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lunes, 9 de febrero de 2015

Quiero, Señor, que me dejes tocar la orla de tu manto

Quiero, Señor, que me dejes tocar la orla de tu manto

Génesis 1,1-19; Sal 103; Marcos 6,53-56
‘En la aldea o caserio donde llegaba colocaban los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto’. Querían tocar a Jesús; recordamos a la mujer de las hemorragias que se atrevió a ir por detrás y tocar la orla del manto de Jesús; pensaba que así podía ser curada; ‘tu fe te ha curado’, le dijo Jesús.
Queremos tocar con nuestras manos; es una forma de expresarnos y de comunicarnos. Lo hacemos mediante signos y gestos; en fin de cuentas el hablar para comunicarnos de alguna manera es un signo verbal con que expresamos lo que llevamos en nuestro interior y con lo que nos comunicamos con los demás; no siempre serán necesarias las palabras; a través de gestos y diversos signos nos comunicamos. Vemos el rostro de alguien y aunque no nos diga nada por su expresión podemos saber lo que siente o lo que quiere decirnos, lo que quiere expresar en ese momento.
Esos signos y esos gestos los empleamos de muchas maneras en lo ordinario de nuestra vida, pero también en nuestra vida religiosa, en nuestra relación con Dios. Nos ponemos de rodillas porque queremos expresar nuestra adoración, nuestro reconocimiento del Señor; levantamos las manos en alto como expresión de que queremos ofrecer algo a Dios o también como expresión de  nuestra suplica; imponemos las manos - en muchos momentos se utiliza este gesto en la liturgia - como expresión de un don que se nos da o que damos o recibimos.
En la vida de Jesús a lo largo del evangelio vemos que utiliza muchos signos y gestos imponiendo las manos a los enfermos, tocando al leproso, dejandose tocar por aquellos que se acercaban a El, bendiciendo a los niños. Hoy vemos que la gente quiere tocarlo.
Nosotros también nos acercamos a Jesús, desde lo que es nuestra vida; queremos tocarlo, queremos que El nos toque, imponga su mano sobre nosotros; que le tengamos con nosotros, que sintamos el calor de su presencia, la fuerza de su Espíritu. Ven, Señor, impon tu mano sobre nosotros que te necesitamos. Quiero, Señor, tocar la orla de tu manto.

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