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viernes, 17 de octubre de 2025

Que nuestra presencia, por nuestros gestos o nuestra cercanía, sea en verdad esa llegada del Reino de Dios al mundo que nos rodea y nos trae la paz

 


Que nuestra presencia, por nuestros gestos o nuestra cercanía, sea en verdad esa llegada del Reino de Dios al mundo que nos rodea y nos trae la paz

2 Timoteo 4, 10-17b; Salmo 144; Lucas 10,1-9

El embajador no actúa por cuenta propia, actúa en nombre de quien lo ha enviado, trasmite aquello que se le ha confiado; lo mismo el apoderado, el que ha recibido un poder, o el mensajero a quien se le ha confiado un mensaje que ha de llevar y trasmitir.

Hoy nos dice Jesús ‘poneos en camino’, nos envía; nos confía una misión, ‘cuando entréis en una casa decid primero, paz a esta casa… curad a los enfermos que haya’. Y nos deja claro cuál es el objetivo, ‘decidles… el Reino de Dios ha llegado a vosotros’.

Nos viene bien recordar estos puntos fundamentales del evangelio de hoy en esta fiesta del Evangelista san Lucas, que hoy estamos celebrando. Fue la misión que él también recibió y en los Hechos de los Apóstoles o en las cartas de san Pablo, lo veremos en distintos lugares cumpliendo con esa misión. Pero fundamentalmente tenemos su evangelio escrito y lo que podíamos decir que fue algo así como la crónica de la primera Iglesia en los Hechos de los Apóstoles. ‘Poneos en camino’ él también había escuchado como él mismo nos lo trasmite y en esa tarea y en ese camino también lo contemplamos.

Sigue siendo la tarea de la Iglesia hoy, nuestra tarea. No solo porque pensemos en ese amplio mundo que lo vemos en la lejanía de otros países u otros continentes, mañana domingo precisamente vamos a celebrar la jornada misionera del Domund, sino porque es la tarea que tenemos que realizar ahí donde estamos. Hay quien recibe como vocación la llamada especial de ser misioneros yendo a otros lugares, pero es lo que cada uno escuchamos en nuestro corazón para sentirnos misioneros ahí donde estamos.

Misioneros cuando compartimos y celebramos los que tenemos una misma inquietud y nos servimos mutuamente de estimulo para mantener viva esa llama de la inquietud por el anuncio y la vivencia del Evangelio. Es lo que tenemos que vivir con entusiasmo y alegría en nuestras celebraciones, donde siempre hemos de sentirnos misioneros. Pero es también lo que en el día a día, allí donde estamos y vivimos, allí donde trabajamos o donde realizamos esa convivencia social en el encuentro con vecinos, con amigos o con quienes por las circunstancias que sea nos van saliendo al paso, donde tenemos que sentir que llevamos una misión, tenemos una tarea que realizar, un anuncio que realizar.

Necesitamos esa actitud en la vida de ‘ponernos en camino’, de salir de nosotros mismos porque siempre tenemos que ir al encuentro con los demás y como nos decía el evangelio ‘curar a los enfermos que haya’. Creo que entendemos bien esta imagen porque a nuestro lado vemos tristezas y angustias, sufrimientos y enfermedades no solo del alma sino también del espíritu, gente sin esperanza y sin rumbo en la vida que andan desorientados o dejándose malear por el ambiente que nos rodea.

¿No tenemos nada que hacer ahí? ‘Curad a los enfermos que haya’, nos dice Jesús y no es que vayamos haciendo milagros de curaciones físicas, pero algo si podemos trasmitir para aliviar sufrimientos, para despertar esperanzas, para poner ilusión en la vida por algo nuevo y mejor, por ayudar a superar esas cosas que nos duelen por dentro y que tantas amarguras quizás silenciosas nos provocan, a hacer brillar de nuevo los ojos de los que van tristes por la vida. ¿No estarán necesitando de esa paz que Jesús nos invita a llevar en nuestro camino?

