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sábado, 1 de febrero de 2025

Despertemos que somos nosotros los que andamos dormidos, no temamos ir a la otra orilla con Jesús, merece la pena porque sabemos quien está con nosotros siempre

 


Despertemos que somos nosotros los que andamos dormidos, no temamos ir a la otra orilla con Jesús, merece la pena porque sabemos quien está con nosotros siempre

Hebreos 11,1-2.8-19; Sal. Lc. 1,69-75; Marcos 4,35-41

Estar en camino tiene sus riesgos, es tener metas claras, es afrontar peligros o cometer errores, en la incertidumbre que siempre llevamos por dentro si acaso nos hayamos equivocado, nos exige esfuerzo, deseos de búsqueda y de superación, es encontrarnos con algo nuevo que pueda ser desconocido y tenga unas nuevas exigencias. Pero es la vida; quedarnos anquilosados no es vivir, encerrarnos en un cascarón es como volver para atrás, no podemos acallar los sueños que nos hacen buscar algo distinto, aunque tenga sus riesgos.

Es la vida, decíamos; es el camino también al que nos lleva la fe, es la apertura que pone en nuestra vida el estar con Jesús, el decir que somos sus discípulos. Aunque en ocasiones haya momentos en que nos parezca que estamos solos. Es de lo que nos está hablando hoy el evangelio. Jesús que les dice a los discípulos ‘vamos a la otra orilla’. 

Y hay un montón de circunstancias en torno a esta invitación de Jesús. Han de atravesar el lago. Pero es también el atardecer y cruzar la distancia hasta la otra orilla cuando ya pueden comenzar a aparecer las sombras de la noche, puede ser que no sea plato de buen gusto. Pero en esta ocasión no fueron solo los nubarrones oscuros de la noche sino también los nubarrones de la tormenta que se levantó cuando iban a medias en la travesía. Las olas y los vientos batían contra la barca y comenzaron a tener miedo de zozobrar. Y Jesús dormía.

Quien había levantado a los discapacitados de sus camillas, quien había hecho recobrar la vista a los cielos, quien había limpiado a los leprosos, quien se había manifestado con poder frente a los espíritus inmundos. ¿Ahora no podía o no quería hacer nada para sacar a sus amigos de la posible zozobra en medio de aquella tempestad? Jesús dormía. Parecía no importarle nada de lo que estaban pasando.

¿Se atreverían a despertarle? ¿Acudirían a El pidiendo socorro como lo hacían los enfermos y los paralices, los ciegos y los leprosos, los que se veían azotados por aquella posesión del maligno? Acudirían ellos también a despertarle. ‘Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?’

¿Serán también las dudas que algunas veces nos puedan atormentar en esa travesía de la vida cuando nos sentimos sin fuerzas, nos parece que estamos abandonados, el cielo de la vida se nos llena de nubes oscuras, tenemos los vientos en contra? Es cierto que así nos sentimos en muchas ocasiones cuando se nos hace difícil la vida, cuando el camino se nos hace oscuro, cuando nos entran dudas por dentro, cuando también se nos tambalea la fe.

Quizás nos metimos en la boca del lobo, porque se nos debilitó nuestro espíritu, no cuidamos suficientemente nuestra fe, nos dejamos arrastrar por las pendientes de las tentaciones y no pusimos suficiente cuidado; nuestras debilidades nos fueron envolviendo, nos dejamos influir por el ambiente pagano que nos rodea, fuimos perdiendo un sentido sobrenatural y religioso en nuestra vida porque fuimos abandonando muchas cosas buenas que nos hubieran ayudado a mantener la llama de nuestra fe encendida, y ahora nos cuesta levantarnos, ahora andamos cegados de tal manera que no somos capaces de darnos cuenta que el Señor no nos deja solos; y nos quejamos de que está dormido, que no nos escucha, que no atiende a nuestras suplicas cuando fuimos nosotros los que no le escuchamos porque preferimos entretenernos con otros cantos de sirena.

