Tenemos
que detenernos a dar gracias por esas personas que han sido una mediación para
nosotros a lo largo de la vida para nuestro encuentro con Dios
1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42
Es cierto que en la pereza y cierta
indolencia con que vivimos muchas veces preferimos que nos den las cosas
hechas, por aquello de la ley del mínimo esfuerzo; que nos lo den ya todo
masticado para no tener que esforzarnos. Pero también reconocemos que no todas
las personas actúan así, y quieren buscar por sí mismas, hacer el camino y el
esfuerzo lo que incluso pedagógicamente es mejor porque así aprendemos a
valorar también por lo que nos cuesta aquello que alcanzamos.
Pero está también la ayuda que podemos
recibir como una mediación que nos da pautas, nos abre caminos, nos señala
horizontes, pero donde nosotros hemos de ponernos en camino de búsqueda para
saber encontrar aquel punto de luz que se nos señalaba el camino para llegar a
él. Son muchas las mediaciones que vamos recibiendo en la vida, unas veces de
una manera concreta y consciente, otras que nos aparecen como sugerencias o nos
inspiramos en el testimonio que podemos encontrar en quienes están a nuestro
lado. Ojalá estuviéramos más atentos en la vida a esas señales, a esos signos
de algo mejor y superior que nos van apareciendo pero que no siempre sabemos
descubrir y leer.
Ese es muchas veces el camino de
nuestra fe. Han sido unos padres que nos trasmitieron lo que ellos vivían y que
fueron esos primeros caminos que nosotros hicimos, pero en la medida en que en
la vida fuimos creciendo y madurando aprendimos a leer más señales que Dios va
poniendo en nuestro camino, descubrimos personas que nos ofrecen su testimonio,
aunque también muchas veces de una forma inmadura nos quedamos un tanto
infantilizados sin dar pasos a un crecimiento espiritual como personas, y en
consecuencia no ha habido una maduración de nuestra vida y compromiso
cristiano.
Dios pone también en nosotros, en
nuestro interior una inquietud y unos deseos de algo grande, de algo que nos
eleve, no contentándonos con la materialidad de la vida de cada día, y muchas
veces quizá vamos respondiendo a esa inquietud y también nos ponemos a buscar.
Cuando a esa inquietud de nuestro corazón unimos las mediaciones o señales que
nos van apareciendo en el testimonio de los demás estaremos haciendo un camino
que realmente nos puede llevar a una mayor madurez en la vida y a una mayor
madurez como cristianos.
Pero no nos pueden faltar nuestros
deseos de búsqueda y no podemos dejarnos vencer por las dificultades o los cantos
de sirena de falsas luces que nos pueden desorientar y hacer perder el rumbo.
Por eso es tan importante también tener a nuestro lado quien en un momento
determinado tenga una palabra, una indicación, un sabio consejo que nos ayude a
no perder el rumbo.
Esto lo vemos hoy plasmado en el
evangelio. En torno al Bautista se había formado un grupo de discípulos y de
seguidores que iban a escucharle, porque su palabra y el testimonio de su vida sembraban
inquietud. Ya Juan ha tenido la experiencia del encuentro con Jesús en el
bautismo con la teofanía posterior donde se manifestó la gloria de Dios. Allí
había escuchado en su corazón como se le decía que aquel sobre quien viera
bajar al Espíritu era el Mesías salvador esperado.
Pero al paso ahora de Jesús - ¿vendría Jesús
de regreso del monte de la cuarentena? Es posible – señala a sus discípulos que
aquel es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dos de sus discípulos
escuchan la voz de Juan y se van tras Jesús. Allí estaba Juan realizando su
mediación, la misión para la que había venido a preparar los caminos del Señor,
y era esa voz que sintieron aquellos inquietos discípulos para seguir en su
búsqueda caminando detrás de Jesús.
Ya conocemos el diálogo entre Jesús y
aquellos dos que le siguen, porque muchas veces lo hemos escuchado y meditado. ‘¿Qué
buscáis?... –Maestro, ¿Dónde vives?... – Venid y lo veréis’. Y se fueron
con Jesús.
¿Qué buscáis? ¿A quién buscáis? Una pregunta en labios de Jesús que se repite en el
evangelio aunque en la otra ocasión sea en medio del drama de Getsemaní.
Entonces, Jesús les dirá que es El, a quien buscan – ‘A Jesús, el Nazareno’
– ahora simplemente les dice que continúen la búsqueda y aquellos dos primeros discípulos
se fueron con Jesús. Ya a la mañana siguiente Andrés que era uno de los dos al
encontrarse con su hermano Simón podrá decirle que han encontrado al Mesías.
¿Nos encontraremos nosotros así con Jesús?
¿También nos pondremos en camino en su búsqueda? ¿Nos dejamos conducir por esos
signos que Dios nos va poniendo en nuestro camino para que en verdad lleguemos
a encontrarnos con El? Quizá podría ser el momento de pensar en quienes han
sido mediaciones de Dios para nosotros a lo largo de nuestra vida y nos han
ayudado a encontrar a Dios; recordarlos y dar gracias a Dios por ellos.
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