
Cuando se acerca a nuestra puerta, nos
cruzamos por la calle o nos encontramos en un lugar de convivencia pública con
una persona extraña, reconozcamos que de alguna manera nos ponemos como en
guardia, nos mostramos precavidos, no mostramos demasiada familiaridad o
pretendemos guardar las distancias; es cierto que en la sociedad actual estamos
disfrutando de una gran movilidad y nos es fácil encontrarnos con gente
extranjera que viene a visitar nuestro lugar, vivimos en un mundo de mas
intercambio intercultural incluso, sin embargo hay algo que tenemos que
reconocer; quizás a aquel que miramos con ojos de turista, por decirlo de
alguna manera, nos es más fácil aceptarlo, porque hasta vemos una fuente de
ingresos para la economía del lugar, sin embargo, seamos sinceros, ante los que
vemos o consideramos como inmigrantes ilegales – en nuestras islas en este
momento es un problema acuciante – no los tratamos con el mismo espíritu de
acogida; son aquellos a los que ponemos distancia, de los que desconfiamos y
hasta la sociedad hace sus campañas que creo que están muy llenas de
inhumanidad.
Creo que con cosas en las que tenemos
que pensar, tienen que hacernos reflexionar, por razones de humanidad, pero también
desde nuestro sentido cristiano de la vida tenemos que ver cual tiene que ser
realmente nuestra reacción. Me ha dado pie a esta reflexión que me estoy
haciendo y compartiendo precisamente el evangelio que hoy se nos ofrece.
En este caso es Jesús el que no está en
los límites de la tierra de Israel, se ha salido, por decirlo así, por las
regiones cananeas por el norte, donde ya precisamente no son los judíos los que
predominan entre los habitantes del lugar. Dice el evangelio que Jesús se
retiró por aquellos lugares, ¿sería probablemente en esos momentos en que
quería estar más a solas con sus discípulos más cercanos para irlos
instruyendo? En territorios cercanos fue donde Jesús les hacia la gran pregunta
sobre lo que la gente pensaba de El y ellos mismos también.
Es ahora una mujer cananea la que viene
detrás de Jesús llorando y suplicando. Tiene una hija enferma y quizás habiendo
oído hablar de los signos que Jesús hacía viene a pedirle por la salud de su
hija. Parece que Jesús no le hace caso e incluso los mismos discípulos quieren
que la atienda por quitársela de encima. ¿Haremos alguna vez nosotros algo por
quitárnoslo de encima? Podría ser una buena pregunta que también nos
hiciéramos.
Jesús le dice que no ha venido sino por
las ovejas descarriadas de Israel, y en este caso no es una oveja descarriada
de Israel, pues es una cananea. Pero la mujer no se acobarda en su súplica, y
aunque Jesús le dice que no es bueno echar el pan de los hijos a los perros –
aquí habría una consideración con esa palabra con la que los judíos se referían
en ocasiones a los gentiles por no tener la fe judía – aquella mujer sigue
creyendo y confiando, porque también los perritos comen las migajas que caen de
la mesa de los amos.
Conocemos la alabanza de Jesús de la fe
aquella mujer. ‘Grande es tu fe’ y la niña se curará. Pero vamos a quedarnos en
la actitud de aquella mujer que no siendo judía sin embargo acude con gran fe a
Jesús. Y quiero mirar a esos inmigrantes, que nos viene de otras tierras
pasando también grandes calamidades para poder llegar a nuestras costas –
¡cuántos se quedan tragados por el mar en tantos naufragios de los que no
podemos tener ni siquiera el número! – y que ahora nos encontramos de aquí para
allá porque están buscando una vida mejor, una oportunidad en la vida, una mano
que los ayude a encontrar caminos nuevos.
Cuando nos cruzamos con ellos en la
calle, en nuestras plazas o en nuestros medios de transporte ¿nos habremos
detenido a mirarles a los ojos para tratar de descubrir realmente lo que hay
detrás de esas vidas? Los miramos de soslayo quizás y nos apartamos a un lado a
su paso pero, ¿qué sabemos de sus vidas, de las familias que quedaron allá en
sus lugares de origen esperando quizás una ayuda que ellos les puedan mandar
desde esta tierra que ellos sueñan como tierra de promisión?
Me he querido fijar de manera especial
en esta situación de los inmigrantes que de esa manera llegan a nuestras
costas, pero lo mismo podríamos preguntarnos qué es lo que conocemos que se
encierra detrás de esas manos y de esas miradas de quienes nos piden una ayuda.
Jesús se sentó a hablar con aquella
mujer cananea ¿estaríamos dispuestos a hacer lo mismo?
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