Seamos
capaces de reconocer nuestras piedras de tropiezo y debilidades, para que
encontremos esa piedra adecuada que se convierta en piedra angular de nuestra
vida
2 Pedro 1,1-7; Salmo 90; Marcos 12,1-12
A veces no sabemos por qué reaccionamos
de una determinada manera ante situaciones que se nos presentan inesperadas o
antes cosas que nos suceden por una parte y que no entendemos por qué nos pasan
esas cosas, o también cuando alguien nos dice algo que nos toca la fibra más
delicada de nuestra vida, algo que nos afecta, algo que nos pone el dedo en la
llaga como suele decirse. Levantamos la voz, nos ponemos a gritar, surgen
actitudes o gestos de violencia en nuestras palabras o incluso en lo casi
intentamos hacer. ¿Qué nos está sucediendo?
Así vemos que fue la reacción de los
principales judíos cuando escucharon la parábola que les propone. Aquellos
viñadores a los que se les había confiado el cuidado de una viña, que además el
dueño había preparado con mucho mimo, que no quieren rendir cuentas de los
frutos recogidos para hacer los necesarios repartos entre unos y otros. Enviara
quien enviara todos fueron tratados mal, incluso el propio hijo del propietario
enviado finalmente es rechazado y lo matan fuera de la propia viña.
Se ven retratados los dirigentes del
pueblo judío. ¿Qué han hecho con aquella viña que Dios ha puesto con tanto
esmero y cuidado en sus manos? ¿Qué hicieron con los profetas enviados de Dios
que eran rechazados y muchos murieron en consecuencia? ¿Qué es lo que van a
hacer ahora con el Hijo? Nosotros que escuchamos la parábola hoy la
interpretamos fielmente poniendo cada cosa en su sitio. Pero la parábola hoy la
escuchamos no solo para interpretar cómo los judíos en la época de Jesús podían
verse reflejados en ella, sino que somos nosotros hoy los que tenemos que hacer
una lectura de la parábola viéndola en el hoy de nuestra vida, con nuestras
circunstancias, con nuestras forma de reaccionas y de entender las cosas,
porque es hoy Palabra que Dios quiere decirnos a nosotros y con lo que querrá
señalarnos algo en concreto para nuestra vida.
Pensemos en las interpretaciones que
nos hacemos tratando de que sea siempre algo suave para nosotros. también nos
cuesta enfrentarnos a la cruda realidad, tampoco nos gusta que nos ponga en el
dedo en la llaga, o en esas cicatrices que hemos ido dejando en nuestra vida
detrás de esos choques violentos de una forma o de otra que tantas veces
tenemos, detrás de esa rencillas y resentimientos que muchas veces incluso
llegan a modelar nuestro carácter y nos volvemos reservados y desconfiados,
detrás de esas vanidades con que nos adornamos para parecer buenos, para decir
que nosotros sí cumplimos cuando lo hacemos detrás de la fachada de la
apariencia pero con poca sinceridad en el corazón.
Son tantas las heridas que llevamos en
el alma que hasta nos cuesta reconocernos con sinceridad. Y no nos gusta que
nos lo digan. Matamos al mensajero que viene a señalarnos donde están nuestros
peligros. Como los obreros de la viña. Nos queremos aprovechar de todos los
méritos, que nadie nos haga sombra. Y si podemos poner un poquito más ya
estaremos arrimando bien el ascua a nuestra sardina.
La parábola nos pone en entredicho
muchas de las cosas que hacemos y a veces con toda naturalidad pero que sabemos
bien que no andamos en lo correcto, que no andamos con la conciencia muy
limpia, porque siempre tenemos nuestras pegas, nuestras disculpas, nuestras
pantallas para que no se vea con claridad allí donde metemos la pata. Y todos
podemos meter la pata, porque somos humanos y llenos de debilidades. Seamos
capaces de reconocerlo, para que encontremos esa piedra adecuada que se
convierta en piedra angular de nuestra vida. Encontraremos un verdadero tesoro.
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