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jueves, 28 de noviembre de 2024

Un grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor

 


Un grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor

Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9ª; Salmo 99; Lucas 21,20-28

Siempre decimos que de cuanto sucede tenemos que saber sacar una lección; incluso de aquellas cosas no agradables ni buenas que nos pasan o que sucedes a nuestro alrededor podemos aprender algo; con una buena mirada podemos ver destellos de luz en la más completa oscuridad; no todo es tan negro, no todo nos sucede para nuestra perdición, siempre podemos escuchar una llamada, un toque de atención que nos ponga en alerta, que nos haga estar atentos, que nos obligue a discernir, a aprender algo nuevo y mejor.

Por eso quienes queremos seguir el camino de Jesús dejándonos empapar por los valores del evangelio siempre estamos en paso de ir más allá, de ascender un escalón más, de buscar algo superior, de no contentarnos con lo que somos o tenemos, de ir renovando nuestra vida, de mirar con esperanza cada situación, de tener optimismo en nuestras luchas y en los caminos que intentamos recorrer. No nos dejamos amilanar por malos momentos, porque los caminos se nos vuelvan oscuros en ocasiones, porque sentimos una fortaleza interior que nos hace superarnos, querer crecer continuamente, saber que es posible algo mejor.

Hoy en el evangelio se nos hace una descripción que puede parecernos catastrófica que nos pudiera decepcionar, o al menos mermar nuestra ilusión y nuestras ganas de lucha. Se nos habla por una parte de destrucción y de muerte, es como una continuación de lo que ya anteriormente Jesús nos había comenzado a decir de la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, y al mismo tiempo hay como una descripción de los tiempos finales.

No podemos olvidar que cuando el evangelista nos narra estas palabras de Jesús ya había sucedido la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, con lo cual parecía ya cumplido parte de los anuncios de Jesús. Pero ahí no se queda el mensaje que el evangelista trata de trasmitirnos cuando nos presenta el evangelio de Jesús. Es siempre evangelio, no lo podemos olvidar en el más hondo sentido de la palabra, y por tanto siempre tiene que ser buena noticia para nosotros y para cuantos escuchen la Palabra. Las buenas noticias siempre son cosas buenas, palabras que nos dan ánimo y esperanza, que con como un rayo de luz, un bálsamo para las heridas que nos vayamos haciendo por el camino.

Y la buena noticia que hoy trata de darnos es que ‘se acerca nuestra liberación’. Cuanto sucede, por muy duro que sea, no será para nuestra opresión o para sentirnos derrotados. Es siempre preanuncio de victoria, de triunfo, de vida, de salvación. Y es que Jesús ha prometido estar con nosotros siempre hasta el final de los tiempos. Algunas veces se nos oscurecen los ojos o nos encerramos en nuestros agobios y nos cuesta ver o sentir su presencia. Pero el Señor no nos falla, el Señor siempre está ahí.

Y esas cosas que nos suceden son una señal, una llamada de atención como antes decíamos, un toque de alerta, algo que tiene que hacernos despertar porque andamos demasiado adormilados en la vida. Y nos adormilamos no porque nos salgan las cosas mal, nos adormilamos porque caemos una atonía que nos insensibiliza, que nos adormece, como decimos, que nos cierra nuestra mente. Y necesitamos como un grito que nos despierte. Y esas cosas que nos suceden, esos malos momentos tenemos que verlos como ese grito en nuestra vida para despertar. Un grito o una llamada no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor.

‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación… Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Palabras de Jesús que siempre nos llenan de ánimo y despiertan esperanza, nos darán ocasión de dar testimonio y mantener nuestra perseverancia hasta el final

 


Palabras de Jesús que siempre nos llenan de ánimo y despiertan esperanza, nos darán ocasión de dar testimonio y mantener nuestra perseverancia hasta el final

Apocalipsis 15,1-4; Salmo 97; Lucas 21,12-19

Dicen que para las fiestas siempre habrá amigos que se apunten y nos acompañen, pero en los momentos difíciles, en los momentos oscuros es cuando sabremos calibrar bien la calidad de nuestros amigos. Pero no lo pensemos como un juicio ajeno a nuestra propia vida juzgando la validez de los amigos que tengamos, sino más bien tenemos que mirarlo por nosotros mismos, pues en esos momentos difíciles, de contratiempos, donde todo parece que lo tenemos adverso es cuando veremos donde está nuestra propia valía, donde encontramos esa fortaleza que necesitamos para la perseverancia, donde está la madurez de nuestra vida.

Hoy Jesús en el evangelio les está hablando a los discípulos que no todo es un camino sobre rosas, que en ese camino en medio del perfume de las flores nos vamos a encontrar espinas, porque vendrán los contratiempos, la dificultades para mantenernos en el camino, las persecuciones incluso y hasta la muerte. Pero como El mismo nos dice tendremos ocasión de dar testimonio.

Los discípulos cercanos a Jesús lo van a experimentar ya casi de inmediato. Jesús les ha estado hablando del significado de la subida a Jerusalén aunque ellos no han querido o no han sabido entender las palabras de Jesús cuando ha hablado de pasión y de muerte. ‘Eso no te puede suceder a ti’, le dirá Pedro, y todos están convencidos de lo mismo. Ahora ya están en Jerusalén y aunque ha habido una entrada aparentemente triunfal en la bajada del monte de los Olivos, Jesús vuelve a insistir en el anuncio de todo lo que está por suceder. Y ya sabemos cómo se sintieron turbados con el prendimiento de Jesús y todo lo que luego sucedió en aquella Pascua. En Jesús tenían que verse ellos, en lo que también un día les podía suceder.

Para que estén preparados, para que vayan buscando esa fortaleza que necesitan, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil, como les dirá en Getsemaní, es por lo que ahora les hace estos anuncios. Tendrán ocasión de dar testimonio. Como les dirá finalmente ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas… ni un  cabello de vuestra cabeza perecerá’.

Como más tarde dirá también, lo escucharemos en próximos días, no tienen por qué estar preocupándose por preparar la defensa; la defensa la tendrán en la fuerza del Espíritu que estará con ellos. Aunque las dificultades muchas veces van a aparecer no desde personas extrañas o ajenas, sino desde los más cercanos, padres, parientes, hermanos, amigos… ‘os odiarán por causa de mi nombre’.

Y esa es nuestra lucha de hoy, ese es el testimonio que hoy nosotros tenemos que dar; esas son las incomprensiones que muchas veces sufriremos incluso de los que están más cercanos a nosotros cuando queremos mantenernos en fidelidad. ¿Para qué hace falta tanto? Habremos escuchado más de una vez. Para ser cristiano no hay que complicarse la vida, nos dicen desde la rutina y la dejadez de la vida. Cuántas cosas en ese estilo escuchamos, diciéndonos que tenemos que primero preocuparnos de nosotros mismos y de nuestras cosas, que cuando tengamos tiempo entonces podemos pensar en hacer algo por los demás. Y nunca tendremos tiempo, nunca nos sobrará tiempo, y podemos caer por esa pendiente de la rutina y de la desgana, de la indiferencia y de la insolidaridad. Seguro que todos tenemos muchas experiencias de ese tipo, porque quizás muchas veces también hemos actuado así.

