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viernes, 29 de julio de 2011

Apertura mutua y leal del corazón para sentirnos bien como en el hogar de Betania

Lc. 10, 38-42

Al escuchar los pasajes del evangelio que nos hablan de Betania en esos distintos momentos en que Jesús se encontró con aquella querida familia de Marta, María y Lázaro, mi imaginación se ha echado a volar para querer contemplar tan hermoso lugar y tan maravillosas escenas.

Un largo patio, como el de nuestras casas canarias de nuestros campos, con alguna palmera en cualquier lugar, una enredadera o parral que da sombra y cobijo a los asientos hechos quizá en los mismos muros que lo rodean, un pozo con su brocal y lo necesario para sacar el agua fresca del abastecimiento y más allá casi como una celosía un olivo a través del cual se enmarca el paisaje de los campos que rodean la casa; un portalón que da al camino, pero siempre medio abierto como siempre han estado abiertos en nuestras casas para que entren y salgan los vecinos, o cualquiera que pase por el camino se pueda detener a conversar con los que allí habitan.

No podemos olvidar que este dulce hogar de Betania está junto al camino que sube desde Jericó y se dirige a Jerusalén a través del cercano monte de los olivos desde el que ya se divisaría la ciudad. Cuántos se detendrían en aquel hogar siempre abierto y acogedor que ofrecería agua y descanso reconfortante al caminante. ¿Sería así cómo se entablaría la amistad de Jesús y sus discípulos con aquella familia? Sí sabemos que en muchas ocasiones, estando en Jerusalén o de paso por el camino, allí Jesús se detendría, como nos describe el evangelio que hoy hemos escuchado.

Quizá me detenga tanto en esta descripción porque es algo que hoy echo de menos en nuestras casas. Pasas por caminos y calles y no ves sino puertas y ventanas cerradas hasta con las persianas fechadas, como si nadie viviera tras aquellos muros. ¿Los miedos de nuestra vida moderna tan llena de violencias? ¿La desconfianza que tenemos siempre ante los demás sobre todo si son extraños o desconocidos?

Algo nos puede estar pasando porque así cerramos tras el miedo, la desconfianza y nuestros egoísmos insolidarios no sólo las puertas y ventanas de nuestras casas, sino lo que es peor las puertas y ventanas de nuestra vida. Es que la vida nos hace ser así, nos puede decir alguien. Pero yo me pregunto si quienes creemos en Jesús y ponemos como lema de nuestra vida el amor es así cómo tenemos que reaccionar ante el extraño. Fijémonos, si no, cómo caminamos por nuestras calles donde cada uno va a lo suyo y ya ni miramos al que se cruza con nosotros y quizá pueda estar deseando venir a nuestro encuentro.

Son cosas en las que me hace pensar este evangelio que estamos comentando en la fiesta de esta santa que destacó precisamente por su hospitalidad y la apertura de su corazón. En aquella casa quien llegaba a ella podía sentirse a gusto. Los afanes de Marta quizá por una parte para tenerlo todo preparado, pero la capacidad de escucha de María que no se perdía una palabra de Jesús aunque le valiera los reproches de su hermana, eran las señales de la confianza y de la acogida que allí se ofrecía.

Así se sentiría a gusto Jesús con una acogida tan hermosa. Así llegaría Jesús a llorar con ellas en su sufrimiento y desolación en la muerte de Lázaro. ‘Mira, cómo lo quería’, dirían los judíos cuando vieron caer los lagrimones por el rostro de Jesús ante el sepulcro de su amigo Lázaro. Qué hermosa comunión de amistad y de amor sincero y leal se estableció entre aquella familia y Jesús, que le hacia ser tan solidario con ellos.

¿No nos dice nada todo esto a nosotros? Creo que un primer mensaje que nos está dejando es que aprendamos a sentirnos a gusto los unos con los otros. Nos sentimos a gusto con alguien cuando nos encontramos con una mirada limpia que expresa un corazón leal y sincero, cuando somos sinceros en lo que nos decimos o manifestamos y no andamos con disimulos y reservas, cuando hay un buen corazón que sabe entrar en sintonía con el otro y es capaz de ofrecerle lo mejor en una ayuda o en un compartir, o hacer sinceramente solidario en los malos momentos.

No es sólo que yo me sienta a gusto con los otros porque sepan ofrecerme esa acogida, sino que los otros puedan sentirse a gusto conmigo porque yo sepa ir con un corazón leal y abierto hasta los demás. Desterremos las reservas y las desconfianzas, que muchas veces pueden nacer de nuestros orgullos o de la envidia que nos corroe por dentro y llega a romper la más hermosa amistad; desterremos todas esas actitudes que tan lejos están del espíritu del evangelio y que entonces tienen que estar lejos también de nuestro sentido cristiano, de nuestra manera de comportarnos como cristianos.

