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miércoles, 25 de junio de 2025

Tenemos que meditar el evangelio y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón

 


Tenemos que meditar el evangelio y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón

Génesis 15,1-12.17-18; Salmo 104; Mateo 7,15-20

A veces pensamos ¿y de quien nos podemos fiar? Nos sentimos engañados, bonitas apariencias, bonitas palabras, promesas que ya no sabemos a qué más pueden llegar, pero pronto la apariencia se desbarata, la máscara bonita que se han puesto para dar una buena imagen se cae y al final es como una máscara de carnaval tirada por los suelos cuando se acaba la fiesta, las palabras, como se suele decir, se las lleva el tiempo y las promesas con engodo para engatusarnos que al final resulta venenoso. Lo estamos viendo demasiado en nuestra sociedad y parece que se acaban las ilusiones, porque ya nos cuesta creer en alguien.

Puede parecer un cuadro demasiado trágico y triste el que estoy presentando pero por una parte no hago sino reflejar mucho de lo que estamos viendo en la vida social, en la política, en las relaciones entre unos y otros muy llenas de vanidad y en consecuencia de demasiadas apariencias y caretas. Y es que además nos podemos ver envueltos en esa turbina y terminar nosotros viviendo también de las apariencias y perdiendo autenticidad en nuestra vida.

Nuestras palabras y nuestras obras han de estar en la misma sintonía. Eso que llamamos congruencia, eso que nos tiene que manifestar auténticos, tal como somos, quizás también con nuestros fallos, pero con la aceptación de nuestros errores, con nuestros deseos de superarnos aunque nos cueste, con nuestras ganas de querer seguir avanzando y subiendo esos peldaños que nos llevan a ser mejores y a contribuir también a que nuestro mundo sea mejor.

Jesús nos previene por una parte para que no nos dejemos embaucar, pero también para que trabajemos por esa autenticidad de nuestra vida. Y es que en nuestros ámbitos, llamémoslos religiosos, también podemos encontrar esas tentaciones, o esos cantos de sirena que quieren atraernos, como nos dice Jesús esos falsos profetas que no nos trasmitirán con autenticidad la Palabra de Dios.

Ovejas con piel de lobos, los llama Jesús. Muchos predicadores en todos los ámbitos o que de rigurosos se ponen catastrofistas, lo que está muy lejos del sentido del evangelio que siempre es un anuncio de alegría y de esperanza, o vienen con la suavidad de dulces palabras que nada nos dicen o que nos confunden, personas que no son constructivas con lo que nos dicen sino que sintiéndose furibundos profetas todo lo quieren destruir para comenzar algo nuevo a su imagen. Pero también podemos encontrarnos los que no se acercan con radicalidad y apertura de corazón a la palabra y solo nos ofrecerán o cosas bonitas, o cosas repetidas tantas veces como de memoria como una cantinela que ya no nos dicen nada. De todo nos podemos encontrar.

¡Qué difícil es muchas veces ser fieles de verdad a la Palabra de Dios! Algunas veces parece que le tenemos miedo, o que aquello que vamos a escuchar o tengamos que decir nos compromete y nos exige algo nuevo en nosotros que no estamos dispuestos a dar. Tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu del Señor, es quien nos lo revelará todo, es quien va a conducirnos de verdad por esos caminos nuevos del Reino de Dios; es quien inspira de verdad nuestra vida, pero tenemos que dejarnos conducir por El.

Recuerdo de nuevo íntegro el texto del evangelio que hoy se nos ha ofrecido. Tenemos que meditarlo y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón. ‘Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis’.

Y nosotros, ¿qué fruto es el que estamos manifestando?

 

martes, 24 de junio de 2025

La celebración del nacimiento de Juan nos tiene que llevar a una búsqueda de Jesús, verdadera Palabra que nos trae la auténtica Salvación

 


La celebración del nacimiento de Juan nos tiene que llevar a una búsqueda de Jesús, verdadera Palabra que nos trae la auténtica Salvación

Isaías 49, 1-6; Salmo 138; Hechos de los apóstoles 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

‘¿Qué va a ser de este niño?’ es la pregunta que se hacen sus vecinos y todas las gentes de las montañas a las que había llegado la noticia de su nacimiento. Cuando los vecinos de Isabel se enteraron de la noticia de que estaba esperando un hijo a pesar de su vejez daban gracias a Dios que se había manifestado misericordioso con ella. Ahora se estaban sucediendo cosas extraordinarias, el niño se iba a llamar como su padre sino que la madre había insistido en llamarle Juan, el padre lo había ratificado escribiéndolo en una tablilla pues había estado mudo desde lo que había sucedido en el templo, en verdad aquel nombre venía a significar la misericordia del Señor que se había manifestado en aquel hogar, como el mismo nombre significaba. Zacarías había recobrado el habla y había terminando cantando también las misericordias del Señor.

‘¿Qué a ser de este niño?’ se preguntaban y con razón. ¿Sería sacerdote del templo de Jerusalén como hubiera sido habitual en el hijo de un sacerdote? ¿Quedaría allá en aquel pueblo ignorado y perdido entre las montañas de Judea?

Pero Dios había ido señalando su camino. ‘Tu mujer, Isabel, te dará un hijo’, le había señalado el ángel. Será motivo de gozo y alegría para muchos… estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno’, le había anunciado el ángel. ‘Y la criatura saltó de gozo en el seno de su madre’ con la visita de María, la prima, llegada desde la lejana Galilea. ‘Convertirá a muchos de Israel al Señor, su Dios… porque irá con el espíritu y el poder de Elías… para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’.

La respuesta a la pregunta estaba en lo que el ángel le había anunciado a Zacarías y por lo que ahora Zacarías daría gracias al Altísimo ‘porque ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas’.

Si ahora la gente se preguntaba qué iba a ser de aquel niño, un día allá en el desierto donde Juan estaba realizando aquella misión para la que había sido elegido desde el seno de su madre, como habían dicho los profetas, ahora le preguntarían a Juan de la misma manera. ‘¿Tú quien eres para que podamos responder a los que nos han enviado?’ Y Juan diría que él no era el profeta, que no era el Mesías, que solo era la voz que clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor. Sí, sería como proféticamente había cantado Zacarías ‘el profeta del Altísimo que irá delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados’.

En aquellos momentos tan llenos de confusión por toda la situación, en cierto modo dramática para el pueblo, que estaban viviendo Juan era la voz que anunciaba algo nuevo y bien distinto, la voz que invitaba a la conversión, la voz que preparaba los caminos del Señor. Era la voz que gritaba en el desierto, pero él quería pasar desapercibido porque no se anunciaba a si mismo; no le importaba menguar y desaparecer para que quien iba a venir creciera y se manifestara en verdad como el Salvador. Lo harán enmudecer porque su palabra resultaba incomoda para los poderosos, de ahí su martirio en manos de Herodes.