Tenemos que sentir una sacudida muy fuerte dentro de nosotros que nos haga despertar; somos nosotros los que estamos dormidos, o peor aun, como muertos en la situación a la que hemos llegado. Despertemos y no temamos decirle a Jesús, aunque parezca una recriminación, ‘Maestro, ¿es que no te importa que nos hundamos?’ Cuando lleguemos a ser capaces de decir eso es porque ya estamos nosotros despertando y comenzando a darnos cuenta de donde tenemos que dirigir nuestros pasos.

Jesús va a estar ahí, junto a nosotros, para ponerse en pie y calmar la tormenta. Y vendrá una gran calma. Sentiremos de nuevo la paz, porque estaremos sintiéndonos inundados de su amor. Despertemos que somos nosotros los que andamos dormidos. No temamos ponernos en camino, ir a la otra orilla con Jesús. Es un riesgo que merece la pena porque sabemos quien está con nosotros siempre.

viernes, 31 de enero de 2025

Sembremos la semilla, sin cansarnos, sin abandonar, con esperanza, con buen ánimo, un día germinará y producirá hermosos frutos de un mundo mejor

 


Sembremos la semilla, sin cansarnos, sin abandonar, con esperanza, con buen ánimo, un día germinará y producirá hermosos frutos de un mundo mejor

Hebreos 10,32-39; Salmo 36; Marcos 4,26-34

Algo importante por lo que al menos tendríamos que comenzar es por sembrar la semilla; no podemos pretender recoger frutos si antes no hemos sembrado y cultivado. Es nuestra tarea y nuestra función en la vida; es cierto que nos sentimos tentados a la pasividad y que todo nos lo den hecho, algunas veces es la sensación que damos con algunas maneras de plantear la vida y plantear la sociedad; no sé si de alguna manera estaremos provocando una cierta pasividad cuando no somos capaces de poner nuestro esfuerzo personal sin que antes medien no sé cuantas oportunidades que hasta exigimos en formas de ayudas para poder emprender algo o desarrollar propias iniciativas. ¿Qué sociedad nos estaremos creando cuando no promovemos que surjan y se desarrollen esas iniciativas personales desde ese esfuerzo que cada uno hemos de poner? Por eso al final pretendemos que todo nos lo den hecho. Pudiera parece que me he alejado de lo que es el mensaje del día, pero también sobre todas estas cosas hemos de reflexionar, no estoy tan lejos.

Seamos capaces de sembrar semillas, aunque algunas veces podamos ser conscientes de que no todos los terrenos son igualmente propicios. Semilla sembrada siempre tiene la posibilidad de que de alguna manera algún día brote una flor, lo cual será señal de que luego podamos recoger un fruto. La semilla guardada en el granero no va a producir fruto; quizás haya semillas en nuestra vida que dejamos pudrir en el granero porque no las sacamos y sembramos en tierra dándole la posibilidad de dar un fruto. ¿Tendremos valores guardados y enterrados en nosotros mismos que no sacamos a flote y desarrollamos por los miedos que nos coartan y nos impiden actuar?

Jesús en el evangelio repetidamente nos compara el reino de Dios con una semilla; diversas parábolas nos hablan de ello. Y hoy nos habla de esa semilla sembrada en silencio y que aparentemente en silencio queda bajo tierra, y como nos dice Jesús sin que el agricultor sepa cómo un día aquella semilla germinó y llegar a producir fruto.

Esa semilla que vamos sembrando con nuestro testimonio, esa semilla sembrada con una palabra amable o un gesto generoso, esa semilla de la rectitud con que andamos por la vida y ese compromiso que tenemos con todo lo bueno, esa semilla que será nuestra presencia que parece que no dice nada pero que está manifestando la integridad de una fe, esa semilla del día a día que vivimos con responsabilidad y con sentido trascendente.

