No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama, porque Dios siempre va tomando la iniciativa, nos elige y nos regala con su amor
Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10; Juan 15, 9-17
Vivimos en un mundo de méritos; nos lo hemos ganado, decimos; nos creemos merecedores de todo porque tengamos unos títulos, porque hayamos hecho un recorrido en la vida, porque hayamos acumulado unos méritos. No digo que no tengamos que tener en cuenta esas cosas, y está por medio nuestra preparación, el desarrollo de cualidades y valores, la buena ejecución de aquello que se nos haya encomendado; es una forma de valorarnos y de estimularnos, es una forma de que otros también se sientan impulsados a crecer. Pero la vida es más.
No son unos méritos o unos títulos los que nos ganan el corazón de las personas; no es con una carrera con la que vamos a presentarnos ante alguien para exigirle que nos acepte y nos meta en su vida; no es lo que tengamos acumulado en nuestras ganancias lo que en verdad nos hace grandes como personas; es otra cosa que tenemos que sentir en el corazón, en lo más hondo de nosotros mismos, donde vamos a manifestar lo que es la verdadera realidad de nuestra vida y nuestra grandeza.
¿Qué es lo que verdaderamente dará grandeza a nuestra vida? ¿Qué es el fondo lo que nos puede producir mejor y más honda felicidad? Todos andamos buscando esa grandeza, esa dignidad que también tenemos que saber reconocer en los demás, esa felicidad que nos llenará de las satisfacciones más hondas. ¿Dónde encontrarlo?
Sentimos así la necesidad de amar y de sentirnos amados. Es esa relación de comunión que queremos establecer con las personas, con las personas que amamos y de las que nos sentimos amadas. Es el camino que tenemos que aprender a descubrir. Es de lo que hoy Jesús nos está hablando en el evangelio.
Como bien sabemos, estos textos que estamos escuchando estos domingos, aunque también en las lecturas de pascua en medio de la semana, están tomadas en gran parte del evangelio de san Juan y en especial de la cena pascual antes del comienzo de la pasión. Momentos de emociones fuertes, momentos de desahogo y de despedida, momentos de últimas recomendaciones. Jesús está desparramando toda la ternura de su corazón. Los discípulos amaban a Jesús y por eso su emoción y hasta su tristeza porque realmente aún terminaban de comprender todo lo que iba a suceder, por eso les veremos luego despistados, desparramados, que huyen y se esconden. Pero allí Jesús les va dejando todas las señales de su amor, que tendría que ser en verdad en lo que ellos tendrían que apoyarse para no sentirse tan escandalizados por lo que luego sucedería.
Y les dice una cosa muy bonita. Hay como una corriente de amor que parte del Padre y que a través de Jesús les llega a ellos también. De manera que si entran en esa corriente de amor algo nuevo habrán de sentir en sus corazones para que su vida fuera distinta. Pero aunque Jesús les habla claramente ellos andan como aturdidos y terminan de saborear hondamente las palabras de Jesús. Será después de la resurrección, cuando se llenen del Espíritu, cuando lo comprenderán todo y comenzarán a vivirlo intensamente.
Jesús les está diciendo que no los mira como siervos, no los mira como alguien ajeno a su corazón, para El son sus amigos, los amados, los que también se están llenando de ese amor de Dios. Porque no es lo que ellos realmente por si mismos hayan hecho como merecimientos en el tiempo que han estado con Jesús. Es Dios quien ha tomado la iniciativa.
‘A vosotros os llamo amigos’, les dice, porque ya conocéis todo lo que es el amor de Dios que se nos ha manifestado. Conocer, bien sabemos, en el sentido bíblico es algo más que tener conocimiento de algo, un conocimiento intelectual, o como quien conoce una noticia que le comunican; conocer es experimentar en si mismo, es algo mucho más hondo. Cuando María dice que no ha conocido hombre está queriendo decir que no ha tenido experiencia de lo que es el amor de un hombre, recordamos. Es ahora lo que les está diciendo Jesús. Ellos han experimentado en sí mismo lo que es ese amor y esa elección de Dios. ‘Yo os he elegido’, les dice Jesús. Les ha elegido porque les ama; en esa elección de Jesús están experimentando en sí mismos el amor que Jesús les tiene.
Todo es iniciativa de Dios. ¿Qué sucedió en el texto que hemos escuchado en la primera lectura cuando Pedro es llamado a ir a visitar la casa de aquel gentil y de repente siente que el Espíritu Santo ha inundado aquella casa llenándolos a todos del Espíritu Santo? No eran judíos, no estaban bautizados, llamaron a Pedro porque estaba en un camino de búsqueda de conocer el evangelio de Jesús, pero el Espíritu del Señor tomó la iniciativa, y por eso dirá Pedro como podrán negarles entonces el bautismo de Jesús.
Es lo que nos viene a decir también san Juan en la segunda lectura. Repito, la iniciativa es de Dios. ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios primero nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados’. Es que Dios es amor, y todo va a ser una derivación de ese amor que es Dios, de ese amor con Dios nos ama y nos entrega a su Hijo. Es mucho más que un amor de amistad, aunque Jesús empleará esa palabra para referirse a sus discípulos. Es el amor que es entrega. Por eso no hay amor más grande que el de quien da su vida por los que ama, del que se entrega por los que ama. No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama.
¿Seremos capaces de amar con un amor así? Es el amor que Jesús nos pide, porque nos pide que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado. Y no es poca cosa.
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