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sábado, 25 de enero de 2025

Dejémonos encontrar por el Señor que continuamente nos está saliendo al paso y esa experiencia haga que nuestra vida y compromiso de fe sea intenso

 


Dejémonos encontrar por el Señor que continuamente nos está saliendo al paso y esa experiencia haga que nuestra vida y compromiso de fe sea intenso

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Salmo 116; Marcos 16, 15-18

Hay cosas que mientras no pasemos por la experiencia de haberlas vivido no terminamos de entender aunque sean cosas que tenemos ante los ojos cada día, que suceden a los que nos rodean, que estamos como envueltos por ellas y casi no nos damos cuenta ni de su importancia o significado ni el sentido de las mismas. Es lo que va componiendo la vida de cada día, pero que vivimos como pasando por encima de ellas, que nos pasan desapercibidas porque quizás vivimos en otra honda; es el sufrimiento o los problemas de la vida que ahí están que todos los tienen, pero que mientras nosotros no tenemos que enfrentarnos directamente con ese dolor o con esos problemas nos podría parecer que todo es fácil, que todo es como un caminar sobre rosas, hasta que las espinas de esas rosas lleguen a pincharnos o dañarnos.

Decimos de la gente sin experiencia que viven como niños, como inocentes que no saben nada de la vida; esas experiencias maduradas y reflexionadas nos harán ahondar en aspectos en los que nunca nos habíamos fijado, o que incluso ante los cuales podíamos tener hasta unas posturas combativas en contra de lo que otros nos decían de lo que estaban pasando. Llegaremos a entender lo que es la pobreza cuando nos veamos desposeídos de todo y pasemos por la experiencia de no tener nada, pero será también cuando lleguemos a descubrir donde está la verdadera riqueza para no cegarnos por oropeles que nos encandilen.

Hoy estamos celebrando en la Iglesia una conmemoración muy especial que nos recuerda lo fue la conversión de Saulo de Tarso. Aunque no había conocido directamente a Jesús sabía del camino que hacían los que seguían sus enseñanzas y se había convertido en un perseguidor con saña de todos aquellos que confesasen su fe en Jesús. Pero saber no siempre es conocer, porque podemos saber las cosas de oídas o de manera superficial, o pasándola por el tamiz de nuestros prejuicios o nuestras ideas que nos condicionen. Cuántas veces en la vida nos hacemos la guerra porque no somos capaces de cambiar el color del cristal con que miramos y lo vemos solo desde los colores que a nosotros nos puedan interesar o alguien haya influido en nosotros y nuestro pensamiento.

Pero un día Saulo se encontró con Jesús que le salió al paso en el camino de Damasco. Allá iba con credenciales de las autoridades religiosas de Jerusalén para apresar a cuando siguieran el camino de Jesús. Ya un día había sido testigo del linchamiento que habían hecho de Esteban en Jerusalén simplemente porque hablaba de Jesús y anunciaba su buena nueva. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ había sido el grito que ahora él escuchaba en su camino; un camino que se vio truncado, un camino que tomó nuevas sendas. ‘¿Quién eres, Señor?... Jesús, el Nazareno a quien tu persigues… ¿Qué debo hacer?... Levántate, continúa el camino hasta Damasco, y allí te dirán todo lo que está determinado que hagas…

Es el mismo Saulo el que nos trasmite este diálogo y este encuentro. Para El fue suficiente. Había experimentado el encuentro con Jesús. Ahora ya podía ser todo distinto. Como un día aquellos otros discípulos que tuvieron la experiencia de la resurrección de Jesús, como aquellos que se habían dejado llenar por el Espíritu de Jesús que les envolvió en Pentecostés. Comenzaron a ser distintos, salieron al encuentro con los demás, porque aquel encuentro vivo con Jesús y con la fuerza de su Espíritu había hecho de ellos hombres nuevos. Es lo que ahora está sucediendo en Saulo que ya para siempre será para nosotros Pablo.