Serán semillas silenciosas quizás pero que dejan huella, que hacen que nos hagamos preguntas, que impulsan a mirar las cosas de manera distinta, que elevan la altura de miras de los demás para comprender que puede haber otras metas, que hay otros ideales, que hay una luz que ilumina caminos en las peores tormentas que nos podamos encontrar. Es lo que tenemos que ser los cristianos en medio del mundo. Como nos dirá Jesús en otros momentos y con otras imágenes, como la silenciosa levadura que desde dentro hace fermentar la masa. Así tenemos que ser, así tiene que ser nuestro testimonio, así tenemos que ser evangelio para los demás.

No buscaremos apoyos humanos, pero sí sabemos que con nosotros está el que dará fuerza y vigor para que la semilla pueda germinar. No nos sentiremos solos porque es el Espíritu del Señor el que está haciendo surgir todo eso bueno dentro de nosotros, está inspirando esos gestos y esas iniciativas, estará dándonos fuerzas cuando nos parezca que todo es adverso, pero tenemos la certeza de que podemos seguir, podemos dar ese testimonio, tenemos la esperanza de que la semilla un día germinará y dará fruto. Es la paciente espera del sembrador y del agricultor con la que nosotros esperamos que un día podamos ver un mundo nuevo, un mundo mejor. Sembremos la semilla, sin cansarnos, sin abandonar, con esperanza, con buen ánimo.

jueves, 30 de enero de 2025

Despertemos nuestra fe, demos testimonio de nuestra fe; con ella seremos luz para los demás, estamos llamados a ser luz en medio del mundo envuelto en tanta oscuridad

 


Despertemos nuestra fe, demos testimonio de nuestra fe; con ella seremos luz para los demás, estamos llamados a ser luz en medio del mundo envuelto en tanta oscuridad

Hebreos 10,19-25; Salmo 23; Marcos 4,21-25

Hace unos días por las redes me comentaba un amigo lo mal que lo estaban pasando porque con frecuencia fallaba la energía y se quedaban sin luz no solo durante horas sino muchas veces días enteros; me hablaba desde uno de esos países que se encuentran con grandes deficiencias de todo tipo y uno de los problemas que les afectaban para muchas cosas de su vida diaria era la falta de energía, la falta de luz. A quienes vivimos donde frecuentemente no tenemos esas dificultades nos cuesta entender esas carencias y comprender cómo se las pueden arreglar sin luz.

Quiero ir más allá de esa triste realidad y que de alguna manera nos sirva de ejemplo y de base para otra falta de luz que muchas veces podamos sufrir en nuestra vida. Luz podría ser los conocimientos y el saber, la cultura y lo que pueda elevar nuestra vida desde lo material a niveles más altos y de mayor espiritualidad; podríamos pensar en todo aquello que nos puede hacer encontrar un sentido y un valor a la vida porque caminar por la vida de esa manera sería como ir dando pasos de ciego y podría ser encontrarnos como sin un rumbo por donde encaminar nuestros pasos; y como creyentes podríamos pensar en la oscuridad y falta de trascendencia de nuestra vida cuando no tenemos fe.

La fe no es simplemente una tradición que recibimos o unas costumbres de cosas que estamos acostumbrados a hacer y si no las hacemos nos encontraríamos con falta de algo; la fe no son unos ritos que realizamos como unos amuletos en los que apoyarnos para quitar nuestros miedos; la fe no se da simplemente porque digamos que las cosas siempre han sido así y en nuestro pueblo todos somos cristianos y son cosas que todos hacen; la fe no son unas motivaciones sociales para tener unos días de asueto o de fiesta; la fe no es un barniz que adorne unos objetos o un vestido que nos podamos poner o quitar según nos convenga según las conveniencias sociales.

Estaríamos quedándonos en un aspecto muy superficial que como tal en si mismo no tendría sentido. Tenemos que descubrir toda la profundidad que va a dar a nuestra vida envolviendo y empapando de un sentido profundo cuanto hacemos o cuanto vivimos. La expresaremos con palabras, se hará fiesta en nuestra vida, tendremos unas expresiones para manifestarla y celebrarla, pero va a ser el cauce por el que gire toda nuestra existencia, nos haga comprender el mismo sentido de la vida y de cuanto hacemos, nos hará mirar de manera nueva entonces también a los que están a nuestro lado, elevará nuestro espíritu porque le dará un sentido espiritual a nuestra existencia, porque nos hace encontrarnos con el Dios que nos ha creado y nos ama, y se quiere hacer presente en nuestro corazón.

