Ex. 40, 16-21.34-38;
Sal. 83;
Mt. 13, 47-53
‘¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos!’ Lo hemos repetido en el salmo. Es la expresión del deseo de todo verdadero creyente. Estar con el Señor. Vivir en la gloria de Dios. ‘Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo’.
Este responsorio y este salmo lo hemos ido recitando, como respuesta de oración a la Palabra proclamada, después de escuchar la descripción que el libro del Exodo nos ha hecho del Santuario del Señor construido por Moisés allá en medio del campamento. Pero ese santuario material, con toda su suntuosidad, con toda la riqueza con que era adornado, porque era para el Señor, es imagen del Santuario de los cielos. Es la imagen terrena que nos recuerda esa presencia del Dios en medio de su pueblo, repito, imagen del Santuario del cielo. Allí está el verdadero y auténtico santuario de Dios.
Todo para manifestar y expresar la gloria del Señor. Porque ¿qué es el cielo? No nos quedamos en un lugar fisico, porque al estar hablando de la presencia de Dios estamos hablando de algo espiritual. El cielo es Dios, es estar en Dios, vivir a Dios en plenitud, gozar de la gloria de Dios. Humanamente mientras caminamos por la tierra necesitamos de esos templos materiales, de esos santuarios que nos manifiesten esa gloria de Dios, nos hagan presente esa gloria del Señor, nos recuerden esa presencia de Dios en medio nuestro. Es una imagen, pues, porque la presencia y la gloria del Señor no la podemos encerrar en ningun templo material. Es algo mucho más profundo e intenso con toda la inmensidad que es Dios.
Eso era, significaba, aquel Santuario levantado por Moisés allí en medio del campamento de Israel. Era la tienda del encuentro, aquel lugar que ‘cuando la nube se posaba sobre él la gloria del Señor llenaba el Santuario’. Esa presencia de la gloria del Señor estaba siendo quien en verdad guiase al pueblo en su peregrinar. Todas las imágenes con que se describe de eso nos están hablando. ‘Cuando la nube se alzaba del Santuario, los israelitas levantaban el campamento en todas sus etapas… de día la nube del Señor se posaba sobre el Santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel’. Era la señal cierta de cómo Dios estaba con ellos.
Cuando ya se establezcan definitivamente en el territorio de Canaán David querrá levantar un templo para el Señor, pero será su hijo y sucesor Salomón el que lo podrá construir. Pero ya sabemos cómo Cristo nos viene a decir que El es el verdadero templo de Dios, porque es la más grande, la más intensa, la más maravillosa presencia de Dios en medio nuestro, Emmanuel, Dios con nosotros, para nuestra vida y salvación.
Seguimos nosotros levantando templos materiales pero ya sabemos siempre que son imagen del templo celestial. Todo a imagen de Cristo, por eso nuestros templos se convierten también en signos de Cristo en medio de nuestro mundo. Seguimos aspirando a habitar en las moradas del Señor, pero ya sabemos nosotros que ese habitar en las moradas del Señor es habitar en Dios. Así centramos nuestra vida en Cristo y en El y por El siempre queremos vivir. Nuestro vivir ya no será otro que vivir a Cristo, o que Cristo viva en mí. Por lo que nosotros, como hemos reflexionado recientemente, nos convertidos en esos templos del Espíritu, en esa morada de Dios.
El templo sigue siendo para nosotros ese Santuario de Dios, ese lugar sagrado que es ‘Tienda del Encuentro’, lugar del encuentro con el Señor porque allí escuchamos de manera especial su Palabra y celebramos el culto a Dios viviendo los sacramentos. El templo sigue siendo en medio de nosotros ese signo de la presencia de Dios, pero que nos habla de ese Santuario en plenitud de los cielos que todos deseamos un día poder habitar.
‘¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos!’ Cuánto deseamos estar con el Señor. vivamos esa santidad que nos llena de la gracia del Señor y sentiremos en verdad cómo Dios habita en nosotros, somos esa morada de Dios y ese templo del Espíritu.
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