Todos conocemos lo que fue luego su vida de evangelizador atravesando tierras y mares para ir al anuncio del evangelio allí donde el Espíritu le guiaba. Será la fuerza candente de su Palabra que nos ha quedado reflejada en las cartas que iba dirigiendo a aquellas comunidades que había ido dejando asentadas en diversos lugares. Es el fuego del Espíritu que sigue resoplando sobre todos los rincones de la tierra donde es anunciado el evangelio de Jesús. Y todo partió de una experiencia, de un encuentro, de algo vivido intensamente allá en lo más hondo que no lo cegó sino que le abrió los ojos a la verdadera luz.

Todo esto nos tiene que hacer pensar en nuestra experiencia de Jesús, en la experiencia de fe que nosotros vivimos; que no es solamente un credo que recitamos, unas palabras que repetimos, sino una vida nueva que vivimos. Creo que a lo largo de la vida todos hemos tenido experiencias hermosas de fe, de encuentro con el Señor, en celebraciones intensas que hemos vivido, en momentos de oración o de reflexión, en silencios o desiertos por los que hemos pasado, en acontecimientos sucedidos en nuestro entorno y que hemos sabido leer con ojos de fe. Reavivemos todo eso vivido, para que ahora nuestra vida y nuestro compromiso de fe sean intensos.

Dejémonos encontrar por el Señor que Él continuamente nos está saliendo al paso y vivamos esa experiencia de fe.

viernes, 24 de enero de 2025

Nos sentimos agradecidos y emocionados con el amor que el Señor nos tiene que sigue confiando en nosotros, impulsados a buscar nuevas metas de superación

 


Nos sentimos agradecidos y emocionados con el amor que el Señor nos tiene que sigue confiando en nosotros, impulsados a buscar nuevas metas de superación

Hebreos 8,6-13; Salmo 84; Marcos 3,13-19

Nosotros escogemos a nuestros amigos; conoceremos a muchos pero tener la consideración de amigos solo serán algunos; ¿qué les pedimos o qué les ofrecemos? Fundamentalmente la lealtad de la amistad con todas las características que les acompañan, normalmente teniendo en cuenta su sinceridad y sus valores humanos; habrá quienes sean interesados en otras cosas, poder, influencia, prestigios sociales, pero ahí no vamos realmente buscando la amistad; no nos importa quienes son en ese sentido sino como se muestran con nosotros para poder confiar. Con los amigos se van a compartir muchas cosas, todo lo que encierra la amistad.

De la misma manera podríamos decir cuando buscamos colaboradores para algo que vamos a emprender; no lo hacemos a la ligera y tendremos nuestros criterios propios; partiríamos de esa lealtad de la amistad y de ser personas con inquietud, aunque en la vida no hayan destacado por muchas cosas, pero buscamos lo que hay en lo más hondo de ellos mismos y que sabemos que pueden sacarlo a todo para emprender lo que le confiemos; muchas veces desde lo pequeño y lo que nos parece menos relumbrante quizás encontramos esas personas ideales en las que podemos confiar.

En torno a Jesús se había ido formando ya un grupo de personas que le seguían más de cerca, que compartían lealmente con Jesús muchas cosas, porque quizás a muchas cosas habían sido capaces de renunciar para escuchar a Jesús y estar al lado de Jesús. Llega el momento de ir formando aquel grupo que iba a ser como imagen de esa nueva comunidad que se iba a formar a partir de Jesús. Es lo que hoy contemplamos en el evangelio.

Algún evangelista nos dirá que se pasó la noche en oración; eran decisiones serias que no se podían tomar sin una previa reflexión; por eso le vemos que aquel día con sencillez, pero con la solemnidad que conllevaba aquel momento fue llamando uno a uno a los doce que iba a tener con El y a los que iba a llamar sus enviados, apóstoles. El evangelista nos da la relación. Les hemos visto en distintos momentos cuando Jesús los ha llamado a seguirle, cuando se han ido con él dejándolo todo, procedentes en cierto modo de diversos ambientes, pero muy cercanos a Jesús pues algunos incluso serán parientes. ‘Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él’.

Y ya vemos desde el primer momento que se confía en ellos porque les da autoridad para lo que han de realizar. Ellos han de ser signos de ese Reino de Dios que se estaba constituyendo y habían de realizar también esas señales de que el Reino de Dios estaba llegando. Por eso nos dice el evangelista que ‘instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios’.