Hoy nosotros estamos celebrando su nacimiento, que también a todos nos llena de alegría y nos hace hacer fiesta. También son momentos de confusión donde necesitamos también escuchar una voz profética que nos conduzca hasta la Palabra, porque es ahí donde vamos a encontrar la salvación. Incluso hasta la misma celebración del nacimiento de Juan nos pueda llenar de confusión porque estamos haciendo una mezcla de nuestros elementos religiosos y cristianos con un nuevo paganismo que se va extendiendo por el mundo y la sociedad.

Podemos pensar en la descristianización de nuestra sociedad donde vamos dejando a un lado los valores cristianos y del evangelio para vivir en una indiferencia muy peligrosa, en un materialismo que nos desborda y en un sensualismo que preocupa en la manera de vivir de nuestra sociedad. ¿Habrá una voz profética que nos despierte y haga volver nuestros corazones a los caminos del Evangelio que aunque nos llamamos cristianos tenemos tan olvidados? Pero incluso en las mismas formas que se han reintroducido en la forma de celebrar el nacimiento de Juan está renacimiento un nuevo paganismo en unos nuevos ritos que quieren ser como los nuevos sacramentos para nuestra sociedad de hoy. Pensemos en todas las costumbres y ritos de las que hemos llenado esta noche de san Juan, que quieren mimetizar los sacramentos de la Iglesia, pero sustituyéndolos por un fuego que llaman purificador.

¿Quién es el que de verdad nos purifica? Juan había sido anunciado como el que venía a preparar los caminos del Señor para la conversión y el perdón de los pecados. ¿Será eso lo que en verdad nosotros buscamos y queremos celebrar con el nacimiento de Juan?

‘¿Qué va a ser de este niño?’, nos seguiremos preguntando, pero tenemos que hacerlo en una búsqueda del Evangelio, que tiene que ser siempre una búsqueda de Jesús. ¿Será a Jesús a quien buscamos como nuestro único Salvador?

lunes, 23 de junio de 2025

Cuando la plantilla sobre la que construimos nuestra vida es la del amor siempre estaremos dispuestos a caminar juntos, aceptarnos mutuamente y respetarnos

 


Cuando la plantilla sobre la que construimos nuestra vida es la del amor siempre estaremos dispuestos a caminar juntos, aceptarnos mutuamente y respetarnos

Génesis 12,1-9; Salmo 32; Mateo 7,1-5

Parece como si fuera algo innato en nosotros, no hay nada que haga otra persona en que nosotros casi al mismo tiempo estemos haciendo nuestras valoraciones y comparaciones, cómo nosotros haríamos las cosas mejor y de otra manera, y enseguida vemos fallos, intenciones torcidas, y vienen los juicios y condenaciones. ¿Qué sabes tú por qué lo hizo, cual es la intención interior o motivación que esa persona tiene para hacer lo que hace? ¿Es que somos capaces de leer el corazón? Bien que nos molestamos cuando alguien comenta algo de lo que nosotros hacemos, y miremos cuales son nuestras reacciones.

 A esto quiere prevenirnos Jesús y lo que quiere es que todos tengamos una vida digna y seamos capaces de respetarnos los unos a los otros. Fácil es hablar y dictar sentencias, pero qué difícil es realizarlo en nuestra vida. ‘No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros’.

Con lo que nos está diciendo Jesús no es que no seamos constructivos, porque siempre podemos hacer las cosas mejor, siempre podemos darle un nuevo matiz, siempre tenemos que estar en la actitud de crecer. Lo que no quiere Jesús son los juicios condenatorios a los que tan dados somos; como decíamos antes, parece que fuera algo innato en nosotros. Cuando la plantilla sobre la que construimos nuestra vida es la del amor siempre estaremos dispuestos a caminar juntos, aceptarnos mutuamente, respetarnos en aquello que pueden ser nuestros criterios o nuestras opiniones y en lugar de empujar fuera del camino, lo que tenemos que hacer es tendernos la mano para no salirnos de ese camino ayudándonos mutuamente.

Es el camino que hemos de recorrer y de recorrer juntos. Porque todos tenemos tropiezos, todos podemos cometer errores, todos podemos tener en nuestros ojos algo que merme nuestra buena visión. ¿Por qué, nos dice Jesús, voy a estar fijándome solo en la pajita que puede haber en el ojo del otro, esa pestaña que se le haya introducido, mientras quizás nosotros tenemos una viga tremenda en el nuestro? Antes de mirar a los demás tenemos que mirarnos a nosotros mismos, porque en nosotros puede haber, y de hecho las hay, muchas cosas que tengamos que corregir, mejorar, hacer de otra manera.

‘¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Déjame que te saque la mota del ojo, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano’.

Son tajantes las palabras de Jesús y pueden dolernos pero es la realidad a la que tenemos que atenernos. Son los pasos de amor y de respeto que tenemos que ir dando, es la bonita sintonía que tenemos que aprender a sintonizar y hacer sonar al unísono, es la bella canción de la vida que tenemos que aprender a cantar. Si alguien vemos en algún momento que desentona, no lo quitemos del coro, ayudémosle a que encuentre esa necesaria armonización que nos da el amor. Será bella la coral que con toda la creación entonemos para gloria del Creador. Jesús nos está marcando los ritmos, señalando los caminos que tenemos que aprender, trazándonos las metas; dejémonos conducir por su Espíritu de Sabiduría y encontraremos la salvación.

domingo, 22 de junio de 2025

Mi Cuerpo entregado por vosotros… mi Sangre derramada por vosotros y por todos para que tengan vida… es lo que tenemos que celebrar y vivir en esta fiesta del Corpus

 


Mi Cuerpo entregado por vosotros… mi Sangre derramada por vosotros y por todos para que tengan vida… es lo que tenemos que celebrar y vivir en esta fiesta del Corpus

Génesis, 14, 18-20; Salmo 109; 1Corintios 11, 23-26; Lucas 9, 11b-17

No sé si en alguna ocasión se han visto desbordados por una situación en la que tenían que actuar pero que parecía que superaba todas vuestras posibilidades o capacidades de actuación, pero era algo que se esperaba de ustedes, porque formaba parte de las responsabilidades asumidas, de un cargo o responsabilidad que tenían en la vida, o era una situación familiar en la que se veían involucrados muchos de la familia, pero que podía estar en las manos de ustedes la salida de tal conflicto. ¿Cómo se sentían? ¿Qué tenían que hacer? No sabían por donde empezar y el camino parecía bastante escabroso. ¿Podríamos buscarnos alguna disculpa? Seguro que no podíamos escaquearnos porque todos estaban pendientes de nuestra actuación.

