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viernes, 11 de abril de 2025

La congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad nueva

 


La congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad nueva

Jeremías 20, 10-13; Salmo 17; Juan 10, 31-42

A fuer de sinceros muchas veces nos encontramos con muchas incongruencias en la vida, porque da la impresión que no están muy acordes las cosas que pensamos o que decimos con lo que luego realmente hacemos. Somos buenos para establecer principios y reglas pero a la hora de la verdad cuando llega el momento de ver lo que vivimos parece que hay mucha distancia entre eso que establecemos y lo que luego haremos. Nos escudamos quizás en nuestras propias debilidades, nos decimos que tampoco que tenemos que ir a rajatabla con lo que tenemos que hacer ni tenemos que ser tan radicales, nos procuramos algunas rebajas de manera que descafeinamos tanto el café que al final no será café, descafeinamos tanto nuestra vida religiosa y cristiana que al final se parece poco al evangelio. Aparecen las incongruencias, como decíamos.

En la hora en que Jesús les repartió pan para que pudieran comer todos en abundancia allá en el descampado cuando se habían acabado las provisiones, todos estaban entusiasmados queriendo proclamarlo rey; cuando daba la vista a los ciegos o curaba a los leprosos decían que Dios había visitado a su pueblo; cuando curaba a los que llamaban endemoniados o hacia caminar a los tullidos el poder de Dios estaba con El y todos se entusiasmaban porque era para ellos una señal de la venida del Mesías; pero cuando Jesús les decía que eran otras cosas las que tenían que pedir o buscar, que no todo estaba en el milagro fácil sino que había que comenzar a actuar de una manera nueva en las mutuas relaciones o en su relación con Dios, ya eso costaba entenderlo porque aquel estilo nuevo de vivir podía echar abajo muchas cosas que había que transformar, signo de ello fue la expulsión de los vendedores del templo.

Cuando Jesús en sus palabras y en su actuar estaba manifestando claramente el rostro de Dios que era algo muy distinto de lo que habían imaginado, como Jesús se presentaba como el enviado del Padre, se atrevía a llamar Padre a Dios además de enseñarnos que esa era la nueva relación que con Dios habíamos de tener porque El era el Hijo de Dios y porque a nosotros nos quería hacer también hijos de Dios, entonces ya Jesús eran un blasfemo al que había que apedrear.

Es lo que se nos presenta hoy en el evangelio. ‘Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?’ les pregunta Jesús. ‘No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios’, le dicen. No había terminado de conocer a Jesús, no habían querido entender sus palabras. ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’, les vuelve a insistir Jesús. Palabras solemnes de Jesús que nos vienen a manifestar claramente que es el Hijo de Dios. Como dirá en otro momento ‘el Padre y yo somos uno’.

Se escabulló de sus manos, porque aun seguían queriendo detenerlo y se fue a la otra orilla del Jordán, allá donde Juan había estado bautizando.  ‘Y muchos creyeron en El allí’, nos dice el evangelista.

Estamos ya a las puertas de la semana de Pasión que culminará con la celebración de la Pascua para lo que hemos venido preparándonos durante todo el camino cuaresmal. Momento ha sido todo este recorrido para repasar muchas cosas de nuestra vida, de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús, de la autenticidad que tiene que haber en nuestra vida y de la necesaria renovación que hemos de hacer. Hoy se nos está preguntando por la congruencia de nuestra fe y nuestra vida.

¿Creemos para una procesión o para hacer grandes manifestaciones religiosas cargadas de mucha pomposidad o creemos como verdadero alimento de nuestra vida, como motor de una transformación de nuestras costumbres, como fermento de un nuevo sentido de iglesia que hemos de vivir, como un compromiso que tenemos también con la vida y con la sociedad que estamos construyendo?

¿Se notará allí donde estamos, donde desarrollamos nuestra vida diaria que en nosotros hay una fe y hay unos valores distintos aunque tengamos que ir a contracorriente del mundo y la sociedad en la que vivimos? ¿En qué se nota que hay unos cristianos que son fermento de una sociedad nueva?

jueves, 10 de abril de 2025

Nuestra fe es vivir a Cristo y esa vida en Dios se hace eterna, para siempre, algo que solo podemos entender, más bien vivir, solo desde la fe

 

Nuestra fe es vivir a Cristo y esa vida en Dios se hace eterna, para siempre, algo que solo podemos entender, más bien vivir, solo desde la fe

Génesis 17, 3-9; Salmo 104; Juan 8, 51-59

¿Es fácil creer? Pues la pregunta tampoco es fácil. Somos de los que queremos palpar todo con nuestras manos, buscamos razonamientos por todas partes, explicaciones que nos quepan en nuestro entendimiento y con la fe entramos en otros ámbitos. Y tenemos que reconocer que algunas veces se nos hace difícil y comenzamos a poner en duda muchas cosas, y comenzamos a hacernos preguntas. Sí, es bueno que nos hagamos preguntas; pero también tenemos que darnos cuenta que con la fe entramos en el ámbito de la vida, de lo que vivimos y de lo que sentimos, de la experiencia que sintamos en nuestro interior; y son cosas que cuando llegan a nosotros hay que vivirlas, no podemos ponernos a la distancia.

Cuando hoy leemos en el evangelio esa discusión de los judíos con Jesús, que no entienden las palabras que Jesús les dice o que ellos les dan sus explicaciones, que no terminan de comprender de la manera que se les presenta Jesús, quizás nosotros desde nuestra distancia nos preguntamos por qué eran así, por qué no lo querían aceptar; hoy nos parece tan naturales las palabras de Jesús, porque así siempre las hemos oído, pero quizás tampoco nosotros nos hemos puedo a reflexionarlas y a ahondar en ellas para comprender todo lo que Jesús quiere decirnos.

Por eso necesitamos a veces detenernos un poco y ponernos a analizar bien lo que decimos que creemos, lo que es la fe que tenemos para que no se quede en algo que nos puede parecer muy valioso pero lo tenemos ahí como muy guardado en el armario, pero no llegamos a tener una vivencia honda de nuestra fe. Aunque algunas veces se nos haga cuesta arriba, aunque a veces no sepamos que paso dar, pero tenemos que buscar la forma de darle hondura de verdad a nuestra fe.

Son las palabras que escuchamos en el evangelio, donde Jesús se nos está manifestando en toda su plenitud, aunque las palabras en algún momento nos parezcan confusas, pero es también lo que hemos escuchado en la primera lectura. Ahí contemplamos la fe de Abraham, todo ese misterio de ese encuentro profundo con Dios. En algún momento en las imágenes de la Biblia veremos a Abraham hablando con Dios como dos amigos que charlan paseando en la brisa fresca de la tarde.