Comienza a plasmarse lo que era el Reino de Dios que Jesús venía anunciando. Había invitado a la conversión para creer en esa buena noticia y aquellos doce habían dado señales de que estaban en ese camino, a pesar de sus debilidades, a pesar de que haya momentos en que no terminen de entender lo que Jesús les enseñe, a pesar de sus ambiciones humanas que seguían latentes en sus corazones y de las que tendrían que irse poco a poco desprendiendo. Eran los que estaban con Jesús y los enviados de Jesús.

Con cierta emoción escuchamos nosotros este relato del evangelio porque estamos viendo que Jesús nos llama también a ser sus amigos, a que demos esas señales del Reino de Dios en nuestra vida y entonces seamos capaces también de desprendernos de esas cosas que quedan en nosotros como rémoras que nos impiden caminar libremente.

Nos sentimos agradecidos y emocionados con el amor que el Señor nos tiene que así sigue confiando en nosotros, conociendo como conocemos nuestras debilidades y tropiezos, pero al tiempo nos sentimos impulsados a caminar, a levantarnos, a mirar a lo alto, a buscar nuevas metas de superación en nuestra vida. Gracias, Señor, por seguir confiando en nosotros y seguir llamándonos amigos.

jueves, 23 de enero de 2025

Hagamos que nuestros encuentros con Jesús sean vivos porque en verdad partimos de nuestra vida y porque El se hace vida para nosotros

 


Hagamos que nuestros encuentros con Jesús sean vivos porque en verdad partimos de nuestra vida y porque El se hace vida para nosotros

Hebreos 7,25–8,6; Salmo 39; Marcos 3,7-12

Confieso que a mí no me gusta meterme en aglomeraciones de personas donde te sientes estrujado por todas partes, parece que no puedes dar un paso sin tropezarte con alguien que no siempre conoces, donde parece que te asfixias en medio de tanta gente, pero algunas veces no queda más remedio si acaso tenemos que atravesar esa multitud para llegar a nuestro destino y no tenemos otro camino, o bien porque nos sintamos convocados a participar en alguna actividad social o de índole religiosa, sean las actividades de las fiestas populares  desde la expresión de nuestra religiosidad.

Podríamos pensar que nos sentimos anónimos en medio de la multitud, pero en un sentido más positivo que no solo somos número sino que es el apoyo de mi presencia, porque allí estoy con lo que es mi vida, con mis realidades y también carencias o con mis sueños, con mis luchas y con mis esperanzas, que no me puede hacer sentirme de forma anónima.

Hoy nos habla el evangelista de las multitudes que se aglomeraban en torno a Jesús. Incluso pone en labios de Jesús la petición de que tuvieran preparada una barca, no como un camino de huida ante la multitud, sino como un refugio para no sentirse estrujado por tanta gente. Nos detalla el evangelista que no era solo una muchedumbre venida de toda Galilea, sino que también de otras regiones y lugares habían venido hasta Jesús, ‘mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón’.

Venían a escuchar a Jesús, pero venían con lo que eran sus vidas envueltas en la pobreza y los sufrimientos, venían con esas esperanzas que parecían marchitarse pero con la presencia y la palabra de aquel profeta de Galilea renacían esperando la llegada de un Mesías liberador; venían con sus enfermos, con el dolor pero también con el mal que anidaba en sus vidas y del que querían liberarse. ‘Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo’.

Como escucharemos en otros momentos reconocerán que nadie ha hablado como El, que un gran profeta ha aparecido en medio de su pueblo, algunos le llamarán el Hijo de Dios, aunque para Jesús no es el momento de esas manifestaciones y confesiones de fe. Está comenzando a hacer el anuncio de la llegada del Reino de Dios y lo que Jesús quiere es que desde lo más hondo los corazones se vayan transformando. Los fogonazos instantáneos de fervor pronto pueden acabarse y quedarse en nada aquella luz. Pero cuando los espíritus inmundos lo reconocían postrándose ante él, ‘Jesús les prohibía severamente que lo diesen a conocer’.