Sin esa fe que nos hace encontrarnos con Dios, que nos hace escuchar a Dios andaríamos como sin luz; es en Dios en quien encontramos el verdadero valor de nuestra vida, la mayor grandeza de la persona, el que va a dar sentido a cuanto hacemos, le dará hondura a nuestras alegrías y un valor y un sentido a nuestros sufrimientos, no porque Dios quiera nuestros sufrimientos, sino porque en El encontraremos esa fuerza para superarnos y para crecer, para poner esperanza incluso en ese dolor y para saber que al final del camino siempre vamos a encontrar una luz.

No escondamos nuestra fe. Como nos dice hoy Jesús en el evangelio ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero?’ Despertemos nuestra fe, demos testimonio de nuestra fe; con ella seremos luz para los demás, estamos llamados a ser luz en medio del mundo envuelto en tanta oscuridad.

 

miércoles, 29 de enero de 2025

Seamos sembradores con confianza en la semilla que vamos a sembrar que es la Palabra que transformará nuestro mundo

 


Seamos sembradores con confianza en la semilla que vamos a sembrar que es la Palabra que transformará nuestro mundo

Hebreos 10,11-18; Salmo 109; Marcos 4,1-20

Hay ocasiones en que nos parece que todo lo tengamos a la contra, no nos salen las cosas como queremos o planeamos, y no es porque no sepamos o no seamos capaces de hacerlo, porque quizás en otros momentos lo hemos realizado, pero por todas partes nos aparecen dificultades o contratiempos, no andamos de buena gana y parece que siempre andamos contrariados, nos cuesta centrarnos en lo que estamos haciendo porque quizás hay cosas que nos distraen o nos llaman la atención. No está el horno para bollos, solemos decir. Es importante esa buena actitud por nuestra parte que nos ayude a centrarnos, es necesario darle un sentido más positivo a lo que estamos haciendo y no centrarnos tanto en lo que vamos a encontrar en contra; son cosas que están ahí, es cierto, pero por otra parte nos hace falta ese serenidad para centrarnos en lo que hacemos.

Serán nuestros trabajos y responsabilidades donde nos pasan cosas así, será nuestra vida personal en la que tenemos que saber salir de esos atascos, será en la tarea social que hagamos por los demás donde tenemos que ir con mayor positividad, será incluso en nuestros compromisos como cristianos o en la tarea que en medio de la iglesia tengamos que realizar, donde tendremos que dejar mucho de mirar a quienes o con quienes trabajamos para no fijarnos tanto en su negatividad como para sentirnos seguros en el mensaje que vamos a trasmitir.

Me estoy haciendo esta reflexión tras escuchar una vez más la parábola del sembrador que nos ofrece el evangelio. Jesús rodeado de mucha gente que quiere escucharle, y cada uno va desde su realidad, desde las situaciones que vive, desde los problemas que tiene en su vida, desde ese mundo no siempre muy abierto a escuchar mensajes que lo eleven. Es la realidad. Y Jesús, el sembrador, allí desde la barca en la orilla del lago esparce la semilla.

Normalmente la parábola nos sirve para fijarnos en nuestra respuesta, en las actitudes que nosotros como tierra en la que se siembra la semilla tenemos para acoger o no esa Palabra que se esparce sobre nosotros como una buena semilla. Pero hoy quiero fijarme en el sembrador, porque de alguna manera Jesús nos está diciendo que nosotros somos también ese sembrador, en nuestras manos está esa semilla que hemos de sembrar en ese mundo concreto que nos rodea. ¿Seremos buenos sembradores?