No son cosas extraordinarias, milagros que llamen la atención, pero seguro que quien se siente ayudado con nuestra presencia o con nuestra palabra, con nuestros gestos o nuestra cercanía, van a sentir que algo nuevo está sucediendo en su interior; serán personas que comiencen a vivir de forma nueva, que se abren a la vida y a la vez se van a convertir en trasmisoras de vida para los demás. Es hacer que reine de nuevo la paz. Muchas veces lo que necesitamos hacer es estar ahí. Por eso nos decía Jesús ‘quedaos en la misma casa’, porque es esa presencia que sana y que da vida.

Tengamos conciencia que con esas pequeñas cosas estaremos anunciando, aunque no hagamos maravillosos sermones, el Reino de Dios para los que nos rodean. Jesús ahora no nos decía que el Reino de Dios estaba por llegar, sino que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Que nuestra presencia sea en verdad esa llegada del Reino de Dios al mundo que nos rodea.

Prevención, confianza y sinceridad, nacidos del amor para una congruencia de vida cuando empapamos nuestra existencia de los valores del evangelio

 


Prevención, confianza y sinceridad, nacidos del amor para una congruencia de vida cuando empapamos nuestra existencia de los valores del evangelio

Romanos, 4, 1-8; Sal. 31; Lucas 12,1-7

Buen amigo es el que nos previene de las cosas que nos pueden suceder, o de la boca del lobo en la que nos podamos meter. Eso significa amor y sinceridad; porque el amigo nos aprecia nos previene, porque el amigo quiere lo mejor para nosotros no andará con desconfianzas sino con total sinceridad; el amigo nos dice la verdad aunque nos duela; pudiera ser que en esa prevención en que nos quiere poner para que no caigamos en la trampa algunas veces estemos tan ciegos que nos cuesta creerle; pero si el amigo tiene la valentía y la sinceridad de prevenirnos, tengamos confianza, tomémonos en serio sus palabras y prevenciones, porque eso nos dará igualmente seguridad y nos ayudará a quitar miedos. El amigo siempre vendrá a nosotros con el corazón en la mano, y ya sabemos lo que eso significa.

Son las palabras que escuchamos hoy a Jesús en el evangelio. Parece palabras de confidencia, esos momentos en que con sinceridad nos vamos diciendo las cosas, expresando nuestros sentimientos, dejando hablar al corazón. Es una muestra de confianza y con esa confianza desaparecen nuestros miedos y prevenciones. Qué bonito es disfrutar de esa apertura del corazón, con qué nuevos ánimos seguimos en la lucha y en el camino de cada día.

Es lo que Jesús está haciendo con los discípulos. Podrían parecer incluso recomendaciones de despedida, esas cosas que decimos cogiendo con en un aparte a aquel o aquellos a los que apreciamos y tratamos de hacerles abrir los ojos. ‘Cuidado con la levadura de los fariseos’, les dice. ¿Lo habían podido ir apreciando los discípulos más cercanos a Jesús?

Ellos habían venido escuchando las palabras fuertes que Jesús les decía dada la incongruencia de sus vidas, la vanidad y orgullo con el que vivían, por lo cual les llamaba incluso hipócritas, los que tienen doble cara, los que se ponen una careta para representar un papel como un teatro, pero con falta de rectitud en su corazón.

No quiere Jesús que sus discípulos entren en esa órbita, en la que fácilmente podemos caer cuando nos llenamos de orgullo y nos creemos más sabios o más santos que los demás. Y claro, Jesús les dice que tengan cuidado, porque son cosas que contagian, son redes en los que podemos ir cayendo, porque con sutileza nos hacen ver las cosas a su manera.

Jesús les había anunciado ya en otros momentos que los tiempos para sus discípulos no iban a ser fáciles, porque incluso tendrían persecuciones, podrían llevarnos a los tribunales y a la cárcel e incluso darles muerte. Hoy les dice que no tengan miedo a los que pueden matar el cuerpo, que tengan cuidado más bien con aquellos que sutilmente pueden influir en nosotros y cambiarnos nuestras metas e ideales, nos pueden desviar del camino recto, pueden presentarnos una cara bonita de sus pretensiones y lo que quieren es apartarnos del camino del evangelio.

