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sábado, 6 de diciembre de 2025

Estamos adormilados los cristianos y tenemos que despertar, tenemos que dar las señales del Reino de Dios que vivimos y tenemos que ponernos en camino para curar

 


Estamos adormilados los cristianos y tenemos que despertar, tenemos que dar las señales del Reino de Dios que vivimos y tenemos que ponernos en camino para curar

Isaías 30, 19-21. 23-26; Salmo 146; Mateo 9, 35 — 10, 1. 5a. 6-8

Todos vamos haciendo camino todos los días por las calles  y senderos del mundo que nos rodea; son nuestras salidas a nuestros trabajos o a nuestra convivencia social, la búsqueda o compra de lo que vamos necesitando, o las visitas que hacemos a aquellos que queremos y apreciamos, pero ¿qué seremos capaces de contemplar? En las redes sociales vemos la reacción de tantos porque las cosas no están como desearíamos y protestamos porque las calles están llenas de basura o porque ha habido algo por donde todos pasamos que se ha estropeado y nadie la ha arreglado, y hablamos de la pasividad de nuestra sociedad o la falta de vitalidad del pueblo donde vivimos, si los servicios que necesitamos para la vida de nuestro pueblo funcionan o no, por ejemplo. Nos preocupamos de esas cosas materiales porque deseamos que todo sea más fácil para la convivencia o para la vida sana de nuestras gentes.

Pero ¿nuestra mirada se queda ahí? ¿Contemplaremos de verdad las personas que nos rodean y tratamos de comprender la situación por la que estarían pasando? Son cosas particulares de las personas y parece que sentir preocupación por ellos no es cosa nuestra. Pero ¿sabemos cuanto sufrimiento puede haber tras esos rostros con los que  nos cruzamos cada día? Pueden ser enfermedades, soledades, angustias en sus necesidades y tantas otras cosas que se ocultan tras unos rostros que nos parezcan quizás inexpresivos pero que pueden ser un grito que despierte nuestras conciencias ¿cuáles son las expectativas de la gente y en qué cosas quizá se sienten fracasados? ¿Cuáles son sus esperanzas o el sentido que le dan a sus vidas?

Hoy nos habla el evangelio de que Jesús iba atravesando todos aquellos pueblos y aldeas de Galilea, se iba encontrando con la gente y en todas partes quería dejar un mensaje de esperanza, hablaba del Reino de Dios que llegaba, que estaba cerca, que habían de sentir dentro de ellos. Y Jesús iba dejando signos y señales de esa llegada del Reino curando a los enfermos y expulsando demonios.

Y dice el evangelista que Jesús sentía compasión de aquellas muchedumbres ‘porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor’. Allí quiere dejar Jesús esas señales que despierten la esperanza; por eso, como nos dice, cura a los enfermos que le traen. Pero Jesús se hace una consideración en voz alta para aquellos discípulos que de cerca le siguen. ‘La mies es abundante, los obreros pocos, hay que pedirle al dueño de la mies que mande más obreros para poder atender a su mies’.

Pero no son solo deseos; es el impulso que Jesús quiere dar a sus discípulos porque ellos también han de ir a dar señales de la llegada del Reino, a hacer el anuncio del Reino de Dios. Y a ellos también les da poder y autoridad para que también vayan sanando ese mundo con el que se van a encontrar. Y habla de las ovejas descarriadas, de las ovejas perdidas que hay que ir a buscar. ¿No nos hablaría en otro momento de que El es el Buen Pastor que va a buscar a sus ovejas allá donde estén? El Reino de Dios no solo como anuncio, como Palabra, sino como vida traducida en hechos concretos tiene que llegar también a esas ovejas extraviadas, a esas ovejas que andan como perdidas sin rumbo ni sentido.

Como Jesús tenemos también nosotros que recorrer esos senderos, no para fijarnos en las cosas que están mal, sino para curar, para sanar, para llevar ese mensaje de salvación. Tenemos que abrir los ojos para darnos cuenta de esa realidad, mirar a nuestro alrededor, mirar a nuestros vecinos o a nuestros familiares, mirar esa gente con la que convivimos o con la que trabajamos, con las que nos vamos cruzando cada día en nuestro caminar ¿cuál es la señal de salud, de vida, de salvación que les podemos ofrecer? ¿Podrán llegar a descubrir en nosotros esos signos del Reino de Dios?