‘Tendremos ocasión de dar testimonio’, nos dice Jesús. No nos habla Jesús de esta manera para que se nos meta el miedo en el cuerpo, como solemos decir, ni para desanimarnos; las palabras de Jesús siempre quieren despertar en nosotros la esperanza, nos quieren animar a la fidelidad, a hacer crecer nuestra fortaleza interior, a descubrir la presencia de su Espíritu que nunca nos faltará.

martes, 26 de noviembre de 2024

No podemos quedarnos impasibles permitiendo que se destruya ese templo hermoso de la vida que Dios ha llenado de tanta belleza

 


No podemos quedarnos impasibles permitiendo que se destruya ese templo hermoso de la vida que Dios ha llenado de tanta belleza

Apocalipsis 14,14-19; Salmo 95; Lucas 21,5-11

Cuando una cosa que nosotros consideramos de gran valor, una joya, una obra de arte, algo quizás muy querido para nosotros vemos que se resquebraja en nuestras manos y se destruye sentimos un gran pesar y dolor por la pérdida; me viene a la mente lo que habrán sufrido los damnificados por la DANA recientemente en Valencia cuando veían que perdían sus casas y sus pertenencias, que estaban en peligro por sus vidas, que muchas de aquellas cosas valiosas que tenían se las llevaba la inundación, grande sería su dolor.

Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús les anuncia que aquel templo tan hermoso, del que todos se sentían orgullosos y al que amaban mucho por su significado en sus vidas como pueblo y como pueblo creyente un día va a ser destruido. Grande sería la decepción que sentían en aquellos momentos, y aunque aun no había sucedido – cuando nos lo narra el evangelista habla ya de hechos pasados y consumados – el dolor que sentían sería también abrumador.

Pero Jesús está queriendo decirles algo más. Aquel templo sería destruido, pero un día Jesús había hablado, aunque no lo habían comprendido, que podrían destruir ese templo y El en tres días reconstruirlo. Los evangelistas nos dirán que los discípulos lo entendieron después de su muerte y de su resurrección, porque El estaba refiriéndose no solo a aquel templo material, sino al templo de su cuerpo, estaba anunciando su muerte y resurrección.

Creo que desde esa honda tenemos hoy nosotros que escuchar este evangelio. Y es que a continuación Jesús habla de muchas cosas que les causarían dolor, les habla de catástrofes naturales, como les habla de violencias y de guerras; parece que está haciendo un anuncio de la historia, pero también estuviera hablando del momento final de la historia, del fin del mundo. Ciertamente no deja de hacerlo, pero algo más quiere decirnos Jesús.

¿Hablaba de aquel templo, pero hablaba del propio templo que era su Cuerpo? ¿Nos estará hablando de ese templo de Dios que somos nosotros también? ¿Y de igual manera no lo llenamos también de muerte? ¿De alguna forma no estaremos en el devenir de nuestra historia personal llenándonos de muerte, y no es ya solo la muerte corporal que un día nos sucederá cuando llegue el final de nuestros días sino de esa muerte que nos inflingimos cuando no estamos amando de verdad la vida?

Catástrofes y violencias, odio y muerte que se suceden en nuestra historia, que vamos viviendo también en nosotros cuando nuestras relaciones se llenan de violencias, de resentimientos, de venganzas, de orgullos y envidias, de egoísmo y de insolidaridad. Nos está recordando Jesús lo que puede ser nuestra vida cuando cerramos nuestros oídos a su evangelio, cuando desterramos de nosotros el amor y las buenas maneras, cuando nos entran las desconfianzas y nos dejamos envolver por la malicia. Muchas veces nuestras mutuas relaciones son peores que una guerra, la violencia con que avasallamos tantas veces a los que nos rodean es peor que las avalanchas de unas inundaciones que todo se lo llevan por delante, nuestros orgullos y nuestro amor propio con verdaderos terremotos que echan abajo los cimientos de la amistad y de las buenas relaciones, el odio nos oscurece la vida peor que una noche de tinieblas si perdiéramos el sol y se cayeran las estrellas del cielo.

Y Jesús nos dice que todo eso está por venir, que en esas redes podemos caer, pero que de esas catástrofes y calamidades con que llenamos nuestra vida podemos salir. Las palabras de Jesús son una alerta, un toque de atención, pero también una luz de esperanza, que bien necesitamos. No  nos dejemos engañar, nos dice, porque serán muchas las confusiones que nos sobrevendrán. Tengamos la certeza de que Dios está con nosotros y con El tenemos asegurada la victoria, podemos hacer un mundo nuevo. Es nuestra tarea y es el compromiso de nuestra fe.

¿Dejaremos que se destruya ese templo y nos quedamos impasibles? ¿Dejaremos que se destruya nuestra vida, nuestro mundo, nuestras relaciones con los demás, la convivencia, la Paz? No son cosas sobrevenidas sino que son cosas que nosotros hacemos o en nuestra dejación contribuimos negativamente.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando como lo es nuestra vida

 


Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando como lo es nuestra vida

Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Salmo 23; Lucas 21,1-4

Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando. Algunos pueden decir, ¿pero un simple grano de arena? Otros granos habrá, podrán argumentarnos. Pero si cada grano de arena, o todos los granos de arena, porque se consideran pequeños y como tal innecesarios se marchan, vamos a decirlo así, a otra parte, ¿qué es lo que quedará para esa construcción?

Jesús está en el templo, en las cercanías de la entrada quizás, pero ciertamente en un lugar desde el que puede observar a quienes van entrando en el templo; cercana está el arca de las ofrendas y según van entrando allí van poniendo sus limosnas o su contribución al servicio del templo, como queramos verlo; algunos quizás con grandes aspavientos, como suele suceder con los fariseos, echan ofrendas ‘generosas’ en el arca, pero Jesús observa a una pobre mujer, una viuda pobre según se ve por sus circunstancias, que también deposita su ofrenda. Ha pasado desapercibida, porque además no han sonado escandalosamente las monedas, porque solo echa unos cuartos.

Y aquí viene el comentario de Jesús, ‘En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.

Siempre nos hemos quedado en el comentario de la generosidad de aquella mujer que solo tiene unas monedas y ‘ha echado todo lo que tenía para vivir’. Pero creo que hay algo más, aunque ya eso de por sí es enormemente significativo y muchas veces lo hemos comentado. Pero vamos a fijarnos en esas dos monedillas, que podríamos pensar que ni se iban a notar entre todas las otras generosas ofrendas que se realizaran. Pero eran importantes, es su contribución para Dios, es su contribución para el culto, es su contribución a lo que es la organización de aquella sociedad que giraba en torno al  cumplo del templo, es su contribución para las obras sociales o benéficas que se hicieran a partir de las ofrendas del templo.

Y aquello era valioso. Aquella mujer en su pobreza no se desgajaba de su sociedad, de su mundo ponía su pequeño grano de arena tan importante con los otros grandes pedruscos, vamos a seguir con la imagen, con que otros contribuían. Y eso nos puede estar diciendo mucho a nosotros, a la contribución que cada uno desde lo que es y desde lo que tiene está haciendo, tenemos que hacer por el bien de nuestro mundo de nuestra sociedad. Cuantas veces, quizás en nuestra tacañería, nos escudamos en nuestra pobreza; en que yo no valgo, es que yo qué puedo aportar, es que yo tendría que pensar primero en mi mismo, en mis necesidades y problemas… aquella pobre viuda no lo pensó así.

Y recordamos otros episodio bíblico que hemos meditado recientemente acompañando también a este evangelio de la viuda del templo de hoy, aquella cananea que solo le quedaba un poco de aceite y un poco de harina para hacer un pan para ella y su hijo y después esperar la hora de la muerte, pero cuando el profeta se lo pide generosamente lo ofrece y la alcuza de aceite no se consumió ni la orza de harina se vació.