Pero no había sido fácil para Abrahán todo el proceso de su fe, desde que Dios le llama a salir de su tierra y ponerse en camino a la tierra que le va a dar. Ponerse en camino porque se fía de una Palabra que siente en su corazón. No era fácil. No era fácil aceptar que siendo ya viejos como eran pudiera tener un hijo y desde ahí una numerosa descendencia como las arenas del mar o las estrellas del cielo. No le fue fácil aceptar el sacrificio que parecía que Dios le pedía de aquel hijo que le había dado. Pero Abrahán creyó, y creyó cuando parecía que no había nada que esperar, cuando no había esperanza y Dios se lo computó como justicia, como nos dirá san Pablo. La promesa de Dios se realizaba y se cumplía.

‘Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios’.

¿Llegaremos nosotros a tener una fe así? ¿Es así como nos fiamos de Dios y de su Palabra? ¿Es así como sentimos su presencia en nuestra vida? ¿Lo estamos haciendo vida?

Hoy nos dirá Jesús en el evangelio que ‘quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre’. ¿Cómo entendemos estas palabras de Jesús? Porque no nos quedamos en la textualidad de las palabras; si nos ponemos a buscar razonamientos humanos ¿no nos damos cuenta de que todos morimos algún día?

Las palabras de Jesús tienen una trascendencia especial, van más allá de lo que las mismas palabras dicen cuando empleamos la palabra muerte o la palabra vida para siempre. Y eso de que porque seamos buenos se va a guardar de nosotros un recuerdo eterno, de alguna manera puede ser algo relativo. Ya sabemos que tenemos que dejar buenas huellas de nuestro paso por la vida, un buen recuerdo, pero que muchas veces no van más allá de una generación. Luego lo de ‘no morir para siempre’ que nos dice Jesús tiene otra trascendencia.

Y es que guardar su palabra, como nos dice, significa un identificarnos de tal manera con Cristo que ya sea Cristo quien vive en nosotros. Lo que decía san Pablo ‘es Cristo quien vive en mi’. Es vivir a Cristo y esa vida en Dios claro que sí se hace eterna, se vive para siempre. Algo que solo podemos entender, más bien vivir, solo desde la fe.

Que crezca, entonces, nuestra fe; que crezca nuestra configuración con Cristo; que crezca nuestra vivencia de Dios.

 

miércoles, 9 de abril de 2025

¿Somos esclavos o libres? En Jesús encontraremos un sentido nuevo y distinto de la vida, la Verdad que nos hará realmente libres

 


¿Somos esclavos o libres? En Jesús encontraremos un sentido nuevo y distinto de la vida, la Verdad que nos hará realmente libres

Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Sal.: Dn 3, 52-56; Juan 8, 31-42

Es difícil hablar de esclavitud y de libertad. Todos hoy nos sentimos libres, es un don bien apreciado, no queremos sentirnos esclavos de nadie y porque decimos que somos libres hablamos o decimos lo que se nos ocurre, hacemos solamente aquello que nos apetezca o nos parece que es un bien para nosotros. Esclavitud como sujeción a una persona es algo que no soportamos. No entendemos, decimos, las esclavitudes habidas en otros tiempos y que realmente en la historia no hace tanto tiempo que han sido abolidas del todo. Cuando vemos imágenes o leemos algo en la historia o la literatura de esto, nos cuesta quizás entender que alguien pudiera dominar a otra persona de la forma que lo hacia para hacerlo su esclavo. Pero cuidado que nos quedemos en una visión un tanto superficial.

Pero las esclavitudes y las libertades ¿solo van por esos caminos? ¿Eres capaz en un momento dado de decirte no a una cosa que apeteces o por lo que te sientes apasionado? ¿Estará faltando una libertad interior en ti mismo? Puede ser esto una manera de comenzar a pensar que esto es algo serio y no tan superficial.

Bueno algo así les estaba pasando a los judíos cuando escuchan las palabras de Jesús que hoy se nos ofrecen en el evangelio. Junto a Jesús había un pequeño grupo de los que comenzaban a creer en El a pesar de todo aquel movimiento en contra que se estaba desencadenando en Jerusalén y que terminarían en el prendimiento de Jesús. Y a aquellos que comienzan a creer en El Jesús viene a animarles y hacerlos comprender que con El iban a encontrar un verdadero sentido para sus vidas, iban a encontrarse con la Verdad y esa Verdad que Jesús les ofrecía les haría verdaderamente libres. ‘Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’, les dice Jesús.

Es lo que ahora les cuesta entender y le replican que ellos nunca han sido esclavos de nadie. ¿Algo así como lo que decimos nosotros, seguimos diciendo hoy? ‘En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo’, les replica Jesús. Es lo que les cuesta entender, lo que a nosotros nos cuesta entender.

Pecado, decimos, es una negación de Dios, pecado es hacer que otra cosa que no sea Dios lo convirtamos en dios de nuestra vida; y partimos de nosotros mismos cuando nos endiosamos con nuestro egoísmo e insolidaridad, o con nuestro orgullo y vanidad. ¿Nos creemos los más bonitos del mundo? ¿Nos creemos los únicos y los que nos sentimos por encima de todo y de todos? Es el pensar solo en nosotros mismos y cuando pensamos solo en nosotros mismos estamos destruyendo el amor en nuestra vida, no es capaz de abrirse a los demás, no es capaz de darse a los demás, no es capaz de pensar en el otro. ¿No será esto realmente una idolatría? Estamos negando a Dios, como decíamos, estamos sustituyendo a Dios por nuestro ego, nuestro capricho, nuestro orgullo, nuestra vanidad.

Y detrás vendrá como en una cascada una cantidad inmensa de cosas que convertimos en insustituibles en nuestra vida, en ídolos que nos esclavizan y nos dominan; pensemos en el materialismo de la vida y el dinero y la riqueza, pensemos en nuestros deseos de poder para desde nuestra superioridad dominar a los que nos rodean, pensemos en las pasiones que no podemos controlar sino que ellas nos controlan a nosotros empezando por la violencia o por los deseos de placer y de pasarlo bien cueste lo que cueste, sea como sea; mientras yo sea feliz, mientras yo me dé satisfacción a mi mismo, me dejo llevar por aquello que tira de mi y me está dominando porque no soy capaz de controlar y poner en orden.

Jesús viene a darnos un sentido nuevo y distinto de la vida, de lo que somos y de lo que tenemos, de nuestras relaciones con los demás y de lo que podemos hacer para que nuestro mundo sea mejor y entonces sí todos podamos ser más felices. Es la verdad que Jesús nos ofrece cuando nos habla del Reino de Dios, una verdad, como nos dice Jesús hoy, que nos hará libres.