Me planteo esto, porque por un lado vemos lo que dice el evangelio y el compromiso en que Jesús pone a sus discípulos, cuando ante toda aquella multitud que había venido de lejos para ver y escuchar a Jesús, había que darles de comer; pero es que Jesús les dice: no es cuestión de que les digamos que se marchen sino ‘dadles vosotros de comer’.

Pero esto no es ajeno a lo que al mismo tiempo podemos contemplar en el mundo en que vivimos, problemas, necesidades, hambre, guerras, miseria, desplazados o emigrantes que nos llegan continuamente a nuestras tierras, o se desplazan por el mundo buscando algo mejor y sucede en todos los continentes. Nos sentimos impresionados por las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación, las decisiones que toman los poderosos de nuestro mundo, los problemas que se acumulan muchas veces no tan lejos de nosotros. ¿Y nos quedamos con los brazos cruzados? ¿Y echamos balones fuera porque decimos que esas decisiones están en manos de otros? ¿Nos desentendemos y cerramos los ojos? ¿Decimos que eso no está en nuestras manos y que nada podemos hacer? ¿Comenzamos a decir lo que tienen que hacer los otros? Pero Jesús nos está diciendo ‘dadles vosotros de comer’.

Y esta reflexión nos la hacemos en esta fiesta del Corpus. Quizás en muchos de nuestros pueblos se movilice mucha gente para preparar la fiesta del Corpus, con nuestras procesiones, nuestras alfombras, nuestros descansos, nuestra música, nuestros cantos… todo un fervor popular. Un fervor que nació de nuestra fe en la Eucaristía, del misterio de amor y de entrega que celebramos en la Eucaristía. Estamos recordando y celebrando algo muy grande, pero que algunas veces porque lo vemos tan grande y misterioso casi lo hemos ido alejando de lo que tiene que ser la realidad de nuestra vida cristiana. Es Cristo que se entrega para que tengamos vida.

‘Mi Cuerpo entregado por vosotros… mi Sangre derramada por vosotros y por todos para que tengan vida…’ ¿Será esto en verdad lo que estamos celebrando? Cuidado que la pantalla de nuestras fervorosas celebraciones oculte lo que en verdad celebramos y lo que tenemos que manifestar en nuestra vida. Cuando Cristo se entrega por nosotros para que tengamos vida nos dice ‘lo mismo que yo he hecho tenéis que hacerlo los unos con los otros’, y ha sido después de lavarles los pies a los discípulos. Pero es que no solo fue lavando los pies a los discípulos en el cenáculo al principio de aquella cena pascual, sino ha sido lo que ha ido haciendo continuamente en su vida.

Nunca se puso Jesús en una posición en que estuviera lejos de la gente; con ellos se mezclaba, en medio de ellos caminaba, se acercaba a la orilla del lago o se sentaba en la barca con los discípulos cuando iban a la pesca, se detenía ante el ciego en las calles de Jerusalén, o con su mano tocaba a los leprosos o ponía sus dedos en lo oídos de los sordomudos, dejaba que le tocaran el manto en medio de los apretujones de la gente, o camina a casa de Jairo o quería ir también a la casa del centurión, llegaba a la casa de Simón para tomar de la mano a la suegra y levantarla o permitía que le rompieran el techo de la casa para bajar por allí al paralítico… muchos más gestos podemos seguir recordando y contemplando. Y Jesús nos dice que hagamos lo mismo que ha hecho El.

Cuando nos habla de su cuerpo entregado y de su sangre derramada al darnos a comer de aquel pan y beber de aquella copa, nos dirá también que hagamos lo mismo en recuerdo y conmemoración suya para siempre. Pero hacerlo no es solo comer de aquel pan y beber de aquella copa, sino hacer la misma entrega hasta derramar la sangre si fuera necesario para poder dar vida a nuestro alrededor. ¿Estaríamos dispuestos a llevar nuestra actitud de servicio hasta ese extremo?

Esto es lo que hoy queremos celebrar, lo que tenemos que celebrar. Y lo celebramos en medio de ese mundo donde tenemos que poner nuestra mano, nuestro actuar, nuestro compromiso, nuestra entrega. No podemos cruzarnos de brazos, decir que eso les toca a otros. Nosotros tenemos que poner nuestro pan aunque sea de cebada, nosotros tenemos que poner nuestro actuar aunque muchas veces no sepamos como, en nosotros tienen que darse esos gestos de amor, de ternura, de cercanía, de amistad con los que vamos encontrando en los camino de la vida.

Y pondremos nuestra mano, y diremos nuestra palabra, y ofreceremos nuestra mirada, y regalaremos nuestra sonrisa, y ponemos nuestra pobreza, porque si todo hiciéramos un poquito de todo esto muchas esperanzas se despertarían, muchos serían los que se levantaran de su postración o de su desánimo, muchos se sentirían movidos a poner también su parte en lugar de esconderse y haríamos en verdad un mundo nuevo. Es el Reino de Dios por el que Jesús se ha entregado, es lo que hoy estaremos celebrando con todo sentido.

sábado, 21 de junio de 2025

Dios pondrá siempre una sombra en nuestro camino, una corriente de brisa fresca que suavice los ardores de la vida haciéndose presente a nuestro lado

 


Dios pondrá siempre una sombra en nuestro camino, una corriente de brisa fresca que suavice los ardores de la vida haciéndose presente a nuestro lado

2Corintios 12, 1-10; Salmo 33; Mateo 6, 24-34

¿Qué haré de comer mañana? Me recuerda algo que le escuché decir muchas veces a mi madre, no ahora en los últimos tiempos, sino cuando yo era niño, un muchacho todavía, que aquellos si eran años difíciles, aunque tanto nos quejamos ahora, pero nunca faltó el plato de comida al día siguiente en la mesa; siempre dije que mi madre hubiera sido un gran ministro de economía, porque con los escasos medios de que se disponía entonces, ella siempre encontraba qué ponernos en la mesa; quizás no era solamente la economía que hacía sino más bien la confianza que ella ponía siempre en las manos de Dios.

Me ha venido este recuerdo nada más empezar a leer y escuchar en mi corazón el texto del evangelio que hoy se nos ofrece con las palabras de Jesús.  ‘No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir’. Son los agobios que aun persisten en nuestro espíritu. ¿Qué comemos o con qué nos vestimos? Y ya no es por la necesidad o por la carencia que la mayoría de nosotros podamos tener de estas cosas – otra cosa tendríamos que decir de muchas familias, de muchos lugares, de muchas situaciones repartidas por nuestro ancho mundo con sus miserias y con sus guerras -, se trata en este caso de esos afanes con los que andamos por la vida; la manera que entendemos de lo que es vivir bien o de lo que es pasarlo bien. Son tantas las cosas en las que pensamos y que desearíamos o daríamos lo que fuera por tener para pasarlo bien. ¿Cosas que necesitamos o cosas que vienen hacernos soñar en vanidades y vanagloria? Muchas veces vivimos de la apariencia, vivimos esclavizados de las cosas y acumulamos cosas que al final ni nos son útiles.

