Detengámonos, hagamos silencio de los ruidos que nos ensordecen, comencemos a afinar los oídos de nuestro corazón y escuchemos a Dios
Joel 2, 12-18; Sal 50; 2Corintios 5, 20 – 6, 2; Mateo 6,
1-6. 16-18
A pesar de la austeridad
propia de estos días y de los signos propios de la liturgia de este día,
podíamos decir que se comienza hoy con cierta solemnidad haciéndonos un
llamamiento muy importante que a todos quiere despertar. Una invitación a
todos, pequeños y mayores, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de toda
condición, gente sencilla del pueblo como también a los sacerdotes, servidores
del Señor. Resonarán sonidos palpitantes y que a todos han de despertar.
‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno santo, convocad a la asamblea, reunid a la gente,
santificad a la comunidad…’
Es cierto que el mundo en
que vivimos tiene otros sonidos estridentes que resuenan también fuertemente y
que de alguna manera acallan o quieren acallar esos sonidos de la trompeta.
Andan en otros andares, son otras las cosas por las que sienten más interés,
muchos ni se enterarán del sonido de esta trompeta, pero cuidado que nosotros
también nos hayamos insensibilizado de tal manera que ya nuestros oídos estén
sordos para estas llamadas. Muchos quizás aún en este día venimos a la Iglesia,
pero cuidado nuestras mentes anden por otros lados, o aún permanezca en
nuestros oídos el ruido ensordecedor del mundo que nos rodea.
‘Convertíos a mí de todo
corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la
cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo…’
Es la llamada y es la invitación.
Es a lo que nos convoca ese toque de trompeta. Es a lo que somos convocados. A
volver nuestro corazón a Dios. A rasgar nuestros corazones. A mirar de frente
al Señor para darnos cuenta que es compasivo y misericordioso.
Es el tiempo de la
reconciliación, es el tiempo de la misericordia, es el tiempo del Señor. ‘Es
el tiempo favorable, es el día de la salvación’. Pero es necesaria una
cosa. Tenemos que ser en verdad conscientes de que necesitamos de esa
salvación. Quien dice que no necesita salvación, poco puede llegar la gracia de
Dios a él. Quien dice no necesitar de salvación, aunque se esté cayendo por un
profundo abismo, no tenderá la mano en búsqueda de quien agarrarse, en quien
apoyarse para salir de ese abismo. Por ahí tenemos que comenzar.
Porque a veces nos sentimos
a gusto de cómo estamos; nos hemos acostumbrado; lo vemos todo tan normal; no
queremos sentirnos diferentes de los que están a nuestro lado; seguimos el
ritmo de todos que ya todo nos parece bueno; al final hemos terminado por
perder la sensibilidad, nuestra conciencia se ha adormecido; hemos llegado a
crear una costra a nuestro alrededor, o quizás nos hemos envuelto en los velos
de la apariencia y de la vanidad, que no nos damos cuenta de la realidad. Hemos
terminado perdiendo el gusto por las cosas de Dios, no captamos ya la sintonía
de lo espiritual, nos hemos endurecido quedándonos solo en lo material o del
disfrute de lo más cercano y que más pronto o fácil podamos alcanzar.
Ya nos creemos no necesitar
a Dios, ¿para qué entonces rezar? Solo nos interesa lo que sea la vida fácil,
¿cómo vamos a entender lo que sea sacrificarnos por alcanzar cosas superiores?
Solo pensamos en nosotros mismos ¿para qué vamos a mirar las carencias que
puedan tener los demás, cuando son ellos los que tienen que resolvérselo por si
mismos?
Despertemos. Busquemos un
sentido a lo que vivimos, a lo que hacemos, a lo que es nuestra relación con
los demás. Detengámonos de esa loca carrera, porque no es ya que corramos mucho
o poco, sino que andamos desorientados y no sabemos ni siquiera a donde vamos
corriendo. Acalla un poco ese ruido que te envuelve y escucha esta trompeta que
te está llamando. Intenta hacer silencio en tu corazón y comienza a mirarte de
verdad; no tengas miedo de enfrentarte a tu realidad, pero no te quedes mirando
solo a ras del suelo, eleva la mirada, mira a horizontes más lejanos y más alto,
busca el más bello color para tu vida, comienza a afinar las cuerdas de tu espíritu
para que puedas descubrir otra música, que te va a conducir por nuevos caminos
de felicidad.
Comenzamos la Cuaresma.
Escuchemos la voz del Señor. Convirtamos de verdad nuestro corazón a Dios.
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