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sábado, 22 de noviembre de 2025

Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste abriéndonos a una órbita de vida eterna

 


Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste abriéndonos a una órbita de vida eterna

1 Macabeos 6,1-13; Salmo 9; Lucas 20,27-40

Vivimos apegados a la vida, a lo que ahora hacemos y de lo que ahora disfrutamos, pero algunas veces más parece que a lo que estamos apegados es a las cosas, y queremos tenerlas para siempre, no queremos desprendernos de lo que conocemos y disfrutamos y nos parece único, queremos que dure para siempre y cuando nos imaginamos un futuro parece como si solo quisiéramos vivir en lo que ahora tenemos, en lo que ahora poseemos, de lo que ahora disfrutamos; y o imaginamos que ese futuro será disfrutar con mayor intensidad de lo que ahora disfrutamos, o tenemos miedo ante lo que nos parece incierto de ese futuro; negamos la trascendencia que pueda tener nuestra vida por lo desconocido que se nos presenta; tenemos miedo al momento en que todo lo que ahora tenemos se acabe porque nos puede parecer que vamos a caer en un vacío, lo que haría o que la vida no tiene sentido, o lo otro que muchos piensan disfrutemos y gocemos de lo que ahora tenemos porque para allá no nos vamos a llevar nada.

No quiero crear dudas ni incertidumbres con estas palabras que me han ido surgiendo, pero que puede ser un poco lo que a todos en un momento o en otro se nos ha pasado por la cabeza; lo que nos hace dudar, lo que nos puede llevar a perder un sentido superior de la vida, un sentido y una visión más espiritual y más sobrenatural. ¿Lo tendremos realmente claro? ¿En el fondo no vivimos muchas veces como ateos porque aunque decimos que creemos en Dios sin embargo hay cosas que no terminamos de aceptar, no terminan de iluminar realmente nuestra vida? ¿No lo estamos expresando con el pesimismo y con el materialismo con que vivimos muchas veces la vida?

Hoy en el evangelio se nos habla de los saduceos y de las preguntas y cuestionamientos que le hacían a Jesús. Ya de entrada para que comprendamos el sentido de sus cuestiones el propio evangelista nos recuerda que los fariseos no creían en la resurrección. No creen pero se lo cuestionan en su interior, como se manifiesta en que vayan a plantear esas cuestiones a Jesús. ¿De verdad, de verdad tenemos nosotros una fe clara en la resurrección, tal como confesamos cuando proclamamos el credo de nuestra fe? ¿No estaremos nosotros imaginando una vida futura pero según los mismos parámetros con que vivimos ahora la vida, con las mismas cosas?

Es lo que viene a aclararles Jesús. No podemos pensar en la vida futura con casamientos y matrimonios, les viene a decir Jesús desde las cuestiones de la ley del Levítico de la que le hablan los saduceos. La plenitud en Dios es algo muy distinto a la plenitud de nuestros goces y felicidades temporales que vivimos en el aquí y ahora de nuestro caminar sobre la tierra. No podemos entrar en la onda de la imaginación para ponernos a pensar en lo que es esa vida futura, esa vida eterna, esa vida de resurrección de la que nos habla Jesús.

¿Lo que disfrutamos en el ahora de nuestra vida se queda solo en lo material o en lo corporal? Pensemos como tantas veces hemos sido felices y no por la posesión o disfrute de cosas materiales. Hay una elevación de nuestro espíritu que nos lleva, por ejemplo, a disfrutar de la belleza, pero no solo como un concepto material que veamos reflejada en cosas, sino como una sensibilidad de nuestro espíritu ante lo bueno, ante el amor, en el disfrute de la paz cuando la sentimos desde lo más hondo de nosotros mismos, lo que es una verdadera amistad y un verdadero amor no por unos intereses o cosas que vayamos a conseguir sino por esa comunión que une nuestros espíritus haciéndonos sentir algo nuevo y sublime; hay algo más hondo y más sublime  que eleva nuestro espíritu. ¿Y si todo eso lo tenemos en plenitud en Dios?