¿Cómo venimos nosotros hasta Jesús? ¿Nos quedaremos en ser parte de una masa anónima o seremos capaces de ponernos ante Jesús como somos y con lo que somos? Es algo que tenemos que cuidar mucho para que nuestros actos no se queden en algo formal y ritual.

Piensa, por ejemplo, cuando vas a la Iglesia casa semana para la celebración dominical de la Eucaristía ¿allí estas poniendo lo que es realmente tu vida, con sus cosas negativas y con sus cosas positivas, con tus sufrimientos y carencias, con tus sueños y tus esperanzas, con lo que son tus relaciones con los demás o con lo que es tu trabajo y tu vida de familia, con tus necesidades de índole material pero también en lo que tiene que ser la vida de tu espíritu? No podemos hacer como dos partes estancas y totalmente separadas lo que es mi vida de cada día y lo que estoy viviendo cuando voy a una celebración.

Es que Jesús quiere llegar ahí, a lo que es tu vida concreta que vives cada día que no siempre es fácil; quiere ser esa luz de esperanza que te haga caminar y te levante los ánimos; quiere ser ese viático para nuestro camino porque es donde nos apoyamos y de donde recibimos la fuerza que necesitamos. Hagamos que nuestros encuentros con Jesús sean vivos porque en verdad partimos de nuestra vida y porque El se hace vida para nosotros.

miércoles, 22 de enero de 2025

No pasemos de largo volviendo nuestra mirada para otro lado para no ver, en esa mirada tiene que estar la mirada de Jesús que nos llega al corazón

 


No pasemos de largo volviendo nuestra mirada para otro lado para no ver, en esa mirada tiene que estar la mirada de Jesús que nos llega al corazón

Hebreos 7,1-3.15-17; Salmo 109; Marcos 3,1-6

¿Necesitamos también unas medidas, unos pesos, unas reglas para contabilizar el bien que vamos haciendo? Ante esta pregunta seguro que todos responderán con aquello de ‘haz bien y no mires a quien’, que cuando hacemos una cosa buena es porque nos sale del corazón y ponemos todo nuestro amor en lo que hacemos. Es cierto, no lo niego, pero tras esos pensamientos siempre pueden aparecer algunas sombras, no somos tan generosos como decimos, y en más de una ocasión habremos echado en cara a alguien todo lo que hemos hecho por él y siempre no encontramos correspondencia.

Me viene a la mente el recuerdo de cuando con la más buena voluntad del mundo nos insistían mucho en los actos piadosos que pudiéramos hacer y que serían como punto en el carné de nuestra vida cristiana, las misas a las que asistimos, las novenas en las que participamos, las procesiones a las que íbamos ya fuera en la fiesta ya en semana santa, las cofradías a las que nos habíamos apuntado, los primeros viernes de mes que ya nos valían para tener una salvación segura.

Quizás fueron momentos de fervor y religiosidad y se pretendía que tuviéramos como muy importante todo lo que fuera el culto que le diéramos a Dios, pero en nuestra manera de hacer cuentas ya estábamos haciendo la lista de todo lo que habíamos hecho. Pero ¿nos podemos quedar solo en eso? ¿La vivencia del Reino de Dios no tendría que manifestarse en muchas mas cosas? Porque además no se trata de sustituir una religión por otra. Algo más hondo tiene que ser el seguimiento de Jesús.

Me han venido a la mente todas estas consideraciones desde el hecho que se nos relata hoy en el evangelio. Hemos venido viendo últimamente las cuestiones que le planteaban a Jesús en relación a lo del descanso sabático. Hoy nos aparece otra situación similar. Jesús va a la sinagoga y allí hay un hombre con una mano paralizada. Ya todos conocían la reacción de Jesús ante el dolor y el sufrimiento. Además Jesús quería mostrar con lo que hacía las señales del Reino de Dios que se estaba haciendo presente entre ellos. Pero como siempre hay alguien al acecho porque es sábado y curar a alguien era considerado como un trabajo.

