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domingo, 3 de agosto de 2008

Cinco panes y dos peces...

Isaías, 5, 1-3
Sal. 144
Rom. 8, 35.37-39
Mt. 14, 13-21

De entrada dos cosas vienen a mi pensamiento desde la escucha de esta Palabra de hoy. Por una parte estamos acostumbrados a tener que pagar por todo. En el mundo de interrelaciones e intercambios en el que vivimos pareciera que todo se hiciera siempre por un interés, todo tuviera que pagarse y nada se pudiera hacer de forma gratuita. Pero nos dice el Señor: 'Sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero; venid... comed sin pagar vino y leche de balde’.
Y por otra parte cuáles son las satisfacciones que buscamos en la vida y si entre ellas está algo que tenga un valor permanente y duradero. Luego continúa diciéndonos: ‘¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?’
Por una parte, el ofrecimiento de algo gratuito, ‘de balde’. La gratuidad, un valor que hay que recuperar. Y por otra parte, gastar nuestra vida en algo que nos dé hondura. Frente a la superficialidad de las satisfacciones prontas y simplemente sensibles buscar aquello que nos dé la más honda plenitud. Cosa que no es fácil de entender muchas veces porque sólo queremos ver aquello que es palpable con nuestras manos o sentidos, y aquello que nos dé satisfacciones o ganancias prontas aunque sean pasajeras.
‘Escuchadme atentos... inclinad el oído, venid a mí; escuchadme y viviréis’, nos dice el Señor. Una invitación a ir hasta Jesús. Es la fuente del agua viva que saciará plenamente la sed más honda que pueda haber en el corazón del hombre. El quiere hacerse alimento para nosotros que nos dé vida eterna. Busquemos a Jesús. El nos sanará y nos salvará. El nos muestra su amor y su compasión, un amor del que nada nos podrá separar. El quiere darnos vida – una vida que dura para siempre – y quiere alimentarnos con lo más hondo, que para eso se nos da El mismo como comida y alimento en la Eucaristía. Vayamos, pues, hasta Jesús.
Así lo contemplamos hoy en el Evangelio. Se ha ido a un lugar tranquilo y apartado, pero allí se encuentra con una multitud que le busca y que le sigue. ‘Vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos’, nos dice el evangelista. Jesús está siempre disponible para nosotros cuando vayamos a El. Aunque se haya ido a aquel lugar tranquilo y apartado a descansar, no se cruza de brazos, porque su amor le hace estar atento siempre a las necesidades de los demás.
Pero su presencia y su actuar con aquella multitud quiere decirnos muchas cosas. Quiere que le sigamos pero no quiere que seamos unos seguidores pasivos. Nos implica y nos compromete; nos hace ver la realidad y buscar soluciones, nos hace ponernos manos a la obra aunque sea desde la pobreza de sólo nuestros cinco panes.
Los discípulos le piden a Jesús que despida a la gente porque es tarde y están en despoblado y allí no tienen dónde ni qué comer. Una mirada a la realidad. Pero Jesús les replica: ‘No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer’. Pero no tienen sino ‘cinco panes y dos peces, ¿qué es eso para tantos?’ Y allí se manifiesta el amor de Jesús. ‘Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente’. Jesús que cuenta con nosotros. Jesús que bendice nuestra disponibilidad y nuestra generosidad. Alguien ha ofrecido los cinco panes y los dos peces. Pero Jesús realiza el milagro. Todos podrán comer y hasta sobrará.
Jesús nos alimenta con su amor, pero Jesús está despertando nuestro corazón para el amor, para la generosidad, para la disponibilidad, para el compartir. Un amor que nos implica y nos compromete. Un amor que no nos podrá dejar con los brazos cruzados.
Cuando miramos alrededor contemplamos también mucha hambre y mucha necesidad. Podemos pensar en tantos y tantos que carecen de todo, que carecen de lo más elemental para su vida, como pueda ser la comida, el vestido o donde habitar. Pero también podemos contemplar otras hambres y carencias. Un mundo árido donde falta el amor. Un mundo sin rumbo porque no tiene esperanza. Un mundo triste y desolado porque ha perdido la ilusión y el deseo de vivir las cosas más hondas. Un mundo falto de paz y tan lleno de violencia... Podríamos seguir fijándonos en muchas más cosas y carencias.
¿No podemos hacer nada nosotros para remediar esa situación de nuestro mundo? Tenemos en nuestras alforjas cinco panes y dos peces, o muchas cosas más, porque no nos faltan esas cosas elementales, pero también porque desde esa fe que tenemos en Jesús no nos falta amor, esperanza, ilusión, alegría, paz en nuestro corazón. ¿Nos vamos a quedar con esos cinco panes y dos peces de nuestro amor y de nuestra esperanza sólo para nosotros? ¿No tendríamos que compartirlo generosamente con los demás?
¡Cuánto podemos hacer allí donde estamos y donde vivimos! Aunque nuestro campo de acción sea muy limitado, por las razones que sean, siempre podemos y tenemos que repartir esos cinco panes y dos peces con tantos que están cerca de nosotros. Seguro que sentiremos la alegría y la felicidad más honda en nuestro corazón que nada ni nadie nos podrá arrebatar. Eso sí que es alimento que nos da hartura.

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