Y esto, ya lo sabemos, es algo que nos cuesta entender y llevar a cabo. ¿Por qué? Porque no somos libres de verdad, porque no hemos llegado a entender lo que verdaderamente nos hace libres. ¿Tendríamos que pensar en el camino del amor?

martes, 8 de abril de 2025

Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado

 


Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado

Números 21, 4-9; Salmo 101; Juan 8, 21-30

Y tú, ¿quién te crees que eres?, quizás hemos reaccionado alguna vez ante alguien de quien pensábamos que se arrogaba unas atribuciones que no le correspondían. Nos cuesta aceptar a los demás, y nos cuesta aceptarlos cuando se manifiestan con autoridad o queriendo manifestarnos que saben lo que hacen. Son las desconfianzas podríamos decir normales que algunas veces surgen, en ocasiones porque estamos escarmentados de engaños y de vanidades, o porque queremos estar seguros de en quien confiamos.

¿Les costaba aceptar a Jesús como Mesías a sus contemporáneos? ¿Realmente entenderían lo que Jesús quería decirles dadas las prevenciones y los prejuicios que tenían sobre lo que tenía que significar el Mesías? La gente sencilla le seguía porque sentían que renacían sus esperanzas; los que se creían más entendidos y que quizás se habían rodeando de ciertos privilegios pasaban por una criba las palabras y los gestos de Jesús no queriendo entender ni aceptar lo que Jesús les decía que en cierta manera trastocaba muchas costumbres y rutinas sobre las que habían edificado su vida. Por eso le preguntaban ‘¿y quién eres tú?’ algo así como aquello que nos decíamos al principio ¿y quien te crees que eres tú?

Como nos cuenta entender a nosotros cuando nos sacan de nuestras rutinas de siempre, cuando se nos hacen planteamientos nuevos, cuando vemos con toda su crudeza la radicalidad del evangelio que nos exige cambios profundos en nuestra vida que nos den más autenticidad a lo que hacemos y vivimos, a nuestra manera de vivir nuestro sentido religioso. No queremos cambios, son revolucionarios para nosotros y siempre le tenemos miedo a las revoluciones porque parece que vienen cargadas de violencia. Pero lo que Jesús nos trae no es violencia que destruye, es fuego que nos transforma, es agua nueva que nos revitaliza cuando tan muertos estamos, cuando nos ilumina haciéndonos encontrar la verdadera luz porque muchas veces solo nos dejamos iluminar por luces ilusorias que se convierten en opacas. La violencia tenemos que hacérnosla a nosotros mismos para salir de esa vida anquilosada en que vivimos.

Les era difícil en ocasiones entender las palabras de Jesús. Ahora les habla de que se irá a donde ellos no pueden ir, de que lo buscarán y no lo encontrarán, palabras para las que hay que tener una sensibilidad especial para entenderlas, una sensibilidad nacida de la confianza y de la fe en El que les faltaba. Finalmente les dirá que cuando sea elevado en alto entonces comprenderán quien es.

Una referencia en cierto modo a lo que hemos escuchado en la primera lectura de aquel episodio acaecido en el desierto; en la reticencia con que muchas veces caminaban en aquellas largas jornadas de desierto se ven atacado por unas serpientes venenosas; acuden a Moisés, acuden a Yahvé, y Moisés levanta en algo aquella serpiente de bronce en medio del campamento como un signo o como señal; sienten sobre ellos la misericordia del Señor, no mueren como consecuencia de la mordedura de aquellas serpientes; todo ello va a ser un signo profético al que ahora hace referencia Jesús; será El quien va a ser levantado en algo, referencia a su muerte en Cruz, y entonces en verdad podrán comprender el sentido de su vida, podrán comenzar a creer en quien da su vida por nosotros aunque seamos pecadores.

‘Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.

Por eso nosotros levantamos nuestros ojos hacia lo alto del madero, porque sabemos bien quien es el que allí está crucificado. Ahí comprendemos todo el misterio de Dios que se manifiesta en Jesús, ahí comprendemos toda la autoridad de Jesús que dio su vida por nosotros, ahí comprendemos quien es Jesús que es nuestro Salvador. A los judíos les costaba entender estas palabras de Jesús pero el evangelista nos dice sin embargo que a partir de ese momento muchos creyeron en El. Una sintonía especial para creer en Jesús; como la tuvo aquel centurión romano que tras la muerte de Jesús en la Cruz proclama que quien ha muerto allí es el Justo, que viene a decir que es nuestro Salvador.

Tratemos de conocer más a Jesús, entremos en su sintonía, para dejarnos transformar por esa fe que en El ponemos.

lunes, 7 de abril de 2025

No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud de perdón que ofrezcamos

 


No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud de perdón que ofrezcamos

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Salmo 22; Juan 8, 1-11

Alguna vez nos hemos encontrado a nosotros mismos haciendo dibujitos en lo que tengamos a mano, ‘pintando machanguitos’; estamos como distraídos de nuestro entorno más cercano, ensimismados en nuestros pensamientos, con la mente quizás muy lejos de donde físicamente estamos, pero son momentos de relax, de pensar, de darle vueltas a las cosas, de abstraernos de lo que nos rodea, de estar oyendo sí pero no escuchando, no prestando atención porque nosotros estamos en la nuestro. Hasta que en un punto despertamos, sí, como si saliéramos de un sueño tratamos de situarnos donde estamos.

¿Momentos quizás para tomar decisiones, para pensarnos las cosas, para emprender con empuje algo nuevo, para decir una palabra quizás llena de sabiduría que ni nosotros mismos habíamos pensado? Algo paradójico lo que nos puede suceder. Momentos y silencios que necesitamos en la vida.

¿Nos quedaremos así ante el evangelio? Hay ocasiones en que es tal la novedad que se nos presenta que de alguna manera nos quedamos paralizados hasta darnos cuenta de la profundidad del mensaje. Y es que el evangelio no nos lo podemos tomar a la ligera; no podemos decir nunca, eso ya lo sabía. Cada página del evangelio tiene el  olor y el sabor de lo nuevo cada vez que nos acercamos a ella, la leemos o la escuchamos. Y aunque un texto lo hayamos leído o escuchado en el día anterior e incluso lo hayamos meditado, cuando lo escuchamos de nuevo, si lo hacemos con fe, vamos a encontrar siempre la novedad que es el evangelio, porque siempre es noticia de algo para nosotros, siempre es buena noticia que quiere llegar al corazón, a lo más hondo de la vida y nos producirá interrogantes, nos abrirá caminos, nos dejará el sabor del vino nuevo.