¿Dónde está nuestro compromiso? ¿Dónde guardamos o ponemos nuestro pequeño grano de arena? ¿Dónde habremos enterrado el talento que se nos ha confiado y recordamos más pasajes evangélicos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos? ¡Qué importante es nuestro pequeño grano de arena!

domingo, 24 de noviembre de 2024

Jesucristo Rey, una proclamación, un reconocimiento, una vida que tiene que dar la señales de lo que es ese Reino de Dios

 


Jesucristo Rey, una proclamación, un reconocimiento, una vida que tiene que dar la señales de lo que es ese Reino de Dios

Daniel 7, 13-14; Sal. 92; Apocalipsis 1, 5-8; Juan 18, 33b-37

La buena noticia – el evangelio – que Jesús proclama desde el principio es el anuncio de la llegada del Reino de Dios; El mismo es esa buena noticia, El mismo es el evangelio. Así nos lo dice Marcos desde el primer versículo, es esa buena noticia del Reino de Dios, que en El se manifiesta, que en El se realiza, que El mismo viene a instituir. ¿No será bien significativo que el ladrón arrepentido junto a su cruz esa sea su petición que ni los mismos discípulos habían sido capaces de hacer, ‘acuérdate de mí en tu reino’?

Justo es, entonces, que cuando llegamos a culminar el año litúrgico, el ciclo litúrgico vengamos nosotros a proclamar que Jesucristo es el Rey del Universo, como hoy estamos celebrando. Una fe que tenemos que proclamar muy alto, una proclamación que tenemos que hacer no solo con palabras sino con la vida, una vida de fe que tendrá que dar las señales ante el mundo de lo que es y lo que significa ese Reino de Dios, teniendo muy en cuenta lo que Jesús nos ha dicho y repetido tantas veces de cual es su verdadero sentido.

Confieso que le tengo miedo a la palabra, por la confusión a la que se puede prestar cuando vemos la luchas de poder, de grandezas o de vanidad  que podemos observar en los que son los reyes o los dirigentes de nuestro mundo y de nuestra sociedad, démosle el nombre que le queramos dar en esa nomenclatura de los grandes y poderosos de nuestro mundo, y no quiero pensar solo en la imagen prestada a lo largo de la historia, sino en el hoy de nuestra vida y de nuestra sociedad. Con qué avidez se lucha por el poder, cuántas manipulaciones y cuantas mentiras se utilizan, todo son enfrentamientos y descalificaciones, cuántas cosas turbias se esconden tras las apariencias llenas de vanidad en los nuevos oropeles de los que se rodean.

Por algo nos dirá Jesús, cuando se encuentra a los discípulos discutiendo entre ellos en quien iba a ser el más importante, que no puede ser a la manera de los reyes o dirigentes de nuestro mundo, sino sabiéndose hacer el último y el servidor de todos, porque es ahí donde está la verdadera grandeza. Es la respuesta que hoy le vemos dar a Pilatos cuando le pregunta que si El es rey. Su reino no es como los reinos de este mundo, su reino no se apoya en la violencia de los ejércitos que defienden el poder y el dominio sobre los demás, su reino no se fundamenta en el poder entendido como dominio y aspiraciones de grandezas, su reino tiene la humildad y la fuerza de la verdad. ‘Para esto he nacido, para esto he venido a este mundo, para dar testimonio de la verdad’.

 Así se presenta Jesús ante Pilatos, pero es así cómo Jesús se ha presentado en su recorrido por los caminos y ciudades de Galilea y de toda Palestina. Así le vemos ahora en el momento de su suprema entrega cuando sobre la cruz aparezca el título que Pilatos incluso quiso mantener ‘Jesús Nazareno, Rey de los judíos’. Es nuestro Rey. Y es cierto que en nuestro amor y devoción le hemos querido vestir con ostentosos mantos y coronas en sus imágenes, pero no podemos olvidar que El se despojó del manto para arrodillarse delante de sus discípulos para lavarles los pies.

Creo que cuando hoy lo estamos celebrando como rey es algo que no podemos olvidar. Le celebramos y lo proclamamos como Rey porque nosotros queremos vivir en esos nuevos valores que nos enseñó con su palabra y con su propia vida. Pensemos cuál es el signo de ese Reino de Dios que tenemos que dar ante el mundo. Despojémonos también de nuestros mantos y ciñamos una toalla a nuestra cintura.

Bajemos al barro de la vida y sepamos ponernos de rodillas delante de los demás aunque para eso tengamos que embarrarnos; no tengamos miedo, ese barro que nos embarra por fuera será agua que no purifica por dentro, porque ahí está la sangre de Cristo derramada por nosotros para purificarnos, para perdonarnos, para hacer nacer en nosotros una vida nueva.

Reino que se manifiesta en la humildad y la verdad, decíamos antes; sólo cuando sepamos despojarnos de los mantos de nuestros orgullos y prestigios, de ser bien mirados o de recibir agasajos de los demás por lo que hacemos, cuando no temamos que hablen mal de nosotros porque con todos nos mezclamos – que a Jesús le criticaban porque comía con publicanos y pecadores -, cuando seamos capaces de poner la otra mejilla ante las ofensas o los insultos sabiendo dar nuestro brazo a torcer o agachar la cabeza… estaremos dando esos signos del Reino de Dios que harán creíble nuestro mensaje.

Muchos son los ropajes de vanidad de los que seguimos revistiéndonos y hemos olvidado que Jesús es Rey – ‘me llamáis el Maestro y el Señor y en verdad lo soy’, les dirá – porque se puso a lavarles los pies y nos dijo que eso era lo que teníamos que hacernos los unos a los otros. Son los signos y señales que tenemos que dar que Jesús es nuestro Rey como hoy celebramos, que no son solo unos cantos o unas bonitas celebraciones.

Lo que hemos visto estos días, a partir de la DANA de Valencia, en tanta gente que fue a embarrarse para ayudar, ¿no puede ser un signo de lo que nosotros por nuestra fe estamos obligados a hacer? No esperemos a ocasiones tan espectaculares, porque tenemos que aprender a hacerlo en el día a día en nuestro encuentro con los que nos rodean.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Nos sentimos comprometidos con la vida en un mundo de muerte que tenemos que transformar, llenar de vida en nombre del Señor de la Vida, Cristo resucitado

 


Nos sentimos comprometidos con la vida en un mundo de muerte que tenemos que transformar, llenar de vida en nombre del Señor de la Vida, Cristo resucitado

Apocalipsis 11, 4-12; Salmo 143; Lucas 20, 27-40

Necesariamente para comunicarnos, para entender las cosas y para explicarnos para que otros también nos entiendan necesitamos de un lenguaje, un lenguaje humano que parte de lo que vivimos cada día, de nuestras experiencias y vivencias y desde ello utilizamos comparaciones, imágenes que tenemos en común con los otros seres humanos para poder entendernos.  Pero hay cosas que nos trascienden, que van más allá de esas experiencias humanas que vivimos, que con difíciles de explicar desde esas ideas que tenemos preconcebidas y que necesariamente muchas veces necesitamos llenarlas de imaginación para poder expresar algo.

Hablar del Reino de Dios, como lo hace Jesús, hablar del cielo o de la vida eterna, aun sabiendo que son cosas que nos trascienden de de nuestras experiencias humana, necesitamos emplear un lenguaje, como si todo lo que será esa vida eterna no sea sino una como repetición de lo que ahora vivimos pero en una medida, por así decirlo, muy superior.

¿Cómo podemos entenderlo? Tenemos que utilizar el ámbito de la fe y no de la imaginación, para dejarnos llevar, para dejarnos conducir, para aceptar la palabra que Jesús nos da, para terminar realizando esa obediencia de la fe, pero que sin embargo en el fondo más a sentir como nos sentiremos transformados desde lo más hondo de nosotros mismos. No sabemos cómo, pero es que estamos entrando en el ámbito de lo espiritual y sobrenatural. Algunas veces parece como que no nos gusta esa palabra, pero tenemos que saber aceptarlo, porque entrar en el misterio de Dios es algo que está muy por encima de lo natural.