He ahí lo que nos tiene que hacer pensar. El sembrador de la parábola no está pensando en los diferentes terrenos que se va a encontrar sino que en todos ellos pretende esparcir la semilla. Y es lo que nos está confiando Jesús a nosotros los cristianos, o a los que nos sentimos más comprometidos con el anuncio del Evangelio. Muchas veces parece que nos ponemos la venda antes que la herida; antes de anunciar ya estamos viendo las dificultades, nos entra el pesimismo como una rémora que va a frenar nuestro entusiasmo porque quizás ya de antemano estamos pensando que no merece la pena tanto esfuerzo, que va a haber muchos que no quieran escuchar, que nos vamos a encontrar gente enfrente que nos va a hacer la guerra, y nos acobardamos, y perdemos entusiasmo, y nos faltará brillo a nuestras palabras y a nuestras acciones, y ya nos parece que no estamos tan convencido.

Con mal talante, de mala gana nos disponemos a sembrar, y ya no será esa siembra alegre y entusiasta, ya no tenemos la serenidad y la paz en nuestro espíritu que necesitamos, ya estamos caminando con pesimismo y con negatividad; algo se nos está aflojando en nuestra fe y en nuestra confianza. No es el entusiasmo y la fe del verdadero misionero que está convencido del mensaje que quiere trasmitir.

Algo necesitamos despertar dentro de nosotros para que nuestras acciones y nuestras palabras sean más convincentes. Una seguridad nos está faltando en nuestro espíritu, que tenemos que saber despertar. Somos el sembrador que en este mundo concreto de hoy tenemos que seguir sembrando la semilla del Reino de Dios. Que falte nunca en la Iglesia esa convicción y seguridad en lo que hacemos.

martes, 28 de enero de 2025

Ha sido para mí como una madre… es para mí como un hermano… amigos más afectos que un hermano… El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre

 


Ha sido para mí como una madre… es para mí como un hermano… amigos más afectos que un hermano… El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre

Hebreos 10,1-10; Salmo 39; Marcos 3,31-35

Ha sido para mí como una madre… es para mí como un hermano. Son expresiones que probablemente habremos empleado alguna vez cuando estamos con una persona, que aun sin ser familia, a la que tenemos un afecto especial. Personas que han sido cercanas a nosotros en la vida, que no nos ha faltado su compañía en momentos importantes, o en momentos que han sido trascendentales en nuestra existencia. Nos acompañaron en momentos de soledad, en momentos tormentosos quizás de la vida, que tuvieron para nosotros palabras verdaderamente orientadoras, que nos mostraron su cariño, no siempre necesariamente con palabras, pero sin con los hechos, con su presencia, con su ayuda. Hay una familia en la vida que no siempre es la familia de la carne y de la sangre, sin menoscabar en nada lo que significa la familia carnal, pero con la que hemos contado y seguiremos contando. Ya dice la Escritura en los libros de la Sabiduría que ‘hay amigos que son más afectos que un hermano’.

¿Por qué saco a colación todo esto? Son cosas que necesariamente hemos de saber valorar, pero viene a cuento con lo que hoy nos presenta el evangelio. Se hacen presentes allí donde está Jesús enseñando a la gente, realizando algunos signos quizás, su madre y sus familiares. En el lenguaje semítico empleado por el evangelio la expresión es que le anuncian a Jesús que allí están su madre y sus hermanos.

¿Tuvo más hermanos Jesús? Ya sé que esté es un punto de batalla en ciertas interpretaciones que se hacen muy literalmente de los evangelio en ciertos sectores de algunas iglesias cristianas y que son aprovechadas muchas veces para confundir a la gente y atraerlos a sus caminos. No es una manera muy leal de anunciar el evangelio de Jesús. Nosotros siempre hemos interpretado que esta expresión de ‘hermanos’ en el lenguaje semítico se aplica a todos los que son familiares cercanos; el concepto y sentido de familia no es tan reductivo como en occidente tenemos de alguna manera sino que se amplia a todo el ámbito familiar. Todos sin embargo tenemos quizás la experiencia de tener primos que algunas veces son más queridos para nosotros que los propios hermanos por distintas circunstancias de la vida. Pero no es la cuestión que más nos importa hoy al comentar el evangelio.