Son pensamientos que tenemos que madurar dentro de nosotros mismos, es algo espiritual que nos eleva y nos hace llenarnos de Dios, son cosas que tenemos que saber rumiar en el silencio del corazón, es algo que nos va a hacer trascender nuestra vida para no quedarnos en el ahora y como ahora lo vivimos sino que nos lleva a sentir una nueva plenitud para nuestra vida, que nos hace entrar en esa órbita de vida eterna que Jesús nos ofrece. Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste. Nos abriremos a una felicidad mayor que llamamos vida eterna.

viernes, 21 de noviembre de 2025

No olvidemos que hemos de ser signos de la presencia de Dios en medio de nuestro mundo cuando somos verdaderos templos de Dios que habita en nosotros

 


No olvidemos que hemos de ser signos de la presencia de Dios en medio de nuestro mundo cuando somos verdaderos templos de Dios que habita en nosotros

1Macabeos 4,36-37,52-59; 1Cro 29; Lucas 19,45-48

Una de las cosas de las que nos solemos sentir más orgullosos en nuestros pueblos es de nuestra Iglesia, la parroquia mayor o la ermita del barrio donde vivamos, si somos de una ciudad grande haremos mención de nuestras iglesias mayores o de la catedral si la hubiera; es en muchas ocasiones el monumento más representativo y del que nos sentimos orgullosos y lo mostramos a todo el mundo; lo cuidamos, lo queremos tener a punto siempre y bellamente adornado. Desde unos sentimientos religiosos, desde unas tradiciones que hemos heredado, cada uno según sean sus sentimientos o manera de entender la vida la dará su importancia. Para los creyentes, los cristianos, lo consideramos como un lugar sagrado donde tenemos nuestras celebraciones de la fe y en torno a él tenemos incluso nuestras celebraciones festivas.

Es el orgullo que sentían los judíos por su templo de Jerusalén; recientemente hemos comentado lo orgullosos que se sentían por la belleza del templo de Jerusalén, la alegría que vivían cuando en la pascua venían en peregrinación hasta la ciudad santa, pero comentamos también el impacto de las palabras de Jesús cuando habla de que todo aquello, el templo y la ciudad sería destruida y no quedaría piedra sobre piedra. Un poco se les venía abajo lo que era casi el fundamento de su religiosidad, como había sucedido en la historia en cuantas ocasiones aquel templo había sido devastado. Allí tenía lugar el culto, se ofrecían los sacrificios, se reunían para orar y escuchar la Ley y los Profetas.

Hoy nos impacta la reacción que tiene Jesús cuando trata de desalojar del templo todo aquello que más que en un lugar de oración parecía que lo habían convertido en un mercado; en función de los sacrificios que allí se ofrecían estaban todos aquellos animales dispuestos para las ofrendas, pero también se había convertido en un lugar de cambio de las monedas con las que se podía hacer la ofrenda al templo. Jesús expulsa aquellos vendedores y cambistas porque habían convertido en un mercado y en una cueva de bandidos, como hoy nos dice, lo que tenía que ser una casa de oración. Un cierto modo de fervor sin embargo todo lo había desequilibrado y quedaba poco de aquel recinto espiritual que tenía que ser.

En el mismo relato en los otros evangelistas cuando luego le preguntan con qué autoridad está haciendo todo aquello, nos deja la sentencia de que se podía destruir todo aquel templo que El en tres días lo reconstruiría. Nos comentará el evangelista que los discípulos lo entendieron después de la resurrección, pues El se refería al templo de su cuerpo.

¿Cuál es el verdadero templo de Dios? No son las casas construidas con piedras el lugar preferido para habitar en medio de nosotros. Y no queremos quitar la sacralidad de nuestros templos y lo que nos pueden ayudar para cultivar nuestra piedad. Cristo es el verdadero templo de Dios, nos quiere hoy decir, pero nos está hablando cómo nosotros en virtud de nuestro bautismo hemos sido constituidos también en verdaderos templo de Dios. Dios mora en nuestro corazón, su Espíritu inhabita en nosotros, porque hemos sido ungidos en nuestro bautismo para convertirnos en esa morada de Dios y templos de su Espíritu.

Este pensamiento nos daría para largas y profundas reflexiones para considerar toda esa nueva grandeza y dignidad que hay en nosotros en virtud de nuestro bautismo. Nos decimos que nuestros templos han sido consagrados o bendecidos y por eso para nosotros se han convertidos en lugares sagrados, signos también de esa presencia de Dios en medio de nosotros. Pero no olvidemos que los verdaderos signos de esa presencia de Dios somos nosotros, con nuestra vida santa, con la dignidad adquirida desde nuestro bautismo.

Claro que esto nos daría para muchas preguntas sobre cómo nosotros sentimos y vivimos esa presencia de Dios en nosotros. Decimos que estamos en la presencia de Dios porque Dios todo lo abarca y se hace presente en todos los lugares, pero no podemos olvidamos que somos nosotros los que tenemos que ser esos signos de la presencia de Dios en medio del mundo, porque Dios se hace presente en nuestros corazones y en consecuencia nuestra vida tiene que ser distinta. ¿Cuidamos nuestra vida de igual manera que cuidamos el templo de nuestro pueblo? ¡Qué adornada de virtudes tendría que estar nuestra vida si vivimos en congruencia con esa presencia de Dios en nosotros! ¿Habrá que despertar algo de nuestra fe?

jueves, 20 de noviembre de 2025

Dejémonos conmover por las lágrimas de Jesús que no son solo sobre Jerusalén sino hoy por la tibieza con que vivimos los cristianos nuestra respuesta de fe

 


Dejémonos conmover por las lágrimas de Jesús que no son solo sobre Jerusalén sino hoy por la tibieza con que vivimos los cristianos nuestra respuesta de fe

2Macabeos 2, 15-29; Salmo 49; Lucas 19, 41-44

Nosotros en esa reacción tan humana por nuestra debilidad quizás lo que podemos es sentir cansancio por las veces que hemos intentado algo bueno con alguien, con nuestros consejos o con nuestras palabras de ánimo pero donde no conseguimos hacer reaccionar a esa persona para que cambia, para que actúe de otra manera, para que ponga orden en su vida. Nos habrá pasado ya fuera en los consejos que le damos a un amigo, la tarea educadora como padres con los hijos, o en otras situaciones en que socialmente queremos influir para bien. Hemos empleado todos los medios que estaban a nuestro alcanza, hemos querido decir palabras convincentes, nos hemos puesto a su lado queriendo ser estimulo, pero no encontramos respuesta, nos sentimos cansados y de alguna manera queremos tirar la toalla y que ellos se las arreglen.

Pero esa no es la postura que contemplamos hoy en Jesús mientras se acerca a la ciudad santa de Jerusalén y a la que está quizás contemplando desde el monte de los olivos. Ya hemos mencionado lo hermosa que se ve desde allí la ciudad y espectacular tenía que ser la visión con el magnífico templo en primer término. Pero allí vemos a Jesús llorar. Una pequeña capilla nos recuerda el lugar, llamada ‘dominus flevit’, el Señor lloró. Siempre nos sentimos conmocionados cuando vemos a un hombre llorando; se supone su fortaleza de espíritu para mantenerse firme y sereno frente a las dificultades o a los contratiempos. Por eso se recuerdan, y de qué manera esas lágrimas de Jesús.

No tira la toalla, porque seguirá buscando la manera de acoger a todos sus hijos, como la gallina acoge bajo sus alas a sus polluelos, que se nos dirá en otro momento. Llora por la reacción ante las palabras y el mensaje de Jesús que está teniendo o va a tener en aquella ciudad. No le augura futuro de felicidad, y no es castigo, sino el derrotero que están siguiendo. Allí Jesús ha prodigado sus palabras y sus signos y aunque desde aquel monte de los olivos hasta la entrada en la ciudad muchos aclamarán a Jesús como el que viene en nombre del Señor, pronto se van a olvidar esos gritos de alabanza y se transformarán en gritos para pedir la muerte y la cruz.