Son cosas que vemos en la vida en todos los aspectos; cómo sutilmente quien quiere imponernos sus ideas, su forma de pensar o la manera de hacer las cosas pero a su manera de una forma sutil emplearán todos los medios para confundirnos y atraernos a sus redes. Es el pan nuestro de cada día de nuestra sociedad hoy, que finalmente se va a convertir en una guerra donde estaremos enfrentados los unos a los otros.

Jesús nos está pidiendo que haya congruencia en nuestra vida, que la fe no sea un adorno, podíamos decir, para los días de fiesta, sino que esa fe tiene que envolver totalmente nuestra vida, o mas que envolver, empapar nuestra vida para que como tales creyentes nos manifestemos en todo lo que hacemos; en la fe encontramos el sentido de nuestra vida y la fortaleza para vivir los valores que nos enseña el evangelio para construir el Reino de Dios.

jueves, 16 de octubre de 2025

Tenemos que ser testigos que contagien, no obstáculos por nuestra incongruencia y vanidad que interfieran en el camino para el encuentro con Cristo

 


Tenemos que ser testigos que contagien, no obstáculos por nuestra incongruencia y vanidad que interfieran en el camino para el encuentro con Cristo

Romanos 3,21-30ª; Salmo 129; Lucas 11,47-54

Recuerdo una anécdota en la que se apremiaba a alguien a que llegara puntual a un lugar o a una cita donde debía ir, pero este le respondía que iba a hacer todo lo posible por llegar pero si la vaca no estaba en el camino; parece que en otra ocasión en que había intentado hacer ese recorrido no había podido hacerlo porque una vaca estaba suelta en el camino y era poco menos que imposible pasar por aquel lugar.

Traigo a colación este hecho en referencia a lo que nos está expresando hoy el evangelio. Son las palabras de Jesús contra los fariseos y maestros de la ley porque parecía que disfrutaban poniendo exigencias en sus comentarios y enseñanzas a la hora de trasmitir al pueblo creyente lo que era la ley y la voluntad del Señor. Ha partido este episodio de aquel momento en que un fariseo había invitado a Jesús a comer en su casa y en su interior estaba haciendo sus juicios porque Jesús no se había lavado las manos antes de comer; lo que podían ser una medidas higiénicas las habían convertido en leyes para dictaminar lo que era pureza que por la fe había de haber en sus vidas.

Jesús habla fuerte contra aquellos que vivían una fuerte incongruencia en sus vidas; menciona como ahora quieren justificarse con mausoleos levantados en honor de aquellos a los que habían perseguido y dado muerte sus padres. ‘¡Ay de vosotros, les dice, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos’.

Es algo más que un mausoleo o no lo que nos quiere decir Jesús, es la incongruencia de sus vidas, a las que les falta una verdadera profundidad y sentido en aquello que realizan, muchas veces solo dejándose envolver por la vanidad, pero sin darle autenticidad a sus vidas. No podemos sentirnos muy lejos nosotros hoy de esas actitudes que muchas veces seguimos con aquello del cumplimiento externo, pero que sin embargo nos dejamos envolver totalmente nuestra vida por ese sentido del evangelio. Cumplidores, pero sin vivencia interior; apariencias pero sin un fondo profundo en la vida. Lo que hacemos muchas veces con nuestros actos religiosos que se quedan fríos, que se convierten en un rito formal, una costumbre o una tradición pero que no repercute en nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestra manera de hacer las cosas, nuestras actitudes y posturas con los demás o con lo que hacemos que no llegamos a hacer vida.

Pero recogiendo la imagen con la que iniciábamos nuestra reflexión muchas veces esas formas incongruentes de vivir la religión o el ser cristiano se convierten en pantallas que encandilan, que oscurecen el camino para quieren realizar ese acercamiento a la fe y a la vida cristiana, pueden ser obstáculos para la fe de los demás.

Como creyentes tenemos que convertirnos en testigos, ofrecemos nuestra palabra que anuncia pero tenemos que ofrecer el testimonio de una vida que es lo que de verdad convence y contagia; pero quizás nuestras actitudes, nuestras vanidades, nuestra superficialidad puede ser ese obstáculo, como decíamos antes, esa vaca que está en el camino y nos entorpece y dificulta el que otros puedan transitar por ese camino. Es el ejemplo de nuestras vidas, es esa vivencia que nos convierte en testigos.