Cuando le anuncian a Jesús la presencia de María, su madre, y sus hermanos Jesús se hace la pregunta. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y nos dice el evangelista que volviéndose a todos los que le rodeaban y como queriendo envolverlos a todos en un mismo abrazo el mismo Jesús nos responde. ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

¿Está negando Jesús la importancia de su madre y de su familia como queriendo dejarlos a un lado? Jesús lo que está haciendo es darnos una nueva amplitud, con una nueva universalidad y fraternidad, que tiene que hacer que en verdad nos sintamos unidos desde una misma fe pero desde esa escucha que hacemos de la Palabra de Dios.

El ejemplo, por decirlo así, lo tenemos en María. El Verbo de Dios se encarna en su seno para ser la madre de Jesús, para ser la madre de Dios, porque ella antes ha plantado la Palabra de Dios en su corazón. No es solamente lo que luego al final de la visita del ángel responderá María, ‘aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’, sino que en el camino de María había estado como plan de su vida, como trayectoria de su vida, el buscar siempre lo que era la voluntad del Señor. ¿Por qué, si no, el ángel la llama la agraciada de Dios, la que ha encontrado gracia ante Dios? Porque era lo que María siempre estaba buscando, conocer la voluntad de Dios, escuchar la Palabra de Dios en su corazón. Es lo que realmente la ha convertido en la Madre de Dios.

Hoy precisamente la carta de los Hebreos, escuchada como primera lectura, nos habla de lo que fue la voluntad del Hijo de Dios desde su entrada en el mundo. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Esa búsqueda de la voluntad de Dios, esa aceptación de la voluntad de Dios en nuestra vida, esa escucha de la Palabra de Dios plantándola en nuestro corazón es lo que nos hace hijos de Dios. Así nos lo dice el principio del evangelio de san Juan. ‘Estos nos han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios’.

¿Cómo, entonces, nos hacemos en verdad esa familia de Dios? Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de Dios, como nos dice hoy Jesús en el evangelio. Es así como nos hacemos hermanos los unos de los otros, es así como entramos a formar parte de esa nueva familia; será así, desde la escucha de la Palabra de Dios, cómo comprenderemos que somos hermanos y como tales tenemos que tratarnos, amarnos, es la trayectoria que también nosotros hemos de seguir en nuestra vida. Así tenemos que sentirnos, así tenemos que amarnos.


lunes, 27 de enero de 2025

Cuidado con las posturas combativas ante la novedad del evangelio y se nos pide que algo o mucho en nosotros o nuestras comunidades tenemos que transformar

 


Cuidado con las posturas combativas ante la novedad del evangelio y se nos pide que algo o mucho en nosotros o nuestras comunidades tenemos que transformar

Hebreos 9,15.24-28; Salmo 97; Marcos 3,22-30

Eso no puede ser así. Cuántas veces habremos reaccionado así ante lo que no esperábamos, nos resultaba una sorpresa, venía como a romper nuestros esquemas, se nos planteaban cosas nuevas que iban contra lo que estábamos acostumbrados y se habían convertido como en una rutina en la vida. Eso no puede ser verdad, cómo nos van a cambiar las cosas, y en cierto modo nos volvemos muy conservadores, pero conservadores frente a aquello que nos pueda inquietar, nos haga cambiar nuestros esquemas y ahora nos exija un esfuerzo distinto, o salirnos de aquello a lo que estábamos acostumbrados. Nos cuesta hacernos planteamientos nuevos. Preferimos que las cosas no cambien y más cuando quizás nos hagan desposeernos de nuestros privilegios, o aquello que decimos que nos hemos ganado.