Estamos demasiado adormilados los cristianos, vivimos de las rentas pero las rentas se pueden acabar, no estamos curando a nuestro mundo como Jesús nos ha encomendado, no hemos terminado de ver y comprender esa muchedumbre que nos rodea y que tenemos que saber contemplar, tenemos que despertar un mundo nuevo, tenemos que volver a anunciar el evangelio como algo verdaderamente creíble que despierte la fe y la esperanza a nuestro alrededor.

viernes, 5 de diciembre de 2025

Pongámonos en camino porque tenemos que hacer llegar a Jesús hasta el último rincón y hasta en el último rincón tenemos que dejar los signos de Jesús

 


Pongámonos en camino porque tenemos que hacer llegar a Jesús hasta el último rincón y hasta en el último rincón tenemos que dejar los signos de Jesús

Isaías 29, 17-24; Salmo 26; Mateo 9, 27-31

Quizás nos habrá sucedido algo así o algo parecido. En un momento determinado, ante una situación inesperada quizás, nos vimos en la encrucijada que teníamos que actuar, en aquel momento no valían excusas ni echarse atrás porque quizás era mucho lo que estaba en juego;  pero nos sentimos impotentes, ¿Podré realizarlo? ¿Seré capaz? Nos parecía casi imposible porque era algo que no habíamos intentado nunca, porque parecía que una cosa así estaba fuera de mis capacidades. ¿Al final qué hiciste? ¿Te quedaste con los brazos cruzados, llorando penas en tu interior porque no lo intentaste y solucionaste algo que te parecía que estaba por encima de tus posibilidades? ¿No creías en ti mismo? Somos capaces de hacer mucho, lo que hay que hacer es dejar atrás los miedos y cobardías e intentarlo.

Nos puede valer esto que estamos diciendo para muchas situaciones de la vida. Se necesitan más personas comprometidas, en el ámbito de nuestra sociedad porque no podemos permitirnos seguir viendo pasar cuánto está sucediendo, pero no podemos mirar también en el ámbito de nuestra fe y del camino de nuestra vida cristiana, de nuestro compromiso como bautizados. Que no es solo creer en nosotros mismos, que sin orgullos ni vanaglorias también tenemos que creer en nosotros, pero sobre todo confiando en la gracia y la fortaleza que Dios nos da en esa hermosa tarea de evangelizar nuestra vida y nuestro mundo. Somos nosotros los primeros que tenemos que dejarnos evangelizar, dejar que el evangelio cale hondo en nuestra vida dejando a un lado tantas superficialidades.

Muchas cosas nos vamos encontrando en el camino de la vida de las que no podemos pasar de largo. Mucha luz tenemos que poner en los ojos de cuantos nos rodean para que lleguen a saborear la verdadera luz del evangelio. Es lo que contemplamos hoy en Jesús en el evangelio. Dos ciegos siguen a Jesús gritando tras el que tenga compasión de ellos.

Algunas veces nos hacemos sordos ante quienes están gritándonos a nuestro lado, grito que es una presencia, que puede ser una mirada o una mano tendida, alguien que está postrado a la vera del camino y no solo pienso en los sin techo, como en estos días recordamos que también tenemos que hacerlo, sino en tantos que están siendo excluidos de nuestra sociedad, que no cuentan ni se quieren tener en cuenta, porque sigue habiendo discriminaciones, mantenemos un cierto racismo en referencia a los que nos vienen de fuera sobre todo cuando no traen dinero en el bolsillo, porque a esos sí los tenemos en cuenta, pero si son inmigrantes que llamamos ilegales – fijémonos como incluso los clasificamos -, si son venidos de países pobres hayan llegado como sea, ya andamos con miedo de que nos quiten nuestros beneficios o nos molestamos porque se les preste ayudas oficiales, sin embargo terminan en los trabajos más humillantes que nosotros no queremos hacer, aunque luego nos justifiquemos con que no hay trabajo para no dar nosotros golpe.