¿Estaremos siendo esos testigos o acaso por nuestro mal ejemplo somos obstáculos para que otros se encuentren con Cristo y puedan llegar a vivir su fe? Es una pregunta seria que tenemos que hacernos, porque lo que se nos pide es esa congruencia en nuestras vidas porque será lo que contagia nuestra fe a los demás.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Aprendamos a encontrar la paz y la serenidad del Espíritu en la espiritualidad del evangelio porque donde está un cristiano siempre tiene que desbordarse la paz

 


Aprendamos a encontrar la paz y la serenidad del Espíritu en la espiritualidad del evangelio porque donde está un cristiano siempre tiene que desbordarse la paz

Eclesiástico 15, 1-6; Salmo 88; Mateo 11, 25-30

Todos quizás habremos pasado en alguna ocasión por la experiencia de estar con alguien cuya sola presencia nos infunde una paz y una serenidad a nuestro espíritu que luego no quisiéramos cambiar por nada; no nos dicen quizás grandes cosas, no quieren convertirse en maestros de nuestras vida, pero realmente lo están siendo con sola su presencia y una palabra que nos dicen nos hacen vibrar nuestro espíritu pero al mismo tiempo sintiendo una paz que no somos capaces de describir. Es su serenidad, su mirada directa y limpia, la atención que nos prestan, su capacidad de escucha, incluso el silencio que se provoca a su alrededor que nos hace sentirnos como transportados, como si estuviéramos en otra órbita o dimensión, donde no nos sentiremos turbados por nada que suceda a nuestro alrededor por muy desagradable que sea en si misma.

Tienen otra manera de afrontar la vida y los problemas que los hace mantener esa serenidad de espíritu y de alguna manera nos están impulsando a tener también nosotros esa paz y esa serenidad ante la vida. Hay en ellos una espiritualidad que enamora y nos impulsa a mirarnos nosotros mismos a nuestro interior, para aprender a saborear allá en lo más recóndito de nosotros mismos también esa paz. Algo que se vuelve contagioso, algo que nos hace sentir la inquietud por algo nuevo y distinto porque nos hace descubrir una grandeza distinta de la vida y de lo que incluso nosotros mismos somos.

Estoy hablando de experiencias humanas que nosotros hayamos podido tener y sentir con alguien, pero al mismo tiempo estoy queriendo pensar por qué nosotros, todos los que creemos en Jesús, no hemos llegado a esa sabiduría de la vida que en el evangelio podemos encontrar. Con Jesús siempre tendríamos que sentirnos así. Esa tiene que ser la más profunda experiencia religiosa que hayamos de vivir; eso tendría que ser de lo que hiciéramos gala y tendríamos que ser capaces de trasmitir a los demás.

¿Qué nos está diciendo en realidad el evangelio que hoy se nos proclama? Que en Jesús podemos encontrar siempre esa paz y ese descanso para nuestro espíritu. Nos invita Jesús a que vayamos a El porque a pesar de que por los avatares y tareas de la vida pudiéramos sentirnos agobiados, en El siempre vamos a encontrar esa paz para nuestro espíritu, con El tendríamos una forma nueva y distinta de afrontar todo eso que nos parece duro en tantas ocasiones de la vida.

Y Jesús nos habla de la mansedumbre de su corazón del que tenemos que contagiarnos; nos habla de esa sencillez y humildad con que hemos de afrontar la vida para darnos cuenta que en el pequeño y en lo sencillo es donde encontraremos nuestra mayor grandeza. ‘Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón’ nos dice.

Son los orgullos y las violencias malos compañeros de nuestro caminar, es esa ambición con la que parece que nos vamos a comer el mundo lo que llenará de intranquilidad nuestro espíritu para convertirlo todo en una guerra, son esas carreras ambiciones la que no nos dejarán entrar en nosotros mismos para descubrir esas pequeñas cosas que serán las que dan belleza y grandeza a nuestra vida. Es lo que finalmente nos hace perder la paz y cuando no hay serenidad en nuestro espíritu todo se vuelve tumultuoso y violento.

