Sepamos
buscar los hilos del amor y la compasión que van a tejer ese reencuentro que
todos necesitamos en nosotros mismos, con los que nos rodean y con Dios
Josué 5, 9a. 10-12; Salmo 33;
2Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32
Los reencuentros suelen ser costosos,
claro que dependiendo de las actitudes que mantengan las partes del
reencuentro. Digo reencuentro que es volver a encontrarse cuando por algún
motivo se habían rotos los hilos que nos mantenían unidos desde aquel primer
encuentro; se hace difícil encontrar de nuevo esos hilos que nos mantenían
unidos, quizás porque quien produjo la ruptura ahora siente las culpabilidades,
se ve abrumado por su peso, se ve avergonzado y no sabe como salir de esa
situación y levantarse; quizás aparece la desconfianza porque no sabe como lo
van a recibir, la acogida que va a tener, y se le hace difícil dar los pasos;
además porque reconocer los errores no es fácil, nos mantenemos quizás en una
actitud de quien siempre tiene la razón y serán los demás los culpables; la
actitud del que acoge también es importante, porque por el hecho de sentirnos
heridos no tenemos razón para seguir manteniendo las distancias, hacer nuestras
reservas o poner nuestras condiciones.
Qué difícil se hace el diálogo en
nuestra sociedad para conseguir la paz, lo estamos viendo cada día, en
situaciones que nos suceden a nuestro lado, o en los grandes conflictos que
está sufriendo nuestro mundo; siempre están por medio las condiciones que ponen
las partes de las que no se quieren apartar con sus orgullos heridos, con su
prepotencia que se vuelve dañina y con la ambición que motiva todos nuestros
movimientos. Los diálogos en busca de la paz se han interminables y siguen sin
encontrarse los hilos que nos pueden unir de nuevo en ese reencuentro de paz.
Es de lo que viene a hablarnos hoy el
evangelio. Es más que conocida la parábola que nos propone Jesús y muchas
reflexiones nos hemos hecho muchas veces sobre ella. Un padre con dos hijos; el
hijo mejor que marcha de la casa del padre viviendo de mala manera con la
herencia que le había pedido a su padre; el hermano mayor que permanece en la
casa. La vuelta y el reencuentro se hacen difíciles. El que ha marchado lejos
se ve una situación desastroso y arrepentido quiere volver a la casa del padre.
Pero, ¿cómo restaurar aquellos hilos que
se habían roto? La desconfianza de cómo sería recibido corroe su corazón, pero
tiene la valentía de levantarse, no temiendo las condiciones que le pudieran
imponer, pero quiere estar aunque sea como un jornalero en la casa del padre.
Pero la actitud del padre es distinta de lo que puede imaginar, porque será el
padre el que correrá al encuentro del hijo que temeroso se acerca a la casa.
Para el padre los hilos no están rotos, porque en el corazón del padre no ha
faltado el amor y la esperanza en la vuelta del hijo perdido que ahora lo
siente renacido. Desde esos valores y principios del padre es normal la fiesta
de la acogida. No son necesarias muchas palabras aunque el hijo las llevase
preparada sino van a estar los gestos de la acogida que con los gestos del amor
y de fiesta en el reencuentro.
Pero difícil va a ser el reencuentro de
los hermanos porque el niño prodigio que se quedó en casa sí pone condiciones,
si crea distancias, si presenta resentimientos, si abona exigencias. Cuando al oír
la música de la fiesta se entera de la vuelta del hermano, no quiere entrar
aunque el padre venga a buscarlo. Y como decíamos aparece la lista de los
reclamos, la lista de las cosas que mantenían su corazón más que enfermo muerto
porque no sabe amar.
¿No nos parecemos muchas veces más a este hijo prodigio que al hijo pródigo en que siempre nos
fijamos? Cuantas prevenciones tenemos nosotros para con los demás. Ya nos dice
el evangelista que Jesús por aquella actitud que tenían los fariseos y los
escribas contra Jesús porque comía con publicanos y pecadores es por lo que nos
propone la parábola. Una postura como la del hijo mayor que no quiere mezclarse
con su hermano porque es un pecador. Esas barreras que nos seguimos poniendo
los unos y los otros en la vida, esas distancias que mantenemos porque no nos
vamos a mezclar con todo el mundo, ese pasar sin mirar a la cara al lado del
que nos está tendiendo la mano para pedirnos una ayuda, esos círculos cerrados
que nos creamos donde estamos los que nos creemos los buenos y los que hacen
muchas cosas por los demás.
Son esas cosas que llevamos en el corazón
y nos enferman por dentro; son esas actitudes que contemplamos en la sociedad
que se convierte en una sociedad enferma; esas cosas que podemos encontrar
también entre nosotros en nuestras comunidades de iglesia que también nos
creamos nuestras estancias estancas; son esas condiciones que ponemos para
aceptarnos mutuamente, para recibir al emigrante o para acoger a los que hayan
cometido errores en la vida que siempre serán para nosotros unos malditos.
Miremos al padre, su corazón lleno de
compasión y de misericordia, rebosante de amor; vayamos con confianza, pero
aprendamos a ir con los mismos sentimientos hacia los demás; transformemos
nuestro corazón para encontrar esos hilos del amor que siempre nos mantendrán
unidos y nos harán sentir la verdadera alegría del reencuentro y de la paz.
Que está reflexión nos invité a Er receptivos con quién necesita reencontrarnos o con la misericordia del perdón
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