Pero Jesús se ha detenido al lado de aquellos ciegos que le siguen y le suplican. ¿Qué queréis que haga por vosotros?, comienza el diálogo aunque el evangelista es muy escueto en su narración. Pero Jesús les pregunta algo más cuando le están pidiendo luz para sus ojos ciegos, ‘¿creéis que puedo hacerlo?’ Jesús está queriendo que se despierte en ellos la fe verdadera y sean capaces de sentir en sus corazones esa seguridad que nace de la confianza en Jesús. ‘Que os suceda conforme a vuestra fe’ y nos dice el evangelista que se les abrieron los ojos.

La pregunta nos la hacemos nosotros, nos la hace también Jesús a nosotros. Tiene que aflorar la fe verdadera, pero no solo para pedir milagros sino para vivir el milagro de nuestra vida; lo que somos capaces y lo que tenemos que hacer. Empecemos por no hacernos oídos sordos al clamor del mundo que nos rodea; no queramos quedarnos tranquilitos entre algodones sino salgamos a la vida aunque lo que nos encontremos algunas veces sea duro. Pero ahí tenemos que estar; porque Jesús iba de camino, aquellos ciegos pudieron llegar hasta El.

Pongámonos en camino porque en nuestro caminar tenemos que hacer llegar a Jesús hasta el último rincón y hasta en el último rincón tenemos que dejar los signos de Jesús con nuestra vida aunque nos cueste, aunque algunas veces no sepamos cómo hacerlo; seguro que el Espíritu del Señor actuará en nosotros y tendremos la fortaleza para realizar maravillas. Creamos que podemos hacerlo, porque además es la misión que Jesús nos ha confiado.


jueves, 4 de diciembre de 2025

Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua, la ciudad fuerte y amurallada fundamentada en los sólidos cimientos de la Palabra de Dios escuchada

 


Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua, la ciudad fuerte y amurallada fundamentada en los sólidos cimientos de la Palabra de Dios escuchada

 Isaías 26, 1-6; Salmo 117; Mateo 7, 21. 24-27

¿Por qué se nos vino abajo la casa, aquella obra que habíamos emprendido con tanta ilusión? ¿Por qué aquel proyecto fue un fracaso y no lo pudimos sacar adelante? ¿Qué nos pasa en la vida que no salimos adelante por muy magníficos que son nuestros sueños? Preguntas así nos hacemos muchas veces en la vida en las distintas circunstancias por las que vamos pasando. Son accidentes que nos echan abajo todas nuestras ilusiones, son cosas que se destruyen como mencionábamos de la casa que se nos cae, son dificultades y tropiezos que vamos teniendo quizás después de errores que hemos cometido a la hora de proyectar, de hacernos nuestros planes, o de dejarnos simplemente arrastrar por la inercia de la vida.

Si hablamos de la casa que se nos cae nos preguntamos cómo estaba construida, y pensamos en su cimentación o pensamos en los materiales que se han empleado en su construcción, pensamos en los posibles errores de proyecto o de una ejecución no correcta de lo que estaba planificado. Pero podemos pensar así y preguntarnos por el fracaso de nuestras relaciones, por la ruptura de una amistad que nos parecía muy bonita, o de los proyectos de vida que no hemos podido llevar adelante. Y tenemos que buscar causas, tenemos que preguntarnos por la fundamentación de nuestra vida, por los valores que van a marcar nuestra identidad, por la rectitud con que andamos no simplemente para no cometer errores sino para andar con dignidad.

Porque en nuestra reflexión lo de menos es que se nos caiga la casa, porque eso es solo una imagen de lo que nos sucede en la vida. Y no podemos ir echando la culpa, como nos es tan fácil hacer, al ambiente que nos rodea, a lo que los demás puedan hacernos o puedan influir en nosotros, o el mal de la sociedad que nos envuelve. Pero, ¿dónde está la rectitud con que hemos de andar en la vida, los valores que son fundamente de nuestro quehacer, los verdaderos cimientos que le hemos puesto a la vida? Si nos fallan estas cosas significaría que estaríamos caminando en la superficialidad, sin nada que dé consistencia a nuestra vida y así cuando nos llega el peligro de la pendiente nos dejamos ir por esa pendiente.

