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domingo, 21 de diciembre de 2025

Pongamos silencio y disponibilidad en nuestro corazón para leer los signos de Dios y no olvidemos que podremos ser signo de Dios para muchos que te rodean

 


Pongamos silencio y disponibilidad en nuestro corazón para leer los signos de Dios y no olvidemos que podremos ser signo de Dios para muchos que te rodean

Isaías 7, 10-14; Salmo 23; Romanos 1, 1-7; Mateo 1, 18-24

Pide un signo, una señal, al Señor, tu Dios, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo’, le dice el profeta al rey Ajaz. Pero el rey no se atreve a pedir señales aunque el profeta se las dará. En cambio José si está esperando señales; hay cosas que están sucediendo que no entiende, prefiere esperar aunque su corazón está pidiendo algo.

No se trata aquí de señales de tráfico, que las carreteras están llenas de ellas. Son otros caminos más profundos los que necesitan señales, ‘en lo  hondo del abismo o en lo alto del cielo’, como decía el profeta. En ocasiones nos sentimos en lo más hondo del abismo, aunque luego tengamos otros momentos de exaltación; pero en una y otra ocasión no sé si sabremos siempre leer lo que nos sucede. Las palabras en la escritura se conforman con signos que ya estudiamos desde pequeños para saber leer; en esos signos escritos algo se nos quiere decir y para eso hemos hecho un aprendizaje; en los signos que nos van apareciendo en la vida también tendríamos que saber leer, haber hecho un aprendizaje, pero siempre estamos a tiempo.

José se interroga por dentro ante lo que está sucediendo y estaba queriendo encontrar esos signos, esas señales; es la tarea, por así decirlo, de todo creyente; en los mismos textos que estos días se nos están ofreciendo lo encontramos, Zacarías se pregunta incrédulo en el templo cuando el ángel del Señor le anuncia que su mujer va a concebir a pesar de la vejez, y le costará entender. María también se ha quedado dando vueltas en la cabeza al mensaje del ángel; no conoce varón ¿cómo va a ser madre? Está pidiendo señales, quiere saber leer esos signos de Dios aunque ella siempre estás disponible para Dios.

¿Tendremos nosotros que leer algunos signos también ahora cuando escuchando esta Palabra de Dios estamos dando los últimos pasos en la preparación de la Navidad? Aprender a leer esas señales de Dios nos hará que podamos vivir una verdadera Navidad;  no nos podemos quedar en superficialidades, desde lo hondo de nosotros mismos nos queremos elevar también hasta Dios para escucharle, para recibirle. Ahí en lo que somos y vivimos, ahí en lo que son los problemas de cada día, ahí en ese mundo concreto que vivimos con todas sus circunstancias, ahí en la manera incluso en que el mundo que nos rodea tiene la forma de celebrar la navidad, ahí en los grandes problemas de nuestra sociedad y de nuestro mundo, ahí quiere llegar la Navidad, ahí quiere llegar Dios y tenemos que descubrir cómo y qué parte tenemos nosotros en ello.

Porque nosotros hemos de leer esos signos de Dios, pero también hemos de reconocer que nosotros tenemos que ser esos signos de Dios para el mundo que nos rodea; será la forma en que celebremos la navidad, en que vivamos la navidad, será la profundidad que le demos a lo que hacemos estos días, será el nuevo sentido en el que tenemos que envolver cuando hacemos. Y es lo que este último domingo tenemos que descubrir.

El ángel del Señor se le manifestó en sueños a José y José comprendió todo el misterio de Dios que allí se estaba manifestando. ¿Se preguntaría por qué tenían que sucederle a él todas esas cosas? Se lo preguntaría como nosotros también tantas veces nos preguntamos, pero en José había disponibilidad, había generosidad en su corazón, y recibió a María, su mujer, en su casa como le había pedido el ángel. Fue un ponerse en camino, porque todo no terminaba ahí, vendría el edicto del emperador y el viaje inesperado a Belén, pero todos los acontecimientos que luego se sucedieron casi como una cascada, porque el regreso a Nazaret no fue tan pronto como hubiera deseado, con la huída a Egipto por medio. Pero José era un hombre de fe y seguía escuchando a Dios, seguía leyendo los signos de Dios.

Cada uno de nosotros ha de hacer su lectura en su propia vida y en cuanto le acontece. Sepamos encontrar momentos de silencio y de recogimiento porque entre el ruido y los afanes de las cosas nos va a ser más difícil escuchar ese susurro de Dios en nuestro corazón. Dios llega a nosotros de la forma que menos lo esperamos porque Dios siempre se hace sorprender en nuestra vida. Pero su sorpresa siempre es una sorpresa de amor, es el regalo más hermoso que podemos recibir que no es ni papá Noel ni lo Reyes Magos quienes nos lo van a traer.

Pongamos silencio y disponibilidad en nuestro corazón para leer los signos de Dios. No tengamos miedo a lo que nos diga o nos pida el Señor. Que no nos falte la paz en nuestro interior que será la base de la paz que vayamos logrando en el mundo que nos rodea. Y recuerda que tú podrás ser, o tendrás que ser signo de Dios para muchos que te rodean, con tu presencia, con tu palabra, con tu compañía en el camino de la vida, con tu generosidad, con tu amor.

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