Jesús tiene claro cual es su misión y lo que tiene que realizar. Nada le acobarda. De ahí la pregunta que Jesús les hace: ‘¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?’. El bien de la persona tiene que estar siempre por encima de todo. Y es lo que Jesús realiza. ‘Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende la mano. La extendió y su mano quedó restablecida’.

¿Estaremos nosotros por esa labor? Cuántas veces pasamos de largo en los caminos de la vida volviendo nuestro rostro para otro lado para no enfrentarnos a esos que nos miran desde su necesidad. No nos gustan esas miradas, decimos muchas veces, pero no nos gustan porque nos llegan al alma, allí donde tendríamos que tomar una decisión y no la tomamos. Prueba a ver en esa mirada los ojos de Jesús que te están mirando. Recordemos lo que El nos dice que cuando hagamos al otro a El se lo hacemos. Si comenzáramos a hacerlo así, otro sería el mundo que estamos construyendo.

 

martes, 21 de enero de 2025

Dejémonos de superficialidades y apariencias, busquemos el sentido de las cosas, lo que en verdad valore a las personas, siempre lo que busca la mayor dignidad

 


Dejémonos de superficialidades y apariencias, busquemos el sentido de las cosas, lo que en verdad valore a las personas, siempre lo que busca la mayor dignidad

Hebreos 6,10-20; Salmo 110; Marcos 2,23-28

Caminando uno por esos mundos de Dios, como solemos decir, nos encontramos con cosas sorprendentes que al final no terminamos de entender por qué se hicieron así o cual sería en verdad su motivación. Podría uno pensar en muchas cosas, pero en este caso pienso en una ciudad que quien nos guiaba nos señalaba una fachada de un edificio y nos decía que tras aquellas paredes monumentales de su frente no había posibilidad alguna de hacer ningún tipo de vivienda por lo poco que tenia de profundidad; no había ningún tipo de vivienda ni nada que pudiera tener alguna utilidad, todo se quedaba en fachada.

Me hace pensar en si algo así nos pueda suceder a nosotros con nuestra vida, incluso con algunas cosas que regulamos para nuestra vida social; todo fachada, pero nada en el interior, todo apariencia pero nada de profundidad en la vida; todo normas y preceptos para decir que tenemos bonitas leyes, pero nada que en verdad esté en servicio del hombre, en servicio de la persona. ¿Hacemos las cosas solo para que sean bonitas? Tenemos sí que cultivar la belleza, pero la belleza será mayor cuando lo que buscamos es el bien de la persona, de toda persona y en nada queremos perjudicar a nadie. Quizás muchas veces estamos buscando tanta perfección de las cosas en si mismas, que nos olvidamos de las personas que tendrían que ser las beneficiadas de aquello que hacemos.

El pueblo de Israel se preciaba de tener las mejores y más sabias leyes de todos los pueblos. Así se manifiestan incluso los textos de la Escritura sagrada; era el orgullo de aquel pueblo el pensar en la sabiduría de sus leyes, porque en su fe sentían que habían sido dictadas por Dios a Moisés. Pero queriendo perfeccionarlas tanto la habían llenado de preceptos y de normas cuyo cumplimiento algunas veces se podía convertir en un suplicio cuando lo hacían con radicalidad.

Contados estaban hasta los pasos que podían dar el sábado para poder dar cumplimiento perfecto al descanso sabático. ¿Qué sentido tenía en su origen aquel precepto sabático del descanso? Primordialmente era el tener tiempo para el culto a Dios, pero al mismo tiempo, y no era de menor importancia, el lograr el descanso de las personas de sus trabajos, para que no cayeran en una esclavitud de ese mismo trabajo. Pero lo habían convertido todo en un precepto religioso tan radical que ya no importaba la persona para su descanso o para su relación con Dios sino era el cumplimiento en si mismo midiendo hasta lo más mínimo lo que pudieran o no pudieran hacer.