Quedándonos en lo pequeño, haciéndonos nosotros pequeños e incluso con la ingenuidad de los niños, cómo aprenderemos a llenarnos de Dios, a gustar esa nueva sabiduría que dará verdadero sabor a nuestra vida. Es lo que nos hará crecer en una espiritualidad profunda que nos hará sentir esa paz de Dios en nuestro corazón y de la que querremos contagiar a cuantos estén a nuestro lado.

Estamos haciéndonos estas consideraciones a partir de los textos que nos ofrece la liturgia en la fiesta de este día en que celebramos a Santa Teresa de Jesús. Una mujer de un gran recorrido en su vida que le fue haciendo comprender y vivir esa paz de Dios en su profunda espiritual y en la mística que envolvió su vida. Pero mientras no supo despojarse de si misma, su vida fue turbulenta; cuando se vació de si misma pudo llenarse de Dios de manera que en ella contemplamos una de las grandes místicas de la historia de la Iglesia. Fue el camino que luego emprendió de la reforma del Carmelo para dejarnos esos recintos de paz que son sus monasterios y que nos llevan a ese encuentro profundo con Dios.

No llegaremos a esa mística de san Teresa de Jesús, pero sí podremos aprender a encontrar esa paz y serenidad de nuestro espíritu cuando en verdad pongamos el descanso de nuestra vida en Dios, cuando nos dejemos empapar por la espiritualidad del Evangelio, que es llenarnos del Espíritu de Dios. Es también lo que estamos llamados a trasmitir a los demás, porque allí donde esté un cristiano, un creyente en Jesús, tiene siempre que desbordar la paz. Será difícil, pero es a lo que tenemos que aspirar.

martes, 14 de octubre de 2025

Mucho tendríamos que pensar en lo que son los cimientos de nuestra vida para dejar a un lado las apariencias de la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida

 


Mucho tendríamos que pensar en lo que son los cimientos de nuestra vida para dejar a un lado las apariencias de la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida

Romanos 1, 16-25; Salmo 18; Lucas 11,37-41

Tenía en un rincón de una pared de casa una cornisa que le daba un cierto encanto a aquel rincón, durante mucho tiempo había aparecido en su esplendor, externamente cuando se pintaba se trataba de tapar cualquier pequeña grieta que tuviera, pero no se había atendido a su estructura en la que se introducían humedades, los hierros se fueron corroyendo, el material por su interior se había ido quebrando y en un momento determinado se vino abajo y se desplomó. Habíamos mantenido bella su apariencia externa pero por dentro se había corroído. Podemos pensarlo de las madera que conforman la estructura de la casa, ya sean puertas y ventanas, ya sean escaleras o muebles para el servicio de la vivienda, externamente muy bonitos con sus barnices, pero por dentro la madera se había corroído y cuando nos dimos cuenta todo se nos vino abajo. ¿Si parecía tan bonita?, dirían algunos, pero todo era apariencia.

Pero podemos decirlo de la vida, de la apariencia que damos como personas queriendo ocultar lo que realmente llevamos por dentro. Con cuántas sonrisas hipócritas tantas veces nos presentamos, porque queremos aparentar que somos unas personas agradables, pero nos corroe por dentro el orgullo y la envidia, los malos deseos o las desconfianzas, nuestras reticencias para aceptar a las personas y las actitudes discriminatorias, porque en fin de cuentas no nos es agradable mezclarnos con todo el mundo. Tenemos que ser sinceros y poner las cartas boca arriba sobre la mesa, pero siempre queremos ocultar algo.

Es lo que presenciamos hoy en el evangelio. Jesús había estado enseñando al pueblo, tal como hacia ya fuese en la sinagoga, al pie del camino o en casa, ya fuera mientras recorría aquellos pueblos y aldeas o también cuando era recibido en casa por alguien que quería estar cerca de él. Después de uno de esos momentos en que Jesús ha estado enseñando a la gente, alguien que quizás hubiera estado en medio de aquellas gentes que escuchaban a Jesús, quiso invitar a Jesús a su casa. Y este hombre pertenecía al grupo de los fariseos, que a si mismos se consideraban personajes importantes e influyentes en medio del pueblo. No es la única vez que Jesús es invitado por un fariseo a comer en su casa.