Hoy el evangelio ha comenzado diciéndonos que no podemos servir a dos señores, porque al final nos apegaremos a uno mientras al otro lo desechamos. Nos habla Jesús del servir a Dios o el servir a las riquezas. Pensamos en la avaricia con que vivimos la vida, las dependencias que nos creamos, las cosas en las que ponemos nuestra felicidad, a la larga es comenzar a pensar en el sentido que le damos a la vida. Nos hemos materializado de una forma excesiva y eso nos ciega.

Como hemos reflexionado muchas veces hay otros valores, hay otras cosas por las que luchar, hay algo muy superior que ayudará de verdad a ser más feliz a la persona. Pero nos cegamos, nos volvemos ambiciones, nos comparamos los unos con los otros y si siempre nos parece que el otro es más feliz que yo porque tiene muchas cosas; y ya sabemos cómo detrás de esos comienzan nuestros agobios, pero comienzan también nuestras luchas.

Jesús nos está invitando a confiar más en la providencia de Dios que es Padre y que nos ama. No es que nos crucemos de brazos y no trabajemos en nuestras responsabilidades para conseguir aquello que necesitamos, pero comencemos a confiar más en Dios que de muchas maneras se va a hacer presente en nuestra vida colmándonos de aquello que verdaderamente necesitamos. El será nuestra fuerza para desempañar nuestras responsabilidades, para desarrollar nuestra vida a través del trabajo en esas capacidades y cualidades de las que Dios nos ha dotado, pero El también va a ser nuestra fortaleza interior para vivir libres de esos apegos que se convertirían en esclavitudes de nuestra vida.

Dios pondrá siempre una sombra en nuestro camino, una corriente de brisa fresca que suavice los ardores de la vida, porque hará llegar a nosotros sus ángeles a través de tantas personas buenas que a nuestro lado son también un aliciente y un estimulo para nuestro camino. No tenemos que buscar milagros espectaculares ni que sucedan cosas extraordinarias, en pequeñas cosas Dios hará siempre notar su presencia y la luz que necesitamos para nuestro camino. Abramos los ojos de nuestra fe y descubriremos esa presencia de Dios con nosotros, por algo es Emmanuel en nuestra vida.

viernes, 20 de junio de 2025

 


Nos está pidiendo Jesús que busquemos el verdadero valor que dará riqueza a nuestra vida porque es tesoro de eternidad

 2Corintios 11,18.21b-30; Salmo 33; Mateo 6,19-23

Cuando hablamos de valores, ¿de qué es de lo que estamos hablando? A la palabra valor le podemos dar según miremos diversos significados; parece que no todos entendemos lo mismo. Se dice que hay que tener valor, o lo que es lo mismo, ser valiente para emprender una tarea que nos cuesta, para realizar un camino que se nos hace difícil, que tenemos que tener valor en nosotros mismos para superar dificultades, los problemas que la vida nos va presentando. ¿Valor en este caso como fortaleza física para realizar algo o como fortaleza en nosotros mismos para hacer un camino de superación?

Otros cuando hablan de valor están pensando en lo que cuestan las cosas, lo que queremos obtener, lo que queremos comprar o lo que queremos vender, o lo que poseemos; y estamos hablando de un valor material, un valor monetario, económico por las ganancias que podemos obtener de lo que hacemos o de lo que tenemos, o por lo económico de lo que tenemos que disponer para poder alcanzar aquello que deseamos, para poder comprar. Hablamos del valor de las cosas en un orden o sentido material o pecuniario.

Pero también hablamos de valores que no se pueden llevar en el bolsillo, que no podemos contar en nuestra libreta de datos bancarios, pero que tendrían que adornar a la persona y que son los que le harían alcanzar la mayor grandeza de su vida. Estamos hablando de valores en otro sentido, que son las virtudes que cultivamos, los principios que fundamentan nuestra vida, lo que nos hace tener unas determinadas actitudes ante los demás o ante lo que tenemos que hacer, las razones de nuestro vivir.

Será la generosidad y la disponibilidad de nuestro corazón, la alegría y el optimismo con que nos enfrentamos a la vida, la constancia en ese camino de superación que nos ayudará a ir creciendo más y más como personas, el respeto con que nos tratamos unos a otros conscientes de nuestra dignidad de personas, la honorabilidad con que actuamos y la rectitud de vida para actuar siempre justamente, la sinceridad con que nos mostramos y con la que nos comunicamos los unos con los otros… muchas cosas podríamos decir en este sentido. Y en el fondo el amor que anima y da forma y sentido a todo lo que hacemos y a esos valores que queremos vivir.

Y todo esto no lo compramos con dinero; cualquiera de esos valores vividos con integridad vale más que todos los tesoros del mundo; y será desde esos valores donde encontraremos ese valor, esa fortaleza para nuestro caminar, para buscar lo que verdaderamente vale y es importante, algo que sea verdaderamente permanente, algo que no se nos escape de las manos como agua escurridiza.

Hoy Jesús nos está invitando a que busquemos ese verdadero valor, un tesoro nos dice que vale más que todos los tesoros de la tierra, porque el oro se corrompe y también nos puede corromper a nosotros, porque esos tesoros mundanos algún día nos los pueden robar y al final nos quedaremos sin nada. Pero esos valores que llevamos impresos en nuestro espíritu ni nos los pueden robar, ni se van a echar a perder.

No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, nos dice Jesús, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón’.

¿En qué ponemos nuestro corazón? ¿Cuáles son nuestros apegos?  ¿A qué le damos verdadera importancia en la vida? Podemos seguir andando, aunque nos digamos cristianos y muy religiosos, con muchas cosas de las que nos sentimos dependientes, esclavos, porque aun no hemos saboreado la verdadera libertad que nos ofrece Jesús. Muletas que nos hemos impuesto en la vida para caminar y sin las cuales no sabemos caminar, camillas en las que seguimos postrados, escamas en nuestros ojos que nos distorsionan nuestra visión y no terminamos de ver claro el camino, en nuestras rutinas, en nuestras desganas, en nuestro poco espíritu de superación, en nuestros miedos a arrancarnos de las cosas o en nuestros miedos al que dirán, en unas costumbres o tradiciones que seguimos por rutina sin querer buscar algo nuevo, en remiendos que vamos poniendo cuando no queremos corregirnos de todo aquello que sabemos que nos hace mal. ¿Dejaremos que Jesús nos sane y nos dé nueva vida?

jueves, 19 de junio de 2025

Nada mejor para sentirnos sanados que sentirnos amados, por eso nos deja Jesús un sentido nuevo de oración

 


Nada mejor para sentirnos sanados que sentirnos amados, por eso nos deja Jesús un sentido nuevo de oración

2Corintios 11,1-11; Salmo 110; Mateo 6,7-15

Te vas a poner enfermo, nos dicen los que parecen más expertos en esto de dolores y enfermedades; y es que sin sentirnos mal, o al menos no reconocemos ningún síntoma concreto, sin embargo sentimos eso que muchas veces describimos como mal cuerpo, no nos duele nada en concreto pero parece que nos duele todo, hay partes de nuestro organismo que parece que no funcionan bien del todo, hay como un malestar general sin saber exactamente qué es; eso es que te vas a poner enfermo, algo se está incubando, decimos o nos dicen.