Hoy nos habla Jesús de la casa edificada sobre roca y de la casa edificada sobre arena. Y nos habla de la escucha de la Palabra de Dios allá en lo más profundo de nosotros mismos. Pues no se trata de oír palabras que nos vienen al vuelo sino de saber escuchar que es plantar esa semilla en nuestro corazón. No basta decir ¡Señor, Señor!, nos viene a decir porque muchas veces parece que nuestra oración se queda en decirle cosas al Señor que las más de la veces lo que hacemos es llevar una lista de peticiones, sino de saber escuchar a Dios. La oración tiene que ser un diálogo de amor, y cuando se dialoga no solo se habla sino también y fundamentalmente se escucha. ¿Será así nuestra oración?

El profeta hablaba de esa ciudad fuerte y amurallada que podía soportar todos los embates. Es la fortaleza de nuestro espíritu que hemos de tener, pero que no es solo por nosotros mismos, por nuestra fuerza de voluntad como muchas veces decimos, sino porque sentimos la fortaleza del Señor en nuestra vida. Y si El está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? 

Como diría san Pablo nada podrá ya apartarme del amor de Cristo Jesús, vengan de donde vengan los embates de la vida. ‘Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua’, como nos decía el profeta Isaías. Necesitamos despertar esa confianza en nuestro corazón.

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Pensemos qué es lo exquisito que vamos a poner en la mesa de la vida que despierte una nueva esperanza en nuestro mundo tan falto de esperanza

 


Pensemos qué es lo exquisito que vamos a poner en la mesa de la vida que despierte una nueva esperanza en nuestro mundo tan falto de esperanza

Isaías 25, 6-10ª; Salmo 22; Mateo 15, 29-37

Cada día nos llegan noticias desgarradoras e imágenes que nos ponen los pelos de punta, como se suele decir, cuando aun nos queda algo de sensibilidad en el corazón, de los inmigrantes que nos llegan a nuestras costas atravesando mares no siempre apacibles y que hagan fácil la navegación. Creo que fue ayer mismo cuando escuchamos que habían encontrado un cayuco a muchos kilómetros de la costa de nuestras islas a los que se le había acabado la gasolina pero también la comida. Nos es difícil imaginar la angustia y sufrimiento de esas personas que lo veían todo perdido mientras en el horizonte se divisaba una costa a la que no podían llegar, como quizás habrá sucedido a tantos. Fueron recogidos y atendidos ofreciéndoles agua y comida y toda la atención que necesitaban.

¿Cuál sería el ansia con que al final pudieron alimentarse al alcanzar finalmente la costa? ¿Qué significaba ese momento para ellos? Muchas consideraciones podemos hacernos porque además podría traer muchas consecuencias para el sentido de nuestras vidas. Una comida y un alimento es cierto, pero que significaría mucho más para sus vidas. Un posible horizonte de esperanza se abría para sus vidas, que no era solamente aquel alimento que en aquellos momentos estaban recibiendo.

¿Qué significa para nosotros una comida a la que hemos sido invitados, por ejemplo, en una fiesta, o en una boda o cualquier otro tipo de celebración? Esa comida es mucho más que unos alimentos que pueden ser exquisitos que nos llevamos a la boca. ¿Vamos a un banquete de ese tipo solamente por las exquisiteces que vamos a comer?

Creo que si nos ponemos a pensar un poco nos daremos cuenta que lo exquisito es el encuentro, con la familia, con los viejos amigos, con personas que podemos conocer y con quien vamos a compartir; es la conversación, son los lazos de amistad, es el disfrutar del encuentro, son los sueños que nos pueden hacer comenzar nuevos caminos y nuevos planes. ¡Cuántos proyectos comienzan a ser realizables después del encuentro de una comida! Como aquellos inmigrantes que mencionábamos que llegan hasta nosotros no solo por un plato de comida sino en la búsqueda de un futuro mejor, de unos nuevos horizontes para su vida.

De eso se nos está hablando en la Palabra de Dios que hoy se nos proclama en este camino de Adviento. Es el festín de manjares suculentos, del que nos habla el profeta, que suscitará una nueva alegría y esperanza para aquel pueblo; es significativo que al describirnos lo que es ese festín nos dirá que ‘arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos’, y seguirá diciéndonos que ‘aniquilará la muerte para siempre, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo…’ Está hablándonos de un mundo nuevo, de una vida nueva, de una nueva esperanza. ‘Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara’, termina diciéndonos el profeta.

