Cuidemos que nunca seamos obstáculo para los demás para que puedan acercarse a su Palabra y seamos todos en verdad esa familia de Jesús porque la plantemos en el corazón
Esdras 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121; Lucas 8, 19-21
Es lo que suele suceder cuando hay aglomeraciones de personas porque todos quieren ver, porque todos quieren estar en primera fila para poder escuchar mejor, y vienen los empujones, y el no dejar pasar, y los que llegan más tarde que quieren abrirse paso pero no pueden, y se crea una cierta intranquilidad, y no basta ya solo la buena voluntad, sino que de alguna manera porque afloran nuestros egoísmos y nuestros orgullos no queremos dejar pasar a nadie, y de alguna manera esa aglomeración se convierte en un estorbo para los que en verdad quieren llegar.
Pasaba así en torno a Jesús, la gente se apretujaba junto a Él porque todos querían escucharle directamente, porque querían tocarle, porque ansiaban estar junto a Jesús; pero otros no podían llegar. Les pasó a aquellos hombres que traían en una camilla a un paralítico para que Jesús lo curara, pero las puertas de la casa estaban atascadas y no podían entrar; ellos querían llegar hasta Jesús porque lo que deseaban era la salud de aquel inválido; tuvieron el ingenio de subirse al terrado para descorrer algunas tejas y por allí bajar al enfermo hasta Jesús. Jesús se admiró de la fe de aquellos hombres manifestada en esa solidaridad para hacer llegar al paralítico hasta los pies de Jesús.
Era lo que estaba sucediendo ahora. Habían venido su madre y sus hermanos, en esa expresión tan semítica para referirse a los familiares de Jesús. No podían entrar porque era mucha la aglomeración en torno a Jesús y le mandan recado. 'Tu madre y tus hermanos están fuera'. Jesús quiere resaltar algo importante. No es un desprecio a la madre y a los hermanos, como de entrada pudiera parecer si no llegamos a entender bien las palabras de Jesús. ¿Quiénes eran su madre y sus hermanos? Todos los que querían escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón.
Ya nos está diciendo, como aparecerá en otro lugar del evangelio, que María es la primera que ha plantado la Palabra en su corazón. Se había proclamado a sí misma la esclava del Señor dispuesta a que se realizara en ella cuanto la Palabra decía, y la Palabra se hizo carne en sus entrañas y ella se convirtió en la madre de Dios. Son los que escuchan y los que plantan la palabra de Dios en su corazón los que son la verdadera familia de Jesús. Y es el primer mensaje que estamos recibiendo para nuestra vida.
Pero también esta Palabra que ahora estamos escuchando, ahora estamos tratando de meditar y reflexionar me interroga en muchas más cosas. Quiero admitir y dejar por sentado nuestra buena voluntad y nuestros deseos de escuchar la Palabra de Dios para plantarla en nuestro corazón. Pero quiero fijarme en lo que está sucediendo en aquel momento con este pasaje que estamos reflexionando. En torno a Jesús había muchos que querían escucharle, por eso habían venido incluso de lejos y ahora se aglomeraban en torno a la puerta porque querían estar con Jesús.
Admitimos, es cierto, la buena voluntad, como nosotros queremos tenerla también y también somos muchos, vamos a pensarlo así, los que rodeamos a Jesús, los que nos acercamos a nuestras comunidades porque queremos escuchar la Palabra de Dios. Con buenos deseos y con buena voluntad rodeamos a Jesús. Me temo una cosa y es lo que ahora me hace pensar. ¿Seremos los que nos parece que estamos más cerca de Jesús, de la Iglesia, de alguna manera obstáculo para que otros se acerquen a Jesús?
No es una pregunta trivial, es algo serio lo que nos tenemos que plantear. ¿Seremos obstáculo para que otros se acerquen, formamos barrera en torno a Jesús y de alguna manera impedimos que los demás sientan el gusto de venir también y poder acercarse a Jesús? Es donde tenemos que analizar nuestras actitudes y posturas, las vanidades y apariencias con que a veces vamos por la vida o vamos por nuestra propia iglesia incluso en aquellas cosas buenas que queremos hacer, ese orgullo de aquellas cosas que hago pero por eso mismo se pueden convertir en obstáculo para que otros tengan también deseos de creer, ese testimonio débil que ofrecemos porque algunas veces ofrecemos una apariencia negativa que no atrae sino que puede convertirse en repulsa para los demás...
Creo que da para pensar mucho, analizar nuestras posturas y las apariencias que damos, la imagen que ofrecemos, que pueden transformarse en rechazo para los demás, como algunas veces también estamos ofreciendo nuestro rechazo a los que nos parece que están más lejos que nosotros y así andamos también con nuestros prejuicios y descalificaciones.
¿Con la humildad con que nos acercamos seremos en verdad esa madre, ese hermano de Jesús que escucha y planta la Palabra de Dios en nuestro corazón?
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