Pero ya no se trata de enfermedades somáticas, cosas que afecten a órganos concretos, sin embargo no siempre nos sentimos bien; anímicamente parece que estamos decaídos u en otra honda, hay cosas que, sí es verdad, nos duelen por dentro, parece que no nos sentimos en paz y nuestras reacciones son descontroladas con los demás, parece que no encontramos un rumbo para nuestra vida y andamos como desestabilizados espiritualmente; y aquí qué necesitamos una medicina, que nos haga encontrarnos con nosotros mismos, que nos abra a Dios y que nos ayude a entrar en una nueva y mejor relación con los demás. Nuestro espíritu también se nos enferma, necesitamos una sanción espiritual.

Jesús nos la da hoy. Nos enseña a orar. Lo vemos a él continuamente a lo largo de las páginas del evangelio que busca esos momentos de silencio, esos momentos en los que se aparta de todo y en cierto modo de todos, se retira en la noche, o marcha a lugares apartados y tranquilos. Lo vemos iniciar su vida pública retirándose previamente al desierto para pasar allí cuarenta días; en lo que parecen aun los comienzos de su predicación por Galilea, después de un día muy completo, diríamos, que concluye en la tarde con muchas personas que se agolpan a las puertas del lugar donde está con sus enfermos, en la madrugada del día siguiente los primeros discípulos se lo encuentran a las afueras del pueblo que se había retirado a orar; recordamos su subida al Tabor o sus retiros en los aledaños del monte de los Olivos en Jerusalén, por mencionar solo algunos momentos.

Ahora en el llamado sermón del monte, cuando nos ha proclamado las bienaventuranzas, nos va señalando diversos aspectos en los que tienen que ir ahondando sus discípulos para vivir en el sentido del Reino de Dios que está anunciando. Es entonces cuando también nos habla de un modelo y de un sentido de oración.

Si le habíamos visto sanando a los enfermos de todo tipo de dolencias ahora nos va a ofrecer la mejor medicina para que en verdad nos sanemos interiormente. Será ese momento que tenemos que vivir en paz y serenidad pero que verdaderamente nos va a llenar de paz y pondrá serenidad en nuestro espíritu. Será el momento en que nos sintamos llenos de Dios para encontrar en El todo lo que sana el alma.

Y no hay mejor cosa para comenzar a sentirnos sanados que sentirnos amados. Es lo primero que nos quiere dejar claro porque nos enseña la más dulce palabra con que podemos dirigirnos a Dios, Padre. Llamamos Padre a Aquel de quien nos sentimos amados; si así nos dirigimos a Dios es porque estamos saboreando su amor. Cuando sentimos que nos aman y nos aman con ese amor eterno e infinito todo en nuestra vida queremos que sea para quien nos ama. No solo le regalamos la camisa, por decir algo muy elemental, sino que estamos poniendo toda nuestra vida en sus manos.

¿Qué son realmente esa serie de invocaciones y peticiones que vamos expresando cuando vamos repitiendo las palabras que Jesús nos enseñó? Todo para la gloria de Dios, todo para poder vivir ese sentido nuevo del Reino de Dios que quiere construir en nosotros, todo para hacer su voluntad y para sentirnos en sus manos.

Todos esos malestares que sentimos por dentro se irán apagando con ese regalo de amor; todo eso que nos duele por dentro porque no hemos sabido ser fieles o porque no hemos tratado a los demás con esa dignidad que todos se merecen va a ser curado porque sentimos la misericordia de Dios en nosotros, pero porque nosotros vamos a comenzar a actuar con esa misma misericordia con los demás.

Esas desesperanzas que algunas veces nos agobian se transforman porque en Dios nos sentimos seguros y con Dios nos sentiremos fuertes para no dejar enfermar de nuevo nuestro corazón, nuestro espíritu. Fijémonos bien en el sentido de cada una de las peticiones del padrenuestro.

Igual que a las medicinas tenemos que darle su tiempo, así tenemos que saber darle su tiempo al padrenuestro. No puede ser nunca oración repetida a la carrera donde nos traguemos de cualquier manera sus palabras; tiene que siempre algo a lo que nos acerquemos con calma y buscando de verdad esa paz de nuestro espíritu. Será quien nos sane totalmente nuestro espíritu.

miércoles, 18 de junio de 2025

Una invitación a la generosidad y a compartir, sin hacer alardes ni vanidades sino en el silencio y la humildad, es el tesoro que guardamos en el cielo

 


Una invitación a la generosidad y a compartir, sin hacer alardes ni vanidades sino en el silencio y la humildad, es el tesoro que guardamos en el cielo

2Corintios 9,6-11; Salmo 111; Mateo 6,1-6.16-18

Alguien me contó una anécdota que creo que tiene honda relación con lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Contaba que en una ocasión que le llegaron a casa unos inesperados invitados se acercó a pedirle al vecino unas lechugas, que éste generosamente le compartió; y cuando le dio las gracias por su generosidad éste le dijo que no le diera la gracias, que más bien dijera ‘Dios te pague’ y lo razonaba de la siguiente manera. Cuando llegue mi hora y me presente ante san Pedro con las manos vacías él me va a decir: pasa, que aquí tienes un montón de  pagarés pendientes.

‘Guarda tu tesoro en el cielo’, nos ha dicho Jesús en otro lugar. Esos actos de generosidad que hayas tenido en la vida, eso que hayas compartido con generosidad son esos pagarés que tendrás acumulados, como decía la anécdota. Eso me ha pensar en una frase que con frecuencia escuchamos ‘de esta vida no nos vamos a llevar nada’, aunque los criterios o razonamientos con que muchas veces se emplea es desde aquel ‘carpe diem’ con el que la gente lo que te está invitando a que te aproveches de la vida para pasarlo bien, porque como dicen es lo único que uno se va a llevar. ¿Serán esos los criterios con que nosotros los cristianos nos guiamos? Algunas veces nos dejamos contagiar por esa irracionalidad y sin sentido de la vida y de alguna manera nosotros andamos también con esos pensamientos o manera de actuar.