Hoy estamos acercándonos de nuevo a una página que ya escuchamos ayer en el quinto domingo de la cuaresma. Hoy la liturgia nos la vuelve a presentar, pero para nosotros no puede representar una repetición que ya damos por sabida. Como hacíamos referencia en la introducción a este comentario Jesús parece que se queda como abstraído cuando en medio de la predicación le traen a aquella mujer con las acusaciones del adulterio y las condenas que a las mujeres adúlteras se les aplicaban; y Jesús no dice nada, se queda en silencio, como nos dice el evangelio haciendo dibujitos en el suelo. Le apremian aquellos que están pronto para la condena, pero Jesús está en silencio; parece que no tiene prisa. ¡Cuántas prisas nos damos sobre todo cuando queremos quedar por encima de los otros, cuando queremos ganar nuestra partida sea como sea!

Solo una palabra saldrá de la boca de Jesús en consonancia con lo que había venido haciendo siempre poniendo siempre la misericordia por encima de todo. No invoca directamente la misericordia aunque está en el trasfondo sino que interroga con su mirada. ¿Quién es el que no tiene pecado y se atreve a tirar la primera piedra? Y ahora el silencio se hace más denso, mientras uno a uno todos aquellos acusadores se van escabullendo empezando por los mayores, a los que se les pediría quizás mayor sensatez.

Y en ese silencio, solos la mujer aun tirada por los suelos y Jesús también agachado en el suelo con sus dibujitos, comienza a refulgir del todo la luz de la misericordia. ‘¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco… vete en paz y no peques más’.

Es el sabor del vino nuevo que ahora estamos saboreando. Ha aparecido sobre la tierra la misericordia del Señor. Es la esperanza de los pecadores que no siempre todos llegan a comprender. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’, les decían los fariseos a los discípulos de Jesús. Tiene que sonar fuerte el evangelio de este día y esas palabras finales de Jesús.

Los hombres decimos tantas veces que perdonamos pero seguimos guardando el recuerdo del pecado de aquel pecador. Como si aun siguiéramos con la costumbre de poner un cartel sobre la cabeza del pecador aunque se hubiera arrepentido para seguirle recordando que cometió tal atrocidad. Es lo que seguimos haciendo en nuestra sociedad. Cuidado que los cristianos nos contagiemos de esas costumbres y posturas que seguirán produciendo dolor y amargura; cuidado el daño que podemos hacer, el daño que puede hacer la iglesia también cuando se deja contagiar por esas posturas.

No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud con que nosotros nos acerquemos a los demás ofreciendo siempre generoso perdón.

domingo, 6 de abril de 2025

Es necesario hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida regalada con el amor de Dios y a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar


Es necesario hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida regalada con el amor de Dios y a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar

Isaías 43, 16–21; Salmo 125; Filipenses 3, 8-14; Juan 8, 1-11

Todos tenemos una historia que contar, aunque nos parezca que nuestra vida es insignificante y no tenemos acontecimientos reseñables que contar, siempre ha habido un momento especial, logros alcanzados, situaciones difíciles que nos hayan podido llenar de dolor, momentos de dicha y felicidad que merecen ser recordados y como creyentes que somos en esos acontecimientos hemos podido ver la mano de Dios, el actuar de Dios en nuestra vida que podemos llamar momentos de gracia para nosotros.

He querido comenzar mi reflexión sobre el evangelio de este quinto domingo de la cuaresma con esta referencia, porque la misma Palabra de Dios nos lo está recordando. La primera lectura que viene a ser como el credo del pueblo de Israel lo que hace es recordar su historia y como en esa historia ellos han sabido ver siempre el actuar de Dios, desde Abraham al que Dios llamó a salir de su tierra y ponerse en camino, la historia de los grandes patriarcas fundamentos de ese pueblo y sobre todo la liberación y salida de Egipto en camino hacia la libertad y la constitución de ese pueblo en la tierra que Dios le iba a dar.

San Pablo en la segunda lectura hará también memoria de su vida que se transformó totalmente a partir del momento del encuentro con Jesús en el camino de Damasco. Sabe reconocer el apóstol ese actuar de Dios en su vida de manera que como dice ‘Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor’. Es su vida y es su historia pero sobre la que se ha construido otra nueva desde su encuentro con Jesús, pero que se hace camino de superación y crecimiento en búsqueda de esa meta que espera alcanzar.

¿No tendría historia que contar aquella mujer que porque fue sorprendida en adulterio había tirado a los pies de Jesús esperando su condena? Hemos comentado muchas veces la escena del evangelio que todos conocemos bien. La implacable ley mosaica que condenaba a ser apedreada la mujer que fuera sorprendida en adulterio. Aunque fuera ley en Israel esos no eran los caminos de Dios. Si Jesús estaba presente entre los hombres, como signo de la presencia y de la misericordia de Dios, lo que venía a ofrecernos no era condenación sino salvación. Misericordia quiero y no sacrificios, recordaría precisamente con textos de los profetas. 

Tensos tuvieron que ser aquellos momentos para la mujer tirada en el suelo y condenada de antemano esperando ejecución de la sentencia, por así decirlo. Pero tensos fueron los momentos de silencio de Jesús antes de darnos la verdadera sentencia. ¿Quién no tiene pecado y puede tirar la primera piedra? Era la nueva historia que se estaba labrando de misericordia y de perdón. ¿No pediría perdón Jesús al ser crucificado por aquellos que le clavaban al madero, ‘porque no sabían lo que hacían’? ¿No sería también la voz que se escucharía desde lo alto de la cruz prometiendo el paraíso aquel mismo día al ladrón arrepentido?

¿Quién podría tirar la primera piedra? El que no tenía pecado allí lo que estaba ofreciéndonos un regalo de amor. Sería la historia que aquella mujer recordaría para siempre. ‘¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’. Una nueva historia de vida se estaba comenzando a escribir a partir sí de una realidad pero sobre todo a partir del regalo de amor y de misericordia que Jesús estaba ofreciendo.

Es lo que ahora nos disponemos a celebrar, estamos ya a las puertas de la Semana que llamamos santa porque tiene su culminación en la Pascua del Señor. Es el memorial de su pasión y de su muerte y también de su resurrección lo que vamos a revivir y a celebrar; es para lo que nos hemos venido preparando en este camino cuaresmal donde hemos ido dejándonos conducir por la Palabra de Dios que día a día ha ido enriqueciendo e iluminando nuestra vida.

