La
sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra
vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro
Eclesiástico 17, 1-15; Salmo 102; Marcos 10,
13-16
¿Has mirado alguna vez la sonrisa de un
niño? Seguro que sí, pero como estábamos en ese momento más preocupados en
cosas que considerábamos de más importancia, esa visión pasó como un relámpago
por delante de nuestros ojos porque, en fin de cuentas, no eran sino unos niños
que jugaban en su inocencia.
Niños que jugaban en su inocencia, así
los vemos, son cosas de niños decimos y nos pasa desapercibida su sonrisa, su
alegría, su mirada limpia y sin malicia, sus ojos que miran a nuestros ojos
esperando algo y quizás porque no les prestamos atención, porque seguimos en nuestras
cosas, se malogra esa sonrisa. A música celestial, y dicho en el mejor de los
sentidos, tendrían que sonar en nuestros oídos risas y voces alegres que hablan
o chillan sin predisposiciones ni prejuicios, sin malicias y sin desconfianzas,
ofreciéndonos el regalo de alegría que tendría que hacernos olvidar tantos
agobios que llevamos en la vida y que nos quitan la paz y nos impiden saborear
las cosas que nos harían más felices.
Es el niño que en sus juegos se
manifiesta como es, siempre confiado, siempre ofreciendo lo mejor, siempre
dispuesto a estar con aquellos que considera sus amigos y con aquellos donde
encuentra ternura, que tendrán sus más y sus menos con aquellos con los que
juega, pero pronto se recuperará del enfado y seguirán siendo amigos, salvo que
nosotros le hayamos maleado el corazón. Cuánto daño les hacemos cuando les
contagiamos el actuar desde una vida interesada, cuando les hacemos perder la
confianza, cuando los inducimos a poner distancias y desconfianzas, cuando los
contagiamos de nuestras violencias. A veces no nos damos cuenta del escándalo
que en ellos producimos, del daño que les hacemos cuando por nuestros ejemplos
de egoísmo y de orgullo les hacemos perder aquella risa inocente.
Hoy en el evangelio vemos a Jesús
rodeado de niños. Ellos saben bien ponerse al lado donde encuentran ternura y
ofrecen al mismo tiempo su ternura. No es para ellos una señal de molestia el
acercarse así espontáneamente como son donde saben que hay amor, ni nosotros
tendríamos que ver como una molestia sus risas y sus juegos, su confianza y la
manera como se acercan espontáneamente a nosotros. Pero por allá están los discípulos
cercanos a Jesús – qué curioso que sean precisamente los discípulos más
cercanos a Jesús – muy celosos del descanso de su maestro y no quieren que los
niños le molesten, quieren quitarlos de en medio para no turbar el descanso de
Jesús cuando su verdadero descanso eran aquellas risas y juegos inocentes.
¿Seremos así muchas veces no solo en lo
que haga referencia a los niños de los que ahora estamos hablando, sino de que
podríamos sentirnos molestos por la cercanía de los demás a nuestra vida?
Cuantas veces pasamos de largo porque quizás nos molesten algunas cercanías que
nos parecen exceso de confianza.
‘Al verlo, Jesús se enfadó y les
dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que
son como ellos es el reino de Dios…’
¡Cuánto nos está diciendo Jesús! ¿Aprenderemos de una vez por todas a valorar a
los pequeños? ¿Aprenderemos a valorar lo que nos parece pequeño y sin
importancia porque son otras cosas a las que les damos más importancia? Tengo
cosas más importantes que hacer, decimos tantas veces. Y esas cosas que
consideramos importantes nos agobian, nos hacen perder la paz, hacen
desaparecer la sonrisa de nuestros labios, crean distancias que luego son tan
difíciles de superar.
Pero Jesús nos está diciendo también
que ‘los que son como los niños – esos niños que pretendemos apartar a
un lado – es el Reino de Dios’. ¿Es que no sabremos ver en la sonrisa de
un niño las señales del Reino de Dios? Son alegría y cercanía, son los que van
generando confianza y los que van siempre tendiendo puentes, son los que
aprecian la ternura y la manifiestan de forma sencilla, son los que siempre se
sienten amigos y hermanos de los otros para vivir la alegría de la vida. ¿No
tendríamos que manifestar así las señales del Reino de Dios? Y terminará
diciéndonos Jesús: ‘En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios
como un niño, no entrará en él’. ¿Nos haremos niños para acoger el Reino de
Dios en nuestra vida?
Y dice que Jesús les bendecía. Ojalá
nos sintamos bendecidos de Dios de la misma manera.