Ese impacto se estaba produciendo en muchos tras la presencia de Jesús, lo nuevo que nos estaba anunciando y los signos que iba realizando de lo nuevo que El realmente quería para el hombre, para cada persona. Era inquietante para muchos lo que Jesús iba anunciando, rompía de alguna manera sus esquemas. Chocaba la idea que se tenían sobre lo que había de ser el Mesías y la manera cómo Jesús se presentaba. Para ellos no podía ser el Mesías. Es cierto que sus palabras tenían un sonido profético, pero en la tradición judía aunque posteriormente valoraran mucho a los antiguos profetas en su momento siempre los rechazaron, sus palabras les resultaban incómodas, eran desprestigiados y perseguidos por los poderosos de su tiempo. Ahora le estaba pasando a Jesús. De Jerusalén llegaban a Galilea continuas embajadas para indagar lo que allí estaba sucediendo, para vigilar las palabras de Jesús y para de alguna manera quitarle valor a los signos que realizaba.

Es lo que ahora está sucediendo. Jesús libera del mal en sus enfermedades, como un signo de lo que en verdad quería realizar en nosotros, y era así que consideraban la enfermedad como un castigo divino o como una posesión del maligno, por eso se nos habla continuamente de la expulsión de los demonios por parte de Jesús. Pero ahora vienen a decir aquellos que han llegado desde Jerusalén que lo que Jesús realiza no es obra de Dios sino que lo está realizando con el poder del maligno. Una contradicción bien difícil de admitir, como incluso Jesús querrá hacerles razonar. Un reino dividido no puede subsistir.

Y Jesús habla de ese terrible pecado. Porque es una desconfianza del poder de Dios, es una atribución al maligno lo que solo puede ser obra de Dios, como es toda nuestra liberación del mal. Más duros se pondrán cuando Jesús hable del perdón de los pecados, por lo que terminarán llamando blasfemo a Jesús. Es un pecado difícil de perdonar, porque nunca se será capaz de reconocer ese pecado, esa malicia que llevamos en el corazón.

Nos chocan y nos parecen incomprensibles aquellas actitudes que muchos mantenían ante la buena noticia que Jesús les anunciaba con su presencia, con sus palabras y con los signos que realizaba. Pero, ¿por qué no pensar cómo nosotros también queremos ralentizar la actuación de la gracia de Jesús en nuestra vida? Nos cuesta reconocer nuestra propia realidad de pecado, ponemos también nuestros limites en la interpretación muchas veces interesada que nos hacemos del evangelio de Jesús; vivimos apoltronados en nuestras rutinas contentándonos con lo que hacemos y sin atrevernos a abrir nuestro espíritu a algo más, a algo nuevo que el espíritu del Señor pueda suscitar en nuestro corazón, también nos ponemos en una actitud defensiva ante los cambios y transformación que hemos de dar en nuestra vida personal o en nuestras comunidades cristianas, seguimos en nuestras rutinas de cada día y no terminamos de dar los pasos de renovación que sabemos bien que tendríamos que dar, nos falta ese espíritu misionero que tendría que brotar de una fe viva.

Pidamos que el Señor nos dé esa valentía que necesitamos para dar esos necesarios pasos de conversión.

domingo, 26 de enero de 2025

Una buena noticia que nos hace un anuncio de paz, de libertad, de misericordia y de perdón, de fraternidad y de armonía para un mundo nuevo que se cumple hoy

 


Una buena noticia que nos hace un anuncio de paz, de libertad, de misericordia y de perdón, de fraternidad y de armonía para un mundo nuevo que se cumple hoy

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Salmo 18; 1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21

Si ahora mismo por los carriles de las noticias del mundo saltase el anuncio de que la guerra de Ukrania, por ejemplo, ha terminado porque se ha llegado a un acuerdo de paz, seguro que todos los canales de información, todos los informativos de todos los medios de comunicación, como se suele decir, echarían chispas con la noticia para hacerla llegar a todas partes; habrían manifestaciones de alegría, parecería que se nos quitaba un peso de encima por lograr la ansiada paz; son las manifestaciones que hemos visto estos días con los anuncios de tregua en otros lugares, o son las reacciones de una forma de otra ante las diferentes noticias que a cada momento se van produciendo en el mundo. Las buenas noticias siempre nos traen alegría y esperanza, igual que las sombras nos desilusionan y llenan de preocupación. Ojalá recibiéramos buenas noticias que nos llenen de esperanza en este mundo de tantas sombras.