A estas alturas de nuestra reflexión quizá alguien podría preguntarse si en sólo en esto se queda el mensaje que podemos deducir hoy de esta fiesta de santa Marta. Aunque no dijéramos nada más, creo que de estos valores humanos estamos bien necesitados en nuestra convivencia diaria que se ve afectada continuamente por muchas cosas que la hacen difícil y casi imposible en ocasiones. Si a partir de esta reflexión comenzamos todos a poner un poquito de cada parte para que así nos sintamos más acogidos, comprendidos, ayudados mutuamente en nuestras necesidades o problemas, bendeciría y daría gracias a Dios de todo corazón que va haciendo crecer el amor en nuestros corazones. Y esto es mensaje del evangelio.

Podríamos fijarnos también en la fe y la esperanza profunda que se manifiestan en la vida de santa Marta. Aquellos encuentros con Jesús habían caldeado fuertemente su corazón en esa fe y en esa esperanza que la expresa con rotundidad en los momentos difíciles por los que tuvo que pasar en la enfermedad y muerte de su hermano Lázaro. Aunque con emoción manifiesta sus quejas a Jesús por su ausencia física a pesar de sus avisos – ‘si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano’ - proclama sin embargo su fe en Jesús. ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el que tenía que venir al mundo’, es el grito de su fe que le sale hondo del alma.

Pero una fe llena de esperanza, ‘sé que mi hermano resucitará en el último día’. Significa eso la trascendencia con que vivía su vida en la esperanza de la vida eterna. No era fácil en aquellos momentos, por una parte porque en las corrientes de pensamiento judías no todos lo tenían claro, y por otra parte porque eran momentos difíciles y de dolor por los que estaba pasando. Pero allí estaba su fe y su esperanza.

Que se mantenga firme nuestra fe, que se reanime nuestra esperanza. No nos puede faltar por muy duros que sean los momentos por los que tengamos que pasar. Tampoco nos podemos dejar influenciar por un mundo de increencia y falto de esperanza que haya a nuestro alrededor.

Nos vemos débiles, nos acecha el sufrimiento muchas veces en la enfermedad, en nuestros cuerpos doloridos, los problemas que van surgiendo en la vida nos agobian bien porque nosotros lo pasemos mal, o porque por la situación de la sociedad en la que vivimos, vemos que muchos lo están pasando mal.

No se puede debilitar nuestra fe, no podemos perder la esperanza. Creemos en Dios que es Padre bueno que nos ama y no nos abandona. Dejémonos conducir por El que nos hará ver la luz. Cuando Jesús llegó junto a la tumba de Lázaro y al pedir que la abrieran alguien le dijo que allí olía mal, porque Lázaro llevaba cuatro días enterrado. Muchos olores de muerte, de mal, de egoísmo, de violencia y de tantas cosas puede haber a nuestro alrededor. ‘¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria de Dios?’ dijo Jesús a quienes ponían obstáculos.

Nos hace falta esa fe cuando nos enfrentamos a todos esos problemas o a esa situación que contemplamos en nuestro mundo. La gloria de Dios está por encima de todo eso y si tenemos fe se va a manifestar esa gloria del Señor. El mundo para nosotros no es un túnel oscuro y sin salida, porque tenemos la luz de Jesús que nos ilumina y nos llena de esperanza.

Hemos querido escuchar con corazón abierto la Palabra del Señor en esta fiesta y recoger ese hermoso mensaje para nuestra vida que a través de san Marta también llega a nuestra vida. Pero también nuestra fiesta tiene que ser una acción de gracias a Dios. Queremos dar gracias al Señor porque ese mensaje nos llega también plasmado en unas vidas que están a nuestro lado, en un estilo de hacer, y en todo lo que representa este Hogar como un lugar en que nos sentimos acogidos, donde son de manera especial acogidos tantos ancianos y ancianas para no sentirse solos ni abandonados, para sentir el calor de ese cariño y esa atención que aquí se les presta. Pero creo que todos los que tenemos una relación con las Hermanitas y estos centros podemos decir que experimentamos en nosotros ese cariño, esa atención y esa acogida para sentirnos siempre bien cuando por un motivo u otro nos acercamos por aquí.

Santa Marta es abogada e intercesora bajo cuya protección están puestos todos los hogares de las Hermanitas; santa Marta es también ese modelo que quieren copiar en sus vidas quienes se han consagrado al Señor para la acogida, la atención y el cuidado de los ancianos y ancianas. Por todo ello tenemos que dar gracias a Dios al tiempo que pedimos la bendición del Señor para cuantos hacen posible la existencia de estos hogares.

Que el Señor las bendiga para que no les falte nunca ese cariño y ese amor tan carismático en sus vidas.

Que el Señor las bendiga para que en la generosidad de muchos haga posible que no falten los recursos para que obras así se puedan seguir realizando y se puedan mantener.

Que el Señor las bendiga suscitando numerosas vocaciones para este carisma tan especial de la atención a los ancianos y ancianas.

Que el Señor nos bendiga a todos y sintamos la protección y el ejemplo de santa Marta para que siempre hagamos que todos también se sientan bien a nuestro lado por esa sinceridad y lealtad de nuestro corazón.

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