Les costaba entender lo que era la vida eterna, les costaba entender lo que significaba la resurrección, como en cierto modo sigue costándonos a nosotros hoy. Así llegamos hoy también a confusiones como cuando comenzamos a mezclar conceptos como lo de la reencarnación. La palabra resurrección la empleamos para aquella vuelta a la vida de aquellos a los que Jesús resucitaba, como la hija de Jairo o como Lázaro, o el hijo de la viuda de Naim pero que un día volvieron a morir de manera definitiva, como también la empleamos para la resurrección de Jesús y lo que El nos habla de nuestra propia resurrección cuando ponemos en El toda nuestra fe y nuestra confianza.

En la resurrección de Jesús hablamos de la plenitud de Dios por toda la eternidad, por eso nos habla de estar sentado a la derecha de Dios, como es la promesa que para nosotros nos hace también de vivir en la plenitud de Dios para siempre. Vendremos a El y haremos morada en él, nos dice si en El ponemos nuestra fe y nos habla de que en El seremos resucitados en el último día. Pero no es volver a vivir en las mismas condiciones, como pudieron ser aquellos que vemos en el evangelio que resucitó Jesús. Hoy nos dice Jesús que serán como ángeles, lo que es también una manera de hablarnos para que entendamos lo que es esa plenitud de Dios.

Comprendemos que los saduceos no quisieran creer en la resurrección,  porque lo verían como algo por así decirlo material, algo en el tiempo, pero que no sería definitivo. Pero de lo que Jesús quiere hablarnos es de al mucho más sobrenatural y superior, aunque tengamos que emplear esos lenguajes humanos para expresarnos, como decíamos al principio.

Hoy termina diciéndoos Jesús que Dios no es Dios de muertos sino de vida. Es lo que nos quiere trasmitir, es ese regalo de Dios que nos da su misma vida para que podamos alcanzar esa plenitud, que también en el fondo todos deseamos. Por eso quienes creemos en Dios tenemos que amar la vida, tenemos que cuidar la vida, tenemos que defender la vida, toda vida, la vida de todo ser humano, porque es una participación de la vida de Dios.

Y eso nos compromete a mucho en un mundo de muerte del que estamos rodeados. Es ese mundo que tenemos que transformar, que tenemos que conducir a la resurrección, ese mundo que tenemos que llenar de vida. Cuánto tenemos que hacer. Cuanta muerte que tenemos a nuestro alrededor y de lo que tenemos que rebelarnos, no lo podemos permitir. Pensamos en guerras como pensamos en injusticias, pensamos en hambre y miseria como pensamos en un mundo de insolidaridad, pensamos en odios y en envidias, en resentimientos y en venganzas, en violencias y en orgullos… cuánto tenemos que transformar, cuánto tenemos que llenar de vida en nombre del Señor de la vida, Cristo resucitado.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Ungidos hemos sido para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes, pero hemos de purificar ese templo de Dios que somos con gestos proféticos como los de Jesús

 


Ungidos hemos sido para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes, pero hemos de purificar ese templo de Dios que somos con gestos proféticos como los de Jesús

Apocalipsis 10, 8-11; Salmo 118; Lucas 19, 45-48

Hay cosas que vemos que no son justas pero de alguna manera insensibilizados, porque siempre eso sido así, nadie hace nada por hacer que aquella situación cambie; quizás incluso se pueden estar dañando los derechos o la dignidad de terceras personas, pero parece que miramos hacia otro lado, porque sabemos que denunciar la situación nos puede traer problemas; detrás de esas, por decirlo así, manipulaciones puede haber personas que tienen sus intereses y tocarle sus intereses puede hacer saltar toda la violencia inimaginable contra quien osa ir en contra ‘de lo que siempre ha sido así’. Siempre ha sido así, decimos, porque es la venda que quizás los interesados han querido ponernos en los ojos para que no se vea menoscabado su prestigio o su poder en todas sus consecuencias.

¿Se atreverá alguien a levantar la voz? ¿Habrá alguien que venga y quiera cambiar las cosas, cambiar la situación, hacer que las cosas mejoren para darle más autenticidad, o para que todos puedan beneficiarse? Si el que se levanta lo hace con fuerza y convencido y es capaz de seguir adelante a pesar de todo lo que se pueda interponer por delante, ya buscarán la forma de ganárselo o de quitarlo de en medio, de desprestigiar o de poner a alguien en contra; ya sabemos de cuantas manipulaciones son capaces los que se creen con el poder en sus manos si en algo alguien les pueda hacer sombra.

¿Qué estaba pasando en el templo de Jerusalén? Para todos era un lugar sagrado, el que más, porque era como la señal o el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo; era el lugar del culto y de la oración, el lugar donde se ofrecían los sacrificios pero también donde los doctores de la ley enseñaban al pueblo en los diferentes espacios de aquella inmensa explanada.

Pero algo lo estaba desvirtuando;  con el motivo de las ofrendas y sacrificios que allí se ofrecían a Dios pronto se había ido convirtiendo en lugar de ser un sitio de silencio y de paz para el encuentro con Dios en la oración, en todo un mercadeo con la compra de los animales que habían de ofrecerse en los sacrificios o de las exigencias de que las ofrendas había que hacerla solo en la moneda reconocida por el templo y sus dirigentes.

No era solo ya la buena voluntad o el espíritu de servicio. Y detrás, como siempre, tantos interesados por las ganancias y beneficios que todo aquello podía producirles desde sus dirigentes religiosos a los que interesaba mantener ‘lo de siempre’ o quienes en su usura pretendían sacar ganancias hasta del manejo de las cosas de Dios. Siempre lo ha habido y – por qué no decirlo también – sigue habiéndolo, ‘lo que se hace siempre’, como antes decíamos.

Es con lo que se encuentra Jesús. Todo aquello que allí se estaba realizando en las rutinas de siempre ¿qué podría tener que ver con el Reino de Dios que Jesús venía anunciando? Aquellos valores nuevos que Jesús había ido enseñando al pueblo en su predicación y de lo que El mismo quería ser signo ¿cómo se podrían estar reflejando u oscureciendo con lo que allí estaba sucediendo?

Aquello que Jesús enseñaba de hacerse los últimos y los servidores de todos, lo del desprendimiento de toda vanidad y riqueza para compartir y para ayudar a que todos pudieran tener una vida más digna, todo lo que hablaba de comunión y de comunidad, de banquete del Reino y de autentica vigilancia en la espera del Señor que llega, de la pureza del corazón para desde una autenticidad llegar a encontrarnos con Dios, ¿cómo se podía estar reflejando allí en aquella manera de dar culto a Dios?

Ya vemos la reacción de Jesús, algo nuevo tenia que comenzar a realizarse, el cambio profundo del corazón que había pedido desde el principio tenía que manifestarse en una nueva forma de actuar, la casa de Dios no puede ser un bullicioso mercado, sino que en verdad había que hacerla en ese lugar de encuentro con Dios, en signo de ese hombre nuevo que tenía que ser un verdadero templo de Dios. Arroja Jesús a los vendedores del templo, nos dice el evangelista, aunque a muchos aquello no les gustara. Por eso a partir de entonces con más ahínco querrán quitarlo de en medio.