De ahí nace la cuestión que le plantean a Jesús los fariseos cuando ven que los discípulos de Jesús mientras van atravesando los sembrados cogen algunas espigas, para abrirse paso o también para echarse a la boca unos granos que mitigase la fatiga del caminar. ¿Era aquello un recolección de la cosecha, un segar aquellos trigales y en consecuencia un trabajo? Seguro que veremos con buenos ojos que tratasen de mitigar su cansancio o incluso sus ganas de echarse algo a la boca mientras iban de camino, porque lo importante eran aquellas personas con su fatiga y su caminar. ¿Había simplemente que cumplir la ley por cumplirla? ¿No sería eso una fachada sin contenido de profundidad detrás?

No podemos hacer las cosas simplemente porque queden bonitas o por quedar nosotros bien con lo que hacemos. Este pueblo, les decía el profeta y les recordaba Jesús, me honra con los labios pero su corazón está bien lejos de mí. Es lo que nos sucede cuando nos quedamos en la fachada, cuando nos puede por encima de todo la vanidad, cuando hacemos las cosas simplemente por cumplir, cuando no le hemos dado verdadera profundidad a nuestra vida.

Busquemos el sentido de las cosas, busquemos lo que en verdad valore a las personas, busquemos siempre lo que nos hace vivir con mayor dignidad y con mayor plenitud, busquemos lo que nos hace grandes desde el corazón, busquemos lo que da verdadero sentido a nuestra vida y autentico valor a lo que hacemos. El valor no está en unas ganancias, el valor no son unos adornos que se quedan como oropeles, el valor no está en un brillo que pronto se va a desvanecer, el valor no está en lo superficial. Busquemos lo que tiene que ser el verdadero tesoro del corazón. El evangelio nos ayuda a encontrarlo, porque nos ayuda a encontrarnos con las personas; es el mejor camino para finalmente encontrarnos con Dios.

lunes, 20 de enero de 2025

No echemos a perder el sabor auténtico del evangelio, buena noticia también para el hombre de hoy siendo odres nuevos para vino nuevo

 


No echemos a perder el sabor auténtico del evangelio, buena noticia también para el hombre de hoy siendo odres nuevos para vino nuevo

Hebreos 5,1-10; Salmo 109; Marcos 2,18-22

Las comparaciones son siempre odiosas’, es un socorrido dicho popular, algo así como una sentencia, de la que echamos manos cuando nos encontramos con gente que siempre está haciendo comparaciones entre unos y otros, pero donde de alguna manera tienen siempre alguna relación con nosotros mismos; si a este le dieron y a mi no, si a aquel lo trataron de una determinada manera mientras a mi no me escucharon, si porque aquel tiene amigos influyentes consigue las cosas, pero de mi nadie se preocupa, y cosas así. Son odiosas solemos decir, porque siempre por medio aparece el amor propio, los orgullos, las desconfianzas que van creando enfrentamientos y barreras que nos distancian o que nos pueden llenar incluso de amarguras. Siempre nos encontramos personas así, siempre podemos caer nosotros por esa misma pendiente resbaladiza.

Jesús ha comenzado a predicar y en torno a El se ha ido formando un grupo de los que quieren seguirle más de cerca; son los llamados discípulos, de entre los que Jesús en un momento determinado escogió a los que serían sus apóstoles, sus enviados. Juan el Bautista también tenía sus seguidores allá en el desierto – algunos de ellos fueron los primeros en seguir a Jesús – y aunque la figura de Juan tras ser encerrado en la cárcel y posteriormente decapitado por Herodes había desaparecido, aquellos que le seguían aun siguen manteniendo el espíritu de Juan y siguen realizando lo que de Juan habían aprendido. Pero también había otros grupos sociales que se habían ido formando en torno a figuras o a influencias como las que los fariseos querían imponer en la sociedad de entonces. Todos tenían sus reglas y costumbres, seguían formalmente con algunas costumbres que se convertían para algunos como unas reglas a seguir.

Y es ahora cuando surge la comparación entre los discípulos de unos y de otros, entre lo que hacían los discípulos de Juan y de los fariseos y lo que Jesús les exigía a sus discípulos. Es lo que ahora en sus tiquismiquis le vienen  a plantear a Jesús, la comparación entre el rigorismo que vivían los discípulos de Juan y los fariseos, por ejemplo, en la cuestión de los ayunos y penitencias, y lo que Jesús planteaba a quienes querían seguirle. El planteamiento de Jesús les resultaba novedoso ante lo que estaban acostumbrados que eran las exigencias de los profetas en algunos momentos. Esto era incomprensible para muchos sobre todo los que vivían aquel antiguo rigorismo.

