Quiero, Señor, que me dejes tocar la orla de tu manto
Génesis
1,1-19; Sal
103; Marcos
6,53-56
‘En la aldea o caserio
donde llegaba colocaban los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase
tocar al menos el borde de su manto’.
Querían tocar a Jesús; recordamos a la mujer de las hemorragias que se atrevió
a ir por detrás y tocar la orla del manto de Jesús; pensaba que así podía ser
curada; ‘tu fe te ha curado’, le dijo
Jesús.
Queremos tocar con nuestras manos; es una forma de
expresarnos y de comunicarnos. Lo hacemos mediante signos y gestos; en fin de
cuentas el hablar para comunicarnos de alguna manera es un signo verbal con que
expresamos lo que llevamos en nuestro interior y con lo que nos comunicamos con
los demás; no siempre serán necesarias las palabras; a través de gestos y
diversos signos nos comunicamos. Vemos el rostro de alguien y aunque no nos
diga nada por su expresión podemos saber lo que siente o lo que quiere
decirnos, lo que quiere expresar en ese momento.
Esos signos y esos gestos los empleamos de muchas
maneras en lo ordinario de nuestra vida, pero también en nuestra vida
religiosa, en nuestra relación con Dios. Nos ponemos de rodillas porque
queremos expresar nuestra adoración, nuestro reconocimiento del Señor;
levantamos las manos en alto como expresión de que queremos ofrecer algo a Dios
o también como expresión de nuestra
suplica; imponemos las manos - en muchos momentos se utiliza este gesto en la
liturgia - como expresión de un don que se nos da o que damos o recibimos.
En la vida de Jesús a lo largo del evangelio vemos que
utiliza muchos signos y gestos imponiendo las manos a los enfermos, tocando al
leproso, dejandose tocar por aquellos que se acercaban a El, bendiciendo a los
niños. Hoy vemos que la gente quiere tocarlo.
Nosotros también nos acercamos a Jesús, desde lo que es
nuestra vida; queremos tocarlo, queremos que El nos toque, imponga su mano
sobre nosotros; que le tengamos con nosotros, que sintamos el calor de su
presencia, la fuerza de su Espíritu. Ven, Señor, impon tu mano sobre nosotros
que te necesitamos. Quiero, Señor, tocar la orla de tu manto.
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