Los prolegómenos son los habituales de la hospitalidad con que siempre se acogía al que llegaba como huésped a una casa. Pero el fariseo observa, sin embargo, que Jesús no se ha lavado las manos antes de sentarse a la mesa. Podría parecer algo insignificante y sin importancia, pero para los fariseos no lo era; podía haberse tocado algo impuro o que produjese impureza en manera de entender las cosas, y sería una impureza que manchase el alma. Y aquello estaba produciendo extrañeza y asombro en el anfitrión; podría parecerle que se le venía abajo todo el concepto que pudiera tener de Jesús.

Pero, ¿lo importante es lo que entra de fuera al corazón del hombre, o lo que llevamos en nuestro interior? Si llevamos corroído el corazón de nada nos vale esa pureza exterior, de nada nos vale lo que pudiéramos aparentar. Es lo que le dice Jesús en esta ocasión, aunque en ese mismo sentido lo escucharemos en otros momentos del evangelio. ‘Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad’.

¿De qué nos vale tener el plato o la copa reluciente por fuera si por dentro rebosa podredumbre? ¿De que nos vale el esplendor y belleza que podemos presentar de nuestras casas o nuestros edificios pintados con bonitos colores, si por dentro se nos están cayendo a trozos los muros que conforman su estructura? Pronto se nos vendrá abajo. Pronto se nos viene abajo el valor de nuestra vida si no cuidamos ese tesoro que llevamos en nuestro interior.

¿A qué le damos importancia? ¿Nos quedamos en apariencias o hay verdaderos valores que sean cimientos fundamentales de nuestra vida? Todo esto tendría que hacernos pensar, porque muchas serían las consecuencias que sacaríamos para dejar a un lado la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida.

lunes, 13 de octubre de 2025

No seamos ciegos para no reconocer el poder de Dios en los signos y milagros que Jesús realiza, o la sabiduría de su Palabra manifestada en sus enseñanzas y en sus parábolas

 


No seamos ciegos para no reconocer el poder de Dios en los signos y milagros que Jesús realiza, o la sabiduría de su Palabra manifestada en sus enseñanzas y en sus parábolas

Romanos 1, 1-7; Salmo 97; Lucas 11, 29-32

Cuando no tenemos confianza en la persona, todo serán dudas, todo se convertirá a la larga en un rechazo, nos pondremos en guardia ante lo que pueda hacer o lo que pueda decir la otra persona y todo se transformará en rechazo.  La confianza no es simplemente que podamos permitirnos cosas que van más allá del respeto, porque entonces nos sintamos en libertad para expresar incluso lo que pueda ser ofensivo para la otra persona. La confianza partirá de la credibilidad que le demos a lo que haga o lo que diga la otra persona, que nos llevaría a una aceptación incluso sin limitaciones ni censuras.

Por la falta de esa confianza o credibilidad pretenderemos que todo lo que nos puedan decir o presentar tiene que venir acompañado de unas pruebas claras y palpables. Siempre andaremos buscando esas pruebas, esas garantías, que parece que por otro lado no tenemos o no se nos ofrecen. Pero esa credibilidad no solo nace de la persona  que queremos aceptar, sino de las exigencias que nosotros pongamos por nuestra parte, esas garantías que nosotros pedimos, quizás por nuestros prejuicios o nuestras desconfianzas.

Al final parece que es el pez que se come la cola, no sabiendo a ciencia cierta por donde comenzar a tener o ganarnos esa confianza que exigimos. Pero ¿la daremos nosotros? ¿Mereceremos esa confianza? ¿Nos habremos ganado esa confianza? ¿Qué motivos realmente tenemos para pedir esas pruebas? ¿Será quizás ya como una costumbre en nosotros de estar pidiendo pruebas sin querer ver las que realmente tenemos ante nuestros ojos?

