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jueves, 7 de agosto de 2008

Confesar la fe con todas sus consecuencias

Jer. 31, 31-34
Sal. 50
Mat. 16, 13-23

¡Qué difícil se nos hace a veces vivir nuestra fe hasta sus últimas consecuencias! Nos es fácil expresarla o confesarla en momentos de fervor o en momentos de intensa religiosidad, como por ejemplo en una celebración muy vivida. Pero expresarla en la totalidad de la vida, en cada momento y en cada circunstancia no nos es a veces tan fácil. Vivir con actitud profunda de fe en los momentos difíciles, en la hora del compromiso, cuando tenemos que perdonar a los demás y amar a todos incluso al que nos haya hecho daño, eso nos cuesta más.
Me da pie a este comentario el texto del Evangelio proclamado en este día. Jesús se había con sus discípulos muy al norte de Palestina, casi saliéndose ya de los límites de Israel, en Cesarea de Filipo. Estaba con una cierta intimidad con los apóstoles y charlando con ellos quiere saber qué es lo que la gente opina de El. ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas...’ es la respuesta de los discípulos. Pero Jesús quiere saber más. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Ahí está pronta la respuesta de Pedro que es toda una confesión de fe en su entusiasmo y su amor por Jesús. ‘Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Felicita Jesús la respuesta de Pedro, pero le dice que eso no lo sabe por sí mismo. ‘¡Dichoso, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’. Y le anuncia Jesús a Pedro su misión. ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia... y te daré las llaves del Reino de los cielos...’
Pero ‘les mandó que no dijesen a nadie que El era el Mesías’. No quería que hubiera confusiones sabiendo cuál era el concepto de Mesías que en aquel momento el pueblo tenía. Y también los propios discípulos, como vamos a ver. Comienza a instruirlos. ‘Tenía que subir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y tenia que ser ejecutado y resucitar al tercer día'.
Es lo que ahora no comprenden. Tenían fe en Jesús como hacer una hermosa confesión de fe como la de Pedro. Pero que ser el Mesías entrañase una entrega y un sacrificio hasta la muerte, que tuviera que ser ejecutado y morir en una cruz, era algo que ya no podían entender. Por eso ‘Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte’. Jesús tendrá que quitárselo de encima diciéndole que ‘no piensa como Dios sino como los hombres’.
Era difícil entender lo del sacrificio y lo de la muerte. Como a nosotros nos cuesta también entender todas las consecuencias de la fe. Que esa fe que tenemos en Jesús implique un compromiso hasta la muerte, que tengamos que olvidarnos de nosotros mismos y cargar con nuestra cruz, que tengamos que amar a todos y perdonar a todos no una, ni siete, sino setenta veces siete, que tengamos que dar la cara por nuestra fe sin importarnos lo que nos digan o nos hagan, es lo que no nos es tan fácil de entender o vivir, como le sucedía a Pedro.
Pidamos al Señor que nos dé la fortaleza de la fe. Pidamos al Señor que nos conceda el don de su Espíritu para que tengamos fuerza para dar la cara, para proclamar nuestra condición de creyente y cristiano con nuestras palabras y con nuestras actitudes y posturas.
¡Cuántas consecuencias ha de tener en nuestra vida nuestra actitud de creyentes y cristianos! No podemos ser cristianos de sacristía, o de puertas adentro de nuestras Iglesias. Tenemos que manifestarnos como tales en la familia, en el matrimonio, en el trabajo, en la vida social, en la vida pública. Nos acompaña la fortaleza del Espíritu del Señor. No lo olvidemos.
Tenemos ante nosotros como ejemplo y estímulo el testimonio de tantos confesores y mártires con su vida santa y con el derramamiento también de sangre por el nombre de Jesús.

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