Claro que nada de lo material va a atravesar el umbral de la tumba. De la vida sí nos vamos a llevar, sin embargo todo lo bueno que hayamos realizado, la generosidad con que hemos compartido, los buenos detalles que hayamos tenido con los que están a nuestro lado, esa ternura del corazón que hemos derramado o esa ilusión que hemos ido sembrando en los corazones.

Hoy nos decía el apóstol que el que siembra tacañamente, cosechará también tacañamente. Lo que hemos sembrado es lo que va a fructificar. El amor que hayamos puesto en la vida es lo que nos transformará pero también ayudará a que se transforme nuestro mundo. El generoso va a cosechar en abundancia. Son preguntas que también tenemos que hacernos, ¿hasta donde llega nuestra generosidad? ¿Qué disponibilidad hay para el servicio? ¿Seremos capaces de olvidarnos de nosotros para pensar más en los demás? Es sí, la moneda que podemos compartir, pero es mucho más lo que podemos y tenemos que sembrar con generosidad en la vida.

Generosidad pero humildad, porque no hacemos las cosas por conseguir méritos de aquellos que nos ven. Y es de lo que nos está hablando Jesús hoy de manera muy concreta. Cuando vayamos a hacer el bien no vayas tocando la campanilla por delante para que todos puedan ver lo que estás haciendo. Por eso nos dice que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; nadie tiene que saber lo que tú haces. Y nos está hablando Jesús del compartir, en concreto habla de la limosna, pero nos habla en el mismo sentido de nuestra piedad y nuestra oración, como también de aquellos sacrificios que podamos hacer en la vida, nos habla del ayuno.

Fijaos que nos dice que no tenemos que poner cara triste sino cara de fiesta, nos hemos de perfumar, nos dice, en contraposición a lo que era costumbre entre los fariseos de su tiempo, ponían cara de circunstancias para que todos supieran que estaban ayunando. Esas caras de circunstancias todavía seguimos viéndolos en nuestros entornos religiosos. ¿Dónde está la alegría de la fiesta que celebramos cuando hacemos nuestras celebraciones cristianas? Reconozcamos que en esa falta de alegría y de fiesta en muchas de nuestras celebraciones nos morimos de aburrimiento. Qué pena la pobreza de nuestra fe y de nuestra vida cristiana que manifestamos en muchas celebraciones religiosas.

Claro que tiene la alegría con que vivimos en la vida que brotará de nuestros corazones generosos siempre dispuestos a compartir.

martes, 17 de junio de 2025

Ojalá llegue el día en que los latidos del amor marquen el ritmo de los latidos del corazón de todos para hacer esa nueva humanidad que es el Reino de Dios

 


Ojalá llegue el día en que los latidos del amor marquen el ritmo de los latidos del corazón de todos para hacer esa nueva humanidad que es el Reino de Dios

2Corintios 8,1-9; Salmo 145; Mateo 5,43-48

En fin, tras la lectura de este evangelio tenemos que decir que Jesús nos dice que no solo tenemos que amar a los que ya son amigos, sino que tenemos que sentir como amigos a todos. Entendemos que la palabra amigo significa algo así como amado, porque los amigos se quieren y lo manifiestan en muchos gestos y actitudes buenas que tenemos unos con otros, confianza, cercanía, acompañamiento, estar ahí para lo que nos necesiten, compartir que no son solo cosas sino algo más de nosotros mismos, pues nos contamos nuestras cosas, nuestros proyectos… claro que me vas a decir si ahora tengo que contarle las cosas a todo el mundo, es algo distinto, es algo más profundo pues es abrir las puertas del corazón a los demás.

Porque amar solo a los que nos aman como terminará diciéndonos Jesús lo hace cualquiera, pero es que nuestro amor cristiano, que es nuestro distintivo tiene que ser distinto. De ahí esa apertura de nuestro corazón. Por eso ha comenzado Jesús diciéndonos que tenemos que amar también a nuestros enemigos y rezar por ellos. Aquí corrige la ley antigua que habían interpretado hasta entonces demasiado a la letra y era algo que no podía entrar en los caminos del amor.

Pero Jesús es tajante. ‘Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen…’ y nos da una razón muy importante. Será así cómo vamos a manifestar que somos hijos de Dios; porque Dios ‘hace salir el sol sobre malos y buenos, y deja caer la lluvia sobre justos e injustos’. Y cuando Jesús nos pone como modelo de nuestro amor a Dios, ahora nosotros vamos a enmendarle la plana a Dios y le vamos a decir, ahí te equivocas, a los que son malos con nosotros no los vamos a amar. Por eso nos dice que incluso recemos por aquellos que nos han hecho mal, que nos han hecho daño. Cuando comienzas a rezar por alguien lo estás poniendo en tu corazón, y si pones a alguien en tu corazón pronto poco a poco comenzarás a amarle.

Nos habla Jesús de enemigos, pero es que quien ama no se puede considerar enemigo de nadie, ni a nadie puede considerar su enemigo. Claro, pero puede suceder que alguien si se considere enemigo nuestro, nos mire mal, nos desee mal, incluso trate de hacernos mal. Y es aquí donde tienen que aparecer las verdaderas y grandes motivaciones para el amor. Yo diría que claves o piezas importantes para el amor son la comprensión y la misericordia.

Me explico. ¿Por qué alguien se considera enemigo mío? ¿Se sentirá ofendido o molesto conmigo por algo? Tendríamos que analizarnos nosotros los primeros si habrá habido algo en nosotros, un gesto, una actitud en un momento determinado, por el que se sienta ofendido, y claro que tenemos que ser nosotros los que demos el primer paso; pero la comprensión tiene que ir más allá, no nos podemos contentar con decir qué culpa tengo yo de que él tenga un mal momento. Pues eso, todos tenemos malos momentos en la vida y tenemos que ser comprensivos en lo que pueda estar pasando la otra persona para actuar de una manera determinada; conociendo más hondamente seguramente comenzaremos nosotros también a ver las cosas de otra manera.

Y hablábamos también de la otra clave, la misericordia. Ya nos dice Jesús que seamos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo. Y lo que decíamos antes de la oración lo podemos ver aquí también; misericordia es algo así como poner el corazón al lado de la miseria del otro; pongámonos en su lugar, o más aun, hagámosle lugar en nuestro corazón y cuando sintamos sus latidos al ritmo del nuestro, aunque algunas veces discorden, no vayan al mismo ritmo, hará que al final los latidos del amor pongan un ritmo nuevo no solo en nuestro corazón sino también en el corazón del otro.