Nuestra vida con nuestra historia, que todos tenemos nuestra historia, que tiene que convertirse para nosotros también en historia de salvación. Tenemos la tendencia al recordar nuestra historia en hacer hincapié en nuestros momentos de sombra, ya sea por las situaciones de dificultad por las que hemos pasado o por los tropiezos que hemos tenido en la vida que nos llenan de culpabilidades.

Es necesario tener otra mirada, descubrir el lado de luz, sentir que no nos ha faltado la presencia y la gracia de Dios en nosotros que nos llama y nos ofrece continuamente su amor; si nos detenemos un poco podemos encontrar ese momento, esa llamada que ha convertido nuestra vida en historia de salvación, porque es la historia del amor que Dios nos ha tenido, es la historia que podemos relatar en muchos momentos, detalles, gestos, acontecimientos, personas a nuestro lado donde podemos y tenemos que descubrir ese amor de Dios, que llega a nosotros, como llegó a aquella mujer de la que nos habla hoy el evangelio.

No se trata de rescribir nuestra historia sino hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida regalada con el amor de Dios. Tendremos muchas cosas que recordar y que celebrar. Vamos a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar este año.

 

sábado, 5 de abril de 2025

Del camino cuaresmal que estamos haciendo tendríamos que salir más fortalecidos, demos pues el paso adelante que se nos está pidiendo en el hoy de nuestro mundo

 


Del camino cuaresmal que estamos haciendo tendríamos que salir más fortalecidos, demos pues el paso adelante que se nos está pidiendo en el hoy de nuestro mundo

Jeremías 11, 18-20; Sal. 7; Juan, 7, 40-53

Cuántas veces andamos de confundidos en la vida. Vemos a alguien y aquella cara nos suena, por nuestra mente pasan como en una película una cantidad grande de situaciones donde podíamos localizar a aquella persona; pensamos en un lugar o en otro, en una situación determinada, pero nos parece que allí no fue, hacemos quizás nuestros comentarios entre los más cercanos a nosotros que quizás andan en la misma confusión pero no damos el paso de acércanos a aquella persona para situarlo mejor, para preguntar porque nos da corte que vaya a decirnos como es que no nos acordamos de él y nos quedamos con nuestras incertidumbres por nuestra indecisión, por nuestra cobardía, porque podrían pensar de nosotros alguna cosa, y no llegamos a saber.

Pero no son solo esas situaciones humanas de nuestras relaciones de unos y otros, que también tienen su importancia porque puede significar un respeto que le debamos a esa persona y a la que en nuestras confusiones al final no tratamos bien; es en cosas más hondas donde andamos en esas confusiones; serán los planteamientos hondos del sentido de la vida, donde andamos de acá para allá, será a la hora de tomar decisiones que puedan ser importantes en nuestras relaciones con los demás; será a la hora de nuestra vivencia de Iglesia en lo que andamos perturbados porque hay cosas que no entendemos, hay cosas que nos dicen, hay influencias que recibimos desde muchos medios que querrán hacernos entrar en la duda y confusión como un camino de apartarnos de esos caminos, será en el camino de nuestra fe donde no terminamos de aclararnos, pero tampoco es que busquemos mucho o acudamos donde podemos encontrar la luz.

Hay muchas cosas que tenemos que ordenar en nuestra vida; llegan momentos en que tenemos que tomar decisiones valientes aunque tengamos que ir a la contra de cómo se camina a nuestro alrededor; tenemos que aclararnos y saber donde estamos, cual es el testimonio que tenemos dar, y buscar la manera de fortalecernos interiormente para afrontar los problemas que nos va presentando la vida.

Hoy escuchamos en el evangelio que alrededor de Jesús hay mucha confusión. confusión sobre su origen y lo que es su misión, confusión porque la gente se ve influida por aquellas corrientes de los que quieren quitarse de en medio a Jesús; unos lo escuchan y se quedan admirados porque como dirán ‘nadie ha hablado con El’, los signos y milagros que realiza llaman la atención, aunque no siempre sabrán leer entre esos renglones de la vida lo que es el actuar de Dios; saben que quieren prenderle e incluso mandan guardias con ese cometido que sin embargo no serán capaces de cumplir las ordenes que les dan, algunos salen a favor de Jesús aunque sea solo de una forma tímida pero sin dar el paso al frente; acaso irán a ver a Jesús de noche, cuando los demás no los vean.

¿No nos sucederá de alguna manera a nosotros también en este mundo tan revuelto de ideas y de cosas que también nos llenan de confusión? Creo que tenemos que tomarnos más en serio nuestra fe y nuestra manera de actuar; el mundo necesita testigos de la verdad y no siempre nosotros sabemos dar ese testimonio. Nuestras rodillas están vacilantes y vamos renqueando demasiado por los caminos de la vida. Tratemos de fortalecernos con el Espíritu del Señor. Es el camino cuaresmal que estamos haciendo del que tendríamos que salir más fortalecidos. ¿Cuándo daremos el paso adelante que se nos está pidiendo en la hora de nuestro mundo?

viernes, 4 de abril de 2025

Necesitamos ahondar en el conocimiento de Jesús y en el misterio de Dios para que nuestra fe no sea ni un uniforme del que nos revestimos ni una fachada exterior

 


Necesitamos ahondar en el conocimiento de Jesús y en el misterio de Dios para que nuestra fe no sea ni un uniforme del que nos revestimos ni una fachada exterior

Sabiduría 2, 1a. 12-22; Salmo 33; Juan 7, 1-2. 10. 25-30

Yo te conozco, yo sé de donde eres, conozco tu familia… así habremos dicho más de una vez queriendo ratificar, a nuestra manera, nuestro conocimiento de una persona. O le recordamos a la persona que sabemos de donde procede, porque de pequeño quizás sus padres vinieron a vivir en nuestro pueblo y ahora ya lo consideramos de aquí; o decimos al paso de unas personas que son extranjeros, que vienen de tal o cual país, o son unos emigrantes que se han buscado la manera de venirse a nuestra tierra buscándose un futuro, una vida mejor.

Pero ¿conocemos, solo por eso, de verdad a esas personas? ¿Qué sabemos de su manera de pensar, por ejemplo? ¿Cuáles son sus ilusiones o sus metas en su vida? ¿Qué es lo que hay detrás de esa fachada externa que es lo que nosotros vemos y por lo que estamos queriendo identificarlas? ¿Nos quedaremos solo en la fachada externa o algunas cosas que le hemos visto hacer? Nos tendría que hacer pensar para ver cuales son los criterios por los que juzgamos a las personas, qué es lo que realmente valoramos en esas personas, o qué están aportándonos quizás para nuestra propia vida.

