Que
nuestra presencia, por nuestros gestos o nuestra cercanía, sea en verdad esa
llegada del Reino de Dios al mundo que nos rodea y nos trae la paz
2 Timoteo 4, 10-17b; Salmo 144; Lucas 10,1-9
El embajador no actúa por cuenta
propia, actúa en nombre de quien lo ha enviado, trasmite aquello que se le ha
confiado; lo mismo el apoderado, el que ha recibido un poder, o el mensajero a
quien se le ha confiado un mensaje que ha de llevar y trasmitir.
Hoy nos dice Jesús ‘poneos en
camino’, nos envía; nos confía una misión, ‘cuando entréis en una casa
decid primero, paz a esta casa… curad a los enfermos que haya’. Y nos deja
claro cuál es el objetivo, ‘decidles… el Reino de Dios ha llegado a
vosotros’.
Nos viene bien recordar estos puntos
fundamentales del evangelio de hoy en esta fiesta del Evangelista san Lucas,
que hoy estamos celebrando. Fue la misión que él también recibió y en los
Hechos de los Apóstoles o en las cartas de san Pablo, lo veremos en distintos
lugares cumpliendo con esa misión. Pero fundamentalmente tenemos su evangelio
escrito y lo que podíamos decir que fue algo así como la crónica de la primera
Iglesia en los Hechos de los Apóstoles. ‘Poneos en camino’ él también
había escuchado como él mismo nos lo trasmite y en esa tarea y en ese camino también
lo contemplamos.
Sigue siendo la tarea de la Iglesia
hoy, nuestra tarea. No solo porque pensemos en ese amplio mundo que lo vemos en
la lejanía de otros países u otros continentes, mañana domingo precisamente
vamos a celebrar la jornada misionera del Domund, sino porque es la tarea que
tenemos que realizar ahí donde estamos. Hay quien recibe como vocación la
llamada especial de ser misioneros yendo a otros lugares, pero es lo que cada
uno escuchamos en nuestro corazón para sentirnos misioneros ahí donde estamos.
Misioneros cuando compartimos y
celebramos los que tenemos una misma inquietud y nos servimos mutuamente de
estimulo para mantener viva esa llama de la inquietud por el anuncio y la
vivencia del Evangelio. Es lo que tenemos que vivir con entusiasmo y alegría en
nuestras celebraciones, donde siempre hemos de sentirnos misioneros. Pero es también
lo que en el día a día, allí donde estamos y vivimos, allí donde trabajamos o
donde realizamos esa convivencia social en el encuentro con vecinos, con amigos
o con quienes por las circunstancias que sea nos van saliendo al paso, donde
tenemos que sentir que llevamos una misión, tenemos una tarea que realizar, un
anuncio que realizar.
Necesitamos esa actitud en la vida de
‘ponernos en camino’, de salir de nosotros mismos porque siempre tenemos
que ir al encuentro con los demás y como nos decía el evangelio ‘curar a los
enfermos que haya’. Creo que entendemos bien esta imagen porque a nuestro
lado vemos tristezas y angustias, sufrimientos y enfermedades no solo del alma
sino también del espíritu, gente sin esperanza y sin rumbo en la vida que andan
desorientados o dejándose malear por el ambiente que nos rodea.
¿No tenemos nada que hacer ahí? ‘Curad
a los enfermos que haya’, nos dice Jesús y no es que vayamos haciendo
milagros de curaciones físicas, pero algo si podemos trasmitir para aliviar
sufrimientos, para despertar esperanzas, para poner ilusión en la vida por algo
nuevo y mejor, por ayudar a superar esas cosas que nos duelen por dentro y que
tantas amarguras quizás silenciosas nos provocan, a hacer brillar de nuevo los
ojos de los que van tristes por la vida. ¿No estarán necesitando de esa paz que
Jesús nos invita a llevar en nuestro camino?
No son cosas extraordinarias, milagros
que llamen la atención, pero seguro que quien se siente ayudado con nuestra
presencia o con nuestra palabra, con nuestros gestos o nuestra cercanía, van a
sentir que algo nuevo está sucediendo en su interior; serán personas que
comiencen a vivir de forma nueva, que se abren a la vida y a la vez se van a
convertir en trasmisoras de vida para los demás. Es hacer que reine de nuevo la
paz. Muchas veces lo que necesitamos hacer es estar ahí. Por eso nos decía
Jesús ‘quedaos en la misma casa’, porque es esa presencia que sana y que
da vida.
Tengamos conciencia que con esas
pequeñas cosas estaremos anunciando, aunque no hagamos maravillosos sermones,
el Reino de Dios para los que nos rodean. Jesús ahora no nos decía que el Reino
de Dios estaba por llegar, sino que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Que
nuestra presencia sea en verdad esa llegada del Reino de Dios al mundo que nos
rodea.