La curación del sordomudo una señal para nosotros para abrir nuestra vida a una nueva relación y comunión con los demás
Génesis
3,1-8; Sal
31; Marcos
7,31 37
‘Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los
sordos y hablar a los mudos’. Venía camino del mar de Galilea ‘y le presentaron un sordo, que, además,
apenas podía hablar’. Ya hemos escuchado el relato. Lo cura. Mete sus dedos
en los oídos, toca la lengua con saliva; son los signos y los gestos de Jesús,
de lo que ya hemos hablado. ‘Se le
abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin
dificultad’. Ya vemos el asombro de cuantos contemplan el milagro.
Un signo de Jesús que nos
quiere decir muchas cosas. Todos seguramente hemos tenido la experiencia de
tener que comunicarnos con una persona sorda o una persona mucha; cuánta
dificultad para hacernos entender. Aunque reconocemos que hoy se ha avanzado
mucho, por así decirlo, para entrar en comunicación con estas personas con el
lenguaje de los signos, sin embargo sabemos de las reticencias de muchos de los
que padecen esta discapacidad, que pudiera convertirse en muchas ocasiones en
desconfianzas o ser personas que viven en su mundo y de alguna manera pueden
aislarse de los demás, cuando no seamos nosotros los que creemos también ese
aislamiento.
No es el camino del
aislamiento lo que Dios para nuestras relaciones humanas; nos ha dado medios
para que seamos capaces de entrar en relación los unos con los otros y de
ninguna manera podemos permitirnos ese aislamiento o esa cerrazón. Nos lleva a
un compromiso por nuestra parte para acercarnos a esas personas y buscar la
manera de entrar en ese relación humana entre unos y otros.
Sin embargo este signo que
realiza Jesús al curar a este sordomudo del evangelio para ser señal para
nosotros de muchas cosas más. Podríamos pensar en cómo nos hacemos tantas veces
oídos sordos a la voz de Dios y no queremos escucharle, no nos queremos dejar
iluminar por su palabra. Pero podemos pensar también en las barreras que muchas
veces hacemos infranqueables con las que ya sea por nuestro carácter o manera
de ser, ya sea por nuestros defectos o nuestros complejos hacen que nos
aislemos nosotros de nuestro entorno o incluso dificultemos que los demás
puedan acercarse a nosotros.
Son barreras que tenemos que
derruir; es una nueva apertura de nuestro corazón que nosotros hemos de tener
para cuantos nos rodean; es un aprender a sintonizar con quienes están a
nuestro lado con sus problemas, con sus dificultades, con las debilidades
incluso que puedan tener en sus vidas; es la sensibilidad que tendríamos que
poner en nuestro corazón, en nuestras actitudes, en nuestros actos, en nuestra
manera de actuar para que siempre seamos capaces de crear relación con los
otros, de hacer comunión y vivir con unas nuevas actitudes y una nueva mirada
hacia los demás.
Dejemos, sí, que Jesús venga
y ponga su mano sobre nosotros, nos toque nuestros oídos, nuestra lengua, o,
mejor aun, nuestro corazón para que nos sane de esas sorderas, de esos
complejos, de esas actitudes negativas con las que tantas veces vamos marcando
nuestra vida.
Escuchemos esa palabra de
Jesús ‘Effetá (ábrete)’ para que nos
sintamos sanados; para que disfrutemos de su salvación; para que aprendamos
también a hacer partícipes de esa salvación a cuantos nos rodean.
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