Un planteamiento que nos vale para muchas cosas en la vida y en nuestras relaciones con los demás; un planteamiento también para el ámbito de nuestra fe. No nos podemos quedar en fachadas, tenemos que ir a algo hondo en nuestra vida; no es un vestido o un uniforme que nos ponemos por fuera, tiene que llegar a lo más hondo de nuestra vida; por eso el conocimiento que tenemos de Jesús es importante que se convierta en vida para nosotros.

En estos momentos en que prácticamente estamos a finales de la Cuaresma, muy cercana ya la Pascua, el evangelio nos va presentando aquella situación, podríamos decir, de enfrentamiento de aquellos que no querían aceptar a Jesús y que terminarían en su prendimiento y su muerte. Hoy nos habla el evangelio – quizás el texto no tiene tanta relación con la pascua pues hace referencia otra fiesta judía, pero de alguna manera con las mismas consecuencias – que Jesús se había quedado en Galilea mientras otros habían subido a Jerusalén para la fiesta de la tiendas; ya se rumoreaban los planes de prendimiento de Jesús y por eso le vemos que Jesús sube finalmente pero como en privado.

Sin embargo se lo van a encontrar por las calles de Jerusalén o en el templo y algunos se preguntarán si es que ya los dirigentes han aceptado a Jesús pues no han procedido a su prendimiento. Y es cuando Jesús hablando a los que estaban en su entorno nos habla del verdadero conocimiento que de El habría de tenerse y que era precisamente lo que no todos aceptaban.

Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado’.

No era solamente decir que era de Galilea y de allí procedía, o a lo más que había nacido en Belén, porque era de la familia de Judá, como nosotros celebramos en la Navidad, o que era el  hijo del carpintero y que sus familiares estaban allí en Nazaret y todos conocían. Eso eran circunstancias externas, podíamos decir, la pantalla exterior, como decía que era un profeta que había surgido en Galilea, donde principalmente había realizado su predicación y sus milagros.

Es mucho más lo que tenemos que reconocer en Jesús y que es lo que hoy nos está diciendo y ya lo hemos escuchado repetidamente nosotros estos días. ‘Yo no he venido por mi cuenta, sino que el verdadero es el que me envía’, nos dice Jesús hoy. Enviado del Padre que habla las palabras del Padre y que realiza las obras del Padre, como tantas veces nos ha dicho y nosotros habremos meditado en muchas ocasiones.

Es así cómo comprenderemos el misterio de Jesús. Es así como el Evangelio de Juan nos dirá que es la Palabra que estaba en Dios y que era Dios, palabra que puso su tienda entre nosotros, que por nosotros se encarnó para levantarnos a nosotros y hacernos a nosotros participes también de esa vida de Dios haciéndonos también hijos de Dios.

Es Emmanuel, Dios con nosotros, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación se encarnó por obra del Espíritu Santo en María Virgen y que por nosotros murió y resucitó como confesamos en el Credo. No podemos perder esa dimensión de nuestra fe porque es el principio de nuestra vida.

Es ahí donde tenemos que ahondar en el conocimiento del Misterio de Dios que en Jesús se nos manifiesta. ¿Ahondaremos lo suficiente en nuestra fe?

jueves, 3 de abril de 2025

Credibilidad fundamentada en el testimonio de las obras que son signos del actuar de Dios en Jesús que será la credibilidad que podamos ofrecer de nuestro testimonio de fe

 

Credibilidad fundamentada en el testimonio de las obras que son signos del actuar de Dios en Jesús que será la credibilidad que podamos ofrecer de nuestro testimonio de fe

Éxodo 32, 7-14; Salmo 105;  Juan 5, 31-47

¿Nos creemos los unos a los otros? Las relaciones humanas están basadas en nuestra mutua credibilidad, es lo que decimos, pero es también lo que hacemos, no solo en grandes momentos o en situaciones extraordinarias, sino también en esas pequeñas cosas de cada día que nos pueden parecer detalles pero que son las que le van dan color a la vida y a lo que hacemos; pero también mutuamente en lo que pensamos y en lo que nos decimos unos de otros encontramos ese testimonio de credibilidad; que alguien hable bien de ti, que recuerde a los demás el valor de lo que haces aunque parezca que pase desapercibido es algo que apuntala esa mutua credibilidad que nos ofrecemos y facilitará la mutua aceptación y valoración que o tenemos o que nos damos, hará mejores nuestras relaciones entre unos y otros, y nos impulsará a ese colaborar juntos en proyectos comunes o en las metas que nos propongamos.

Ya sabemos, por otra parte, que siempre nos vamos a encontrar quien quiere sembrar la cizaña de la desconfianza, de poner en duda la credibilidad u honorabilidad de una personas cuando se obra desde el orgullo, la envidia y toda esa serie de actitudes negativas que vienen a envenenar el corazón  de los demás. Los partidismos en este sentido también hacen mucho daño, porque solo queremos ver lo que nos interesa o lo que nos favorece y no aceptaremos que alguien con más valores venga a empañar nuestros brillos; olvidan quizás que las personas con más valores humanos nunca van a actuar para quitar el brillo de los demás, sino que sabrán siempre aprovechar cualquier destello de luz por pequeño que sea para hacer más luminoso nuestro mundo.

En las palabras que escuchamos hoy en el evangelio se nos refleja ese rechazo que algunos sectores de la sociedad de su tiempo tienen contra la enseñanza y el actuar de Jesús. No llegan a entender el mensaje del Reino de Dios que Jesús les está anunciando y sienten que una transformación del mundo según esos valores del Reino de Dios va a poder significar para ellos como una perdida de poder o de influencia en aquella sociedad que de alguna manera están manipulando.

Se oponen a la palabra de Jesús, no quieren aceptar la credibilidad de las palabras y de los hechos que Jesús realiza, no ven las señales de que Dios está actuando en Jesús y no lo quieren reconocer como el enviado de Dios. Es una historia que se repite porque eso fue en la continuidad de los tiempos el rechazo que siempre tuvieron de los profetas en su momento presente, aunque con el paso del tiempo sintieran la verdad de lo anunciado por los profetas. Ningún profeta es bien mirado en su tierra, que dijera Jesús un día allá en su pueblo de Nazaret como un preanuncio de todo lo que a Jesús le iba a suceder.

Habla Jesús del testimonio de Juan el Bautista que fue su precursor, como habla Jesús por una parte del testimonio de la misma Escritura en lo anunciado por Moisés y los profetas, como del testimonio de sus obras que son signos de que El es el enviado del Padre, ‘y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis’ nos dice Jesús.