Pero allí, aún con lágrimas en sus ojos baja Jesús aquel monte para entrar en la ciudad, porque otra será la montaña a la que habrá de subir en el calvario, a las puertas de la ciudad. Ha venido para ser Pascua y la Pascua se ha de celebrar, porque es el paso de Dios, paso de salvación y de vida que Jesús sigue ofreciendo en su sangre derramada para el perdón de nuestros pecados. Se ha de dar el paso de la entrega hasta la muerte pero que será pórtico de pascua de vida y de salvación. Si allí estará ese momento cruento de la pasión y de la muerte, allí se manifestará también Jesús vivo y glorioso, resucitado para llevarnos a nosotros también por caminos de resurrección y allí derramará su espíritu sobre lo que creemos en Él para sentirnos enviados por el mundo con ese mensaje del evangelio, con esa buena noticia de salvación de para todos.

Si conocieras el don de Dios, le dice Jesús a Jerusalén, como un día le dijera también a aquella mujer samaritana junto al pozo de Jacob, como también nos está diciendo a nosotros ofreciéndonos el agua vida de su evangelio. Pero ¿escucharemos nosotros esa invitación que nos está haciendo Jesús?

Reconozcamos que muchas veces hemos sido tardos en dar respuesta, o quizás incluso nuestra respuesta ha sido negativa; ahí están nuestras debilidades y cansancios, ahí está nuestro hacernos oídos sordos tantas veces dejándonos embelesar por otros cantos de sirena, ahí está la frialdad con que vivimos y celebramos nuestra fe, ahí están esas componendas en que nos vemos envueltos porque quisiéramos contentar a todos y seguimos con nuestros apegos y nuestras rutinas, ahí están esas medidas con que pretendemos suavizar las exigencias del amor porque, decimos, no siempre se puede, no se puede dar todo, tengo que pensar en mi futuro y así no sé cuantas disculpas que nos damos a nosotros mismos pero que a nadie convencen.

¿Nos dejaremos conmover por las lágrimas de Jesús que no solo fueron por aquella ciudad de Jerusalén sino que mucho más serán por nosotros y por la tibieza de nuestras respuestas?


miércoles, 19 de noviembre de 2025

Encontremos el verdadero sentido del vivir que es dar vida, multiplicar la vida siendo agradecidos con la vida que se nos ha regalado haciendo ese regalo también a los demás

 


Encontremos el verdadero sentido del vivir que es dar vida, multiplicar la vida siendo agradecidos con la vida que se nos ha regalado haciendo ese regalo también a los demás

2Macabeos 7,1.20-31; Salmo 16; Lucas 19,11-28

La vida es un don, como un regalo que se nos da. Por eso la vida necesariamente se hace don. No es algo que se pueda encerrar, no es algo que se pueda acaparar; donde hay vida tiene que multiplicarse; si no la dejamos expandirse es que se muere, se difumina, desaparece. Es que la vida es expansiva. En quien vive no caben los egoísmos, el encerrarse en sí mismo o en pensar solo en ganar para sí mismo, porque el verdadero sentido de vivir es darse. Y nos damos porque somos agradecidos y la mejor forma de manifestar esa gratitud es dándonos creando vida, dándonos compartiendo todo lo que es nuestra vida, todo lo que hemos recibido.

Quien no es capaz de compartir la vida se muere; las personas encerradas en sí mismos, pensando solo en si mismos, son las más desgraciadas porque han perdido la verdadera ilusión de vivir, de lo que es la vida. Cuántos contemplamos en la vida que andan aburridos y sin encontrarle sentido a lo que hacen, porque solo piensan en sí mismos y no han descubierto la ganancia que es vivir y crear vida. Muchos viejos que se mueren contemplamos, y no son viejos porque tengan muchos años, sino porque no han encontrado sentido a su vivir. Aparecen los miedos y las desconfianzas, aparece el deseo de guardarlo tanto para no perderlo que al final se pudre esa vida y se llena de muerte.

Los que seguimos a Jesús somos los más amantes de la vida. Sentimos el regalo que Dios nos hace cuando nos ha dado a Jesús que viene a ayudarnos a comprender ese sentido de la vida. Solo es necesario contemplarlo a Él, no vive para sí sino para amar. Su vida es amar, su vida es entrega, su vida es don, su vida es toda generosidad. Será lo que nos enseña también con sus palabras. Es la promesa de vida que nos hace si llegamos a comprender el sentido de la vida que Él nos ofrece y tratamos de vivirlo.

Ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia, nos enseña la Palabra de Dios. Por eso nos habla de vida eterna, que no es solo pensar en un más allá, que tenemos que pensarlo para aprender a trascendernos, sino que ese vivir la vida eterna es vivirlo ahora porque con Él aprendemos a vivir para siempre. Quien sigue a Jesús quita todos los signos de muerte, quien sigue a Jesús es agradecido y ama, no se reserva nada para sí, no camina con desconfianzas y cerrazones, su camino es repartir vida.

De eso nos está hablando Jesús con sus parábolas, como la que hoy se nos ofrece. La parábola de los talentos, solemos llamarla, por esos talentos, o minas de oro como se nos dice en la versión del evangelio de este día, pero que no son para guardarlos y esconderlos porque miedo a perderles, sino que hay que trabajarlos, hay que negociarlos, hay que hacerlos producir. Es lo que hemos de hacer con la vida, como hemos venido reflexionando.

Y entonces seremos felices, sentiremos la verdadera alegría de la vida; los que solo piensan en sí mismos no llegan a comprender lo que es la verdadera alegría de la vida, necesitarán sucedáneos para poder estar alegres, buscarán estimulantes que lo hacen es quemarnos porque cuando nos fallen esos estimulantes externos nos quedaremos vacíos y sin vida, sin haber podido disfrutar de verdad de la vida.

Leamos y releamos esta parábola que hoy Jesús nos propone y plasmémosla en nuestra propia vida. Encontraremos el verdadero sentido del vivir.


martes, 18 de noviembre de 2025

Atentos a los gestos y detalles que nos pueden llegar de la manera más insospechada y que son evangelio, buena noticia de Jesús para nuestra vida

 


Atentos a los gestos y detalles que nos pueden llegar de la manera más insospechada y que son evangelio, buena noticia de Jesús para nuestra vida

2Macabeos 6,18-31; Salmo 3; Lucas 19, 1-10

Habremos escuchado a alguien que nos ha contado su experiencia. Se considera a si mismo una persona sencilla, por así decirlo, de esas personas que pasan desapercibidas porque no les gusta estar en primeras filas, pero en aquella ocasión se sintió sorprendida, porque alguien que llegaba a su pueblo y además con cierta expectación por parte de muchos que les hubiera gustado estar con ese personaje, por así decirlo, hacerse una foto con él, sin embargo a su paso por la calle, y donde se encontraba quien nos lo cuenta, y, como decíamos tratando de pasar desapercibido, sin embargo esta persona se detuvo con él para interesarse por sus cosas e invitarle a tomar un café juntos.

Esta persona llena de sorpresa se seguía preguntando por qué precisamente con él se detuvo a hablar y tratar de pasar un rato de manera amigable. Detalles y gestos que no se olvidan, que se valoran, a los que se les da mucha importancia porque quizá levantaron nuestra autoestima al ser tenidos en cuenta, e incluso pueda suceder que muchas cosas puedan cambiar.

¿Sería lo que se estaría luego preguntando Zaqueo cuando Jesús se detiene ante la higuera tras cuyas hojas él está queriendo simplemente ver pasar a aquel profeta de Nazaret que tanto revuelo armaba entre las gentes? Era simplemente lo que había buscado, conocer a Jesús, verlo al menos pasar, que por la aglomeración de la gente por una parte, su corta estatura por otro lado, pero también por el vacío que encontraba entre los que le rodeaban porque era un publicano, había terminado por subirse a la higuera para verlo tranquilamente pasar escondido tras sus ramas y hojas. Pero Jesús se había detenido y se había puesto a hablar con él.

