Hay
preguntas que tenemos que tomárnoslas en serio como qué es lo que realmente nos
hace felices y qué es lo más importante para nuestra vida
Ezequiel 37, 1-14; Salmo 106; Mateo
22, 34-40
Ni aún en aquello que todos buscaríamos
para ser felices, nos pondríamos de acuerdo. Todos queremos ser felices,
buscamos la felicidad, es cierto, pero bien sabemos que a todos no nos hace
felices lo mismo. Intentando ponernos un poco sensatos podremos decir incluso
cosas bonitas, de que buscamos la felicidad de los demás, que buscamos aquello
en lo que verdaderamente nos realicemos, que tengamos una buena conciencia, y así
podríamos decir muchas cosas bonitas, pero en el fondo ¿qué buscamos para ser
felices? Y por ahí aparecen nuestras ambiciones, nuestras pasiones, nuestros
sueños y hasta nuestros egoísmos de pensar solo en nosotros mismos. Nos daría
qué pensar.
Me vale esto como introducción a lo que
hoy nos presenta el evangelio. Por medio están las discusiones con Jesús, el
pretender dejarlo callado y parece que se van sustituyendo unos a otros en cola
buscando un argumento nuevo con el que enfrentarse a Jesús o buscar la manera
de dejarlo callado y en evidencia. Ha hecho callar a los saduceos y ahora son
los fariseos con los maestros de la ley los que vienen haciendo preguntas.
Pudiera parece una pregunta muy
elemental y que nos podría hacer pensar que o tiene sino una única respuesta.
Pero bien sabemos que tampoco entre ellos se ponían de acuerdo, y por allá
andan precisamente los rigoristas fariseos con su pregunta. Bien sabemos qué
hincapié hacían ellos con algunas cosas mientras otras que estaban también en
la ley de Moisés las dejaban de lado.
¿Nos pasará a nosotros lo mismo?
Poniéndonos sensatos como decíamos antes podemos decir cosas bonitas o
aprendidas de memoria; pero si
preguntamos al conjunto de los que nos rodean qué es lo que sería más
importante de todo lo que tenemos que hacer como creyentes y como cristianos,
nos encontraremos también con las más diversas respuestas. Que si todos tenemos
que respetarnos y tratarnos bien, que si nos portamos bien con aquellos que se
portan bien con nosotros, que si somos amigos de nuestros amigos pero los
demás… ya nos lo pensaremos, que si tenemos que hacer el bien cuando podamos (y
ya veremos cuan pocas veces podemos), que si hay que ir de sinceros por la vida
y no podemos ser unos fachas para los demás, y desgranaríamos un montón de
cosas que irían apareciendo en esta hipotética lluvia de ideas que nos hagamos.
Es más importante de lo que pensamos
este planteamiento que se nos hace en el evangelio. Porque no es solamente la
pregunta que los maestros de la ley le hicieron a Jesús para ponerlo a prueba –
que poco nos importarían hoy las malas intenciones que pudiera tener aquella
gente – sino que desde la Palabra de Dios se nos está interrogando a la
sinceridad de nuestra vida cuál es ese mandamiento importante.
Nos puede parecer cosa sabida de
catecismo la respuesta que estamos escuchando en el evangelio, pero realmente
nos preguntamos nosotros por el amor de Dios, por el amor que le tenemos a
Dios, como decimos en el catecismo, sobre todas las cosas, o como se nos dice
aquí ‘con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’. No es
cosa baladí, no son meras palabras que podamos poner o quitar según nos
convenga, es algo que va a afectar realmente a toda nuestra vida.
Jesús ha venido anunciando la llegada
del Reino de Dios, está en el centro de su mensaje, pero repito que no son solo
palabras; es poner en verdad a Dios como el centro único de nuestra vida, ‘corazón,
alma, mente’, se nos dice. ¿Dios está en verdad en el centro de nuestro corazón,
de nuestros pensamientos, de lo que es la motivación más profunda de nuestra
vida? Cuando hacemos examen de conciencia pasamos demasiado rápido por este
primer mandamiento, nos lo damos por sabido y por cumplido; pero vayamos
analizando lo que hacemos, lo que es nuestra vida de cada día, nuestras
preocupaciones y nuestras ocupaciones, ¿qué lugar ocupa Dios en todo ello? ¿También
cuando podamos o cuando nos sobre tiempo?
Pero Jesús en la respuesta no se queda
ahí, porque nos dice que el segundo es igual de importante. ‘El
segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Semejante,
no los podemos separar porque el uno se cumple y se realiza en el otro. Y
porque no estamos hablando de un amor cualquiera. ‘Como a ti mismo’, nos dice.
Y amarnos a nosotros mismos eso sí que lo haremos. Y ya sabemos cuantas cosas
podríamos señalar para decir que nos amamos. Porque tenemos que amarnos porque
amamos la vida y queremos vivir, y buscar lo mejor, y darle la mayor dignidad a
la vida, y hacernos querer y respetar, y valorar lo que somos como nos gozamos también
en lo que hacemos, y así podríamos seguir diciendo muchas cosas. Pues nos dice
Jesús ‘y a tu prójimo como a ti mismo’.
Y nos concluirá Jesús que ‘en estos
mandamientos se sostienen la ley y los profetas’. Está respondiendo Jesús a
unos maestros de la ley. ¿Por dónde ha de ir nuestra búsqueda de la felicidad,
como habíamos comenzado planteándonos? ¿Qué es lo realmente importante para
nuestra vida?
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