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martes, 10 de febrero de 2015

El culto agradable al Señor tiene que arrancar desde lo más hondo de nuestro corazón con la fuerza del Espíritu

El culto agradable al Señor tiene que arrancar desde lo más hondo de nuestro corazón con la fuerza del Espíritu

Génesis 1,20–2,4ª; Sal 8,4-5.6-7.8-9; Marcos 7,1-13
‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. Son duras las palabras de Jesús, recordando lo dicho por el profeta Isaías; a continuación les señala cosas muy concretas de lo que se habían convertido en normas y leyes en el pueblo de Israel.
Pero no nos contentemos con comentar lo que sucedía en tiempos de Jesús y que Jesús denuncia, sino que eso tenemos que escucharlo hoy, en nuestra vida. ¿Cuál es el culto verdadero que nosotros le ofrecemos al Señor? Podríamos decir que con la sagrada liturgia que celebramos estamos ofreciendo el sacrificio más agradable al Señor, porque cada vez que celebramos una acción litúrgica estamos ofreciendo el sacrificio de Cristo. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús’ decimos, es cierto, cada vez que celebramos la Eucaristía, memorial de la pascua del Señor, de su muerte y resurrección.
Pero ¿dónde tenemos puesto nuestro corazón? ¿Qué profundidad le damos a cada una de nuestras celebraciones sagradas? Lo que decimos con nuestros labios o realizamos con nuestros gestos y ritos ¿lo estamos en verdad viviendo en lo más hondo de nosotros mismos? ¿Podría sucedernos en algún momento que se está cumpliendo en nosotros lo denunciado por Jesús que le honramos con los labios pero el corazón lo tenemos lejos de El?
Y no es solo que en algún momento nuestra atención se distraiga por cualquier motivo mientras estamos en la celebración, porque no siempre nos concentramos debidamente y surgen las distracciones. Sería lo menos importante, esas distracciones pasajeras, contra las que, es cierto, también tenemos que luchar.
Lo peligroso y que sería una tremenda tentación es que nos contentemos con realizar bien nuestros ritos, pero nuestra vida vaya por otros derroteros. Si estamos celebrando los misterios de nuestra salvación, es porque esa salvación estamos queriendo vivirla. Si celebramos el misterio de Cristo, es porque en verdad estamos queriendo hacer que Cristo sea el centro de nuestra vida. Si decimos que estamos escuchando la Palabra de Dios, es porque queremos plantar de verdad esa Palabra de Dios en nuestra vida y estamos esforzándonos con la gracia del Señor a dar fruto.
Nos expresamos a través de signos y de ritos pero que tienen que tener hondo significado en nuestra vida; por una parte que comprendamos bien el significado de nuestros ritos conociéndolos bien; por supuesto, tenemos que ser fieles porque con ellos estamos queriendo expresar y vivir algo grande y misterioso como es la salvación que Dios nos ofrece en su amor. Pero no nos quedemos en ritualismo, sino que pongamos corazón, pongamos vida en aquello que hacemos.
Porque el culto agradable al Señor tiene que arrancar desde lo más hondo de nuestro corazón, desde lo más hondo de nuestra vida. Pero no somos nosotros los que por nosotros mismos hacemos ese culto agradable a Dios, sino en la medida en que lo vivimos unidos a Cristo, porque es con Cristo, por Cristo y en Cristo donde y cómo podemos dar la mejor gloria a Dios, nuestro Padre del cielo. Que esas palabras de la doxología, al final de la plegaria eucarística, las vivamos siempre en su más hondo sentido, dejándonos conducir por el Espíritu Santo que clama desde lo más hondo de nosotros y llena nuestro corazón.

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