¿Necesitaremos hoy en nuestro mundo, en nuestra Iglesia, en nuestras comunidades gestos proféticos como los de Jesús? Con Cristo hemos sido ungidos para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes. ¿Cómo nos sentimos en verdad esos sacerdotes de Dios porque hacemos de nuestra vida una ofrenda agradable al Señor? ¿Dónde está el profetismo que los cristianos tendríamos que manifestar en medio del mundo dando señales de ese mundo nuevo del Reino de Dios por el que hemos apostado cuando hemos puesto nuestra fe en Jesús? ¿Estamos siendo en verdad signos por nuestro espíritu de servicio de ese Rey que es Jesús para nosotros, como el próximo domingo vamos a celebrar, a quien seguimos y con nuestro amor hemos de hacer presente en medio del mundo?

Ese templo de Dios que es nuestra vida necesita también de una purificación; muchas cosas que tenemos que arrancar de nuestra vida y arrojarlas lejos de nosotros para que no seamos un contrasigno, sino verdaderos testigos de luz para llevar a todos los hombres a Dios. Sabemos que a muchos no les va a gustar, pero no podemos dejar de hacerlo.

jueves, 21 de noviembre de 2024

Unas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa que nos hacen mirarnos a nosotros mismos a quien Dios tanto ha regalado con su amor

 


Unas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa que nos hacen mirarnos a nosotros mismos a quien Dios tanto ha regalado con su amor

Apocalipsis 5,1-10; Salmo 149; Lucas 19,41-44

Si hay algo que a todos nos conmueve son las lágrimas de cualquier ser vivo, de cualquier ser humano en nuestra presencia. Siempre nos preguntamos ¿por qué? ¿por qué esas lágrimas? Y tratamos de ser paño de lágrimas aunque no siempre sepamos como enjugarlas.

¿Por qué lloramos? ¿Por qué son esas lágrimas? Por empezar por las que puedan ser más agradable, podemos pensar que lloramos de alegría, de emoción, de sorpresa por algo bueno que nos acontece; todos hemos visto a una madre llorar de alegría cuando recibe noticias del hijo del que hace tanto tiempo que no sabe nada; lloramos de alegría si tenemos la suerte de que las cosas nos vayan bien o conseguimos aquella meta que tanto ansiábamos; todos nos emocionamos con quien está emocionado y terminamos derramando lágrimas con él; pero lloramos de rabia y de impotencia cuando no logramos el premio por el que luchábamos, o lloramos de angustia en la separación de un ser querido porque se va de viaje, lloramos de tristeza ante la muerte de seres queridos o allegados a nosotros; pero lloramos insatisfechos cuando vemos que hemos hecho tanto por alguien que no lo agradece, que incluso se puede volver contra nosotros y nos sentimos inútiles en lo que intentamos para el otro.

Muchas y distintas lágrimas pueden salir de nuestros ojos, que manifiestan sentimientos, amarguras, amores disfrutados o frustraciones en el amor, alegrías y tristezas, que expresan lo más hondo que llevamos dentro y que no tenemos palabras para expresarlo. ¿Sabremos descubrir no solo el por qué de nuestras lágrimas sino también el por qué de las lágrimas de tantos en nuestro entorno? ¿Acaso se nos secan nuestras lágrimas por alguna razón o nos volvemos insensibles ante las lágrimas que se derraman en derredor nuestro?

Hemos venido con el evangelio de san Lucas acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén; en ocasiones el caminar de Jesús parece que tiene prisa, como nos dice el evangelista, iba delante, conciente de la Pascua que en Jerusalén ha de celebrar, ha de vivir. Son muchos los anuncios que ha ido haciendo a lo largo del camino de lo que sucederá en Jerusalén aunque nunca los discípulos parecen entender las palabras de Jesús. Ahora se asoma ya como en un bacón a contemplar la ciudad de Jerusalén desde el monte de los Olivos. Allí nos queda una iglesia como recuerdo de ese momento.

Era de emoción grande para todo peregrino llegar a contemplar la ciudad santa a la que todos querían subir, además de la belleza que desde allí se contemplaba. Los que hemos peregrinado en alguna ocasión a aquel lugar hemos sentido también esa emoción, gratos recuerdos llevo en la memoria de mi alma.

Y nos dice el evangelista que Jesús llora. ¿Era solo la emoción de la contemplación de la ciudad santa? Todo buen judío sentía esa emoción. En otros momentos se nos hablará de cómo ponderaban las bellezas y tesoros que desde allí se contemplaban. Pero, ¿cuál era el motivo del llanto de Jesús? ¿El pensar en todo lo que allí había de sufrir en su pasión y en su pascua? Otros serían los momentos, al pie precisamente de ese monte en el huerto donde estaba el molino de aceite, para llegar incluso a sudar sangre por la angustia de lo que iba a suceder que El tan claramente veía.

Pero el llanto de Jesús ahora es distinto. Jesús llora por aquella ciudad a la que había amado tanto, por la que tanto había hecho, en la que había enseñado en sus calles y en la explanada del templo, en la que les había ido manifestando una y otra vez todo lo que era el misterio y el regalo de Dios, pero que ellos rechazaban. Es cierto que en algún momento los niños y la gente sencilla lo van a aclamar precisamente al final de aquella bajada del monte de los olivos, pero estaba el rechazo de quienes no querían recibir la luz; curaría a sus ciegos en sus calles, haría caminar a los inválidos postrados en sus piscinas siempre en eterna espera de la salud, pero ellos no sabían ver la luz, no sabían descubrir la verdadera salvación que Jesús les traía. Y llora Jesús por todos ellos, a los que había querido acoger como la gallina acoge a sus polluelos bajo sus alas.

Pero ¿nos dirá algo a nosotros hoy ese llanto de Jesús? Es un llanto que también es por nosotros a quienes tanto ha regalado, pero que tan poca respuesta hemos dado. Detengámonos a pensar ahora en nosotros mismos, en nuestras rutinas y en nuestras actitudes de derrotismo, en nuestras cobardías que a tantas negaciones nos han conducido, en nuestras cegueras cuando no hemos sabido descubrir la luz que nos llega de tantas maneras para despertar nuestro espíritu en tantas cosas que nos suceden a nuestro alrededor y que son señales de Dios en nuestro camino, en ese dejarnos envolver por ese egoísmo que nos hace insolidarios y que como lepra nos aísla y nos separa de los demás, en esos oídos sordos para escuchar lo que la Palabra nos dice a nosotros pero que esquivamos pretendiendo adosársela a los demás…

Cuántos motivos tendríamos pero para llorar nosotros, para terminar de escuchar esa palabra de Jesús que nos dice ‘levántate y anda’ como al paralítico de la piscina, ‘levántate y sal fuera’ como a Lázaro de Betania, ‘tus pecados quedan perdonados’ como al paralítico de Cafarnaún, ‘tu fe te ha curado’, como a la mujer de las hemorragias, ‘¿no te he dicho que tengas fe?, como a Jairo en el camino...

¿Nos sentiremos conmocionados por ese llanto y esas lágrimas?

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Salgamos de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo

 


Salgamos de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Salmo 150; Lucas 19, 11-28

¿En qué ocupamos la vida? Eso viene a decirnos el sentido que la vida tiene para nosotros. Hay quienes no piensan en  hacer nada, simplemente dejarse llevar por la pasividad, a lo que salga, pasarlo bien y vivir la vida; pero claro, tendríamos que preguntarnos y ¿qué es vivir la vida?  Creo que una vida así no se vive, se soporta o nos queremos aprovechar de ella, pero nada aportamos.