¿Será lo que estaba pasando con Jesús? Le están pidiendo signos sin querer descubrir todas las señales que Jesús está dejando a su paso para que en verdad creamos en El. Están por un lado estas palabras de Jesús que son como una queja ante lo retorcido de las peticiones de señales que le están haciendo continuamente. Les recuerdan quizás lo del episodio de Jonás que consideraban como un gran signo de la antigüedad. Frente a las palabras y enseñanzas de Jesús querrán quizás recordarle la proverbial sabiduría de Salomón ante la que se rindió la reina de Sabá que era reconocida por su gran sabiduría. En ese mundo de increencia que estaba surgiendo por doquier – como sigue quizás sucediendo también en nuestro tiempo – recuerdan como la gente de Nínive se convirtió a partir de la predicación de Jonás.

¿Jesús podría darles esa clase de señales? ¿O eran ciegos para no reconocer el poder de Dios en los signos y milagros que realizaba, o la sabiduría de su Palabra manifestada en sus enseñanzas y en sus parábolas? ¿Sería a ellos los que en fin de cuesta les costaba tanto convertirse ante el actuar de Jesus como aquellas le sucedía a las gentes de Nínive?

Y Jesús viene a decirles que allí hay alguien que es mucho más poderoso que Jonás o mucho más sabio que Salomón. Todo estaba dependiente de la ceguera de sus mentes y de la cerrazón de su corazón. Pero, ¿no nos estará sucediendo de forma parecida a nosotros hoy? No terminamos de saborear la sabiduría del evangelio y nos vamos corriendo tras cualquiera que nos traiga las cosas más exóticas. Muchos nos hablan hoy de esa meditación trascendental que descubren en personajes que se nos presentan de forma exótica y extraña, pero nos olvidamos de meditar, de interiorizar en el Evangelio y en toda la Palabra de Dios.

Invitamos a la gente a un silencio espiritual, a un retiro espiritual en el clima religioso de nuestras celebraciones y de nuestra liturgia y nos dicen que se aburren, que eso no sirve de nada, pero ¿no será que no quieren abrirse a lo trascendente, no será que tienen miedo de que Dios llegue a sus vidas y hable a su corazón? Dejamos a un lado toda nuestra espiritualidad cristiana fundamentada en el evangelio y con la experiencia de tantos grandes santos que han ido marcando los surcos de la historia, por irnos detrás de cualquier novedad que nos llega sin ningún fundamento verdaderamente espiritual.

¿Qué sucede en nuestros corazones para rechazar esa espiritualidad profunda que nos viene del Evangelio y donde de verdad podremos llenarnos del Espíritu de Dios? ¿No será una falta de confianza por nuestra parte la que nos está encerrando para no abrirnos al misterio de Dios?

domingo, 12 de octubre de 2025

Pilar de apoyo y fortaleza, pilar que señala camino y nos da seguridad en nuestras sendas es María la que escucho y plantó en su corazón la Palabra del Señor

 


Pilar de apoyo y fortaleza, pilar que señala camino y nos da seguridad en nuestras sendas es María la que escucho y plantó en su corazón la Palabra del Señor

1Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2; Salmo 26; Hechos 1, 12-14; Lucas 11, 27-28

En la complejidad de lo que es la vida, después que hayamos pasado por muchas experiencias, unas oscuras en muchas ocasiones, pero otras también llenas de luminosidad, cuando tenemos que seguir enfrentándonos al camino de la vida nos entran miedos y nos llenamos de dudas, nos sentimos inseguros, necesitamos tener claros los pasos que tenemos que ir dando y aunque haya quien nos haya dado pautas, sin embargo, nos detenemos a pensar, a reflexionar, a replantearnos las cosas, a sentir esa seguridad que necesitamos para avanzar. Buscamos unos apoyos, unos pilares que mantengan firme el edificio que pretendemos construir con la vida.

Esto son cosas que nos suceden en las responsabilidades que hemos asumido en la vida, en los trabajos que tenemos que realizar, pero también allá en lo más hondo de nosotros mismos y en nuestra propia identidad; es algo que también en el camino de la fe nos sucede y nos planteamos, buscando esa luz que nos viene de Dios por la fuerza de su Espíritu para continuar con nuestro compromiso cristiano.