¿Y no es eso lo que Jesús nos quiere expresar en el signo que le vemos realizar en el evangelio? También habrá una comida para una multitud hambrienta y que Jesús no quiere dejar ir a sus casas sin haberlos alimentado. Nos hablaba el evangelio de aquella multitud que Jesús se encontró al llegar a aquel lugar, ‘mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies’; allí estaban con sus sufrimientos y con sus ansias de algo nuevo porque la palabra de Jesús suscitaba esperanza en sus corazones. Y Jesús no los podía defraudar.

Está la compasión y la misericordia de Jesús que para todos tenía una palabra y un gesto de vida y salvación, pero está el sentido nuevo y el compromiso que tiene que surgir en los discípulos de Jesús. Pusieron a disposición lo poco que tenía, cinco panes y dos peces y algo nuevo comenzó a suceder, porque todos pudieron comer hasta hartarse. Hablamos del milagro de la multiplicación de los panes, pero tendríamos que hablar del milagro del amor, de los milagros que podemos hacer cuando entramos en la órbita del amor, es el compartir, es el desprendimiento, es el ponernos a servir en disposición de servicio para todos.

Allí ya se diferenciaba nadie unos de otros porque todos compartieron aquel mismo pan; sí, es el pan que tenemos que compartir, que es nuestra vida, que son nuestros gestos, que es nuestra cercanía, que es el encuentro y la armonía que vamos construyendo, es ese pensar que sí podemos hacer algo grande aunque nos parezca que nuestros medios son pocos y son pobres, que es posible que los sueños se hagan realidad. Pero eso cuando sabemos encontrarnos y nos alimentamos no solo de un pan material que llevamos a nuestra boca sino que nos alimentamos de la ilusión y los sueños de aquellos que caminan a nuestro lado y que juntos podemos hacer realizables.

¿Será algo de eso lo que vamos a lograr en la navidad que vamos a celebrar y para la que nos estamos preparando? Pensemos qué es lo exquisito que vamos a poner en la mesa de la vida para sentir que ‘aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara’.

martes, 2 de diciembre de 2025

Tenemos la suerte si caminamos con humildad y sencillez y siendo además agradecidos y dichosos de poder escuchar la buena nueva de salvación que Jesús nos ofrece

 


Tenemos la suerte si caminamos con humildad y sencillez y siendo además agradecidos y dichosos de poder escuchar la buena nueva de salvación que Jesús nos ofrece

Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Lucas 10, 21-24

¡Qué suerte tuvimos de estar allí en aquel momento!, habremos pensado en alguna ocasión en que tuvimos oportunidad de estar en algún acontecimiento que consideramos importante o que le damos incluso la categoría de algo histórico, o conocer y tratar a quien consideramos un personaje o una persona importante; quizás algunos hasta nos tendrán una cierta envidia porque nosotros estuvimos y ellos no pudieron estar, se sienten desconsolados y deseando haber podido estar. Esto nos pasa en acontecimientos de la vida, en cosas que suceden en nuestro entorno, en circunstancias que hemos vivido y que quizás dejaron una bonita huella en nosotros.

Es algo así lo que les dice Jesús hoy a los discípulos para que valoren el momento, para que valoren su llamada, para que reconozcan la acción de Dios en sus vidas que se les está manifestando en Jesús. Les dice que otros quisieron ver lo que ahora ellos ven y que por eso son dichosos, pero no pudieron en referencia a aquella añoranza que tenían los antiguos de poder vivir los tiempos del Mesías; los profetas antiguos es cierto sintieron la inspiración del Señor en su corazón para que pronunciaran palabras de esperanza y también de denuncia al pueblo de Dios, pero como les está diciendo Jesús hoy no pudieron escuchar al que es la Palabra de Dios. ‘…quisieron oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron’.

Con ellos estaba Jesús, Palabra viva de Dios, que podían escuchar. Recordemos que cuando los apóstoles aun ya en el momento de la cena le piden que les muestre al Padre, El les dice que ‘quien me ha visto a mi ha visto al Padre’. Es la revelación de Dios, es el rostro de Dios, es la muestra del amor de Dios que nos envió a su Hijo para que creyendo en El tuviéramos vida para siempre.

Y la maravilla está en quienes son los que pueden escuchar esa Palabra de Dios, pueden sentir como Dios se les revela en su corazón. ¿A quienes ha escogido Jesús? ¿A sesudos maestros de la ley? ¿A los sacerdotes del templo de Jerusalén? Son unos pobres pescadores, una gente sencilla que vivía de sus ocupaciones y trabajos pero a los que Jesús llama y se le revela. Quizás cuando nosotros quisiéramos escoger colaboradores para una obra que quisiéramos emprender buscaríamos gentes de especiales cualidades, gente ‘preparada’, gente de prestigio que luego puedan dar lustre a la obra que queremos hacer porque sean personas de renombre. No es ese el camino de Jesús, no se manifiestan así las obras de Dios buscando prestigios humanos sino manifestando lo que es la Sabiduría del Espíritu.

Hoy escuchamos a Jesús dando gracias al Padre porque ha revelado sus misterios no a los sabios y entendidos sino a los pobres y a la gente sencilla. Recordemos que cuando Jesús nos trae las palabras del profeta que anunciaban los tiempos mesiánicos de quienes habla son de los pobres y de los que sufren, de los que nada tienen pero viven desprendidos, de los que se sienten oprimidos, porque ‘los pobres serán evangelizados’, nos dirá allá en la sinagoga de Nazaret. Y como dirá entonces esto se está cumpliendo hoy, aunque quizás a los orgullosos y engreídos les cueste tanto entender.

Es la actitud humilde que nosotros hemos de tener para abrir nuestro corazón desde nuestra pobreza para llenarnos de esa Sabiduría de Dios. Todavía nos sigue costando entender el evangelio y aplicarlo de verdad a nuestras vidas porque quizás vamos con nuestras sabidurías humanas a interpretarlo. Tenemos que despojarnos para poder escucharlo, entenderlo y llegar a vivirlo. Nos sigue costando porque nos rodeamos de tantas vanidades que se convierten como abismos inmensos que nos impiden aprehender – y fijaos cómo pongo y el sentido que le doy a la palabra - para nuestra vida ese mensaje de vida y liberación que es el evangelio.

Y sí, tenemos la suerte de poder escuchar el evangelio. Es una dicha que no podemos cambiar por nada del mundo porque con esa humildad nos llenaremos de la Sabiduría de Dios. ¿Nos sentiremos nosotros dichosos por ello?

lunes, 1 de diciembre de 2025

Con fe y esperanza tenemos la seguridad de encontrar la luz en este camino oscuro de la vida haciendo verdadera navidad porque Jesús está en medio de nosotros hoy

 


Con fe y esperanza tenemos la seguridad de encontrar la luz en este camino oscuro de la vida haciendo verdadera navidad porque Jesús está en medio de nosotros hoy

Isaías 4, 2-6; Salmo 121; Mateo 8, 5-11

Necesitamos una fe que nos abra la puerta a la confianza, que nos dé seguridad en el camino emprendido aunque sean muchas las oscuridades que tengamos que atravesar, pero que al mismo tiempo nos hace humildes y agradecidos.

La vida que vivimos no siempre es algo que podamos disfrutar en todo su sentido; bien porque en nosotros mismos nos encontramos debilidades y carencias que parece que nos impiden alcanzar aquello en lo que soñamos y también porque lo que nos rodea no siempre contribuye a que en verdad seamos felices. Es una barahúnda de cosas a nuestro alrededor que no siempre contribuyen a esa paz que tanto necesitamos; nos encontramos con una complejidad de planteamientos en el sentido que cada uno le da a lo que hace o a lo que es su vida que si no estamos bien asentados en unos principios y valores sólidos nos sentimos desconcertados y desorientados.

¿Adonde acudimos? ¿A quién creemos? ¿Qué es de todo eso lo que nos va a dar un verdadero sentido a nuestra vida? ¿Podemos tener en verdad esperanza de lograr un mundo mejor, si realmente ni nos ponemos de acuerdo sino que andamos enfrentados los unos a los otros? Ahí tenemos la crispación en que se vive en nuestra sociedad y aquellos lugares que están llamados al diálogo para encontrar entre todos la mejor salida a las situaciones difíciles que vive nuestra sociedad realmente se convierte en un infierno de violencias en las palabras y en descalificaciones.

Con esta cruda realidad de lo que estamos haciendo en la vida y en nuestra sociedad estamos comenzando este tiempo de Adviento, que llamamos tiempo de esperanza. Hemos de saber encontrarle un verdadero sentido que nos haga ir al encuentro de un mundo nuevo que entre todos construyamos. Los profetas del Antiguo Testamento que hablaban también a un pueblo desconcertado y que trataban de alentar la esperanza con el anuncio de la venida del Mesías también nos ayudan en este camino que hoy tenemos que realizar. Cuidado que la forma de entender de muchos la navidad sea también como una pantalla que nos dé la apariencia de buenos deseos de paz en estos días, pero que no lleguemos a sentir de verdad esa transformación que Jesús quiere realizar con su venida en nuestros corazones.

Por eso hablaba en ese como resumen de ideas del principio de ese camino lleno de sombras que tenemos que atravesar con paso seguro desde esa fe y esa esperanza que anima nuestra vida cristiana. Contemplamos a un hombre, no precisamente de religión judía pues era un centurión romano, que desde la situación amarga que vive en su casa con su criado enfermo sabe acudir a Jesús buscando la salvación. Y ahí esta el hermoso ejemplo de este hombre, del que al final Jesús dirá que en todo Israel no ha encontrado una fe como la de este centurión romano.

Cree en Jesús y tiene la seguridad de la respuesta de Jesús, para quien solo bastará una palabra. No se siente digno de que Jesús vaya a su casa y diríamos que no solo por su condición de pagano de lo que es muy consciente conociendo además las prevenciones que los judíos tenían ante la casa de los paganos, sino por el sentido de humildad que envuelve su vida. Actúa con confianza y es él quien se pone en camino para venir al encuentro con Jesús, aunque Jesús no tenga ninguna prejuicio para ir a la casa del pagano para curar a su criado – ‘voy yo a curarlo’, que dice Jesús -, pero ya de antemano se siente agradecido por la obra maravillosa que Jesús va a realizar.

¿Es así la confianza y la esperanza que despierta la fe en nosotros? ¿Nos sentiremos en verdad seguros de ese actuar de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo? Nos sucede tantas veces que no pedimos con confianza, que no somos perseverantes en nuestra oración. Pero además humildad, no somos dignos, pedimos pero no exigimos, tenemos confianza pero aceptamos lo que es la voluntad de Dios que siempre nos dará más y algo mejor que lo que pedimos.

Hagamos una mirada retrospectiva a lo que han sido las diversas situaciones difíciles por las que hemos tenido que atravesar por la vida y, aunque sea como decimos a toro pasado, seamos capaces de reconocer ese actuar de Dios en nosotros y seamos agradecidos; necesitamos detenernos a contemplar ese actuar de Dios en nuestra vida que se ha manifestado algunas veces de manera casi imperceptible, pero que hemos de reconocer ese actuar y esa misericordia de Dios.

¿Por qué no vamos a pensar que también en este camino oscuro que ahora vivimos podremos encontrar la luz? ¿No tendría que ser esto lo que en verdad nos prepare para una auténtica navidad porque sintamos viva la presencia de Jesús hoy en nosotros?


domingo, 30 de noviembre de 2025

Despiertos y vigilantes con esperanza en el Adviento porque el Señor viene no solo recordando su primera venida sino su presencia en el hoy y aquí de nuestra vida

 


Despiertos y vigilantes con esperanza en el Adviento porque el Señor viene no solo recordando su primera venida sino su presencia en el hoy y aquí de nuestra vida

Isaías 2, 1-5; Salmo 121; Romanos 13, 11-14ª; Mateo 24, 37-44

A quien han puesto de centinela, de vigilante, no se le permite ni que ande distraído ni que se duerma. El vigilante tiene que estar despierto y atento; no sabe por donde puede aparecer el peligro, no sabe a la hora que llega quien quizás está esperando, su misión es estar allí, no puede haber otras ocupaciones que le absorban su pensamiento, para poder estar atento a cualquier señal.

Siempre aparece ante nuestros ojos y nuestra consideración esta imagen cuando comenzamos el tiempo de Adviento y nos pudiera parecer por un lado que la vigilancia es cosa solo de unos días en razón de las celebraciones próximas que vamos a tener ni tampoco hemos de pensar que solo al Adviento es cosa de estos momentos previos a la Navidad, como preparación a la celebración del Nacimiento de Jesús.

Pero creo que ambos conceptos tienen una amplitud mucho mayor de la que habitualmente lo reducimos. Como veremos la vigilancia tiene que ser una actitud muy importante en la vida como lo es la esperanza, pero también me atrevo a decir que en cierta manera para el cristiano adviento es todo el año, ha de abarcar toda nuestra vida.

Unimos, reduciendo incluso su significado, el Adviento al hecho de la Navidad cercana, pero la navidad para un cristiano no es solo una celebración como un recuerdo de un momento cuando Dios quiso encarnarse en nuestra carne humana y nació de Santa Maria Virgen en Belén, como vamos a celebrar; es eso pero mucho más, porque no es solo una venida pasada la que celebramos y para la que preparamos sino que en el Credo de nuestra fe hablamos de la venida del Señor, con gran poder y gloria, para juzgar a vivos y muertos; hablamos de la segunda venida del Señor, y para ello también hemos de estar atentos y preparados, y por ahí va también el sentido del Adviento, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, como decimos en la liturgia. Claro que es también Adviento para vivir una autentica Navidad y para ello también hemos de prepararnos.

Pero hay una venida del Señor, una presencia del Señor en el día a día de nuestra vida, porque El nos prometió que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. ¿Seremos conscientes de esa presencia del Señor? ¿Estaremos atentos a ese momento en el día a día de nuestra vida que el Señor se hace presente en nuestra vida, viene a nosotros? Esto es muy importante cuando vivimos con intensidad nuestra fe, para ello necesitamos vivir con intensidad nuestra fe y nuestra esperanza, necesitamos de esa atención, de esa vigilancia para descubrir los signos de esa presencia del Señor en nuestra vida. Adviento así no se reduce a un tiempo litúrgico sino que es parte de nuestra vida.

Cuando nosotros los cristianos celebramos el Adviento no nos podemos dejar llevar por lo que el ambiente externo nos ofrece estos día como preparación para la Navidad. Hoy nos dice la Palabra de Dios que despertemos en medio de esos sonidos y cantinelas que nos aturden porque tanto nos dicen lo que quieren que sea la navidad de demasiado jolgorio y consumismo, que al final nos sentimos arrastrados y olvidamos su verdadero sentido.

Como nos dice Jesús en el evangelio, ‘en los tiempos de Noé la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio’ y nos termina diciendo Jesús ‘estad en vela porque no sabéis qué día vendrá el Señor’. Nos quiere decir mucho el  Señor con estas palabras.

Vivimos nuestra vida, nuestros trabajos y nuestra familia, nuestros momentos de alegría y de fiesta como también momentos oscuros por los que todos pasamos, pero hemos de estar despiertos, porque ahí donde estamos, en lo que es nuestra vida con sus luces y con sus sombras, con los problemas que vive nuestro mundo o las preocupaciones que tenemos nosotros en el día a día, con lo que estamos pasando o las situaciones por las que hayamos pasado el Señor viene a nosotros; en eso que nos sucede y que vivimos tenemos que saber descubrir el hoy de la presencia del Señor, en eso que vivimos, cueste lo que nos cueste, tenemos que hacer navidad, hacer que sintamos esa presencia de Dios en nuestra vida.

Es el Adviento que hemos de vivir, es la vigilancia que hemos de poner en nuestra vida. No estamos en un mundo sin Dios, no podemos vivir nuestra vida ajenos a Dios, aunque el mundo que nos rodee celebre a su manera una navidad realmente sin Dios. Es donde nosotros tenemos que dar una señal, ser señal para el mundo que nos rodea de algo distinto; nuestra vida por la manera que afrontamos la vida, los problemas, las alegrías, lo que somos y lo que hacemos tiene que ser buena noticia para los demás, tiene que ser evangelio para nuestro mundo.

Que el jolgorio con que envolvemos las fiestas de navidad no nos haga olvidar el verdadero regalo que recibimos. Demos ahora señales de Adviento para que nos podamos convertir en evangelio de Navidad para el mundo que nos rodea, ese mundo que comienza por los que están a nuestro lado, nuestra familia, nuestros convecinos, nuestros amigos.