Veamos siempre detrás de lo que nos sucede, aunque algunas veces nos parezca preocupante la acción y la Palabra que Dios quiere dirigirnos para bien de nuestra vida
Números 24, 2-7. 15-17ª; Salmo 24; Mateo 21, 23-27
Esto se va a pique, nos dice el agorero de turno, aquel que tiene siempre los ojos oscuros para anunciarnos fracasos y caídas, y es como un jarro de agua fría que nos echan encima para ahogar ilusiones y esperanzas. Será en los problemas de cada día, en la familia, en el trabajo, con los negocios, porque vemos que las cosas no marchan y ya no tenemos imaginación para encontrar salidas; será la situación que vemos a nuestro alrededor, y vienen las añoranzas, los recuerdos de otros tiempos que nos parecieron mejores, la pendiente por la que nos parece que discurre nuestra sociedad. Será muchas veces la mirada pesimista que echamos sobre nuestra iglesia, sobre la religión, sobre la fe de la gente donde primero vemos lo negativo, los fallos, los errores, las cosas de otros tiempos que podrían tener sentido en sus circunstancias concretas pero a las que le echamos la culpa de todo lo negativo que podamos ver hoy.
¿Y no hay una palabra de esperanza, una palabra o un gesto que nos haga renovar ilusiones, alguna luz que esté brillando en algún lugar y es como un rescoldo que un día puede encender una gran llama luminosa? Cuidado que los cristianos nos metamos también esa espiral de derrotismo, de pesimismo, de dramatismo ante las situaciones y eso nos paralice o nos haga encerrarnos más en nosotros mismos. Cuidado que con el tema de la fe y de la religiosidad comencemos a buscar refugios donde nos encerremos porque allí nos pueda parecer que estamos más seguros y perdamos esa vitalidad que necesitamos y que sería el mejor testimonio de vida que podamos ofrecer.
No es un optimismo que se distancie de la realidad lo que hemos de buscar; no es un optimismo porque cerremos los ojos a los tropiezos que en la vida podamos encontrar y hacer como si no existieran. La realidad está ahí y tiene sus sombras, pero también hay luces, también hay salidas, no nos puede faltar la esperanza. Dios nos va poniendo señales que tenemos que saber distinguir, habrá personas a nuestro lado que su testimonio es un estímulo para nosotros, hay semillas que germinan y hacen brotar plantas nuevas que florecerán y tenemos la esperanza que un día nos darán fruto.
Quizás hay muchas semillas silenciosas a nuestro lado, pero que en el silencio de la tierra donde fueron enterradas están germinando. Hay mucha gente silenciosa, callada, anomia que sigue haciendo muchas cosas buenas; nos puede parecer que es una viejita que ya no sabe hacer otra cosa que ir a la Iglesia y rezar, pues ahí hay una semilla, ahí se está regando una planta, de ahí aun en medio de las espinas de la vida brotará una flor. Tenemos que saber descubrirlo, palparlo en tantos a nuestro lado a los que quizás no les prestamos atención, que podrían incluso parecernos un estorbo, pero que sin embargo son un estímulo, son un río de gracia y de vida que todo lo va renovando.
No seamos ciegos, no nos hagamos preguntas incongruentes, sepamos distinguir el actuar de Dios, no andemos siempre buscando donde tropezar o donde hacer tropezar a los demás, sepamos descubrir esa palabra buena que nos llega algunas veces no sabemos de dónde pero que nos ayuda, sepamos siempre ir bendiciendo porque es una manera de ir haciendo presente a Dios en la vida de aquello o aquellos que bendecimos.
Por una parte hoy en la Palabra de Dios hemos visto la bendición para el pueblo de Israel peregrino por el desierto pero de quien había sido llamado para maldecir, y por otra vemos la actitud renuente de los fariseos de Jerusalén que ni quieren reconocer la autoridad de Jesús ni tampoco la misión que el Bautista había realizado en el desierto del Jordán. Veamos siempre detrás de lo que nos sucede, aunque algunas veces nos parezca preocupante la acción de Dios y la Palabra que Dios quiere dirigirnos para nuestra vida. No seamos nunca ni negativos ni catastrofistas.