Pero Jesús siempre nos ha dicho que lo que El nos anuncia es una Buena Noticia y las buenas noticias están llamadas a dar esperanza, a levantar los ánimos, a sembrar una nueva ilusión en los corazones; y Jesús había hablado de liberación y de tiempos nuevos, que por algo proclamaba una amnistía, un año de gracia del Señor, que tenia su base y fundamento en lo que era el año jubilar donde todo había de renovarse, donde se encontraría el perdón de antiguas deudas, donde a partir de ese año de gracia todo habría de tener la novedad de lo nuevo, valga la redundancia que tiene su sentido.

Por eso ante las preguntas que le hacen desde sus comparaciones y desconfianzas Jesús hablará de un hombre nuevo, hablará de odres nuevos para vino nuevo, Jesús hablará de que no hemos de andar con remiendos a paños viejos, sino que ha de ser un vestido nuevo que el que hemos de portar. Pero eso es difícil de entender para los que se quieren mantener en viejas costumbres que de verdad no liberan de nada sino que realmente nos hacen caer en una rutina que siempre será ruinosa. Claramente nos lo está diciendo Jesús. No se trata de simples reformas sino de total renovación. Pero nosotros seguimos simplemente queriendo hacer reformas.

Esto tendría que hacernos pensar para muchas cosas, en nuestra vida personal, en ese crecimiento y renovación que tenemos que hacer de nuestra vida, o sea una vida nueva; es el mensaje que tenemos que sentir hondamente en nuestra Iglesia muchas veces tan dada a conservadurismos y no se deja conducir por la novedad del espíritu, por la verdadera novedad del Evangelio de Jesús.

Cuidado hayamos hecho viejo el evangelio, no le terminemos de encontrar su novedad cada vez que lo escuchamos, y tampoco sepamos ofrecerlo como novedad al mundo de hoy. Para muchos, quizás por nuestra forma de presentarlo, puede parecer algo anquilosado, algo de otro tiempo, y no una buena noticia para el mundo de hoy, para el hoy de la vida del hombre actual. No echemos a perder el sabor autentico del evangelio.

domingo, 19 de enero de 2025

A esta fiesta le falta algo, anda, pon un vaso de vino… nos está faltando a los cristianos beber el vino nuevo del evangelio para contagiar la alegría de nuestra fe

 


A esta fiesta le falta algo, anda, pon un vaso de vino… nos está faltando a los cristianos beber el vino nuevo del evangelio para contagiar la alegría de nuestra fe

Isaías 62, 1-5; Salmo 95; 1Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-11

A esta fiesta le falta algo, anda, pon un vaso de vino… algo así, expresado de una forma muy espontánea aunque nos parezca lenguaje de cantina o de bodega, nos habrá sucedido más de una vez; estamos de fiesta pero no hay alegría, la cosa parece que está muerta, no hay entusiasmo, y como decimos en esas situaciones de la vida, anda pon un vaso de vino a ver si viene la alegría.

Entendemos que no es el vaso de vino el que da la alegría, sino que eso tiene que nacer de algo más hondo que lleve la persona en sí, pero somos las personas y parece que en muchas ocasiones es la sociedad; no sé si andamos cansados, ya todos venimos de vuelta de la vida aburridos quizás de ver que las cosas no marchan como nosotros quisiéramos, no sé si nos sentimos medio fracasados en nuestros intentos, pero parece muchas veces que vamos arrastrándonos por la vida, nos falta entusiasmo, nos falta ilusión, parece que ya no somos capaces de soñar, en una palabra, nos falta saborear la alegría de la vida; pero hay que encontrarla.

