Ojalá
podamos escuchar de labios de Jesús, por la calidad de nuestro amor, que
tampoco nosotros estamos lejos del Reino de Dios
2Timoteo 2, 8-15; Sal. 24; Marcos 12, 28b-34
Hay preguntas que en ocasiones se hacen
y vienen cargadas, como alguna vez hemos reflexionado sobre ello, de malas
intenciones, de querer poner en un aprieto al que es preguntado, o también
sucede que estamos buscando una respuesta que coincida con nuestros intereses,
se va no por conocer la verdad, sino por querer afirmarnos en nuestro orgullo o
en nuestras cosas.
Pero hay preguntas, aunque nos parezcan muy sencillas y muy elementales, que están hechas con rectitud y sinceridad; preguntas que nacen del deseo de conocer y de profundizar; preguntas en las que realmente buscamos crecer, porque en la respuesta queremos encontrar una ayuda en ese camino de ascensión que tiene que ser siempre nuestra vida.
Nos pueden
parecer cosas muy elementales y que nosotros damos por sabidas, pero quien hace
la pregunta tiene una inquietud y un deseo de dar un paso más, de avanzar, de
comprender mejor, de encontrar una luz que pudiera estar faltando a su vida.
Tenemos que ser acogedores con esas personas e incluso agradecerles que nos
hagan esas preguntas, porque seguramente nos van a ayudar a avanzar también
nosotros en ese conocimiento y en esa vida.
Es lo que nos cuenta hoy el evangelio.
Cuidado nosotros no vayamos de entrada con nuestros prejuicios, por otros
escribas que acudían a Jesús con preguntas pero para ver cómo podían cogerle.
En el texto que con toda sencillez nos ofrece hoy el evangelista no encontramos
eso, sino una pregunta, sencilla y elemental, pero que en la respuesta de Jesús
precisamente nos va a ayudar a ver con toda amplitud lo que significa el amor a
Dios.
‘¿Qué mandamiento es el primero de
todos?’ es la pregunta con la que viene aquel escriba. Ya sé lo que tantas
veces hemos dicho que como escriba él tenía que saber muy bien cual era ese
primer mandamiento, porque así tenía que enseñarlo al pueblo en su misión de
escriba, y en la Escritura estaba bien claro. Pero dejemos que Jesús nos
responda y lo haga precisamente recordando lo que nos dice la Escritura Santa. ‘El
primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser’.
Jesús no hace otra cosa que recordarnos
lo que estaba en la Escritura Santa y que era algo que todo buen judío sabía y
repetía cada día muchas veces porque venía a ser algo así como una oración y
como una profesión de fe.
Pero Jesús como vemos no se queda en
responder a cual es primer mandamiento, sino que utilizando también la Escritura
concluirá. ‘El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay
mandamiento mayor que estos’. Nos a poner Jesús en un mismo nivel el
mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas con el amor que hemos de tener
al prójimo. Y nos dice ‘no hay mandamiento mayor que estos’. Ahí lo
tenemos, no hay otra forma de expresar lo que es el amor que le tenemos a Dios
que amando al prójimo. Y no de cualquier manera. Nos dice ‘como a ti mismo’.
Sí, tenemos que amarnos a nosotros mismos, y lo tenemos que hacer porque
estamos reconociendo la grandeza que Dios nos da cuando nos ama; y si nos ama
Dios, también nosotros tenemos que amarnos, porque desde ese amor de Dios
tenemos que cuidar nuestra vida.
Y el escriba en consecuencia se hace
una reflexión. Sigue ahondando en todo lo que significa ese amor de Dios y ese
amor al prójimo que Jesús le está señalando – ha sido un paso adelante que Jesús
está dando y al que está invitando a aquel escriba, como nos está invitando a
nosotros también – y el escriba concluirá que ese amor, así como nos lo ha
señalado Jesús, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Esto nos daría pie para pensar en
muchas más cosas. Y es eso fácil que hacemos muchas veces que es ofrecer cosas
pero no ofrecer amor. Nos vale pensarlo en todo lo que significa un auténtico
amor que hemos de tener a los demás – hacemos regalos pero no amamos -, pero
nos lleva también a lo que es el amor que le tenemos a Dios, hacemos ofrendas,
cuantas cosas preciosas y costosas somos capaces de regalar a la Iglesia -
¿será para que quede allí el nombre para siempre en una plaquita? – pero nos
olvidamos del amor verdadero.
Jesús le dice a aquel escriba porque se
ha hecho una reflexión muy sensata, ‘no estás lejos del Reino de Dios’. ¿Podremos
escuchar nosotros también esa alabanza de Jesús? ¡Ojalá!
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