A través de las obras que Jesús realiza se nos está ofreciendo el testimonio venido desde el cielo, convirtiéndose el Padre en el primer testigo de la obra de Jesús. ‘Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?’ Y aquí claro que nosotros podemos recordar aquella voz venida del cielo en lo alto del Tabor señalándolo como su Hijo amado al que debíamos escuchar.

Mantengamos viva nuestra fe de la que tenemos que dar testimonio con nuestra vida, con nuestras obras; será lo que también dará credibilidad a nuestra fe a través de nuestro compromiso de amor. Es el camino de crecimiento espiritual que hemos de ir haciendo en nuestra cuaresma como camino hacia la Pascua.

miércoles, 2 de abril de 2025

Camino cuaresmal que es camino pascual, camino en que renovamos nuestra fe en Jesús por quien pasamos de la muerte a la vida

 


Camino cuaresmal que es camino pascual, camino en que renovamos nuestra fe en Jesús por quien pasamos de la muerte a la vida

Isaías 49,8-15; Salmo 144;  Juan 5, 17-30

En el complejo mundo de nuestras relaciones humanas y sociales hay una serie de connivencias, de protocolos sociales podríamos decir, que respetamos y valoramos como algo fundamental para mantener esas mutuas relaciones. El que ha recibido un poder (notarial) de alguien va a actuar ante nosotros como un representante válido y como voz de aquel que le dio tal poder; a quien aceptamos como intermediario en cualquier tipo de intercambio le respetamos y valoramos su palabra y su intervención para lograr aquello que pretendemos por ejemplo intercambiar; quien viene como embajador representante de un gobierno o un país extranjero lo respetamos, lo escuchamos porque sus palabras son las de aquel gobierno o país que representa, es el enviado de aquel país. Y así podríamos poner muchos ejemplos.

Jesús hoy en el evangelio nos está diciendo que es el enviado del Padre y nos repetirá en muchas ocasiones que El hace y dice lo que recibió del Padre. Palabras, como vemos hoy, que son difíciles de aceptar para los judíos y que le van a conducir al rechazo que de ellos, de sus autoridades y dirigentes va a recibir. El pueblo sencillo que tiene otra sintonía para conocer las cosas de Dios sí proclamará en muchas ocasiones ante el actuar de Jesús que Dios ha visitado a su pueblo. Lo reconocen como profeta, y profeta es el enviado de Dios que habla palabras de Dios, y dirán de Jesús que es mucho más. Por supuesto que Jesús es mucho más que un embajador o un apoderado, porque es el Hijo de Dios, el Hijo del Padre que nos hace partícipes de la vida de Dios.

Jesús nos lo reflejará en aquella parábola en la que nos habla de la viña preparada por su dueño y que confía a unos agricultores, pero que a la hora de rendir cuentas se negarán a recibir a los criados enviados por el amo maltratándolos e incluso cuando les envía a su hijo lo matarán arrojándolo incluso fuera de la viña. Un resumen, podríamos decir, de lo que fue la historia de la salvación en aquel pueblo, que al final rechazará al enviado de Dios.

Jesús es el Hijo que habla las palabras del Padre, Jesús eses el Hijo que no hace sino lo que el Padre quiere, Jesús es el Hijo que nos va a enseñar una nueva forma de relacionarnos con Dios porque en El a nosotros también nos hace hijos y también nosotros podemos llamarle Padre. ‘Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió’, termina diciéndonos hoy en el texto del evangelio que hemos escuchado.

Por eso anteriormente nos había dicho: ‘En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro’.

Así se nos manifiesta Jesús. Así hemos de poner toda nuestra fe El. Es el camino de vida, es el camino de la salvación, es la buena nueva que nos ofrece el Evangelio. ‘En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida’. Es el camino que hemos de recorrer, por lo que tenemos que esforzarnos, la manera de abrir nuestro corazón a Dios y nos podremos llenar de vida.

Creer en Jesús es pasar de la muerte a la vida. Creer en Jesús es vivir la Pascua, sentir como desde lo más hondo de nosotros mismos nos transformamos y nos sentimos con nueva vida. Es el camino que ahora en esta cuaresma estamos haciendo para que la Pascua se haga realidad en nuestra vida. Camino cuaresmal que es camino pascual.

martes, 1 de abril de 2025

El hombre que está en su camilla en la orilla de la piscina y que nadie ayuda… lo mismo que Cristo te quiere levantar, quiere contar contigo para que levantes a muchos

 


El hombre que está en su camilla en la orilla de la piscina y que nadie ayuda… lo mismo que Cristo te quiere levantar, quiere contar contigo para que levantes a muchos

Ezequiel 47, 1-9. 12; Salmo 45;  Juan 5, 1-16

Triste tiene que ser verse uno en el suelo sin que nadie lo levante.  En las redes sociales nos aparecen con frecuencia pequeñas historias de personas que en la calle, en el parque o en cualquier sitio se caen al suelo y mientras tratan de levantarse por si mismos, algunas veces con mucha imposibilidad, la gente pasa a su lado indiferente atendiendo a sus móviles, con sus carreras por llegar a donde quieren ir o absortos en sus cosas sin prestar atención a quien se debate en el suelo por querer levantarse. Nos puede parecer anécdota que algunas veces nos produzca incluso hilaridad porque dicen que no hay nada más gracioso que ver caerse a alguien en un descuido. Pero es una realidad que nos grita a nuestros oídos y conciencias cuando escuchamos que alguien que vivía solo lo encontraron muerto en su casa después de muchos días y muchas otras situaciones en ese estilo.

Hoy el evangelio nos da una gran lección y no sé si seré capaz de sacarle todo su jugo porque son muchas las cosas que nos dice. Ha entrado Jesús en dirección al templo por la puerta de las ovejas y allí hay una alberca, una piscina de la que están pendientes muchos enfermos e imposibilitados con la esperanza de poder meterse en el agua cuando se mueva, porque sería signo de una curación segura. Así llevan quizás muchos en su esperanza pero sin nadie que les eche una mano; a uno así se dirige Jesús. ‘¿Quieres curarte?’ pregunta Jesús. ‘Otros se me adelantan porque no tengo quien me ayude’, fue la respuesta de quien lleva casi cuarenta años en espera. Pero allí está Jesús. ‘Toma tu camilla y vete a tu casa’.

Jesús quiere introducirnos en ese río de agua viva, como nos ha hablado el profeta en la primera lectura que va llenando de vida sus orillas, y las plantas y los frutales y todos los árboles de su alrededor. Es Jesús ese río de agua viva que nos sana y que nos salva, que nos arranca de la postración de la muerte y nos llena de vida.