La cortesía y la hospitalidad tan propia de aquellos lugares le hicieron bajarse rápidamente del árbol para recibir en su casa a Jesús, que se había auto invitado a hospedarse en su casa. Sorpresa, admiración, un despertarse su autoestima al sentirse valorado con esos detalles, un torbellino de cosas tenía que estar pasando por su cabeza. Además él no era bien considerado por sus convencinos a causa de su oficio que por una parte lo había colaboracionista con los que los dominaban, y además la mala fama que se habían ganado con sus manipulaciones dinerarias que los había prestamista aprovechados y usureros. Tenía ciertamente conciencia de su situación y de lo que era su vida pero aquel gesto sorpresivo de Jesús de querer ir precisamente a su casa, que era la menos considerada y valorada por las gentes del lugar quizás le había hecho comenzar a plantearse muchas cosas.

Pero en su corazón se estaba produciendo un terremoto que no le podría dejar tranquilo, una revolución que le haría cambiar muchas cosas. Terminará diciendo Jesús al final del episodio que hoy había llegado la salvación a aquella casa. Ya escuchamos en el relato del evangelio las decisiones que tomaba Zaqueo, no solo de restituir lo que con malas artes había robado y ganado, sino además compartir su inmensa fortuna con los demás, especialmente con los pobres. Un evangelio se estaba produciendo en el corazón de Zaqueo, porque a partir de entonces este episodio iba a ser evangelio para todos, buena noticia de salvación para todos  como una invitación también a dejarnos invitar por Jesús.

Por una parte cuando escuchamos nosotros este evangelio aprendamos a dejarnos sorprender por Jesús. En nuestro camino nos podemos encontrar muchas veces el paso de Jesús, pero un paso que no quiere ser pasar de largo sino que también estará auto invitándose a hospedarse en nuestro corazón. No nos vale refugiarnos detrás de unas cortinas o de unos ramajes para que nadie se fije en nosotros  y podamos sin ninguna contraindicación de compromiso ser simplemente espectadores. Apaguemos esas músicas que nos aturden cuando andamos preocupados por nuestros prestigios o nuestros bien aparentar delante de los demás, y dejémonos interpelar por Jesús. Cuidado nos pasen desapercibidos esos gestos y detalles que va a tener con nosotros y que nos llegarán en el momento que menos esperamos, en el lugar donde no pensamos encontrarlo, o desde aquellas personas que están a nuestro lado y quizás tampoco nosotros tenemos en buena consideración. Aprendamos a valorar esos detalles y esas llamadas y tratemos de dar respuesta.

También nos queda preguntarnos qué gestos y detalles tenemos con los demás, con los que quizás son menos apreciados, que puedan ser signos de algo nuevo para sus vidas. ¿Llegaremos a ser evangelio, buena noticia con nuestras vidas para los demás?

lunes, 17 de noviembre de 2025

Ojalá nuestro paso por el camino se convierta en un signo del paso de Jesús porque hagamos oír en nuestra vida la sintonía del evangelio

 


Ojalá nuestro paso por el camino se convierta en un signo del paso de Jesús porque hagamos oír en nuestra vida la sintonía del evangelio

1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Salmo 118; Lucas 18, 35-43

En este caso es el ciego el que intuye que algo distinto está pasando junto a él por el camino; pero creo que de alguna manera alguna vez hayamos tenido la experiencia, sin necesidad de ver nada especial, en que también hemos intuido que allí junto a nosotros hay algo o alguien que puede ser especial; es la sensación que nos da esa persona, pueden ser los gestos que como signos realiza de forma espontánea, una como vibración especial que si tenemos cierta sensibilidad podemos como sentir, no por los sentidos físicos, porque no es el oído ni los ojos de nuestro rostro los que van a escuchar o ver algo distinto, pero sí algo que nos contagia y quizás nos impulsa a que también nosotros hagamos algo distinto.

Muchas veces, sin embargo, vamos tan imbuidos en nuestros pensamientos y en nuestras locas carreras que no llegamos a entrar en esa sintonía. Y son sintonías que necesitamos, sintonías que nos despierten y nos hagan trascendernos, sintonía que nos haga escuchar esa palabra que puede ser tan maravillosa para nosotros, captar ese gesto que de alguna manera puede ser también profético para nosotros. Cuidemos de no perder esa sensibilidad, cuidemos de estar alertas porque muchas veces nos podemos perder cosas importantes, porque vamos más preocupados por nuestros intereses y en esa palabra caben muchas cosas.