Ojalá un día esos latidos del amor sean los latidos que marquen la vida de todos.

lunes, 16 de junio de 2025

¡Qué importante no solo envolverse exteriormente con algunos gestos de amor sino dejarnos empapar hasta lo más hondo y así nos salgan espontáneos esos gestos de paz!

 


¡Qué importante no solo envolverse exteriormente con algunos gestos de amor sino dejarnos empapar hasta lo más hondo y así nos salgan espontáneos esos gestos de paz!

2Corintios 6, 1-10; Salmo 97; Mateo 5, 38-42

¿La guerra la apagamos con la guerra? ¿Para evitar que haya una guerra nosotros la comenzamos? Es de tremenda actualidad en estos momentos la Palabra del Señor que hoy se nos propone en el evangelio. Tremenda actualidad no solo por los tambores de guerra que resuenan una y otra vez estos mismos días, sino porque es algo que está muy presente en el día a día de nuestra vida. La espiral de la violencia solo se romperá si en uno de sus estadios en lugar de una bala ponemos una rosa. Nos cuesta entenderlo porque media siempre nuestro amor propio y nuestro orgullo. Pero aunque nos pueda parecer de locos la mejor manera de parar una violencia es no responder, pero no es quedarse pasivamente aguantando esa violencia que cae sobre nosotros, sino positivamente ponernos a hacer algo bueno que incluso pueda hasta beneficiar al que está siendo violento con nosotros.

Lo desarmamos. Aunque en ese momento parezca que el otro se ensaña porque le parece sentirse ofendido con nuestra actitud pacífica, al final se quedará sin recursos para seguir manteniéndose en su postura negativa.  Ya sé que esto no es fácil, porque nosotros tenemos también nuestro amor propio y por dentro se nos pueden encender muchos cañones para nosotros torpedear también, pero ahí está esa postura madura que nos llena de serenidad en los peores momentos, que hace que no perdamos la paz por muchas sean las cosas que nos digan, porque nosotros no le vamos a darle el gusto de encendernos con su ira. No es su tea encendida la que yo voy a coger en mi mano, sino que voy a ofrecer la paloma de la paz. El mundo no nos entenderá pero en nosotros tiene que haber un criterio firme que nos guíe y nos dé fuerza.

Las palabras de Jesús son claras y tajantes. ‘Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero os digo: no hagáis frente al que os agravia’. Está haciendo Jesús referencia a la llamada ley del talión; quizás nacida con buena voluntad, pero que en fin de cuentas son concesiones a lo que tendría que ser el ideal. Quizás para que la venganza no fuera excesiva a la hora de reclamar por la ofensa o el daño recibido, se concedió que fuera en la misma medida, ni un gramo más, por eso lo del ojo por ojo. No podías ir más allá, excederte de esa medida. Pero en fin de cuentas no es otra cosa que entrar en esa espiral de la violencia, y sabemos muy bien que cuando esa espiral comienza a desarrollarse no hay quien la detenga.

De la misma manera que esas palabras tenían su fuerza, Jesús al proponernos el remedio también nos dice cosas que tienen su fuerza; no significa que materialmente hagamos como dice del que te abofetea un lado de la cara, le ofreces el otro – las cosas no se pueden tomar con esa literalidad -, pero si podemos hacer algo que deje desarmado a quien nos haya ofendido, ofrecer la cara del amor, ofrecer la cara del perdón. Aquello que decíamos antes de poner una rosa en esa cadena de la espiral en lugar de una bala, la rosa no dañará, la rosa más bien nos agradará por su belleza y su perfume.

El fiel seguidor de Jesús siempre ha de ir sembrando buenas semillas y buenas semillas son la humildad y la generosidad del perdón – porque tenemos que reconocer que hay que ser generosos y valientes para ofrecer el perdón a quien nos haya ofendido, no es tarea fácil -, buena semilla puede ser una sonrisa que alivie la tensión de ese momento, buena semilla puede ser una mirada serena que de ninguna manera trasluzca resentimientos ni dolores reprimidos, buena semilla será seguir interesándonos por el bien de esa persona y así manifestárselo en ese momento. Creo que si tenemos el corazón lleno de amor hará germinar en nosotros muchas buenas iniciativas con las que responder o con las que comenzar a buscar de verdad la paz.

Jesús nos está diciendo, de todas maneras, cosas muy concretas que nos pueden estar sucediendo todos los días. ¿No nos sucede que a quien nos debe algo lo rehuimos para no sentirnos comprometidos si de nuevo vuelve a pedirnos? ¿No nos sucede que por algún contratiempo que algún momento hayamos tenido con alguien decimos que con esa persona no nos juntamos más ni a misa queremos ir juntos?

¡Qué importante no solo envolverse exteriormente con algunos gestos de amor sino dejarnos empapar hasta lo más hondo para que así nos puedan salir espontáneos esos gestos de paz!


domingo, 15 de junio de 2025

Nacidos para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza de Dios


Nacidos para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza de Dios

Proverbios 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15

Cuando litúrgicamente hemos retomado el tiempo Ordinario parece que aun no queremos olvidar el sabor de la Pascua, nos hemos quedado hambrientos de Pascua y es por lo que en este domingo nos dejamos envolver por todo el misterio de Dios al contemplar y celebrar la Santísima Trinidad de Dios. Porque la Pascua a eso nos ha llevado, a introducirnos en el misterio del Dios amor dejándonos envolver por El en el misterio de su Trinidad.

Decimos misterio, en todo lo referente a Dios, porque realmente sentimos que es algo que nos supera, toda la inmensidad de Dios, toda la inmensidad de su amor que nos regala y que nos da vida, pero es que nuestra vida no puede ser otra cosa sino reflejar en nosotros esa comunión de amor que es la Santísima Trinidad.

Allá en las primeras páginas de la Biblia hay algo maravilloso que viene a definirnos nuestra vida, lo que Dios quiere de nosotros cuando nos ha creado. ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’, nos dice. Hechos a imagen y semejanza de Dios, somos algo más que unas células que conforman nuestro cuerpo y decimos que somos un ser humano. Hemos sido creados, repito y esto es algo muy importante en nuestra fe y nuestra antropología, a imagen y semejanza de Dios; y hablamos de inteligencia y voluntad, es cierto, como unos dones maravillosos que Dios nos ha dado, pero no nos podemos quedar ahí sino que por esa inteligencia y por esa voluntad estamos capacitados para amar.

