En
medio de nuestro camino de fe cuando nos envuelven problemáticas que nos hacen
sufrir, ¿cuál es nuestra manera de reaccionar?
Jer, 31, 31-34; Sal. 94; Mt. 16, 13-23
Hay momentos en que parece que las
emociones que se nos suceden están como enfrentadas porque igual pasamos del
entusiasmo y la euforia a momentos en que sentimos que las palabras caen como
una loza pesada sobre nosotros y no terminamos de entender lo que nos sucede.
Todos hemos tenido esos momentos de entusiasmo y hasta de alegría loca, mientras
al momento se nos suceden momentos en que todo se nos vuelve oscuro sin
encontrar comprensión para lo que sucede.
El pasaje del evangelio que hoy se nos
ofrece pareciera que va por ese camino. El grupo de los discípulos más cercanos
a Jesús se encuentran a solas con El en aquellos momentos en que de alguna
manera se sienten alejados de los entusiasmos de las multitudes que siguen a
Jesús, pero es que son momentos de intimidad, de ir abriendo el corazón, de
sentirse a gusto con Jesús, de ir manifestando incluso lo que piensan o lo que
sienten, como sucede cuando tenemos esos momentos de mayor cercanía e
intimidad.
Es ahí cuando surge la pregunta, o
mejor las preguntas de Jesús sobre algo que les obligará a abrir más aun sus
corazones aunque no sepan incluso como hacerlo. De alguna manera era preguntar
por el cariño que sentían por Jesús aunque esas no sean las palabras que se
emplean; pero es preguntar por lo que sienten la gente por Jesús y por lo que
sienten ellos por Jesús. Por eso digo, no fue una sola pregunta sino que a la
primera de lo que pensaba la gente se sucede la que va más directa a lo que
ellos piensan.
‘¿Quién dice la gente que es el Hijo
del Hombre?’ Es la primera pregunta
en la que se va a ir recogiendo lo que pensaba la gente, por lo que ellos
escuchaban; pero era también una forma de expresarse ellos que también podían
tener en su mente pensamientos semejantes. Lo llamaban el Maestro, era algo así
como reconocer en él lo que también decía la gente de que con su Palabra y su
presencia se palpaba un mensaje de Dios como hacían los profetas; esto sí que
es nuevo, se decían cuando lo escuchaban, nadie ha hablado como El, con su
autoridad. Algo de eso ellos sentían también en sus corazones, pero que muchas
veces no sabían como expresarlo y por eso lo habían dejado todo y le seguían.
Aunque ya se van manifestando Jesús
quiere algo más, que expresen libremente y con toda confianza lo que ellos
verdaderamente sentían. ‘Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?’ Es la
pregunta más directa que también es más difícil de responder. Pedro se
convierte en portavoz. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Ahí
están las palabras de Pedro, directas y con rotundidad; un día dirá que está
dispuesto a todo por El, hasta dar su vida. Ahora deja que salga lo que brota
de su corazón. Aunque Jesús le dirá que no lo dice por si mismo, que eso es
algo que le ha sido revelado del cielo, que el Padre le ha puesto en su corazón.
Y Jesús le hablará de la misión que le
tiene reservada. Ya un día le había cambiado el nombre como adelantando lo que
va a ser su misión. Es lo que ahora le dice claramente. Es Pedro, será piedra y
piedra que será cimiento, que será fundamento sobre el que se va a edificar la
Iglesia. No sé si estarán entiendo todo el significado de las palabras de Jesús
porque ahora cuando nos las trasmiten ha pasado ya la resurrección donde
llegarán a comprender todo el misterio de Jesús. Pero las palabras de Jesús son
también de confianza, ‘el poder del infierno no la derrotará’.
Momentos sí de emoción en aquella
conversación de tan gran intimidad; momentos que ponen entusiasmo en sus corazón
que se llenan de esperanza porque están vislumbrando algo nuevo que va a
surgir, que aquel seguir a Jesús como ellos han hecho por los caminos de
Galilea y de Palestina, sí han merecido la pena. Aunque todavía no terminan de
entender del todo lo que significa ser el Mesías, ellos parece que están
comenzando a ver realizados sus sueños, que eran los sueños del pueblo de Dios
que esperaba la salvación.
Pero todo no se queda ahí y es cuando
viene el desconcierto. Porque ahora les anuncia que ese Hijo del Hombre al que
ellos han proclamado ya como Hijo de Dios, ha de subir a Jerusalén para pasar
por una pascua de dolor y de sufrimiento. Porque allí en Jerusalén tendrá que
padecer mucho por parte de los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, que
iba a ser incluso crucificado, aunque al tercer día resucitaría.
Es como un jarro de agua fría. Y aquel
Pedro tan entusiasmado por Jesús y sus promesas le dice que eso no puede pasar,
que se lo quite de la cabeza. Y Jesús lo apartará a un lado, porque es una tentación
para El, porque piensa como los hombres y no piensa como Dios.
¿No serán las dudas que muchas veces también se nos meten en la cabeza? ¿No serán esos altibajos que tantas veces tenemos en nuestro seguimiento de Jesús que parece que pronto nos cansamos de seguirle y más cuando las cosas se nos pueden poner difíciles?
En toda esa
problemática que nos ofrece la vida, en toda esa problemática que vemos también
en medio de la Iglesia, en nuestras comunidades, en toda esa problemática en
que tantas veces nos vemos envueltos y que quizás nos hace sufrir, ¿cómo
pensamos nosotros y cómo actuamos? ¿A la manera de los hombres, a la manera del
mundo, en la forma de solucionar las cosas que tienen las gentes del mundo, o
actuaremos según el pensar de Dios y desde otros valores?
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