Pero hay quienes se arriesgan, quieren salir de esa pasividad, buscan algo nuevo y algo mejor, algo que en verdad les haga sentirse vivos, y siempre estarán buscando qué hacer, no simplemente por ocupar el tiempo sino por darle sentido a su tiempo haciéndolo productivo. Pero es un riesgo, conlleva esfuerzo, no siempre vamos a encontrar el resultado apetecido tan pronto como deseamos, nos exigirá sacrificios, buscar metas, darle hondura a la vida, aunque haya tropiezos, se puedan cometer errores, pero encontraremos satisfacciones más hondas que las de aquellos que no hacen nada y se quedan en la pasividad. Es un riesgo, porque nos exigirá poner todo lo nuestro, lo que somos más que lo que tenemos, porque no son cosas solo lo que buscamos.

Y surgen las personas emprendedoras, aparecen nuevas iniciativas, desarrollamos toda nuestra creatividad, porque de alguna manera estamos siendo creadores de esa vida que vivimos, y por eso mismo sentimos mayor satisfacción. Lo vemos en el orden también de lo material, quien quiere emprender un nuevo negocio, quiere avanzar en la vida para no quedarse en lo de siempre, quien busca también ¿por qué no?, un beneficio material, una riqueza para su vida, tiene que arriesgar y esforzarse, no se puede quedar con los brazos cruzados esperando que todo se lo den hecho.

De esto nos está hablando Jesús en el evangelio. Lo hace como una lección amplia para nuestra vida, pero está también en aquellas circunstancias que ahora mismo están viviendo sus seguidores, pero de alguna manera lo que es la vida del pueblo de Israel. Estaban subiendo a Jerusalén, nos dice el evangelista. Y algunos de sus seguidores más entusiastas ya estaban pensando que llegaba la hora de aquel reino que Jesús tanto había anunciado; claro que seguían sin terminar de entender el sentido del Reino de Dios que Jesús les anunciaba. Algunos pensaban que era la hora de la restauración de Israel, con todas las connotaciones que aquello tenía en su mentalidad. Pero también pensaban que todo se les iba a dar por nada, surgía un Mesías, un liberador y todo estaba hecho. Pero Jesús les propone una parábola.

Alguien que va a buscar el titulo de rey, aunque hay muchos que no están de acuerdo, pero mientras él deja a sus más cercanos un encargo. Les reparte una minas de oro (era una expresión que tenían de esos valores o riquezas que poseían), pero a no todos reparte de la misma manera, unos más y otros menos. Han de negociarlo.

Ponerse a negociar es una habilidad y es también un riesgo, porque aquel con quien negociemos también tiene sus mañas y habilidades y él también quiere ganar. Lo que son los negocios de la vida, como bien sabemos. A su vuelta pide cuentas; unos han dado rendimiento, más o menos según sus capacidades y habilidades, pero hay quien no ha rendido nada, porque nada ha negociado, y así lo reconoce. Había guardado aquella mina de oro que le habían confiado para no perderla y ahora la entrega dando la razón del miedo que tenía de no ganar, de perderla. Y con él aquel que viene con el titulo de rey es muy severo.

Como decíamos, Jesús quiere hablarnos de una forma general para la vida y para nuestras responsabilidades, y ya tomamos nota. Pero Jesús quiere hablarnos de lo que hemos de hacer para realizar ese Reino de Dios. No nos podemos cruzar de brazos, no podemos decir que son tiempos difíciles, no nos podemos quedar en que la gente no responde por mucho que nosotros hagamos, no podemos quedarnos en la pasividad del que se resigna. Y cuidado que habemos cristianos resignados y pacíficos, cuidado que algunas veces también en nuestros ámbitos eclesiales nos falta ese entusiasmo, esa iniciativa y esa creatividad, cuidado que no contentamos, decimos, con conservar los que aun tenemos para que no se vayan, pero nada estamos haciendo para sean otros los que vengan, los que reciban el anuncio del Reino que tenemos que realizar.

¿Querremos entender de verdad lo que Jesús nos está diciendo con la parábola? ¿Llegará un momento en que terminemos por despertar y salir de nuestras rutinas? ¿Seguiremos los cristianos en nuestra dejadez y nuestro poco entusiasmo? ¿Seguiremos refugiándonos en nuestras reuniones de siempre y en nuestros rezos dentro de nuestros templos? ¿Nos daremos cuenta de que es algo más que organizar procesiones lo que los cristianos tenemos que hacer en medio del mundo?

martes, 19 de noviembre de 2024

Nos subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la salvación

 


Nos subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la salvación

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Salmo 14; Lucas 19, 1-10

Estamos allí aglomerados un grupo diverso de personas, unas conocidas, otras no, quizás vecinos o personas cercanas a nosotros, porque estamos esperando quizá para entrar en algún sitio, o porque estamos esperando el transporte publico para nuestro viaje; más o menos charlamos entre todos en nuestra impaciencia como suele ser habitual, pero en un momento dado se acerca una persona que desconocida que por sus características nos puede parecer que es de otro lugar, un inmigrante quizás, y se hace silencio, nos hacemos a un lado casi como si no quisiéramos que se pusiera junto a nosotros, nuestras miradas de desconfianza tratan de soslayar su mirada porque quizás nos sentimos incómodos; ¿habrá alguien que rompa el silencio y se dirija con una palabra amable al recién llegado al que quizás ni respondimos a su saludo? El también quiere tomar ese autobús, él también quiere llegar a ese sitio, ¿habrá alguien que le ponga las cosas fáciles? Seguro que brotaría una sonrisa de agradecimiento y se sentiría distinto.

He querido comenzar la reflexión de hoy con un episodio como este con el que nos encontramos en cualquier momento del día, queriendo traer al hoy de nuestra vida el episodio que nos narra el evangelio. También las gentes estaban aglomeradas en la vía que atravesaba la ciudad de Jericó y que tendría su continuación en el camino que llevaba a Jerusalén. Jesús estaba atravesando la ciudad y la gente se agolpaba para ver pasar a Jesús; quizás habían traído sus enfermos con la esperanza que Jesús los curara; todos querían verle y escuchar alguna de sus palabras.

En medio de toda aquella gente apareció el que menos pensaban que tuviera curiosidad por conocer a Jesús. El publicano Zaqueo con el que nadie quería mezclarse. Por eso le costó tanto encontrar un lugar desde donde él también viera pasar a Jesús, porque además era bajo de estatura y detrás de la gente poco podría ver. Encontró una solución; más adelante había una higuera y subido entre sus ramas podría ver pasar a Jesús y él pasaría desapercibido ya que tanto lo despreciaban sus vecinos.  No molestaría a nadie y se podía ver saciada su curiosidad.

Pero es Jesús el que inesperadamente se detiene ante aquella higuera; había descubierto a Zaqueo y ahora era Jesús el que se dirigía a El porque quería hospedarse en su casa. No es necesario poner mucha imaginación para ver la alegría y el entusiasmo con que se bajó Zaqueo de la higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús. Algo renació en su corazón como luego se va a manifestar. Su vida cambiará radicalmente, así lo manifestará, devolverá y con creces lo que ha robado y lo que tiene lo repartirá entre los pobres. ¿Recordaremos quizá aquel joven rico al que Jesús un día le dijo que vendiera todo lo que tenía para repartir su dinero con los pobres?

‘Hoy ha entrado la salvación a esta casa’, proclamará Jesús. Un paso grande se había dado cuando se había atrevido – aunque pareciera una temeridad – subirse a la higuera para ver pasar a Jesús.

