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domingo, 30 de marzo de 2025

Sepamos buscar los hilos del amor y la compasión que van a tejer ese reencuentro que todos necesitamos en nosotros mismos, con los que nos rodean y con Dios

 



Sepamos buscar los hilos del amor y la compasión que van a tejer ese reencuentro que todos necesitamos en nosotros mismos, con los que nos rodean y con Dios

 Josué 5, 9a. 10-12; Salmo 33; 2Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32

Los reencuentros suelen ser costosos, claro que dependiendo de las actitudes que mantengan las partes del reencuentro. Digo reencuentro que es volver a encontrarse cuando por algún motivo se habían rotos los hilos que nos mantenían unidos desde aquel primer encuentro; se hace difícil encontrar de nuevo esos hilos que nos mantenían unidos, quizás porque quien produjo la ruptura ahora siente las culpabilidades, se ve abrumado por su peso, se ve avergonzado y no sabe como salir de esa situación y levantarse; quizás aparece la desconfianza porque no sabe como lo van a recibir, la acogida que va a tener, y se le hace difícil dar los pasos; además porque reconocer los errores no es fácil, nos mantenemos quizás en una actitud de quien siempre tiene la razón y serán los demás los culpables; la actitud del que acoge también es importante, porque por el hecho de sentirnos heridos no tenemos razón para seguir manteniendo las distancias, hacer nuestras reservas o poner nuestras condiciones.

Qué difícil se hace el diálogo en nuestra sociedad para conseguir la paz, lo estamos viendo cada día, en situaciones que nos suceden a nuestro lado, o en los grandes conflictos que está sufriendo nuestro mundo; siempre están por medio las condiciones que ponen las partes de las que no se quieren apartar con sus orgullos heridos, con su prepotencia que se vuelve dañina y con la ambición que motiva todos nuestros movimientos. Los diálogos en busca de la paz se han interminables y siguen sin encontrarse los hilos que nos pueden unir de nuevo en ese reencuentro de paz.

Es de lo que viene a hablarnos hoy el evangelio. Es más que conocida la parábola que nos propone Jesús y muchas reflexiones nos hemos hecho muchas veces sobre ella. Un padre con dos hijos; el hijo mejor que marcha de la casa del padre viviendo de mala manera con la herencia que le había pedido a su padre; el hermano mayor que permanece en la casa. La vuelta y el reencuentro se hacen difíciles. El que ha marchado lejos se ve una situación desastroso y arrepentido quiere volver a la casa del padre.

Pero, ¿cómo restaurar aquellos hilos que se habían roto? La desconfianza de cómo sería recibido corroe su corazón, pero tiene la valentía de levantarse, no temiendo las condiciones que le pudieran imponer, pero quiere estar aunque sea como un jornalero en la casa del padre. Pero la actitud del padre es distinta de lo que puede imaginar, porque será el padre el que correrá al encuentro del hijo que temeroso se acerca a la casa. Para el padre los hilos no están rotos, porque en el corazón del padre no ha faltado el amor y la esperanza en la vuelta del hijo perdido que ahora lo siente renacido. Desde esos valores y principios del padre es normal la fiesta de la acogida. No son necesarias muchas palabras aunque el hijo las llevase preparada sino van a estar los gestos de la acogida que con los gestos del amor y de fiesta en el reencuentro.

Pero difícil va a ser el reencuentro de los hermanos porque el niño prodigio que se quedó en casa sí pone condiciones, si crea distancias, si presenta resentimientos, si abona exigencias. Cuando al oír la música de la fiesta se entera de la vuelta del hermano, no quiere entrar aunque el padre venga a buscarlo. Y como decíamos aparece la lista de los reclamos, la lista de las cosas que mantenían su corazón más que enfermo muerto porque no sabe amar.

¿No nos parecemos muchas veces más a este hijo prodigio que al hijo pródigo en que siempre nos fijamos? Cuantas prevenciones tenemos nosotros para con los demás. Ya nos dice el evangelista que Jesús por aquella actitud que tenían los fariseos y los escribas contra Jesús porque comía con publicanos y pecadores es por lo que nos propone la parábola. Una postura como la del hijo mayor que no quiere mezclarse con su hermano porque es un pecador. Esas barreras que nos seguimos poniendo los unos y los otros en la vida, esas distancias que mantenemos porque no nos vamos a mezclar con todo el mundo, ese pasar sin mirar a la cara al lado del que nos está tendiendo la mano para pedirnos una ayuda, esos círculos cerrados que nos creamos donde estamos los que nos creemos los buenos y los que hacen muchas cosas por los demás.

Son esas cosas que llevamos en el corazón y nos enferman por dentro; son esas actitudes que contemplamos en la sociedad que se convierte en una sociedad enferma; esas cosas que podemos encontrar también entre nosotros en nuestras comunidades de iglesia que también nos creamos nuestras estancias estancas; son esas condiciones que ponemos para aceptarnos mutuamente, para recibir al emigrante o para acoger a los que hayan cometido errores en la vida que siempre serán para nosotros unos malditos.

Miremos al padre, su corazón lleno de compasión y de misericordia, rebosante de amor; vayamos con confianza, pero aprendamos a ir con los mismos sentimientos hacia los demás; transformemos nuestro corazón para encontrar esos hilos del amor que siempre nos mantendrán unidos y nos harán sentir la verdadera alegría del reencuentro y de la paz.

1 comentario:

  1. Que está reflexión nos invité a Er receptivos con quién necesita reencontrarnos o con la misericordia del perdón

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