Hoy el texto de la Palabra de Dios en los Hechos de los Apóstoles nos hablaba de lo que hizo el grupo de los discípulos después de aquella ultima manifestación de Jesús en que antes de subir al cielo los envió por el mundo para anunciar el evangelio. Pero ya también Jesús les dijo que se quedaran en Jerusalén hasta que recibieran la fuerza del Espíritu. Hemos de reconocer que se encontraban en una situación anímica como la que hemos venido describiendo en esta reflexión.

Allá se fueron al Cenáculo de nuevo, aquel lugar de tantas experiencias no solo en la cena pascual sino también como refugio en los momentos de la pasión de Jesús, pero también escenario, por así decirlo, de su experiencia pascual. Allí los había encontrado Jesús después de su pasión y su resurrección. Ahora allí estaban de nuevo en oración, en reflexión – algunas decisiones tuvieron que tomar como elegir al sustituto de Judas en el grupo de los Doce -, en silencio de búsqueda, en tensión de su espíritu para la misión que Jesús les había encomendado. Y nos dice que estaban no solo el grupo de los apóstoles más cercanos a Jesús sino algunas mujeres y con ellas María, la madre de Jesús.

¿Era el apoyo que necesitaban? ¿Era la búsqueda de esa fortaleza interior y ese coraje para lanzarse por el mundo para el anuncio del Evangelio? ¿Era la apertura de su mente y de su corazón para abrir los horizontes de su vida que tenía que ir más allá de aquellos rincones de su Galilea o de su tierra de Palestina, la tierra prometida que habían recibido sus padres? Y María está ocupando un lugar importante en ese grupo, por algo de manera especial la recuerda el autor de los Hechos de los Apóstoles.

Se nos ofrece este texto en la liturgia de este día en que celebramos a la Virgen en esa advocación tan querida para nosotros del Pilar. Es todo un signo y una señal en nuestra vida, en el camino de nuestra vida cristiana, en nuestro camino también de apóstoles y evangelizadores que hemos de ser en medio de nuestro mundo. Somos también los enviados del Señor que necesitamos de ese coraje, de esa fuerza interior, de esa fuerza del Espíritu como estaban allí esperando los Apóstoles en el Cenáculo y que se manifestaría en Pentecostés. Pero es una imagen y un signo muy hermoso que contemos con esa presencia de María.

¡Qué hermosa esa Advocación del Pilar! Un pilar de apoyo y fortaleza, como un edificio que hemos de edificar con sólidos cimientos pero con la fortaleza de unas columnas que den armazón al edificio. Un pilar como era los que se ponían en las antiguas calzadas romanas que atravesaban el imperio y que iba señalando rutas, que iba marcando distancias, que daba seguridad a los caminantes de seguir la ruta cierta y segura.

En la tradición de nuestra Iglesia en España tenemos desde siempre ese Pilar que quedó como signo y señal de esa presencia de María junto al apóstol que hizo el primer anuncio del Evangelio en nuestras tierras. Pero ese Pilar ha continuado presente en toda la historia de la Iglesia española a través de los tiempos para hacernos sentir esa presencia de María junto a nosotros en nuestros caminos, en nuestra vida, como lo estuvo presente, según hemos escuchado hoy en los Hechos de los Apóstoles, allí en el Cenáculo junto a los discípulos y apóstoles sobre los que había de constituirse la Iglesia. Así María ha estado siempre junto a nosotros, como Madre, como compañera de camino, como signo de luz de fortaleza para nuestras vidas.

Como nos ha dicho el evangelio en ella contemplamos la imagen de la que ha plantado la Palabra de Dios en su vida y que merecería todas las alabanzas. ‘Dichosos más bien los escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’. Aquella mujer que fue llamada bienaventurada porque en su carne se hizo carne el Hijo de Dios y con su pecho lo alimentó como Madre, lo es dichosa también por ella siempre quiso que en ella se cumpliera la Palabra del Señor. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’.