Como comenzamos a decir, o como hemos escuchado en el evangelio, al borde del camino, en las afueras quizás de Jericó se encontraba un ciego con su pobreza esperando que quien pasara por el camino le hiciera alguna limosna. Quizás sentiría los pasos de tantos que pasaban de largo - ¿no es eso lo que hacemos tantas veces en la vida que nos hacemos los ciegos o cruzamos para otro lado para no encontrarnos con quien nos está tendiendo la mano? – pero en esta ocasión sintió que algo distinto lo que pasaba. No podía ver, no sabían quien pasaba por allí y por eso pregunta.

Pasa Jesús, el Nazareno’, le dicen. Es suficiente. Comienzan sus gritos y sus súplicas. ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mi’. Era tanta su euforia que los que iban con Jesús querían que se callase. ¿Les molestaban aquellos gritos? ¿Serían quizás gritos que les llegaban a ellos al alma? ¿Podían aquellos gritos impedir que ellos sí pudieran escuchar y disfrutar de la compañía de Jesús? Tantas veces que vamos enfrascados en lo nuestro que nos hacemos sordos a muchas cosas que puedan suceder a nuestro alrededor.

Pero Jesús no podía pasar de largo. Lo mandó llamar. Y ahora aquellos que antes querían que se callase se apresuran a llevar al ciego a la presencia de Jesús. ¿Haciendo méritos quizás?

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Qué podía querer? Recobrar su vista, aunque sería algo más lo que se estaba produciendo en el corazón de aquel hombre. Había tenido la sensibilidad de que pasaba Jesús y se había interesado por lo que pasaba por el camino. ‘Tu fe te ha sanado’, le dice Jesús cuando recobra la vista. Recobra la vista pero que la sensibilidad no la pierdas, parece que le está diciendo Jesús. Quería seguirle por el camino, nos dice el evangelista.

Cuántos detalles encontramos en este evangelio, cuántas cosas que nos pueden hablar al corazón, cuántas cosas que nos pueden abrir los ojos, cuántas cosas que nos pueden despertar la sensibilidad, cuántas cosas que nos hacen salir de nuestros encierros, cuántas cosas que nos pueden hacer ver lo que está a nuestro lado de una forma distinta, cuántas cosas que nos están impulsando a que nosotros vayamos dejando huella de nuestro paso.

Detengámonos en nuestro camino, miremos a nuestro lado, hagamos sentir nuestro paso y nuestra presencia a los que están a la vera del camino, seamos signos de algo nuevo para los que nos rodean, escuchemos esa llamada o seamos nosotros llamada para los demás. Ojalá nuestro paso se convierta en un signo del paso de Jesús por lo que hacemos y por lo que vivimos. El mundo necesita escuchar esa nueva sintonía.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Ante tanto catastrofismo que nos rodea no podemos responder ni con resignación ni con pasividad, hay una esperanza que nos anima, una luz que ilumina el camino

 


Ante tanto catastrofismo que nos rodea no podemos responder ni con resignación ni con pasividad, hay una esperanza que nos anima, una luz que ilumina el camino

Malaquías 3, 19-20ª; Salmo 97; 2Tesalonicenses 3, 7-12; Lucas 21, 5-19

Esto ha sucedido en todos los tiempos, darle un sentido catastrófico y apocalíptico a lo que sucede, sobre todo cuando sentimos que las cosas marchan mal, vemos el revoltijo en que se ha convertido nuestra sociedad, e incluso las inclemencias de la naturaleza parece que se desbordan sobre nosotros; nos están hablando ahora continuamente del cambio climático y parece como si nos anunciaran el fin del mundo; a río revuelto todos quieren dar soluciones pero todos también nos presentan cuadros dramáticos como si nada tuviera ya solución. Y realmente escuchando uno tantas cosas al final se nos pueden sembrar una inquietud en nuestro interior que puede desembocar en angustia y hasta desesperación. Cada ciclo de la historia va acompañado por estas lecturas catastrofistas de la vida y de la propia historia y también hemos reconocer que aparecen salvadores por doquier.