Pero tenemos que dejarnos encontrar por Jesús. El quiere acercarse a nosotros porque no quiere ver al hombre caído, pero nosotros en muchas ocasiones nos escondemos a ese regalo de gracia que nos ofrece. Jesús nos pone en pie y no solo es que nos libre de nuestras enfermedades corporales sino que quiere liberarnos desde lo más hondo. Es la salvación que nos ofrece, es la Palabra de vida que nos salva, es la gracia salvadora que transforma nuestra vida.

Toma tu camilla… nos está diciendo Jesús; esa camilla que es nuestra vida con sus tristezas y sus desánimos, esa camilla de nuestros problemas que nos hacen perder la esperanza, esa camilla de nuestras dudas e indecisiones, esa camilla en la que nos hemos enrollado en nuestros egoísmos e insolidaridades, esa camilla que nos paraliza con nuestras desconfianzas y nuestros miedos, esa camilla que ha puesto tantos abismos entre nosotros y los que nos rodean porque no a todos aceptamos, porque mantenemos nuestras reticencias y recelos, porque nos dejamos envolver por la violencia y nuestros desaires a los que están a nuestro lado… cuantas camillas hay en nosotros de las que tenemos que levantarnos, que viene Jesús a tendernos su mano para que nos levantemos.

Pero Jesús nos está enseñando a mirar a nuestro alrededor; pasamos por la vida sin enterarnos, que no solo es el que está tendido en la calle – que también hay muchos y pasamos de lado para no verlos – sino los que viven en sus soledades, los que son unos incomprendidos, los que miramos de una manera diferente quizás por su forma de pensar o de actuar y con quienes no queremos mezclarnos, los que caminan a nuestro lado con la sombra de la tristeza envolviendo sus rostros y sus vidas, aquellos que nadie quiere o todo el mundo desprecia.

Es el hombre que está en su camilla allí en la orilla de la piscina y que nadie ayuda. ¿Seguiremos pasando de largo? Detente y mira a tu alrededor. Lo mismo que Cristo te quiere levantar a ti, también quiere contar contigo para que levantes a muchos.

lunes, 31 de marzo de 2025

No terminamos de creer en la Palabra de Jesús que habla de un mundo nuevo, el Reino de Dios, y no terminamos de comprometernos con ese Reino para hacer un mundo nuevo

 

No terminamos de creer en la Palabra de Jesús que habla de un mundo nuevo, el Reino de Dios, y no terminamos de comprometernos con ese Reino para hacer un mundo nuevo

Isaías 65, 17-21; Salmo 29; Juan 4, 43-54

Estamos tan escarmentados de que las promesas nos resulten inútiles y las palabras se queden vacías, porque pronto quizás se olvidan y aunque como dice el refrán ‘lo prometido es deuda’, sin embargo también nos encontramos con lo otro de ‘si te vi. No me acuerdo’ que al final no creemos en nada, desconfiamos de todo y desconfiamos de las palabras y terminamos con aquello otro de ‘si no lo veo, no lo creo’. Ya no nos creemos nada, tiene poco menos que producirse como un terremoto o como un volcán que lo palpamos y sentimos, que sean cosas extraordinarias y maravillosas para poder creer. Pero ¿eso es en verdad fe?

Sí, tenemos que preguntarnos por la fe, como la entendemos, cómo realmente creemos. Cuando estamos hablando de fe estamos entrando en el misterio, en el misterio de Dios que nos trasciende, hablamos de un confiar cuando parece que toda confianza se ha perdido, hablamos de aceptar fiándonos de aquel que nos habla, se nos revela o nos pide algo, hablamos de un dejarnos conducir porque nos abrimos a algo nuevo que nos va a transformar; no es porque tengamos unas pruebas, no es simplemente porque veamos cosas maravillosas o extraordinarias, no nos vamos a dejar influir por unas promesas, es algo misterioso que se produce allá en lo más hondo de nosotros mismos, porque sentimos y porque vivimos, porque se nos da confianza y nosotros queremos confiar. Un misterio grande que no podremos explicar con palabras humanas, pero que es algo que vivimos, algo que además nos transforma desde lo más hondo.

El evangelio de hoy nos hace una preparación del terreno, hablándonos de la vuelta de Jesús a Galilea, de la admiración que se va suscitando en la gente, de su estancia de nuevo en lugares donde había estado antes y se habían realizado signos que despertaban la fe de los que le seguían, como fue lo de las bodas de Caná de Galilea y ahora nos habla de un hombre principal y poderoso, un funcionario real nos dice, que tiene un hijo enfermo y acude a Jesús. Solamente le pide que baje a Cafarnaún lo más pronto porque su hijo se muere.

No parece muy claramente que sea la fe en Jesús la que esté guiando a este hombre, quiere algo extraordinario para algo extraordinario para él como era que su hijo se  estaba muriendo. No es la fe del centurión romano que tiene su confianza puesta en la palabra de Jesús para que sea realice lo que Jesús diga, no es la fe de Jairo que está pidiendo el gesto de que Jesús imponga su mano como una bendición para que su hija se cure.

Por eso la reacción de Jesús. Si no ven cosas extraordinarias no creen, ‘si no veis signos y prodigios, no creéis’.  Y ante la insistencia del funcionario porque su hija se muere solamente le dice Jesús ‘anda, tu hija vive’. Y ahora el hombre se fió, se puso en camino hacia su casa hasta encontrarse con los que venían con la noticia de que su hija estaba viva. Coincidía la hora de su mejoría con la hora de la palabra de Jesús. Ahora creyó él y toda su familia.

¿Nos fiamos y creemos en la palabra de Jesús? ¿Qué es lo que realmente buscamos? ¿Solamente un prodigio que nos libere de aquella situación pero luego seguiremos como antes sin ningún cambio en nuestra vida? Nos contentamos y nos quedamos satisfechos si hacemos en aquel momento un regalo, pero luego ya todo pasó y seguimos como siempre. ¿No será eso lo que de alguna manera nos está sucediendo, estamos haciendo cuando venimos a Misa y quizás vivimos devotamente aquel momento pero luego en mi vida todo sigue igual? ¿Y esa fe que decíamos tener y que decimos que celebramos cuando venimos a la Iglesia en qué se nota luego en nuestra vida?

No terminamos de ver la acción de Dios en nuestra vida y seguimos con nuestros cumplimientos y rutinas pero no dejamos que nuestra vida se envuelva por esa fe, que nuestro mundo se vaya transformando con esa fe. No terminamos de creer en la Palabra de Jesús que nos anuncia un mundo nuevo al que El llama el Reino de Dios y no terminamos entonces de comprometernos con ese Reino de Dios para hacer un mundo nuevo. Algo tiene que cambiar en nuestra forma de concebir la fe.