¿Significará esto algo para nosotros? Nos refugiamos muchas veces tras las hojas de tantas higueras en la vida, no por nuestra curiosidad de querer encontrarnos con Jesús; pesan quizás nuestros miedos y cobardías porque estamos pensando más en lo que pueda pensar la gente que en lo que realmente por nosotros mismos tendríamos que hacer, nuestras indecisiones a pesar de que pareciera que hay una vocecita en nuestro interior que nos está invitando a dar un paso distinto, nuestros respetos humanos o el amor propio tras los que queremos ocultarnos porque nos cuesta reconocer nuestra realidad, nuestros pedestales a los que queremos subirnos porque queremos estar en primera línea se convierten en obstáculo para que otros puedan alcanzar a ver a Jesús.

¿Daremos el paso de la higuera, porque fue importante el subirse a ella, pero fue importante también la prontitud para bajarnos? No solo es la curiosidad que podamos sentir porque queremos conocer algo nuevo, es el encuentro profundo que vamos a realizar con Jesús lo que verdaderamente va a transformar nuestra vida; no es solo la buena voluntad que nosotros podamos poner, sino el dejarnos llevar por los impulsos del Espíritu que nos empuja y guía dentro de nosotros lo que nos va a llevar a la auténtica conversión.

¿Cómo vamos a recibir y a tratar a ‘Zaqueo’ que se cruza con nosotros en cualquier aglomeración de la vida o en cualquier esquina del camino?

lunes, 18 de noviembre de 2024

Detengámonos a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas

 


Detengámonos a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Salmo 1; Lucas 18, 35-43

Al borde del camino, sin saber que hacer o sin tener nada que hacer, ensimismados quizás en nuestras cosas, en nuestras rutinas de cada día, abrumados por los problemas que caen encima como una loza que paraliza y encierra, perdida quizás la ilusión y la esperanza, llenos de miedos para emprender otros caminos, con deseos de hacerlo pero con cobardías que ciegan, sintiéndose quizás ignorados y no tenidos en cuenta marcados por una cierta marginación… son tantos los que podemos encontrar en nuestros caminos, pero que tampoco vemos porque quizás hemos perdido la sensibilidad o porque pensamos que si se hacen notar nos molestan porque pueden despertar inquietudes con las que no queremos cargar.

¿Quiénes son los ciegos? ¿Los que están tirados al borde del camino o los que vamos por el camino pero que miramos para otro lado? Mejor no enterarnos, mejor seguir con nuestras prevenciones y prejuicios, mejor hacernos los desconocidos cuando nos tropezamos con ellos en cualquier esquina o se suben al transporte con nosotros. Su manera de ser, su forma de actuar, sus gestos o sus palabras, las sonrisas que surgen en sus conversaciones entre ellos, sus miradas nos molestan y tratamos de evitarlos, hacernos los sordos o mirar para otro lado.  Y vamos a Misa.

¿Será posible que nos quedemos tan tranquilos sin implicarnos cuando escuchamos un evangelio como el que hoy se nos propone? Jesús iba de camino para Jerusalén; atravesaba Jericó, casi al final de la bajada del valle del Jordán antes de emprender la subida a Jerusalén; mucha gente lo acompañaba, por allí lo rodea el grupo de los discípulos que fieles van siempre con él, pero también mucha gente que hacía del camino de subida a Jerusalén, pues se acercaba la Pascua. Parece que lo importante es hacer el recorrido y de camino ir escuchando las enseñanzas de Jesús que siempre tiene una palabra que enriquece la vida; por el barullo de la gente y que no siempre podían mantenerse en la misma cercanía, en ocasiones se hacía costoso escucharle. No iban pendientes de nada más.

Pero al borde del camino hay un ciego pidiendo limosna. Era casi habitual encontrarlos, además siendo un lugar de paso de muchos peregrinos en su subida a Jerusalén. En la pobreza acrecentada con la ceguera era la ocasión de recoger alguna limosna que aliviara sus necesidades.

Al oír el barullo de gentes en el camino el ciego pregunta y le dicen que pasa Jesús, el Nazareno. No fue necesario  nada más para que su pusiera a gritar pidiendo a Jesús que tuviera compasión de él. Qué molesto, no podían escuchar las palabras de Jesús; quieren hacerlo callar, lo regañaban pero él gritaba más fuerte. Cuando Jesús se entera de lo que sucede lo manda llamar.

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ el ciego soltándolo todo de un salto se había puesto a los pies de Jesús. ¿Qué es lo que puede pedir? ¿Qué es lo que hubiéramos pedido si  nos encontráramos en su misma situación? ¿Se nos habrá ocurrido pensarlo? Nosotros que llevamos la lista (de la compra) elaborada de nuestras peticiones cuando vamos a rezar… ¿Habría que hacer una revisión de esas listas que llevamos en nuestra mente?

Hemos comenzado hoy nuestra reflexión haciéndonos unas consideraciones sobre lo de estar al borde del camino. Traigamos acá ahora aquellos pensamientos, pero seguramente en aquellos en los que íbamos pensando cuando nos hacíamos aquella descripción y pensemos que es lo que realmente quieren.

¿Nos habremos detenido a pensar alguna vez cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y que algunas veces evitamos qué es lo que quieren que hagan por ellas? Quizás solo esperen de nosotros una mirada – esa mirada que tantas veces desviamos -, que los tengamos en consideración, que los saludemos igual que saludamos a los conocidos o a los amigos, el no sentirse ignorados, el que los dejemos actuar con libertad y confianza tal como son dejando a un lado nuestras prevenciones, nuestros prejuicios y nuestras desconfianzas. Volvamos a leer los primeros renglones de nuestra reflexión de hoy y pongamos por medio esa pregunta de Jesús ‘¿Qué es lo que quieres que haga por ti?

Pero no nos quedemos con los brazos cruzados, sino comencemos a hacer lo que desean de nosotros. Unas nuevas actitudes, unas nuevas posturas, unos nuevos gestos tendrán que ir acompañando nuestra vida a partir de que Jesús hoy a nosotros también quiere hacernos ver, quiere romper nuestras cegueras, quiere devolvernos también la visión. Da pasos como aquellos que iban con Jesús y al final ayudaron a ciego a ir también hasta Jesús.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Si abrimos los ojos y nos dejamos iluminar por la fe y la esperanza descubrimos muchas cosas bellas, no solo negruras de sufrimiento sino muchas luces de esperanza

 


Si abrimos los ojos y nos dejamos iluminar por la fe y la esperanza descubrimos muchas cosas bellas, no solo negruras de sufrimiento sino muchas luces de esperanza

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32

En la lectura de la historia y de la vida que todos de alguna manera nos hacemos surge la cuestión de si otros tiempos fueron mejores o peores, si acaso nosotros estamos viviendo los peores momentos de la historia o acaso nuestros tiempos son los mejores gracias al desarrollo que hemos alcanzado y el estilo de bienestar que hoy podemos vivir, aunque cuando contemplamos la cruda realidad de nuestro mundo pareciera que si todo eso del bienestar se nos queda en agua de borrajas.

No soy un experto para dictaminar si fueron o son peores o mejores los antiguos o los de nuestra época, pero siempre nos vamos a encontrar cosas que hacen sufrir a la humanidad, la naturaleza no sé si de manera cíclica o no pero se nos muestra violenta y destructora, como ahora hemos vivido en la cercanía de nuestra tierra, pero todos recordamos avalanchas y destrucción, volcanes y terremotos, devastación y muerte a lo largo de la historia que, vamos a decirlo así, nos ponen la carne de gallina, porque nos llenan de sufrimiento y de dolor.

Pero ¿nos resignamos ante lo irremediable? ¿O acaso nos llenamos de insensibilidad cuando no nos sucede a nosotros directamente? ¿Nos hará plantearnos quizás un sentido de la vida o una nueva manera de hacer las cosas o enfrentarnos a esas realidades? Claro que no nos quedamos en esos daños materiales, en esos sufrimientos y dolor diríamos solamente desde lo material. Descubrimos o nos damos cuenta que en la vida hay otros muchos sufrimientos que nos provocamos los unos a los otros cuando quizás vivimos un sentido egoísta de la vida, nos dejamos arrastrar por nuestros orgullos y pasiones, o algunas veces queremos convertirnos en dioses del mundo para que todos nos adoren.

