Un
buen sabor para la vida haciendo crecer nuestras relaciones llenas de armonía y
de paz trasmitiéndonos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría
Eclesiástico 5, 1-8; Salmo 1; Marcos 9,
41-50
Yo, a mi vida, a mis cosas, a disfrutar
de mi vida; yo no tengo que ver con nadie ni nadie tiene que meterse conmigo y
con lo que hago. Hay gente que vive así, solo se preocupan de sí mismos y
quieren como crear un mundo solo para ellos; pero no vivimos en una burbuja y
por mucho que queramos desentendernos de los demás, estamos relacionados y lo
que hacemos no nos afecta solo a nosotros sino que repercute en los demás;
podemos dañar o podemos arrastrar, como también nosotros podemos vernos
arrastrados por el ambiente que nos rodea, influidos por lo que los otros
hacen. Vivir es algo más serio.
Por naturaleza estamos hechos para la relación,
aunque haya momentos de individualismo o de egoísmo en que nos queramos aislar
de los demás; el hombre, y cuando digo el hombre quiero decir la persona no
puede vivir sola, aislada de los demás; esa es la constitución del ser humano;
tenemos voz para comunicarnos, tenemos ojos para contemplarnos, tenemos oídos
para escucharnos, nuestros pasos no los damos aislados de los demás, ni el
trabajo que realizamos solo es para nosotros mismos; hay una mutua relación
entre unos y otros.
Por eso además tenemos que cuidar lo
que hacemos para que no repercuta de mala manera en quienes nos rodean; tiene
que surgir una delicadeza en el trato, como tenemos que dejar buenas huellas
que ayuden a ir por buen camino a los demás; de la misma manera que no queremos
que nadie nos dañe con lo que hace, nosotros también tenemos que cuidar el
dañar a los demás con lo que hacemos; como no podemos dejarnos influir por lo
que no es tan bueno que hagan los demás, tampoco nosotros podemos hacer algo
que influya de manera negativa en los otros.
Hoy nos habla Jesús de esas cosas
pequeñas y ordinarias de cada día con las que tenemos que crear esa buena relación
entre unos y otros; desde esa generosidad de nuestro corazón para dar un vaso
de agua al que está sendiento como para evitar aquello que distraiga del buen
camino a los que están a nuestro lado.
Y habla Jesús de la importancia de no
escandalizar a los que son pequeños y sencillos; y escandalizar es impulsar con
nuestro mal ejemplo por el mal camino a quienes están a nuestro lado; y nos
habla Jesús, entonces, de cómo tenemos que evitar en nuestra vida aquellas
cosas, aquellos gestos, aquellas cosas que hagamos que nos lleven por lo mano.
Es radical Jesús que nos dice que nos vale más entrar en el cielo manco de una
mano, o que esa mano nos lleve a la perdición del mal. Y nos habla de esas
miradas turbias que están llenas de malicia y que pueden pervertir nuestro corazón.
Y nos habla del sabor que le hemos de
dar a nuestra vida y en consecuencia al mundo en el que vivimos. Es el sentido
que le damos a nuestra existencia que nunca nos puede convertir en el ombligo
del mundo, porque todo lo centremos en torno nuestro sino de esa apertura que
hemos de darle a la vida porque, como decíamos al principio, vivimos en una relación
con los demás.
Todo aquello que contribuya a esa buena
relación que cree armonía y paz, que haga florecer el amor y la amistad, que
nos haga sentirnos miembros de una misma familia será lo que le dará ese
sentido y ese sabor a nuestra vida; nada de arideces y amarguras, nada de
malquerencias y desconfianzas, nada de orgullos ni vanidades que nos quieran
hacer crecer sobre los demás; mucho de sencillez y humildad para crear cercanía,
para hacer fraternidad, para forjar comunión, para transmitirnos lo que nos
hace felices para crear un mundo que sonría y al que no le falte ilusión. Es lo
que nos hará grandes de verdad porque nos hemos anudado en la fraternidad. Es
el buen sabor que le hemos de dar a la vida.
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