Y esto es lo grande que contemplamos en Dios y que tenemos que revertir en nosotros. Dios no es un ser inaccesible en toda su inmensidad; primero en Dios encontramos una relación de amor y de comunión entre las tres divinas personas que conforman esa unidad en la Trinidad, pero que no se encierra en sí mismo sino que se va a manifestar en toda la creación y sobre todo en su criatura más amada que es el ser humano. Se nos manifiesta porque nos da la posibilidad de que le conozcamos, porque El mismo se nos revela; se nos manifiesta revelándose a si mismo para que así podamos nosotros entrar en esa comunión con El; se nos manifiesta inundándonos de su amor para que ese amor amemos, no solo a El, a Dios, sino que podamos entrar en esa comunión de amor con los demás. Es lo maravilloso de lo que nos hace participes cuando nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, nacidos para amar, nacidos para ser hijos de Dios, nacidos para entrar en comunión con toda la creación, nacidos para que entremos en esa comunión de amor con los demás creando así una nueva humanidad.

Es lo que contemplamos y celebramos, pero no solo para mirar al cielo, sino también para mirar al suelo, para mirar cuanto nos rodea, para mirar a cuantos conformamos  esta humanidad haciendo posible esa nueva relación de amor de unos y otros. Podemos decir que nos adentramos en esa inmensidad de Dios, pero más aun que dejamos y sentimos que es Dios mismo el que se hace presente en nuestra humanidad. ¿No decimos que somos morada de Dios y templos del Espíritu?

Pero allí donde está Dios tiene que estar también el hombre, porque ya nos enseña Jesús que en el otro tenemos que saber descubrirle a El, saber contemplar a Dios, pero es que si no damos entrada al otro en nuestro corazón significa también que no estamos dejando entrar a Dios en nuestra vida. Estaremos poniendo a Dios en nuestro corazón, dejando que inhabite en nosotros, en la medida en que dejamos entrar en nuestro corazón al otro, al que siempre tenemos que ver como un hermano, porque ya siempre lo estaremos viendo desde el prisma del amor.

El verdadero creyente nunca puede ir solo por la vida, como si él se bastara a si mismo. Siempre decimos que como creyentes caminamos con Dios porque miramos con los ojos de Dios pero también porque tenemos que dejar que nuestras manos sean las manos de Dios. Cuando puso en nuestras manos la obra de su creación no solo para que la disfrutemos sino para que continuemos creándola desde nuestra inteligencia y nuestra capacidad, está poniendo en nuestras manos al hombre, a todo hombre y mujer al que estaremos haciendo llegar ese amor Dios.

Como vemos son muchas las consecuencias y entonces compromiso de vida para nosotros desde la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad. Como decíamos no nos quedamos mirando al cielo sino que tenemos que poner bien los pies sobre la tierra para mirar con una mirada nueva cuanto nos rodea, para vivir esa hermosa comunión con los demás a imagen de la comunión de amor de Dios. No nos quedamos ensimismados, sino que nos tenemos que poner en camino de amor y de comunión.


sábado, 14 de junio de 2025

Tenemos que ser creíbles, no por los juramentos que hagamos, o las muchas palabras vacías que digamos, sino por la autenticidad y sinceridad de nuestra palabra en consonancia con nuestra vida

 


Tenemos que ser creíbles, no por los juramentos que hagamos, o las muchas palabras vacías que digamos, sino por la autenticidad y sinceridad de nuestra palabra en consonancia con nuestra vida

2Corintios 5, 14-21; Salmo 102; Mateo 5, 33-37

Algunas veces nos encontramos con personas que parece que no saben pronunciar dos palabras sin que por medio esté un juramento. ¿Será porque sus palabras habitualmente son vacías y sin contenido y ahora para hacerse creíbles lo que hacen es utilizar el juramento como para darle valor o importancia a lo que dicen? Cuando de forma habitual no vamos con la verdad por delante, como se suele decir, o cuando andamos ocultando cosas, no siendo del todo sinceros en lo que hablamos o decimos, ya estamos pensando que la gente desconfía de nosotros y parece que entonces nos vemos obligados al juramento. Qué bonito sería ir con sencillez en nuestra vida, con palabras sinceras y verdaderamente llenas de contenido.

Es lo que el evangelio está queriendo decirnos. Por supuesto recuerda Jesús de entrada lo que estaba en los mandamientos desde siempre, que de ninguna manera podemos jurar en falso, jurar con mentira, pero también nos dice que no hay que hacerlo sin necesidad. Y sin necesidad de juramento estaríamos si nos acostumbráramos a ir siempre con sinceridad en la vida. Nuestra sinceridad es la que nos hace creíbles, y cuando sabemos que estamos tratando con una persona que es sincera, nunca le pediremos más garantías para aceptar aquello que nos dice.

Démosle pues verdadero contenido a nuestras palabras, autenticidad y verdad porque todo vaya acompañado por la forma en que nosotros vivimos. La sencillez y la humildad deben acompañarnos siempre y no necesitamos muchas palabras para comunicar la verdad que llevamos dentro a los demás. Por eso tenemos que saber ser reflexivos, madurando en nuestro interior aquello que vamos a expresar; así no saldrán palabras vacías, estamos cansados de tanta palabrería y de tantas promesas que se presentan seguramente como una pantalla para ocultar el vacío que llevamos dentro. Y eso, tenemos que reconocerlo, sucede en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Por eso al final terminamos hastiados de tanta mentira y ya no creemos en nada ni en nadie.

Seguramente tienes la experiencia que aquellos momentos que han dado hondura a tu vida, porque quizás te hicieron ver las cosas de otra manera, porque encontraste el sentido de muchas cosas, se originó en un buen consejo, breve en palabras, que te dio alguien lleno de sabiduría; es lo que te hizo pensar, rumiar en tu interior, darle vueltas a las cosas y encontrar una luz para tu vida.

Que sepamos tener también nosotros esa palabra sabia que trasmitamos a los que están a nuestro lado; esa palabra que ofrecemos con humildad y sencillez; esa palabra que no hace alardes de nada, sino que en si misma es sabia porque antes nosotros la hemos rumiado y saboreado en nuestro interior; no será nunca una palabras vacía y hueca, una palabra sin sentido, siempre va a ser como un faro que nos ilumina, nos hemos dejado nosotros iluminar por ella, y con esa luz queremos hacerla llegar a los demás; será una palabra que nos sale de lo más hondo de nosotros mismos, porque de alguna manera con ella estamos dando parte de nosotros para enriquecer a los demás.

Es la autenticidad y la veracidad que nos pide Jesús. Nos pide que no andemos con juramentos sino que nos baste decir un si, o decir un no, en el momento oportuno. Es la sabiduría que vamos aprendiendo del evangelio, que da hondura a nuestra vida cristiana y nos hará más creíble el anuncio que nosotros hemos de hacer a los demás. La mejor garantía de credibilidad es la congruencia que mostremos entre nuestras palabras y nuestra vida; lo que no se vea realmente reflejado en nuestra vida nunca será aceptado por mucha palabrería que digamos o por muchos juramentos que hagamos.