Sin embargo tenemos una buena noticia en nuestras manos que desgraciadamente hacemos pasar desapercibida y a la que parece que no le damos tanta importancia. Se anuncia un tiempo de paz, de libertad, donde todas las deudas van a ser perdonadas, donde todos han de ser respetados y valorados de la misma manera, donde nadie puede ser discriminado por nada, donde han de comenzar a haber unas relaciones más armoniosas entre todos porque han de sentirse hermanos… es el año de gracia del Señor. ¿Qué nos estará sucediendo?

Lo acabamos de escuchar, como lo escucharon entonces los habitantes de Nazaret en la sinagoga aquella mañana. La gente de Nazaret se sintió sorprendida, cuando además se les decía que allí se estaba cumpliendo aquel anuncio que había hecho el profeta y que ahora repetía con su presencia aquel hijo de su pueblo que se había ido convirtiendo en el profeta de Galilea. ¿Supresa? ¿Admiración? ¿Alegría? ¿Se sentirían paralizados ante la buena noticia que estaban escuchando? La noticia iba ya corriendo de boca en boca y estaba llegando a todos los rincones de Palestina; pronto enviarían desde Jerusalén a quienes estuvieran atentos a aquellos movimientos que en Galilea iban surgiendo.

Serían los pequeños y los sencillos, los que en su pobreza se sentían más oprimidos, o los que por sus sufrimientos estaban como paralizados en la vida, aquellos que se sentían ciegos y desorientados o incluso excluidos de hasta sus propias familias los que con mayor esperanza estaban recibiendo aquella buena noticia. Serán los que luego lo aclamarán, reconocerán que un gran profeta ha aparecido en medio de ellos, los que sentían que Dios les visitaba y caminaba entre ellos. Los que se sentían seguros en si mismos y desde sus situaciones de privilegio no sabían de carencias sino que más bien se aprovechaban de los demás eran los más temerosos y desconfiados ante aquella buena nueva y pondrían obstáculos de todo tipo para que no se realizase lo anunciado.  Pero a todos servía de interrogante, en todos, sin embargo, sembraba una nueva inquietud que era esperanza para muchos.

A nosotros en estos momentos también se nos dice que esta Escritura se cumple hoy entre nosotros. ¿Nos lo llegaremos a creer? ¿Será posible todo ese mundo nuevo que se nos describe en el hoy de nuestra vida? ¿Por qué seguiremos desconfiando? ¿Por qué no terminamos de creernos esa buena noticia que llega para nosotros hoy? ¿Acaso tendremos miedo a lo que nos compromete, a esas actitudes nuevas que hemos de tener, a esa manera nueva de ver las cosas, a esos caminos de reconciliación que hemos de emprender reconociendo también nuestros errores, a esa misericordia de la que hemos de llenar nuestro corazón para acercarnos de manera nueva a los demás?

Que haya paz y armonía, que tengamos un mundo nuevo y mejor, que sepamos entendernos y trabajar juntos, que seamos capaces de encontrar esos caminos de encuentro y de reconciliación no depende de factores externos, no depende de que otros nos lo den hecho, depende de nosotros, de ti y de mi, de lo que cada uno vayamos haciendo transformando nuestro corazón, haciéndolo vida en nosotros aunque nos cueste. Llega el año de gracia, pero hemos de querer ese año de gracia, hemos de aceptar ese año de gracia. Quien viene a ofrecernos la más hermosa libertad – libertad para los oprimidos – no restará nunca nuestra propia libertad para aceptar o no aceptar.

Sintamos la alegría de la Palabra que se nos proclama, pero escuchémosla con sincero corazón para plantarla en nuestra vida y acampe entre nosotros. Es el camino del mundo nuevo que Jesús nos ofrece. Es la gran noticia que escuchamos y que hemos de hacer correr por el mundo. Lástima que le demos tan poca importancia y no nos hagamos eco entre aquellos con los que convivimos cada día de esa buena noticia del evangelio que recibimos. Escuchamos esa buena noticia ¿y seguiremos nosotros siempre con lo mismo anclados en viejas noticias?