No nos es fácil la vida porque muchas veces no son fáciles nuestras relaciones con los demás porque nos puede faltar madurez y entereza para afrontar la vida y sus problemas, para suavizar esas aristas que muchas veces todos llevamos con los que al rozar los unos con los otros en nuestros mutuos y necesarios encuentros nos podemos hacer daño. No siempre quizás estamos dispuestos a limar esas asperezas y nos vamos haciendo daño los unos a los otros. Algo nuevo y distinto tendríamos que hacer, tendríamos que plantearnos.

¿Se estarán refiriendo a esas turbulencias los anuncios que nos hace hoy Jesús en el evangelio? Es cierto que escuchamos un lenguaje apocalíptico, y parece como si nos hablara del fin del mundo, del fin de los tiempos. Muchos se han quedado en la interpretación de estos evangelios que escuchamos sobre todo en estos días del final del año litúrgico en este sentido. Es cierto también que es algo que está podríamos decir en el sentir de muchos de nuestra sociedad hoy como también ha sido en otros tiempos.

Los que tenemos unos años podemos recordar cuantas veces en los últimos tiempos se ha hablado de la proximidad del fin del mundo. Estos días pasados leía el anuncio que se hacía de que se podía datar ya la fecha o algo así del fin del mundo que hoy conocemos, aunque la verdad no me entretuve mucho en leer con detalle lo que se decía. De algunas maneras todos pensamos, aunque lo tratemos de disimular, en un final de la vida o de la historia. Pero ¿esto ha de ser motivo de angustias y de agobios?

Jesús con sus palabras en el evangelio, que no valen para todos los tiempos, son buena noticia de Dios en todos los tiempos, trata de hacer que vivamos en paz y en serenidad. ¿Por qué no seguir viviendo con responsabilidad el tiempo presente que de alguna manera estar construyendo un futuro mejor?

Jesús nos propone unas imágenes muy bonitas y que pueden ser bien significativas. Habla de los brotes de las yemas de la higuera, que nos anuncian primavera y nos anuncian un verano de frutos que se acerca. ¿Por qué, pues, en todo eso que sucede, en todo eso que es nuestra vida, con sus luces y con sus sombras, no vemos surgir esas yemas o esos brotes que nos anuncian un tiempo mejor? ¿No podríamos descubrir en medio de todas esas oscuridades pequeñas luces que van brotando porque van surgiendo corazones generosos y solidarios, porque nos hacen preguntarnos y plantearnos qué es lo que podemos hacer mejor para que nuestro mundo sea mejor?

Tenemos que saber descubrir y ver el esfuerzo de tantos que siguen luchando con responsabilidad y constancia a pesar de las dificultades, vemos el trabajo que se intenta realizar por una mejor educación de nuestra sociedad, constatamos el sacrificio de tantos que trabajan desinteresadamente por hacer que los que están a su lado tengan una vida más digna, el espíritu fuerte de tantos que se levantan de en medio del barro en que los ha envuelto la vida para recomenzar de nuevo con ilusión y con esperanza.

Si abrimos los ojos, dejándonos iluminar por la fe y la esperanza podemos ver muchas cosas bellas, no solo las negruras del sufrimiento o de los horrores que puedan ir surgiendo. Hay muchas luces en nuestro mundo que nos dan esperanza.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Ojalá aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que hacemos oración porque estamos saboreando a Dios

 


Ojalá aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que hacemos oración porque estamos saboreando a Dios

3Juan 5-8; Salmo 111; Lucas 18, 1-8

Mientras algunos tienen a gala el tener grandes amigos, poderosos e influyentes, a los que pueden acudir porque siempre estarán dispuestos a mover los hilos que sea para que nosotros logremos nuestras aspiraciones, o consigamos todo aquello que necesitamos, otros sin embargo andarán resabiados por la vida porque no estarán dispuestos a pedirle nada a nadie, o piensan que a determinadas personas nada le pedirán porque siempre les van a dar largas o el no por respuesta. ¿Qué confianza podemos tener para solicitar una ayuda o pedir algo perentorio que necesitamos? ¿Qué vamos a encontrar? Claro que por detrás también tenemos que pensar cuales son las respuestas que nosotros damos a quien nos pide. Algo muy complejo, que no lo podemos delimitar tan fácilmente. ¿Qué encontramos o qué ofrecemos?

¿Es verdad que necesitamos de esas influencias, o de esas instancias para ablandar el corazón de aquel a quien le pedimos? Claro que también tendríamos que pensar que nuestras mutuas relaciones no se reducen a un pedir o a un dar; alguna otra comunicación tendríamos que tener entre unos y otros, porque de lo contrario eso significaría que son muy pobres nuestras relaciones, que nos falta cordialidad y confianza, que nos falta cercanía para compartir que no solo son cosas sino algo más de nuestra vida.

¿No tendríamos que pensar en algo de todo esto en lo que es nuestra relación con Dios? Y es aquí donde tenemos que plantearnos qué son y cómo son nuestras oraciones. Es cierto que muchas veces parece que las convertimos solo en un reclamo o en pedir cosas. ¿No nos estará faltando esa comunicación que tiene que ser comunión en todo lo que es nuestra relación con Dios? Muchas veces también lo reducimos a algo formal, a lo ritual, y porque hacemos unos ritos, muchas veces mecánicamente, ya parece que lo hemos hecho todo, ya hemos hecho oración, pero quizá en lo hondo del corazón no hemos terminado de llegar a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida. Qué pobreza entonces, tenemos que reconocer, en nuestra oración.

El evangelista nos dice que para enseñarnos Jesús cómo tenemos que ser perseverantes en nuestra oración nos propone una parábola. No dice solo perseverantes en nuestras peticiones, que también, sino perseverantes en la oración. Claro que el ejemplo nos habla de la viuda que pedía justicia a aquel juez que se portaba de manera injusta y no la escucha.

Pero me quiero quedar en unas palabras que pueden tener su significado para lo que estamos diciendo; aquella mujer quiere ser escuchada, aquel juez no la escucha, aunque al final terminará escuchándola. ¿No tendríamos que emplear esta expresión en lo que tiene que ser nuestra relación con Dios? Una escucha mutua, que de Dios tenemos garantizada, pero una escucha que nosotros también tenemos que saber hacer a lo que Dios nos dice o nos ofrece. Y escucha es ese querer entrar en comunicación, es llegar a esa comunión con Dios. Y no somos perseverantes, no es Dios el que se cansa de nuestras peticiones, sino que somos nosotros los que nos cansamos de escuchar a Dios, no nos ponemos en sintonía con Dios. Creo que es un aspecto muy importante que hemos de tener en cuenta.

Por eso nos dirá Jesús en otro momento cuando nos enseñe a orar que no tenemos que estar pensando en muchas cosas que tenemos que pedirle a Dios, que Dios conoce nuestras necesidades; como nos dice cuando nos enseña el padrenuestro como forma, que no fórmula, de oración nos dice que no necesitamos muchas palabras. Claro que nosotros lo hemos convertido en una fórmula que entonces nos parece que tenemos que repetir muchas veces para que Dios nos escuche. Ojalá aprendamos a saborear el padre nuestro desde la primera palabra de esa oración. Sí, digo saborear. Eso tiene que ser nuestra oración, saborear el que estamos con Dios.