Vistas de página en total

sábado, 1 de marzo de 2025

La sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro

 


La sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro

Eclesiástico 17, 1-15; Salmo 102; Marcos 10, 13-16

¿Has mirado alguna vez la sonrisa de un niño? Seguro que sí, pero como estábamos en ese momento más preocupados en cosas que considerábamos de más importancia, esa visión pasó como un relámpago por delante de nuestros ojos porque, en fin de cuentas, no eran sino unos niños que jugaban en su inocencia.

Niños que jugaban en su inocencia, así los vemos, son cosas de niños decimos y nos pasa desapercibida su sonrisa, su alegría, su mirada limpia y sin malicia, sus ojos que miran a nuestros ojos esperando algo y quizás porque no les prestamos atención, porque seguimos en nuestras cosas, se malogra esa sonrisa. A música celestial, y dicho en el mejor de los sentidos, tendrían que sonar en nuestros oídos risas y voces alegres que hablan o chillan sin predisposiciones ni prejuicios, sin malicias y sin desconfianzas, ofreciéndonos el regalo de alegría que tendría que hacernos olvidar tantos agobios que llevamos en la vida y que nos quitan la paz y nos impiden saborear las cosas que nos harían más felices.

Es el niño que en sus juegos se manifiesta como es, siempre confiado, siempre ofreciendo lo mejor, siempre dispuesto a estar con aquellos que considera sus amigos y con aquellos donde encuentra ternura, que tendrán sus más y sus menos con aquellos con los que juega, pero pronto se recuperará del enfado y seguirán siendo amigos, salvo que nosotros le hayamos maleado el corazón. Cuánto daño les hacemos cuando les contagiamos el actuar desde una vida interesada, cuando les hacemos perder la confianza, cuando los inducimos a poner distancias y desconfianzas, cuando los contagiamos de nuestras violencias. A veces no nos damos cuenta del escándalo que en ellos producimos, del daño que les hacemos cuando por nuestros ejemplos de egoísmo y de orgullo les hacemos perder aquella risa inocente.

Hoy en el evangelio vemos a Jesús rodeado de niños. Ellos saben bien ponerse al lado donde encuentran ternura y ofrecen al mismo tiempo su ternura. No es para ellos una señal de molestia el acercarse así espontáneamente como son donde saben que hay amor, ni nosotros tendríamos que ver como una molestia sus risas y sus juegos, su confianza y la manera como se acercan espontáneamente a nosotros. Pero por allá están los discípulos cercanos a Jesús – qué curioso que sean precisamente los discípulos más cercanos a Jesús – muy celosos del descanso de su maestro y no quieren que los niños le molesten, quieren quitarlos de en medio para no turbar el descanso de Jesús cuando su verdadero descanso eran aquellas risas y juegos inocentes.

¿Seremos así muchas veces no solo en lo que haga referencia a los niños de los que ahora estamos hablando, sino de que podríamos sentirnos molestos por la cercanía de los demás a nuestra vida? Cuantas veces pasamos de largo porque quizás nos molesten algunas cercanías que nos parecen exceso de confianza.

‘Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios…’ ¡Cuánto nos está diciendo Jesús! ¿Aprenderemos de una vez por todas a valorar a los pequeños? ¿Aprenderemos a valorar lo que nos parece pequeño y sin importancia porque son otras cosas a las que les damos más importancia? Tengo cosas más importantes que hacer, decimos tantas veces. Y esas cosas que consideramos importantes nos agobian, nos hacen perder la paz, hacen desaparecer la sonrisa de nuestros labios, crean distancias que luego son tan difíciles de superar.

Pero Jesús nos está diciendo también que ‘los que son como los niños – esos niños que pretendemos apartar a un lado – es el Reino de Dios’. ¿Es que no sabremos ver en la sonrisa de un niño las señales del Reino de Dios? Son alegría y cercanía, son los que van generando confianza y los que van siempre tendiendo puentes, son los que aprecian la ternura y la manifiestan de forma sencilla, son los que siempre se sienten amigos y hermanos de los otros para vivir la alegría de la vida. ¿No tendríamos que manifestar así las señales del Reino de Dios? Y terminará diciéndonos Jesús: ‘En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él’. ¿Nos haremos niños para acoger el Reino de Dios en nuestra vida?

Y dice que Jesús les bendecía. Ojalá nos sintamos bendecidos de Dios de la misma manera.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario