La
congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los
cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad
nueva
Jeremías 20, 10-13; Salmo 17; Juan 10, 31-42
A fuer de sinceros muchas veces nos
encontramos con muchas incongruencias en la vida, porque da la impresión que no
están muy acordes las cosas que pensamos o que decimos con lo que luego
realmente hacemos. Somos buenos para establecer principios y reglas pero a la
hora de la verdad cuando llega el momento de ver lo que vivimos parece que hay
mucha distancia entre eso que establecemos y lo que luego haremos. Nos
escudamos quizás en nuestras propias debilidades, nos decimos que tampoco que
tenemos que ir a rajatabla con lo que tenemos que hacer ni tenemos que ser tan
radicales, nos procuramos algunas rebajas de manera que descafeinamos tanto el
café que al final no será café, descafeinamos tanto nuestra vida religiosa y
cristiana que al final se parece poco al evangelio. Aparecen las incongruencias,
como decíamos.
En la hora en que Jesús les repartió
pan para que pudieran comer todos en abundancia allá en el descampado cuando se
habían acabado las provisiones, todos estaban entusiasmados queriendo
proclamarlo rey; cuando daba la vista a los ciegos o curaba a los leprosos
decían que Dios había visitado a su pueblo; cuando curaba a los que llamaban
endemoniados o hacia caminar a los tullidos el poder de Dios estaba con El y
todos se entusiasmaban porque era para ellos una señal de la venida del Mesías;
pero cuando Jesús les decía que eran otras cosas las que tenían que pedir o
buscar, que no todo estaba en el milagro fácil sino que había que comenzar a
actuar de una manera nueva en las mutuas relaciones o en su relación con Dios,
ya eso costaba entenderlo porque aquel estilo nuevo de vivir podía echar abajo
muchas cosas que había que transformar, signo de ello fue la expulsión de los
vendedores del templo.
Cuando Jesús en sus palabras y en su
actuar estaba manifestando claramente el rostro de Dios que era algo muy
distinto de lo que habían imaginado, como Jesús se presentaba como el enviado
del Padre, se atrevía a llamar Padre a Dios además de enseñarnos que esa era la
nueva relación que con Dios habíamos de tener porque El era el Hijo de Dios y
porque a nosotros nos quería hacer también hijos de Dios, entonces ya Jesús
eran un blasfemo al que había que apedrear.
Es lo que se nos presenta hoy en el evangelio.
‘Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de
ellas me apedreáis?’ les pregunta Jesús. ‘No te apedreamos por una obra
buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios’,
le dicen. No había terminado de conocer a Jesús, no habían querido entender sus
palabras. ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago,
aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que
el Padre está en mí, y yo en el Padre’, les vuelve a insistir Jesús.
Palabras solemnes de Jesús que nos vienen a manifestar claramente que es el
Hijo de Dios. Como dirá en otro momento ‘el Padre y yo somos uno’.
Se escabulló de sus manos, porque aun
seguían queriendo detenerlo y se fue a la otra orilla del Jordán, allá donde
Juan había estado bautizando. ‘Y muchos
creyeron en El allí’, nos dice el evangelista.
Estamos ya a las puertas de la semana
de Pasión que culminará con la celebración de la Pascua para lo que hemos
venido preparándonos durante todo el camino cuaresmal. Momento ha sido todo
este recorrido para repasar muchas cosas de nuestra vida, de nuestra fe y de
nuestro seguimiento de Jesús, de la autenticidad que tiene que haber en nuestra
vida y de la necesaria renovación que hemos de hacer. Hoy se nos está
preguntando por la congruencia de nuestra fe y nuestra vida.
¿Creemos para una procesión o para
hacer grandes manifestaciones religiosas cargadas de mucha pomposidad o creemos
como verdadero alimento de nuestra vida, como motor de una transformación de
nuestras costumbres, como fermento de un nuevo sentido de iglesia que hemos de
vivir, como un compromiso que tenemos también con la vida y con la sociedad que
estamos construyendo?
¿Se notará allí donde estamos, donde
desarrollamos nuestra vida diaria que en nosotros hay una fe y hay unos valores
distintos aunque tengamos que ir a contracorriente del mundo y la sociedad en
la que vivimos? ¿En qué se nota que hay unos cristianos que son fermento de una
sociedad nueva?