Es el primer pensamiento que me surge hoy escuchando las lecturas del evangelio y de la Palabra de Dios, pero haciendo al mismo tiempo una lectura de nuestra historia, de nuestro hoy. ¿Tendremos en verdad motivos por la angustia y la desesperación? ¿Tenemos que ver nuestros tiempos, con lo que nos está sucediendo hoy, como tiempos apocalípticos? Claro que me gusta aclarar que no siempre le damos a esta palabra su verdadero sentido, porque por ejemplo el libro del Apocalipsis que tenemos como culminación de la Biblia no es un libro de derrotas sino de victoria, no es un libro para la angustia sino para la esperanza, porque ese es realmente el significado de la palabra aunque luego la hayamos versionado de otra manera.

El hablarnos Jesús de ello parte de la contemplación que están haciendo de la belleza del templo de Jerusalén. ¿Sería probablemente desde la contemplación que se tiene de la ciudad santa desde el bacón, podríamos decir así, del Monte de los Olivos precisamente teniendo en primer plano el templo?  Sigue siendo una contemplación maravillosa hoy desde ese escenario.

Pero la grandiosidad del templo en todo su esplendor y belleza le hace quizás pensar a Jesús en la futilidad de esa belleza externa que se puede quedar finalmente en una vanidad. Y Jesús les dice que todo eso se vendrá abajo, que toda la belleza de ese templo y esa ciudad va a ser destruida, no quedará piedra sobre piedra. No podemos dejar de tener en cuenta que cuando el evangelista nos narra estas palabras de Jesús, ya se había cumplido aquella palabra profética de Jesús, pues el año 70 Jerusalén quedó destruida a mano de los romanos. Algo que tendría que causarles dolorosa impresión a los que le escuchaban que comienzan a hacer preguntas sobre ese temor al fin del mundo que todos llevamos dentro.

Y es a lo que Jesús quiere hoy respondernos, porque la respuesta no solo fue para los discípulos de entonces, sino también para nosotros hoy que escuchamos la Palabra de Dios. Vendrán tiempos difíciles y precisamente para los que le siguen serán incluso tiempos de persecución. Serán llevados a los tribunales y a las cárceles, les dice Jesús.

¿Son palabras para el agobio y la desesperación? Las palabras de Jesús son siempre palabras que animan a la esperanza. No es la resignación la respuesta, sino la esperanza. No es la pasividad sino el movimiento positivo que ha de brotar dentro de nuestro interior.

Todavía algunas veces los cristianos seguimos pensando que la resignación y la pasividad son los valores que tenemos que cultivar. No es ese el sentido que nos da nuestra fe, porque paciencia no significa resignación; será una aceptación de la realidad a la que nos enfrentamos, pero eso para buscar salida, para saber encontrar una luz. Y cuando estamos en un túnel oscuro y tenebroso pero vemos que al final hay una luz, no nos quedamos pasivos esperando que la luz venga a nosotros, sino que buscaremos medios por acercarnos allí donde está la luz.

Por eso luchamos por la vida, creemos que las cosas pueden ser mejores, tenemos esperanza de que todo puede cambiar, nos sentimos impulsados a poner las piedras que tenemos a nuestros pies o en nuestras manos haciendo escalera para subir, abriendo camino para poder caminar, buscando esa superación de nosotros mismos cada día, tratando siempre en positivo de ver lo bueno que podemos encontrar o tenemos que construir. El vivir del cristiano no puede ser en la amargura, aunque tengamos sufrimientos, porque a esos sufrimientos le podemos dar un sentido, porque en ese dolor podemos poner todo nuestro amor.

Es lo que Jesús nos ha prometido cuando nos dice que no estamos preocupados por preparar nuestra defensa porque el Espíritu pondrá en nosotros las palabras que necesitamos y la fuerza que nos hace caminar. Ante tanto catastrofismo que nos rodea nosotros no podemos perder la serenidad de nuestro espíritu, porque en nosotros hay una fe, porque una esperanza nos anima, porque el amor será siempre el motor de nuestra vida.