Sucede en muchos aspectos de la sociedad y así nos encontramos pueblos aburridos que están como muertos, instituciones u organizaciones sociales que han perdido la iniciativa y la creatividad, comunidades que se van envejeciendo y no solo porque parece que solo quedamos los mayores sino porque incluso a los jóvenes les falta ese impulso verdaderamente juvenil que ponga vida allí donde están o fácilmente dan un paso atrás o a un lado y se van por otra parte. ¿Nos estará sucediendo así también en la Iglesia, en nuestras comunidades eclesiales? Algo de eso se vislumbra también que sucede. ¿Cómo andan nuestras parroquias? Cada uno que analice allí donde está. A mi me preocupa. Parece que también tenemos que decir como en el evangelio hoy ‘no tienen vino’ y la fiesta se acaba.

Es lo que nos relata el evangelio hoy en este domingo ya del tiempo ordinario, una vez acabada la navidad. Casi  esta celebración de hoy es como una continuación de la fiesta de la Epifanía que hemos venido celebrando, porque también con este evangelio también hay una epifanía, una manifestación o presentación de Jesús a su pueblo en este primer signo del evangelio de san Juan. Y creo que tiene que ser una fuerte epifanía que venga a decirnos Jesús, a través de las palabras de María, ‘no tienen vino’.

La fiesta podía ser un fracaso y sería una vergüenza enorme para los novios, no haber tenido las necesarias previsiones para tener vino abundante para la fiesta, sabido es que esas fiestas solían además durar varios días. Nos da el detalle el evangelista de que Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la fiesta, y allí está también la madre de Jesús. Es significativo además y por lo que tendríamos que hacernos muchos interrogantes para nuestra forma de vivir como cristianos que esa primera aparición publica de Jesús en el evangelio de Juan en el comienzo de su predicación sea precisamente en algo tan humano como la fiesta de una boda. Es el Emmanuel, el Dios que viene a estar con nosotros, y se hace presente allí donde está la vida del hombre. Lo contemplaremos a lo largo del evangelio allí donde está el sufrimiento y el dolor, irá a la casa de Jairo, el jefe de la sinagoga o querrá ir a la casa del centurión a pesar de ser un pagano, se detendrá junto al ciego en las calles de Jerusalén o bajará hasta Betesda en el ultimo rincón donde hay un paralítico al que nadie ayuda, se detendrá junto al camino dejándose encontrar por el leproso o llamará al ciego que grita a su paso, se detendrá ante la higuera porque sabe que allí está alguien que quiere verlo, Zaqueo, o se dejará tocar ya sea por la mujer pecadora o por la hemorroísa que quiere al menos tocar el borde de su manto, se detiene junto a la orilla del lago subiéndose a la barca para hablar desde allí a la multitud, o irá a comer a casa de Simón, aunque sabe que es fariseo. Es el Dios que viene a estar con nosotros porque quiere darnos vida.

Hoy nos está diciendo a través del texto del evangelio de las bodas de Caná, que ya no nos vale el vino que tenemos o que está aguado y necesitamos no solo unos odres nuevos sino sobre todo un vino nuevo que es el que El quiere ofrecernos. No terminamos de aceptar ese vino nuevo del evangelio y por eso seguimos con nuestros cansancios, nuestro aburrimiento, nuestra falta de ilusión y esperanza, y con esa alegría enferma si acaso no muerta. ¿Nos estaremos muriendo de tristeza los cristianos? ¿Dónde estamos cantando con la vida de verdad esa alegría de la fe? ¿Qué es lo que está pasando en nuestras comunidades? ¿Qué pasa con nuestras celebraciones que siguen siendo aburridas y con falta de alegría y de ese entusiasmo que tendríamos que tener desde nuestra fe?

Tenemos que dejar que Jesús transforme el agua de las vasijas de nuestra vida en ese vino nuevo que solo en Jesús podemos encontrar. Es el vino nuevo que necesitamos para que recobremos esa alegría y entusiasmo de nuestra fe. Pero no olvidemos que tenemos que comenzar por ser nosotros vasijas nuevas, odres nuevos, porque en hombre viejo no podemos poner esa vida nueva, se derramará y se perderá el vino, y eso es lo que nos está pasando.

Vivamos y cantemos esa alegría de nuestra fe y conquistaremos el mundo. No necesita nuestro mundo contagio de tristezas y pesimismos, sino contagios de alegría y de vida nueva.